Amos y Mazmorras I (24 page)

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Authors: Lena Valenti

Tags: #prose_contemporary

BOOK: Amos y Mazmorras I
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Cleo escuchó un ruido en la parte trasera de la casa. Miró hacia atrás extrañada.
—¿Hola? —Cogió a Ringo y lo dejó sobre el centro de la mesa de la cocina—. No te muevas —le ordenó.
A paso ligero, salió al jardín interior, donde había estado hacía unos minutos, y se encontró con que las maderitas que antes yacían ordenadas estaban esparcidas por el suelo.
Se acercó a recolocarlas mientras decía malhumorada:
—Seguro que es el gato de la vecina. Estoy harta de que me deje cagaditas por todo el jardín...
—¿Hablando sola? —Lion entró en modo silencioso, cargado con una bolsa de cartón entre las manos.
Cleo dio tal brinco que estuvo a punto de caerse de bruces.
—¡Por el amor de Dios! —gritó llevándose la mano al pecho—. ¿Eres un amo psicópata y sádico? ¿Quieres matarme?
Lion sonrió y la repasó de arriba abajo.
—Para ser un agente de policía...
—Prematura agente del FBI —corrigió, todavía impresionada por la irrupción y levantándose poco a poco.
—... deberías cuidarte mejor las espaldas.
—Sí, señor —gruñó fingiendo que su palabra era ley.
—Mmm... No te creo cuando hablas en ese tono, Cleo.
—No entiendo por qué, señor —replicó inocentemente.
—Ni te creo cuando pones esa carita de que nunca has roto un plato. Pero no importa, ven y desayunemos. —Dejó el paquete sobre la encimera y empezó a sacar todo lo que había comprado para desayunar—. ¿Tienes hambre?
Cleo se sentó en el taburete.
—Sí. Pero como has dicho que te esperara, mientras tanto, he ido haciendo tiempo.
Lion miró aprobatoriamente las hojas del informe y el iPad con el diccionario BDSM.
—Buena chica —la felicitó.
Cleo carraspeó y se removió en el taburete acolchado de color rojo. Cuando escuchó esas dos palabras, su cuerpo se activó. ¿Pero qué demonios le estaba pasando? ¿Se estaba convirtiendo en una ninfómana?
«Buena chica... ¡Zas! ¡Zas!».
—¿Hay algo que quieras preguntarme? —preguntó sacando los cafés de Surrey’s Uptown y dejándolos sobre la mesa.
—Oh, me encanta este café...—murmuró ella, iluminada por la alegría.
—Lo sé. Tienes sobres de azúcar de la cafetería en el cajón de los condimentos.
—Empiezas a asustarme, señor observador.
—Es mi trabajo —se encogió de hombros—. Dime, ¿qué quieres decirme?
—Sí. Respecto a nuestro código de acción como pareja...
—¿Sí? ¿Algo que no te haya quedado claro?
—No. Es solo que quiero añadir tres cositas más que NO —remarcó— deseo hacer.
Lion arqueó la ceja partida y se acercó a ella.
—Oh... ¿De qué se trata?
—No quiero llevar un anillo de O. Ni tú tampoco.
—Ah, ¿yo no quiero llevar un anillo de O? —preguntó disimulando una sonrisa—. Si no lo lleva mi sumisa, ¿qué sentido tiene que lo lleve yo?
Ella se puso roja como un tomate.
—No quiero demostrar sumisión a nadie en ese torneo. Solo a ti, y porque estamos en una misión, claro.
—Ya, claro.
—La cuestión es que sé que es una especie de referencia a «Historia de O». Que se lo ponían las sumisas en el dedo como una muestra de estado de sumisión a todos los varones «socios» del club de dominación de la novela. No pienso llevar un anillo así en ese torneo. Me puedo someter a ti, pero no tengo intención de someterme a nadie más. Y si pretendes que...
—Ni hablar —la cortó él tajante.
—¿Cómo? —preguntó horrorizada.
—Tampoco tengo intención de compartirte, Cleo.
Cleo se relajó, impactada por la vehemencia y el tono de su negación. Se sintió halagada.
—Además, eso despertará más la curiosidad sobre ti. Entenderán que soy muy celoso respecto a mi sumisa y tendrán más ganas de seducirte y de entender por qué soy así contigo.
Halago al garete. Genial, solo lo hacía por eso. Bueno, no importaba. El hecho de que otros pudieran tener autoridad sobre ella no le hacía ninguna gracia; y saber que no se sometería ante otros y que él tampoco lo deseaba, la tranquilizó.
—Aunque, esa decisión de no compartir ya no estará en nuestras manos si tenemos duelos y los perdemos, ¿recuerdas? Las Criaturas podrán ordenar lo que les dé la gana.
—Sí. Pero no llegaremos a ese punto. Encontraremos todos los cofres.
—Está usted muy segura de sus facultades, señorita Connelly.
—¿Usted no lo está de las suyas?
—Considero que hay más participantes. Hay que tenerlos en cuenta. Y tú también deberías considerarlos, pequeña. —Le cogió la nariz como a una niña y sonrió con ternura.
Cleo parpadeó impertérrita. Bragas al suelo. Increíble. Lion la asombraba y la dejaba sin argumentos cuando se comportaba así.
«¿Sigo sólida o me he deshecho?», se preguntó.
Lion la tomó de la barbilla y le alzó un poco el rostro. Sentada como estaba, él le sacaba al menos dos cabezas y media.
—Me gusta que tus labios brillen así. ¿Te has maquillado?
—Eh...
—Sí. Eres muy bonita al natural, Cleo. Pero con que solo te pintes un poco... Llamas mucho más la atención. Es por tus ojos.
—¿Qué... Qué les pasa? —preguntó asustada.
—Tus ojos son... ¿Sabes cómo son?
—Mmm... ¿Grandes?
—Grandes... Sí. Dime, Cleo —se estaba embebiendo de ella—, ¿tienes alguna duda más? ¿Algo más que objetar?
—No me abofetees las tetas ni la cara. Si lo haces, te arrancaré los dientes.
La imagen de Cleo devolviéndole una bofetada sexual, o sacándole la dentadura como una sádica, hizo que la soltara y emitiera una increíble carcajada.
—¿De qué te ríes? —preguntó extrañada—. Lo digo muy en serio, Lion. Nada de cachetadas de ese tipo o...
—¿O qué? —Tan rápido como la había soltado, giró su taburete y la arrinconó entre él y la barra americana de la cocina—. ¿O qué, brujita? ¿Qué me harás?
—¿A qué vienen tantos diminutivos cariñosos? —Cleo olió su aliento a menta y recordó que Lion era un adicto a los
Halls
—. Me pones nerviosa. ¿Te estás ablandando, señor?
—Yo nunca me ablando, Cleo —ronroneó pasando el dorso de sus dedos por su mejilla—. Siempre estoy duro.
Un punto para el gigante.
Se quedaron en silencio, mirándose el uno al otro. Cleo no sabía qué sucedía; y si lo sabía, no quería pensar mucho en ello.
«Mierda. Mierda. El señor rayos X empieza a ser peligroso para mí».
Él la besó en la comisura de los labios y a Cleo se le cortó la respiración.
—Esto por bruja —murmuró sobre aquella zona, apartándose rápidamente de ella—. Vamos a desayunar.
—Sí. —Parpadeó repetidas veces hasta que salió del trance. Maldijo no tener lengua de sapo y habérsela metido en la boca. Pero era humana y lenta, ¿qué se le iba hacer?
—Estoy hambriento.
—Y yo —murmuró. Y no se refería a la comida.
Sentados en los escalones que daban al jardín interior, comieron las famosas
beignets
de Nueva Orleans, originarias del Mardi Gras que se celebraba en febrero y marzo. Eran unos buñuelos parecidos a los donuts sin agujero, rellenos de crema y con azúcar glas y todo tipo de
toppings
por encima.
A Cleo le pirraba ese desayuno goloso y comprobó que Lion disfrutaba devorándolos.
Se sonrió al verle comer de aquel modo tan glotón, bebiendo de su café para después meterse un buñuelo entero en la boca. Y otro y otro... ¿Cómo podía comer así y tener ese cuerpo tan increíble?
Él la miró de reojo y se echó a reír.
—¿Qué pasa? —preguntó Cleo.
—Te ensucias tanto como cuando eras pequeña —observó sonriente—. De pequeña te manchabas hasta la nariz cuando comías
beignets
.
—Me extraña que recuerdes cómo comía —contestó mordiendo un trozo rebosante de crema—. Tú nunca querías que estuviera cerca. Te molestaba.
Lion frunció el cejo como si ese recuerdo no contrastara con el que él tenía.
—Me molestabas... porque me ponías nervioso. Eras una inconsciente y no tenías sentido de lo que era peligroso para ti, y tenía que estar todo el tiempo vigilándote.
—Claro... —Puso los ojos en blanco—. Me vigilabas tanto que solo mirabas hacia donde estaba mi hermanita. Eh, pero lo comprendo. —Levantó una mano manchada de azúcar—. Mi hermana era como una princesa nórdica, y yo era «la zanahoria», «Pipi Calzaslargas»... Y todas esas grandes protagonistas femeninas llenas de personalidad —bromeó.
—No. —Él le agarró la muñeca—. Tú eras solo Cleo. —Sonrió adorablemente y levantó la otra mano para limpiar sus comisuras manchadas de azúcar glas con el pulgar al tiempo que llevaba los dedos de la mano que tenía retenida a la boca. Sin apartar los ojos de ella, los succionó y los lamió, hasta dejarlos limpios.
Los ojos verdes de Cleo se dilataron. —¿Te gusta esto, Cleo? —preguntó, disfrutando al tener uno de sus dedos en la boca.
Ella suspiró y semicerró los párpados.
—Contéstame.
Ups
. Voz de amo. Empezaban las instrucciones.
—Sí, señor. ¿Vamos a empezar con otra lección? —preguntó con el corazón brincándole en el pecho. «Como me chupe el índice así otra vez, me tendré que cambiar de braguitas...», pensó abrumada. Estos actos espontáneos no sabía a qué se debían; ¿eran parte del papel de amo o eran parte de Lion?
—Sí. Estoy deseándolo. ¿Quieres que empecemos? —Besó la punta de sus dedos y la liberó.
—Deberíamos.
—Me matas, Cleo —reconoció, admirando su determinación y su poca práctica para camuflar sus emociones.
—¿Te mato? —Se aclaró la garganta, relamiéndose los labios y recuperando el sentido común—. A mí me mata ver que eres capaz de comerte veinte
beignets
y que no te salga ningún miserable michelín, señor.
Él se tocó la panza plana y resopló saciado, como si ese momento «Frigo mano» jamás hubiera sucedido.
—Constitución, nena. Y ahora —se levantó, se estiró como una enorme pantera y le ofreció la mano—. Empecemos.

 

 

 

Se hallaban en su habitación. Lion estaba sentado en la cama y tenía a Cleo de pie ante él.
—Quítate la parte de arriba de ese delicioso biquini que llevas —ordenó en su papel de amo, apoyado con las manos en el colchón y reclinado ligeramente hacia atrás.
—Sí, señor. ¿Te gusta?
—Los tonos oscuros y sexys quedan muy bien en ti. Me estoy imaginando cómo irás al torneo. —Repasó su estrecha cintura y sus caderas ligeramente redondeadas y marcadas. Cleo estaba en forma, no había ninguna duda—. Te imagino con un corsé y una falda cortísima a juego. Llevarías el pelo recogido en una cola alta y un antifaz negro.
—¿No me digas? —se quedó en
topless
delante de él. Todavía tenía los pezones sensibles después de la presión y por los besos y lametones de la noche anterior.
—Oh, sí... —murmuró tocándose el paquete sin ser consciente de que lo hacía—. Acércate.
Cleo, descalza y vestida solo con el
short
negro, obedeció y se colocó entre sus piernas.
—Ya estoy aquí.
—Sí... —Lion posó las manos en su cintura y tiró de ella hasta que pudo enterrar la nariz entre sus pequeños pechos. Movió la cara de un lado a otro, frotándose contra su piel. Se sentía tan bien ahí... Alzó la cabeza y, apoyando la barbilla entre el valle de sus senos, preguntó—: ¿Te duelen los pezones aún?
—Sí —contestó—. Pero..., es un dolor agradable. No me puedo rozar con nada.
—¿No? ¿Ni con esto? —Sacó la lengua y lamió un pezón con parsimonia y dedicación.
Cleo se apoyó en sus hombros y vibró cuando lo tomó todo entero y se lo metió en la boca.
—Lion...
Un mordisco de advertencia en la mama le hizo recordar que no era Lion en ese momento. Cuando tuvieran sexo, siempre sería señor para ella. Nadie podía llamarlo por su nombre, porque ninguna sumisa podía hacerlo.
—Señor. —Inmediatamente la presión de los dientes cesó, y fue sustituida por una succión y una mamada.
Mientras él le trabajaba los pechos, sus diestras manos procedieron a desabrocharle el pantalón y a deslizárselo por sus piernas, llevándose también la parte de abajo del biquini.
—¿Nos íbamos a bañar luego en tu «piscuzzi»? —preguntó él cubriendo todo su sexo desnudo con una mano—. ¿Por eso llevas biquini?
Cleo palpitaba entre las piernas, preparándose para lo que fuera que viniera, deseosa de recibir una nueva instrucción.
El BDSM tal y como se lo enseñaba Lion le estaba gustando; además, la desinhibía de todas sus vergüenzas. Permitía que él la tocara de todas las maneras, porque era necesario que fuera preparada al torneo. Aunque no la había besado en la boca en ningún momento, a excepción del besito del otro día; pero eso no podía considerarse beso oficial. Y, cuando pensaba en besar, pensaba en un beso de verdad, de los largos y húmedos que la dejan a una sin respiración ni argumentos. Ni tampoco la había penetrado con su miembro: no habían tenido sexo como lo que la palabra engloba convencionalmente. Y se empezaba a preguntar por qué. Y cuanto más se lo preguntaba, más anhelaba ese tipo de contacto. Pero eso era lo que los diferenciaba de ser una pareja laboral amo-sumisa, a ser, probablemente, más que una pareja de BDSM.
Si ella lo besara, ¿qué haría Lion? ¿La rechazaría? Si ella le atacara y lo pusiera tan caliente que no pudiera hacer otra cosa que hacerle el amor de verdad, ¿se lo haría?
«Deja de pensar en historias románticas, Cleo. Lion es un amo y ya sabes por lo que está contigo. Corta el rollo, ¿quieres?».
Lion la frotó entre las piernas y, al mismo tiempo, besuqueó, lamió y mordisqueó su otro pezón.
Ella cerró los ojos y acarició su cabeza. Le gustaba el tacto de su pelo pincho bajo las manos. Entregada a las sensaciones, siguió pensando en el BDSM. Era un ejercicio que no estaba exento de dolor, porque había dolor físico en sus juegos sexuales, pero era una aflicción demasiado sensual para considerarla como aflicción o tortura física. Estaba comprendiendo que el BDSM no se trataba de hacer daño para provocar ni para castigar. Los juegos de dominación, sumisión y
bondage
, iban dirigidos a despertar sensaciones distintas en el cuerpo, que aumentaban después el placer. Y ese tipo de placer que Lion le ofrecía la estaba volviendo loca.

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