Se sentó en la barra americana de la cocina y encontró una nota al lado de un vaso de agua y una aspirina.
Buenos días, agente Connelly.
Bébete el agua y tómate la aspirina. Lo necesitarás.
Hoy nos han invitado a una fiesta privada y «clandestina» en la mansión de
Madame
Lalaurie, a las nueve. Me he acercado para confirmar nuestra asistencia. Estoy encargando tu
attrezo
para esta noche. Necesito hacer unas transacciones y sacar los pasajes para nuestro viaje. Regresaré sobre el mediodía. Iremos a comer juntos.
—¿Agente Connelly? —Arqueó las cejas sorprendida y sonrió—. Qué formal estamos de buena mañana, agente Romano.
Sin darle importancia a la impersonal nota de Lion, Cleo se tomó el agua y la aspirina y esperó a que le hiciera efecto.
Vaya, vaya... Así que una fiesta. La mansión de
Madame
Lalaurie era conocida porque había pertenecido a la mujer más influyente de la ciudad de Nueva Orleans; y ahí se celebraban fiestas sociales de clase alta, muy reconocidas en la sociedad elitista.
Pero, en realidad, la leyenda de la señora nació porque era una sádica que maltrataba a sus criados. Los tenía como esclavos. Y, de hecho, mató a muchos de ellos en sus habitaciones... Decían que era una casa encantada, aunque era una propiedad privada destinada a eventos sociales.
El domingo de madrugada partirían hacia el torneo. Le quedaban dos días más de disciplina y, después de lo de anoche, estaba deseosa de que Lion impartiera su
doma
final.
Con ese pensamiento en mente y la canción
de Good Life
de One Republic, se dispuso a repasar todos los términos BDSM y las normas del juego, así como las fichas de los posibles amos que asistirían al rol. Debía conocerlos a todos y estar al tanto de sus historiales.
Pasaron dos horas de estudio, y Lion no la había llamado. Cleo pensó en llamarle, pero, si no lo había hecho nunca hasta ahora, no iba a empezar a hacerlo en ese momento porque hubieran pasado la noche juntos de verdad.
Acarició las preciosas cartas que tenía en mano: la baraja que los organizadores habían facilitado a los amos protagónicos para que pudieran familiarizarse con ellas.
Eran muy bonitas. Tenían dragones estampados en la parte trasera y, dependiendo del tipo de carta que fuera, eran de un color o de otro. Las letras estaban impresas en la esquina inferior izquierda, con las palabras
Dragones y Mazmorras DS
.
Sentía verdadera curiosidad por ver aquel ambiente y descubrir qué tipo de personas se disponía a participar en eventos de ese tipo. Seguro que se llevaría más de una sorpresa. De hecho, ya se la había llevado con Lion y su pronunciado gusto por la dominación.
El timbre de la puerta la sacó de sus pensamientos.
Lion se había hecho una copia de las llaves, así que él no podía ser. Le dio al visor de la cámara de identificación y se encontró con un rostro amigo con el que deseaba contactar desde hacía días.
La piel oscura y los ojos verdes del atractivo rostro de Magnus estaban al otro lado de la puerta.
Lion conducía su Jeep de camino a la calle Tchoupitoulas.
Iba a llegar antes de lo previsto. En su vida se había sentido tan contrariado como aquella mañana.
La noche anterior, borracho como una cuba, no había podido resistirse a hacerle el amor a Cleo. Y se había ido de la lengua en un momento huracanado de sexo y sinceridad aplastante.
A ver... Era obvio que no se habían declarado amor eterno ni nada por el estilo, pero le había dicho más a Cleo de lo que nunca le había dicho a ninguna mujer. Y eso, le hacía bien a su corazón de amo, pero no a sus principios como dominante.
En el torneo necesitaría mucha sangre fría para hacer con ella todo lo que se suponía que debían de hacer. Y no quería cometer ningún error con Cleo; no quería romperle el corazón de ningún modo.
Por eso, el tiempo con Cleo solo debía servirle para que ella conociera sus preferencias y para que se introdujera en su mundo.
Después del torneo y, si la misión finalizaba con éxito, sería Cleo quien decidiera si seguir en su mundo de
amos y mazmorras
; pero debía hacerlo por decisión propia, porque de verdad le gustara aquello, y no por confundir lo que fuera que ella sentía por él, no por una necesidad de agradarlo y de someterse solo porque a él le gustaba jugar así.
Ya había leído novelas de ese tipo y no le gustaban.
Cleo tenía que sentir la necesidad de ser dominada, al igual que él anhelaba la sensación de dominarla. No podía ser de otro modo.
El BDSM era un estilo de vida, no algo que te obligaras a hacer porque la persona a la que amas te lo pide.
Todavía veía el rostro confiado y enternecido de Cleo por todo lo que él le decía entre sus brazos.
—Quiero besarte, Cleo... —repitió golpeando el volante con el puño y fustigándose por su estupidez—. ¡Imbécil! —Se miró en el retrovisor—. Te dije que no debías hacerlo. Que no podías mezclar lo que ella despertaba en ti con la preparación y la disciplina de la misión. ¡Y lo has hecho! ¡La has cagado!
Estaba asustado.
Nunca había querido a nadie de un modo romántico. Esos pensamientos solo los guiaba el hada pelirroja que esperaba en Tchoupitoulas, y siempre había sido ella. ¿Por qué? Había una leyenda que rezaba que las almas que se pertenecían estaban destinadas a someterse la una a la otra para encontrar la verdadera libertad.
Cleo le dio vida cuando era pequeño.
Cleo lo excitó con su picardía y su descaro cuando era una adolescente y él, mayor de edad.
Ahora, como mujer, Cleo le freía el cerebro y los huevos.
Y, para colmo, estaban juntos en un caso. Pero eso se lo había buscado él. Podría haber dejado que Montgomery escogiera a un instructor para ella y entrara en el torneo como otra infiltrada más. Pero pensar que Cleo quedara en manos de alguien que no era él... No lo soportaba.
Por eso decidió ser su instructor. Nunca pensó en acercarse antes a ella porque le asustaba que Cleo pensara que era un loco por tener esos gustos sexuales; y, sabiendo exactamente lo que él buscaba, no quería atemorizarla. Pero si Cleo debía tener contacto real con un amo, entonces esa era su oportunidad y solo él estaba destinado a ejercer su
doma
. Nadie más podría tocarla.
Si Cleo entraba en la mazmorra, solo él estaría esperándola.
«Siempre fuiste tú», le había susurrado Cleo la noche anterior. Qué tierna.
Se acordaba perfectamente de lo sucedido; se acordaría siempre de su dulzura, de su calidez y de lo fácil que le era llamarlo «señor» cuando iba achispada.
Pero Lion debía retomar las riendas de sus roles para entrar en
Dragones y Mazmorras DS
y realizar la mejor actuación de sus vidas.
Y en una misión de ese tipo, las promesas de amor y las flores no venían incluidas.
Debería recordárselo a ella; y haría muy bien en recordárselo a sí mismo.
—Hola, señor. —Cleo no perdía el respeto por el rango superior que definía a Magnus como primer capitán de la Policía de Louisiana; aunque siempre habían tonteado lo suficiente como para perder esas formas.
Magnus le dirigió una sonrisa de dientes blancos y sus ojos verdes se alegraron sinceramente de verla.
—Cleo, llámame Magnus. Te lo he dicho miles de veces.
Ella puso los ojos en blanco.
—¿Qué haces por estas tierras, vaquero?
—Pasaba por aquí...
Magnus era un oso grande, muy proporcionado y atractivo. Sus ojos eran famosos en el Barrio Francés, porque no era muy común encontrar a un hombre de raza negra con los ojos tan verdes como los de él. Tenía el pelo oscuro cortado al estilo militar. Era exótico y triunfaba entre el sexo femenino. Aunque ella era inmune a sus encantos. Habían trabajado juntos durante mucho tiempo, pero Magnus siempre estuvo un grado o dos por encima de ella.
Coincidieron en la academia cuando cumplió veintidós años.
Cleo había cursado sus estudios universitarios criminalísticos en tres años. El último año fue una locura para ella, porque coincidió con su formación de ocho meses como recluta y después se añadieron las diez semanas más que debía realizar posteriores a la academia de entrenamiento para recibir la formación oficial de campo y entrar con el rango de soldado de caballería.
Cuando entró en la comisaría, Magnus era dos años mayor que ella y ejercía entonces como sargento de zona. Enseguida conectaron; además, Magnus era un admirador de su padre y eso facilitó su acercamiento. ¿Pero quién no era admirador de un hombre que en el mismo año de su jubilación, con sesenta y tres años, se quedaba colgado de un helicóptero en marcha y salvando vidas de la tromba de agua del Katrina?
Ella era su fan número uno.
Con el tiempo, fueron ascendiendo; y casi lo hacían a la par. Hasta que, después de cuatro años, ella había sido ascendida como teniente, y él, como capitán.
—Anda, pasa. —Cleo le invitó a entrar; tenía muchas ganas de que le explicara cómo había ido la redada del caso de tráfico de drogas en el que ambos habían trabajado juntos.
—¿Por fin me vas a invitar a darme un baño en ese jacuzzi?
—Ni lo sueñes, moreno —bromeó con él. La relación con Magnus siempre había sido distendida y a los dos les gustaba coquetear. Aunque Cleo era plenamente consciente de que ella no quería nada, mientras que Magnus sí—. Solo me interesas por tu información, ya lo sabes.
Magnus arqueó las cejas y se llevó las manos al corazón.
—Eso me ha hecho daño.
—Asúmelo. —Cleo abrió la nevera y, mientras se rascaba la pantorrilla con el dorso del pie, le preguntó—: ¿Quieres tomar algo?
—Una cerveza.
—Ok.
Se sentaron en las escaleras del porche. Magnus revisó el jardín mientras daba un sorbo largo a la cerveza.
—Antes de nada, cuéntamelo todo —le pidió ella—: ¿Cómo fue? ¿Tenéis a Fratinelli?
—Sí, lo tenemos.
Él le explicó cómo fue toda la acción policial desplegada y la persecución que tuvo lugar en el West End hasta que cogieron a Fratinelli y sus hermanos.
—Fue increíble —dijo Magnus recordando con orgullo lo sucedido—. Te habría encantado la persecución. En la avenida Lake lo pudimos interceptar; ¿y sabes cómo?
—No —dijo agrandando los ojos, metida de lleno en la narración de su amigo—. ¡Dime!
—Nos pusimos uno a uno, así —dejó la lata de la cerveza en el escalón de madera y juntó sus manos—. Un coche chocaba con el otro... ¡
plas, plas
! Y, entonces, di un volantazo y golpeé con mi morro el culo de su Pontiac.
—¡¿Sí?! —se echó a reír.
—Y su coche y el mío empezaron a dar vueltas sobre sí mismos y a derrapar. Hasta que el suyo impactó contra un semáforo y ahí se quedó.
—Diossss... ¡Qué emocionante! Me hubiera gustado verlo.
—Debiste estar allí. —Golpeó hombro con hombro.
—Sí —se lamentó.
—Lo que me lleva a preguntarte, muerto de curiosidad: ¿En qué estás metida tú?
Cleo se encogió de hombros.
—Solo necesitaba unas vacaciones.
Magnus la miró sin soltar su lata.
—¿Es por lo de Billy Bob?
—No. —Por supuesto que no era por lo de ese desgraciado indeseable—. Pero si lo ves, dale recuerdos de mi Taser y de mi parte.
—¿No me vas a dar detalles de por qué te ha dado un ataque por reformar tu jardín e irte de vacaciones?
—No. —«¿Qué detalles quieres, Magnus? ¿Los sórdidos o los que realmente me tienen acojonada? Como por ejemplo, ¿que no sé nada de mi hermana desde hace una semana, y que a su pareja en el caso en el que estaba infiltrada, la habían hallado muerta por asfixia...? ¿Y adivina qué? Me empieza a gustar el BDSM». Esa era una licencia que solo se permitiría reconocer, por ahora, en silencio.
—¿De verdad que no?
—No. No hay nada que explicar.
—A mí me han dicho que te han visto paseando con un tipo llamado Lion. Tim lo conoce.
«Tim es un maldito bocazas. Lo adoro, pero es una portera», pensó enfadada.
—Sí. Es solo un amigo. Nos conocemos desde que éramos así. —Bajó la mano a la altura de la rodilla. Magnus no sabía quién era porque él no había nacido allí; era de Chicago. Aunque sí que conocía a sus padres por lo importantes que eran en el negocio del algodón.
—¿Y está aquí ese hombre misterioso? —Miró a su alrededor—. Me gustaría conocerlo.
—Eh, no... —contestó incómoda—. Ha salido un momento.
—¿Duerme aquí?
Cleo le miró por debajo de sus pestañas.
—Esa, señor Maine, es una información que a usted no le importa.
Magnus intentó disimular su decepción con una sonrisa amable.
—Bueno, sea lo que sea en lo que estás metida, cuando me necesites, solo tienes que llamarme. —Magnus puso una de sus inmensas manos sobre la de ella, más pálida y pequeña—. Nunca permitiría que te sucediera nada. Ya sabes que soy tu caballero de brillante armadura.
Ella lo miró como diciendo: «¿En serio?».
—¿Lo sabes? —Se acercó a ella y le dio un pequeño golpe cariñoso de su frente contra su mejilla.
—Sí.
—Lo cierto es que en lo que a ti respecta, Cleo, el único macho al que permito rondarte es a ese dragón de Komodo que tienes por mascota.
—Es un camaleón —¿Pero cuántas veces tenía que repetirlo?
—Lo que sea. Tu padre me dijo que cuidara de ti. Y eso es lo que hago. A veces como
Daredevil
, entre la oscuridad.
—Eres un teatrero.
Magnus sonrió e hizo una mueca.
—Chica, qué difícil eres... En fin.—Se palmeó las rodillas y se levantó—. Como ya me has herido bastante el orgullo y estoy cansado de que me rechaces, al menos, deja que me vaya escuchando una vez que me dejas ser ese caballero.
—Magnus...
—Dímelo, anda.
—Magnus... No seas pesado —se echó a reír.