Amos y Mazmorras I (23 page)

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Authors: Lena Valenti

Tags: #prose_contemporary

BOOK: Amos y Mazmorras I
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—Siempre tengo cuidado contigo.—Sin dejar de mover las caderas, procedió a desajustar un aro, y luego el otro, hasta quedarse con los aretes en las manos.
—¡Ah! —gritó. Experimentaba un extraño despertar motivado por el dolor, y tenía los pezones como guijarros.
—Oh, pobrecita... —murmuró acercando la boca al pezón izquierdo y acariciando sus nalgas con suavidad.
Ella tembló ante la expectativa. Le dolían una barbaridad las areolas. Si ahora la tocaba no sabría cómo...
—Cuenta, Cleo. No te corras hasta que no llegues a quince.
—¿Qué? Mmm... Esto no va así. Yo me corro cuando llego, no cuando tú creas que...
—Cuenta —ordenó de manera inflexible, recordándole con ojos de acero que tenía que recibir un castigo—. Vas a ver lo que es el verdadero
spanking
.
Ella tragó saliva. Se aferró a los barrotes de la cama.
Lion la recolocó de tal manera que, sin esfuerzo, él pudiera acceder a lamer sus brotes doloridos.
¡Zas! La primera bofetada sobre el trasero hizo que abriera los ojos, alarmada por el dolor picante que recorrió toda su piel.
—¡Uno! —exclamó, intentando huir de él.
—¿Dónde crees que vas? No puedes escapar, princesa. No puedes huir de mí.
Después de la palmada, inmediatamente, Lion abrió la boca y lamió el pezón derecho dulcemente, prodigándole mimos y atenciones.
Dolor y placer. Era como si cortocircuitaran su cerebro. Lo más extraño era que el dolor de la cachetada, aun siendo dolor, era placentero cuando se sobreponía a la impresión.
Cleo enterró su rostro sobre su brazo. Se iba a volver loca. ¿Cómo podía gustarle eso?
¡Zas!
—¡Dos! —gritó con la boca enterrada en su brazo.
Lion mamó su pezón, lo succionó y lo absorbió.
—Tócame, por favor —pidió ella meneando las caderas, disfrutando de su boca en el pecho y del ardor en el trasero. Toda la sangre se estaba concentrando ahí, y sentía su vagina palpitar.
—¿Aquí? ¿Te toco aquí? —¡Zas! Otra palmada en la otra nalga, en la parte que la unía con la pierna. Ella negó con la cabeza y se quejó—. ¿Cuántas, Cleo?
—Tres.
Comprendió que él no haría nada de lo que le pidiera mientras recibiese su particular «castigo»; así que se concentró en comprender las sensaciones que la recorrían para poder disfrutar mejor de ellas.
—¡Cuatro! —
Bufff
... En la otra nalga. Esa había escocido.
Lion no había disfrutado tanto con nadie como lo hacía con Cleo. Era increíble, suave y flexible pero, al mismo tiempo, desafiante. Un pequeño caballo descocado y salvaje. Y adoraba poder enseñarle.
A su vez, Cleo intentaba concentrarse en sus sensaciones. La lengua de Lion en sus pechos le daba un placer inhumano. Y, al mismo tiempo, la sangre que bombeaba en su clítoris, en sus nalgas, en su vagina... parecía haberse puesto de acuerdo en azuzar a la vez que él la azotaba. La experiencia la estaba dejando lánguida y babeante como un caracol.
—Dios... Cleo... —musitó él después de la octava palmada. La acarició entre las piernas y se dio cuenta de que estaba resbaladiza—. Oh, joder... ¿Te está gustando, verdad? —Él la volvió a situar sobre su pene y, aprovechando la crema que ella producía, empezó a rozarse perfectamente contra su vagina, estimulando su clítoris con precisión. ¡Zas!
—¡Nueve! —lloriqueó ella, casi poniendo los ojos en blanco. No iba a llegar a quince... era imposible que llegara a quince. Se correría por el camino antes o se desmayaría sumida en el éxtasis.
La boca de Lion absorbió el pezón izquierdo. Lo cuidó y lo restableció de la incomodidad de la tarde.
—¡
Ohm
...! —Cleo se movía al tiempo que las embestidas superficiales de Lion. Sus pechos se bamboleaban hacia adelante y hacia atrás. No podía apartar sus ojos, verdes y dilatados por el deseo, de la boca de ese hombre castigador, torturador, salido, amo, poderoso... Dios. Lion la estaba haciendo volar.
Lion se echó a reír, pero recuperó la compostura rápidamente.
—¿
Ohm
? No es tiempo para meditar, nena. Es importante que controles el momento de correrte. En el torneo no puede haber un desliz de ese tipo. Controlar el orgasmo es básico. Saber alargarlo y retenerlo cuando se te dice es una técnica que debe trabajarse. Y si lo retienes, después, cuando estalles, será mil veces mejor y más intenso.
Cleo movió las caderas sobre él. ¿De qué le estaba hablando? ¿Le hablaba en chino?
—No te corras. —¡Zas! ¡Zas!—. ¡¿Cuántas?!
—¡Argh! ¡Diez y once!
Los músculos detrás del ombligo se contraían. La lengua en los pezones la azotaba y la calmaba. El pene enorme rebasaba su sexo y la tocaba por todas partes, sin penetrarla. Se estaba olvidando de respirar. Le ardía el vientre.
—¡Cleo, maldita sea! —Lion la tomó del pelo e inclinó su rostro hasta el suyo, pegando frente con frente—. Ni se te ocurra correrte, ¿me has oído? Cuatro más y ya lo tienes, nena. Venga...
Ella gimió, deseosa de alcanzar su cénit.
—Eres un psicópata controlador...—gruñó sin poder, ni querer, evitarlo.
¡Zas! ¡Zas! ¡Zas!
Cleo cayó sobre el torso de Lion. Temblando, estremeciéndose por controlar el maldito orgasmo que amenazaba por barrerla por completo.
—¿Cuántas van? —preguntó lamiendo su oído al tiempo que acariciaba sus nalgas para calmar el dolor y se frotaba, inclemente, contra su sexo.

Hmmm
...
—¿Cuántas van?
—Ce..., trece y catorce —musitó con el culo al rojo vivo, los pechos hipersensibles y...
—Ahora podrás correrte. ¿Estás lista?
¡Zas! El último azote. Mordió y succionó su pezón, la agarró de las nalgas para presionarse y apretarse contra su zona más sensible, e hizo que se corriera como una desvergonzada.
—¡Quinceeeeeeee!
Cleo disfrutó de su particular éxtasis. Quería empalarse mientras se corría, quería más. Le escocía la piel y le dolían los pechos. El orgasmo la destruyó sin compasión, de modo que se quedó sobre Lion, luchando por respirar, deseando que aquello se prolongara eternamente.
No se dio cuenta de que la había quitado las esposas, y que ahora estaba libre, con las manos sobre la almohada, el cuerpo pegado al de él, y el rostro hundido en su cuello. Podría huir si quisiera.
Si quisiera... Pero no quería.
Los sudores de ambos se entremezclaban, creando una esencia única y especial. La de él y la de ella.
Lion la abrazó con fuerza, acariciándole las nalgas con cuidado y disfrutando de los gemidos y de la respiración irregular que todavía afectaban a su increíble Cleo.
Ella debería decirle: «Gracias, señor». Le había regalado un maravilloso orgasmo. Pero era él quien en realidad estaba agradecido por su entrega. Además, él también había eyaculado.
Lion adoraba cómo respondía. Adoraba que se enfadara. Adoraba su cuerpo y su piel nívea, que tan rápido enrojecía.
—Eh... ¿Te has corrido? —preguntó Cleo sin fuerzas.
—Joder, claro que sí.
Ella frotó su mejilla contra su hombro.
—Faltan cinco todavía... —susurró ella.
Lion la besó en la sien y pasó las manos por sus nalgas, su espalda, sus hombros, su nuca... Y vuelta a empezar. Debía relajarla y hacerla dormir. Necesitaban descansar.
—Eran veinte azotes —explicó aún perdida entre los estremecimientos postorgásmicos—. Me rebajaste cinco solo por beberme contigo la absenta, y eso los dejaba en veinte.
—Solo por recordármelo, te los perdono.
—Bien por mí... Soy una
crack
—dijo agotada.
—¿Te encuentras bien?
—No tengo fuerzas para levantarme... Debería ir a asearme y también...
—No te preocupes. A mí... me gusta tenerte así. Yo cuidaré de ti.
Cleo cerró los ojos y se permitió relajar un poco las piernas, estirándose completamente sobre él.
—Gracias, señor.
Los ojos se le cerraban involuntariamente; y por eso no pudo ver la sonrisa de Lion; ni cómo él también cedía al peso de sus párpados mientras inhalaba la fragancia de su pelo de fresa.
 
Capítulo 11

 

 

 

El BDSM es un viaje de autodescubrimiento, en el que cada paso que dan juntos amo y sumisa debe darse en la misma dirección, en una misma vibración.

 

Ringo
la miraba desde detrás de su vaso de agua de cristal rojo. Era cómico observar cómo intentaba asimilar esos colores para camuflarse con él; pero Cleo había llegado a creer que Ringo tenía problemas de daltonismo. Su pobre y querido camaleón había adquirido un tono purpúreo bastante extraño.
—Eso no es rojo, Ringo.
Lion se había levantado antes que ella, dejándole una notita sobre la almohada diciendo que volvería en veinte minutos, que tenía una alerta en su iPhone del foro D&M. Iría a la biblioteca, se conectaría desde ahí y revisaría su correo. Y después traería el desayuno para que ambos lo compartieran.
Lion y compartir eran dos palabras que le ponían el pelo de punta.
Ella hubiera preferido acompañarle, en cambio, él anteponía su descanso a todo lo demás. Para su amo, era muy importante tenerla bien sosegada para las duras jornadas sexuales que estaban llevando a cabo.
Con ese pensamiento, y Ringo subido a su hombro, se dispuso a hacer la colada.
Llevaba un pequeño pantalón
short
corto negro y la parte de arriba de un biquini de triangulitos del mismo color. Se había recogido el pelo en un moño muy alto, ligeramente desordenado.
No le gustaba maquillarse demasiado; pero esa mañana se puso brillo de labios natural, una sombra de color tierra en los párpados y repasó la línea de los ojos con color verde oscuro.
Había dormido tan bien esa noche... Ni diosas interiores ni leches: la diosa zorra de la sensualidad la había poseído.
Sus extremidades parecían flotar; tenía el trasero vivo y estimulado, como si sintiera todavía sus caricias y sus azotes. Menuda locura lo que estaba viviendo. Aunque era todavía más confuso darse cuenta de que estaba esperando, casi ansiosamente, las nuevas lecciones de su amo-tutor, barra agente federal.
Para su sorpresa, mientras esperaba a Lion y aprovechaba para mantener un orden aceptable en su casa, observó que parte de las zonas de su hogar que necesitaban un poco de carpintería y bricolaje estaban saneadas, limpias y arregladas.
Solo hacía tres días que ella y Lion convivían, y era obvio que no estaban permanentemente dándose cachetadas y regalándose orgasmos. Pero si él madrugaba, al parecer, se dedicaba, entre otras cosas, a arreglar la barandilla de madera del porche, algunos zócalos sueltos del suelo y un par de vigas de madera del techo que no estaban del todo bien ajustadas.
Con una sonrisa de sorpresa y satisfacción, caminó con la cesta de la ropa sucia por el jardín, bordeando la mesita camilla de las deliciosas torturas, hasta llegar a la pequeñita casa de madera en la que disponía de lavadora-secadora.
Abrió la puertecita y metió la ropa sucia. Los zócalos de la puerta se habían limado y barnizado, y las esquinas estaban ligeramente modificadas para que se abriera y cerrara mejor. Al lado de la casita, de manera ordenada, se amontonaban uno a uno los paneles de madera que había utilizado para la restitución de la pequeña cabaña. Las bisagras ya no rechinaban. Encendió el programa correspondiente y esperó a que el aparato efectuara sus particulares exabruptos y rocambolescos ruidos. Sin embargo, para su estupefacción, hubo un silencio absoluto.
—Hay que joderse —susurró Cleo mirando a Ringo—. El malvado amo también ha arreglado la lavadora... Es un chollo.
Ringo movió sus ojos con descoordinación y siguió jugando con un mechón de pelo rojo que se había soltado de su moño.
Después de hacer sus tareas, tomó los informes y repasó las normas del torneo. En principio, eran bastante claras y, por lo que ella había comprendido, los duelos consistirían en llegar al orgasmo de tal o cual manera o en evitarlo, por muchas perrerías y ejercicios lascivos que pudieran cometer para estimularla; así como en alcanzar una serie de orgasmos, o en no pasar de una cifra determinada; también en la capacidad de aguantar el dolor sin llorar, o en la capacidad de no gritar. Y, si en algún momento se pronunciaba la palabra de seguridad, esa pareja estaba eliminada.
También debía memorizar las posibles combinaciones para salvarse: desde las cartas que habría en los cofres, hasta la unión de varios personajes en una misma escena, o la aparición de Uni y la colaboración de los Amos del Calabozo.
—Y los Monos voladores, acuérdate —se dijo a sí misma—. Son unos ladrones y pueden quitarnos los cofres y los objetos.
Las sumisas y los amos serían valorados como pareja, pero también individualmente.
Oh, se olvidaba: tendría que hablar con Lion sobre su disgusto sobre el
anillo de O
y también sobre el
spanking
en los pechos. No quería que nadie le abofeteara las tetas; para eso, que se pisaran los huevos.
Las cachetadas entre las piernas le parecían muy estimulantes, pero en los pechos... No. Los quería mucho y tenía una relación demasiado empática con ellos como para que Lion los golpeara. Y sabía que no lo haría para menospreciarlos, por supuesto, sino que lo haría para excitarla y hacer que la sangre bombeara en sus pezones, pero no le gustaba. No se sentía a gusto.
Ni tampoco en la cara. No le gustaban las bofetadas en la cara.
En el BDSM se podía abofetear sutilmente a los sumisos. No se les dañaba, no se les hería. Era como una leve cachetada sonora, que picaba un poco, en la mejilla, nada más, para mantenerlos alerta y que supieran quién estaba al mando. Aunque ella había decidido que de eso nada.
—No al
anillo de O
, no al
spanking
en los pechos ni en la cara. —Repitió leyendo el diccionario de BDSM de su iPad que Lion le había transferido dos días atrás. Lo había sacado de la Wikipedia—. Bueno... Ahora solo falta saber preparar mi atrezo, y también descubrir dónde se celebrará el torneo —revisó los mapas del anterior—. El último transcurrió todo el Sur de Estados Unidos...

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