Amos y Mazmorras I (35 page)

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Authors: Lena Valenti

Tags: #prose_contemporary

BOOK: Amos y Mazmorras I
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—¿La vas a mostrar o es solo para ti?
Cleo dirigió los ojos hacia el origen de la voz.
Prince. El príncipe, uno de los amos que había encontrado en el club de las mujeres de Laffitte, estaba ahí, todo vestido de blanco, excepto por su antifaz negro y su pajarita roja. Era muy atractivo y tenía el pelo recogido en una coleta negra y alta. Sí, como una especie de príncipe persa.
Dio un paso adelante y se colocó a un metro de ella, esperando el permiso de su amo.
—¿Quieres que te muestre, Lady Nala? —le preguntó Lion al oído, apretando los pechos entre sus manos.
—¿Deseas mostrarme, señor?—Entendió su rol a la perfección por primera vez. Ella podía tener ganas de hacer algo, pero la clave estaba en que Lion también disfrutara de ello. Hacía topless y no le importaba que le vieran los pechos, ero lo que iba a suceder ahí. No obstante, difería de una sesión de solárium. Iba a exponer sus senos para poner cachondos a todos los demás. Hombres y mujeres indistintamente. Tragó saliva y se preparó para la respuesta de Lion.
Lion sonrió y la besó, de verdad, en la mejilla. Parecía un beso auténtico, más sincero que cualquiera que le había dado hasta ahora, teniendo en cuenta que todos los besos que le dio la noche anterior eran mentira. Alejó la rabia de su mente y se dispuso a aceptar lo que fuera que Lion quisiera hacer.
Se estaba entregando. Eso era lo que él quería, ¿no?
—Es solo para mí. Nadie puede tocarla —contestó fulminando al príncipe goloso con los ojos—. Pero, Prince.
—¿Sí, King?
—Puedes hacerme los honores.
Dio la vuelta a Cleo y le ofreció la espalda.
Lion la miró a los ojos y la tomó de la barbilla. Cleo parpadeó confusa, nerviosa, un poco asustada y excitada... Extraña mezcla.
—Deshaz un poco el lazado —ordenó Lion sin dejar de mirarla—. Voy a atormentarte un rato, Nala.
Ella entreabrió la boca y sacó la lengua para lamerse el labio inferior. Sus ojos verdes de gato se veían enormes tras el antifaz rojo.
—Como desees, señor.
Prince procedió a deshacer el lazado con suavidad y se permitió la licencia de acariciarle la espalda con los dedos.
—Prince. —Lion le dirigió una mirada de advertencia.
El príncipe levantó las manos y murmuró una disculpa divertida:

Mea culpa
, pero no lo he podido evitar. Se me han ido las manos.
La gente se echó a reír y aplaudió al príncipe por ayudar a Cleo.
—Una silla —pidió Lion con ojos ardientes.
Cleo no veía a nadie en la sala, solo a Lion. A Lion y a esa mirada hambrienta que depositaba en toda su persona. No había música, Annie Lennox no empezaba a entonar su
Love song for a vampire
y no existían los mirones. Solo él y ella.
—Mira qué concentrada está en él —cuchicheaban las voces, agradadas por su actitud.
Alguien trajo una silla y todos aplaudieron de nuevo.
Y en ese preciso momento, Lion la tomó de la cintura y la subió a la silla. Pensaba que la iba a sentar sobre sus rodillas, pero nada de eso. Quería ponerla a prueba y exponerla ante todos. La silla no era muy alta, pero sí lo suficiente como para que sus pechos, ahora más libres y sueltos dentro del corsé, quedaran a la altura del rostro de Lion.
—Nadie te tocará, nadie te tendrá. No tengas miedo, preciosa.
—No, señor —replicó hipnotizada.
—Te luzco porque detrás de un gran amo siempre hay una gran sumisa; y quiero que todos vean lo bonita que eres y lo que nunca podrán tener. —Con suavidad y reverencia bajó un poco el corsé y expuso sus pechos blancos con sus pezones rosados de punta por el repentino frío y también por su ardor interior—. Dios...
—¿Señor?
Lion abrió la boca, apretó los pechos entre sus dedos y empezó a morder los pezones con fuerza y después con suavidad. A lamerlos y a succionarlos con un hambre inhumana.
Cleo abrió la boca para coger bocanadas de aire. Sus rodillas temblaron sobre la silla. No estaba preparada para ello y, sin embargo, lo estaba. Era una situación insólita y nueva para ella. Llevó las manos a su cabeza y le abrazó con fuerza mientras echaba el cuello hacia atrás, con su pelo largo y rojo medio recogido, cayendo en cascada por su espalda; como un tributo a la canción de amor para un vampiro que sonaba en aquellos momentos; una imagen que era una oda al pecado y al libertinaje y que, por la belleza de su estética, quedaría grabada para siempre en la retina de todos los asistentes a aquella cita clandestina.

 

 

 

Después de los aplausos y de todo lo que provocó el número de Cleo y Lion, los asistentes se dispersaron.
Lion estaba preocupado por Cleo. Ahora ya ni hablaba. Antes podía soltar comentarios demasiado halagadores y falsos; pero después del rato que estuvo estimulándole los pechos ante todos, la joven se quedó callada y muy acalorada.
Lion no permitió que nadie se le acercara, tal y como había prometido. Podían admirarla desde lejos o desde cerca, pero nunca, bajo ninguna circunstancia, tocar. Él era muy celoso de lo suyo y no compartía. No como otros amos hacían.
Había hombres y mujeres que adoraban ver a sus parejas disfrutar con otros, amaban el placer que eso les provocaba; y Lion ya había dejado de juzgar lo que era correcto o no. El placer era placer, fuera como fuese, y cada uno lo encontraba en diferentes formas.
Pero él no.
—¿Te molesta que te miren, lady Nala?
—¿Debería, señor?
—No debería —dijo una voz de mujer a sus espaldas—, si es lo que desea tu pareja.
Cleo y Lion se giraron a la vez.
Lion inclinó la cabeza con una sonrisa y Cleo hizo lo mismo.
Conocía a esa mujer. La había visto en las fichas de consulta de los informes policiales. Era ella.
Se trataba de Sharon: la Reina de las Arañas; y la foto, para su desgracia, no le hacía justicia.
Llevaba un vestido de pedrería negra y una máscara igual del mismo color. Sus ojos color caramelo estaban pintados con kohl oscuro, de modo que incluso parecía que llevaba un antifaz debajo del suyo de pedrería.
Era hermosa, alta y atractiva. De labios gruesos y seductores. Llevaba el pelo rubio y rizado recogido en lo alto de su cabeza, y caía haciendo ondas graciosas sobre sus hombros.
Pero, inquietantemente, no había nada de gracioso en Sharon.
Era una mujer muy peligrosa, fría y tan segura de sí misma que incluso provocaba respeto. Hermosa como un tigre, y agresiva como sus fauces.
Sharon sonrió a Lion con otra inclinación de cabeza y después centró toda su belleza de los hielos en Cleo.
Cleo pensó automáticamente en Leslie; y el respeto que pudiera tenerle a esa beldad, se evaporó como el hielo en el fuego.
No sabían hasta qué punto esa mujer, de no más de treinta años, estaba involucrada con el tráfico de personas. Lion confiaba en que no lo estaba, y opinaba que solo los Villanos sabían lo que se cocía con el
popper
y los secuestros; por eso nunca se dejaban ver.
—¿Será tu pareja en el torneo, King? —preguntó Sharon estudiándola con intriga—. Es deliciosa.
—No lo sé, aún —contestó dejando a Cleo de piedra. La Reina de las Arañas no recibía los informes de los asistentes finales hasta el día de inicio del torneo. Podía hacer un tanteo entre clubes para invitar a los más especializados en según qué técnicas, pero no era ella quien decidía a quien escogían y a quien no. Eso pasaba por los Villanos.
Cleo apretó los puños, pero bajó los ojos al suelo.
—Eh, monada. —Sharon le alzó la barbilla con delicadeza.
—Mi señor no deja que nadie me toque —contestó Cleo con los ojos verdes claros y muy desafiantes. Demasiado para una sumisa. «No me toques o te corto la mano, guarra». ¿Por qué le tenía tanta rabia? Tal vez Sharon solo era otra practicante más de BDSM con otro tipo de rango superior dentro del mundillo, pero practicante al fin y al cabo. No obstante, según decía el informe, aquella noche la Reina de las Arañas estuvo en el local en el que se encontraban Leslie y Clint. ¿Tenía algo que ver con la muerte del amigo de Lion? ¿Y con la desaparición de su hermana?
Sharon arqueó las perfectas cejas rubias por encima del antifaz, y sus ojos caramelo la miraron con un respeto renovado.
—Así que tu amo no deja que te toque nadie, eh...
Cleo miró a Lion de reojo para ver cuál era su actitud. El muy cretino sonreía entretenido mientras miraba la interacción que tenía lugar entre ellas.
—No —recalcó sin miedo.
Ella se echó a reír y se llevó la mano a un compartimento que tenía en el interior de la falda.
—Casualmente, Lady Nala, tengo algo por aquí que tal vez te interese. —Sacó una tarjeta roja, con un dragón enrollado en su esquina, en la que ponía:

 

Estás invitada al segundo torneo de Dragones y Mazmorras D/s.
Si deseas asistir, regístrate en el foro de Dragones y Mazmorras D/s
y
no dudes en contactar por mensaje privado con la Reina de las Arañas.
Ella te lo facilitará todo.

 

—Si al final tu señor no acaba llevándote —dirigió a Lion una mirada acusadora—, a mí me encantaría verte en él. Es una invitación doble. Puedes traer a quien tú quieras para jugar.
Cleo aceptó la tarjeta y se la guardó provocativamente en el interior del corsé.
—No creo que la necesite, pero gracias...

Domina
—recalcó ella, deseando escuchar el título dominante de sus labios.
Cleo no sabía si decirlo o no. Odiaba a esa mujer, puede que injustificadamente, pero no le caía bien. Tal vez por el modo que tenía de mirar a Lion como si lo conociera mejor que ella.
O, tal vez, porque había visto a Leslie aquella noche en la que desapareció y la había dejado en manos de gente peligrosa.
Pero no quería decírselo; sobre todo porque ella, como sumisa, solo se entregaba a Lion: solo le había prometido sumisión a él, los demás se la traían floja. Seguramente, habría sumisas que también obedecían a otros amos. Ella no.
Cleo permaneció callada, y un fulgor de interés y atención apareció en las profundidades caramelo de la
domina
.
—Tienes la opción de venir sola también —le explicó Sharon—, en calidad de lo que tú quieras; pero, si no lo haces y al final apareces con King —sonrió segura de sí misma y acercó su nariz respingona hasta casi rozar la de Cleo—, reza por encontrar los cofres y superar los duelos. De lo contrario, si yo estoy en el escenario, y créeme que estoy en todos —remarcó—, te enseñaré a obedecerme de verdad. Y me encantará hacerlo, chica rebelde. —Le golpeó la nariz con el índice de modo cariñoso.
Cleo sonrió con frialdad.
—Ya veremos. —Estaba loca. Estaba desafiándola ante los presentes en la sala y era consciente de que había muchos ojos posados en ellos tres.
—Ya veremos. —Le guiñó un ojo coqueta, tomó a Lion de la mano y le dijo—: Saco a tu amo a bailar. ¿Sabes que se mueve muy bien? Apuesto a que tú ya lo sabes.
Lion y Sharon desaparecieron entre la multitud que se congregaba para bailar una balada que empezaba con las notas de un piano:
Hush Hush Hush
de Paula Cole y Peter Gabriel.
Cleo, estupefacta por ver cómo Lion sí que podía irse con la Reina de las Arañas y bailar con ella, se dio la vuelta en busca de más ponche. Se sentía expuesta e inquietantemente observada, y no solo por los hombres y mujeres que la deseaban.
Chocó con el pecho de Prince. El amo miraba penetrantemente a Sharon y, curiosamente, Sharon era consciente de su mirada negra sobre ella porque, de vez en cuando, miraba hacia él.
Cleo frunció el ceño, vigilándolos a uno y a otro. ¿Qué pasaba ahí?
—Sharon ya ha atrapado a King en su tela de araña —murmuró Prince. Parecía contrariado y desaprobaba abiertamente la actitud de la rubia—. ¿Te apetece salir al balcón a tomar el aire?
Cleo buscó a Lion con los ojos...
—A él no ha parecido importarle dejarte sola en medio del mar de tiburones —dijo el guapo y alto amo—, no tienes por qué preocuparte por lo que él vaya a pensar. Ya me ha dicho que no puedo tocar... Así que... No lo haré.
—No estoy segura de eso —musitó Cleo con atrevimiento.
Prince sonrió.
—No muerdo, pero es mejor retirarte un poco de los lobos. Tu
performance
en la silla ha despertado el interés de muchos amos que buscan mujeres como tú.
—¿En serio? —miró por encima del hombro—. ¿Y cómo soy yo?
—Especial. Bella. Única y entregada.
¿Él la veía así de verdad o era una treta para llevársela al balcón y tirarle los tejos? Prince era como un príncipe, tal y como su apodo de amo indicaba: apuesto, galante, caballeroso y con un porte distinguido. Y era guapo, muy guapo. Pero había algo oscuro y peligroso detrás de su antifaz y de sus ojos negros como la noche.
—Gracias. Pero creo que no habéis mirado bien —Claro que no. Ella se había dejado ir porque era el cretino de Lion quien la sujetaba. De lo contrario, nunca hubiera hecho eso...
—Oh, no lo creo,
belle
. Veo lo que hay. Y lo que ahora hay es que tienes a unas cuantas hienas a tu alrededor. King se ha ido con Sharon sin importarle ese detalle. ¿Te está probando?
¿Lo hacía? Le buscó entre la multitud enmascarada. No lo vio.
—Eres una novata. Se nota a leguas. Déjame escoltarte mientras tu amo no lo haga.
Sí. Prince tenía razón. Pero se equivocaba en una cosa: a ella no le importaba que Lion estuviera con la rubia mantis. Y para demostrárselo a él y a sí misma, accedió en tomar el brazo que ofrecía el príncipe y salir con él de la sala.

 

 

 

—¿Hace mucho que tú y King estáis juntos?
Cleo bebió ponche. Mejor beber que hablar. Prince estaba apoyado en la barandilla de hierro negra y observaba la plaza a sus pies. La gente iba y venía, las luces del Barrio Francés alumbraban sus rostros ebrios y alegres, faltos de auténtica diversión, deseosos de algo más que no encontraban. El rostro del príncipe recortado por la luz de la luna era digno de un retrato bucólico y embrujador.

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