—Chúpamelos.
Cleo parpadeó. De acuerdo.
—Sí. —Asintió con las pupilas dilatadas y llenas de deseo. Sí. De repente quería tocar a Lion de ese modo y lamerlo. Quería pasar la lengua por sus tetillas. Y eso hizo. ¿Qué importaba si estaba enfadado con ella?
—Jo... der —se tensó al notar el primer lametazo.
Cleo lo ignoró. Lamía como una gata; y después abría la boca y lo mamaba, fustigando con su lengua, calmando y mimando el pectoral de ese hombre. Pasó las uñas por los abdominales, medio arañándolo. Ni siquiera sabía de donde venía ese instinto de marcar, pero le apetecía hacerlo.
Lion sonrió; y mientras ella lo chupaba, se apoyó con las manos en la pared que había detrás de Cleo.
—Eso es, nena.
Ella le mordió y tiró del pezón, absorbiéndolo en el interior de su boca con un ansia descomunal, con el hambre de una mujer famélica de cosas que no se atrevía a pedir.
—Desabróchame el pantalón —gruñó.
Ella levantó los ojos sin dejar de mirarle, y descubrió que él esperaba que se escandalizase. Sus ojos verdes brillaron con desafío y, mientras se dejaba caer de rodillas en el suelo de madera del baño, dejó sus uñas marcadas en su impresionante abdomen, y desabrochó su cinturón y su pantalón. No se iba a escandalizar. No iba a perder.
—Ya sabes lo que tienes que hacer —él tomó todo su pelo rojo en una mano.
Ella se abstuvo de responder. Lo hacía porque le daba la gana, no porque él se lo ordenara. Además, estaba enfadado, y a ella la estaba cabreando. Eso les iría bien.
Abrió su cremallera. Bajó su pantalón hasta medio muslo, llevándose los calzoncillos con el movimiento. Su pene grueso y venoso salió disparado hacia adelante.
Cleo ni siquiera le dio preliminares. Descubrió que le apetecía llevárselo todo a la boca; y eso hizo. Lo tomó de la base, le puso la otra mano bajo los testículos y lo engulló.
—¡Mierda! —exclamó Lion poniendo los ojos en blanco—. Cleo...
Ella removió sus huevos suavemente entre sus manos, y después se lo comió con la boca, hasta el fondo de la campanilla, y tragó.
Lion le tiró del pelo, dobló las rodillas un poco y empujó en el interior de su garganta.
—Sí, Cleo... Sí. Relaja la garganta...
Cleo cerró los ojos y procedió a saborearlo. «Un miembro tan grande podría matarte por asfixia», pensó. Pero no importaba. El sabor de Lion era salado; su tacto, suave y meloso. Le gustaba. Le gustaba tenerlo en la boca.
—Señor. —Lion movía las caderas cada vez más rápido, manteniéndola en el lugar—. Voy a correrme, Cleo.
«Córrete», pensó orgullosa. Hizo rotaciones con la lengua sobre su tronco y después se lo metió tan adentro que acarició la bolsa de sus testículos con la punta de esta. Entonces, la mano que le acariciaba entre las piernas, subió hasta pellizcarle un pezón ultrasensible y dolorido. Las sensaciones lo barrieron.
—Oh, Cleo... Nena...
Lion se corrió en su garganta, y ella lo absorbió todo, engullendo, tragando y alimentándose de él.
Cleo le dio un último lametazo mientras lo exprimía con la mano, y después se lo sacó poco a poco de la boca.
Lion tenía que sostenerse en la pared o caería lamentablemente sobre el suelo. Nadie, nadie, le había masturbado con la boca así, jamás.
Él era un hombre versado en el sexo y en las mujeres. Sabía a lo que se refería. Y se dio cuenta de que Cleo era la gran maga de las felaciones. Y eso, lejos de relajarle, lo cabreó todavía más.
Magnus no se merecía a una mujer como esa, porque no sabría valorarla ni sabría mantener su interés. Cleo era una mujer sensual, una maldita gata salvaje digna del trono de Afrodita, pero tenían que alimentarla y seguir cultivando su interés por el sexo, por la pasión... Y el jodido afortunado, al que él ni siquiera conocía, la tendría cuando todo el caso acabara.
¿Cleo quería a Magnus? ¿Lo... amaba? No. Lo dudaba. Sino, ¿por qué había aceptado aleccionarse como su sumisa?
«Por Leslie, gilipollas. Por su hermana. No por ti», se dijo a sí mismo.
Porque se suponía que Magnus y ella estaban juntos, ¿no? No públicamente, pero sí tonteaban y seguramente se acostaban. Joder, ¿quién no se iba a querer acostar con Cleo?
Con un gruñido, se metió el pene, que todavía seguía hinchado en los pantalones, y la levantó del suelo. Se inclinó para limpiarle las rodillas con las manos, y después le secó las lágrimas con los pulgares, las cuales, sin querer, habían caído de sus ojos debido al esfuerzo de albergarlo entero. Se inclinó poco a poco, como si fuera a besarla en los labios.
Cleo esperó paciente a que le diera el beso que, inesperadamente, anhelaba en ese momento. «Bésame, león enjaulado», pensó, pasando las manos suavemente por su espalda. «Y de paso me explicas por qué estás así».
Pero entonces pasó algo que la llenó de vergüenza: Lion le hizo la cobra y la besó en la mejilla para susurrarle:
—Ponte el sostén y la camiseta. Te espero fuera.
Abrió la puerta y la dejó sola en el baño. Necesitaba recuperar la respiración y el control de sí mismo.
Cleo tragó saliva y se sentó sobre la tapa del inodoro.
Dejó caer la cabeza sobre sus manos, apoyando los codos en sus muslos.
—¿Qué ha sido eso? —se preguntó consternada por lo que acababa de hacer y por lo que no le había hecho Lion.
Capítulo 10
Las personas somos duales: tenemos una parte dominante y otra sumisa. En el BDSM la esclavitud y la libertad coexisten en sus participantes. La primera se experimenta, la otra se siente.
El
camino desde el Barrio Francés hasta su casa se hizo en un serio silencio. Lion había comprado algunos
tuppers
de los puestos de comida que se vendían en la plaza Lafayette. Y ahora estaban cenando en la mesa de la terraza de su habitación. Lion lo había querido así, y lo había dispuesto todo ordenadamente.
Cleo seguía confusa por lo sucedido en el baño del Pirate’ s Alley Café. En realidad, ella debía seguir las instrucciones del amo Lion; pero saber que él estaba así por una mentira, la hacía sentir mal, porque el bulo lo había creado ella. Tal vez sería mejor que supiera que entre ella y Magnus no había nada. Nada de nada. Pero le daba vergüenza revelar la verdad.
El jefe había escogido algunos platos criollos para llevar. La cocina criolla de Luisiana, mezclaba influencia de distintas partes del mundo: desde la africana y caribeña, a mediterránea y francesa, incluso con toques italianos.
—En Washington no cocinan igual —dijo él llenando el vaso de vino tinto.
Cleo cubrió su copa con la mano y negó con la cabeza.
—Todavía tengo absenta en el cuerpo, señor. No me apetece vino.
Lion dejó la botella sobre la mesa, y le sirvió agua.
La estudió. Los focos del suelo de su terracita de madera alumbraban su rostro y creaban un halo rojizo alrededor de su cabeza. Una hada de los bosques sin sus duendecillos.
Y estaba contrariada y preocupada.
Como amo, tenía que hacerle entender a Cleo que mentirle no iba a concederle buenos resultados en nada. Pero como Lion, joder, la pequeña trola le había fastidiado más de la cuenta.
Cleo estaba entretenida mirando las momentáneas reformas que se habían hecho en su jardín. La mesa camilla con las cadenas, las fustas, los
floggers
, los dos postes de madera clavados como si fueran los palos laterales de una portería de fútbol americano...
—Mi madre tiene la receta de la mejor quiche de todo el estado —murmuró ella sin mucho entusiasmo—. Si se lo pides, te enviaría
tuppers
para un mes.
—Me gustaría ver a Darcy. —Lion se llevó un trozo de pimiento relleno a la boca—. He echado de menos sus granizados casi cada día de mi vida.
—Y ella te ha echado de menos a ti —exhaló suavemente y se puso un poco de ensalada de patata—. Te adoraba.
—Sí. Provoco ese curioso efecto en las personas.
—Normal, eres un buen mentiroso.
—Como tú —contestó él con acidez.
Cleo le lanzó una mirada resentida mientras tragaba y se acompañaba con un poco de agua.
—Según las leyes serviles y dominantes, debes aprender a olvidar y no alargar un castigo demasiado, ¿me equivoco, señor?
—Lo que debo, traviesa Cleo, es hacerte entender que no me debes mentir bajo ninguna circunstancia. Puede que no te estés tomando esto demasiado en serio porque crees que es algo que no será duradero. Pero, mientras estés conmigo, tienes que estar al doscientos por cien en todos los sentidos. Como agente, como persona y como sumisa.
—¿Tú lo estás?
—Sí. Por supuesto que sí.
Ella se quedó callada y siguió comiendo en silencio. No creía que estuviera al doscientos por cien. ¿Quién lo estaba?
—¿Qué tipo de relación tienes con Magnus? —Lion intentó comprender la relación de Cleo con ese tipo.
—Nada serio. Ya te lo dije.
Nada serio. Pero ese tal Magnus estaba en Nueva Orleans con ella, compartía los días con ella y, seguramente, le haría reír. Lion se agrió ante aquel pensamiento.
—Me imagino que no debe serlo, porque no ha pasado a verte ni un solo día. No debes significar mucho para él —añadió concentrado en comerse su pimiento relleno.
«Vaya. El amo es muy cruel», pensó ella, dirigiéndole una sonrisa fría e indiferente. Pero Lion siempre había sido así de malvado con ella.
—Si tú lo dices... Aunque supongo que lo que haya o deje de haber entre Mag y yo es asunto mío.
—No, nena —contestó con voz peligrosa—. Te equivocas. Mientras estés en el caso, todo me concierne. Con quién vas o con quién dejas de ir; a quién llamas y a quién no. ¿Le has llamado alguna vez estos días?
—No. No lo he hecho. No me he puesto en contacto con nadie.
—Entonces, Mag —repitió pitorreándose—, ¿no tiene ni idea de que me estoy beneficiando a su chica? —Mierda. Acababa de rebasar la línea y su credibilidad como profesional había bajado varios enteros. Cleo le freía el cerebro.
—Está bien. Lion, creo que debemos dejar claros algunos conceptos. —Se limpió las comisuras pulcramente con la punta de la servilleta—. Yo no soy la chica de nadie. Y, que yo sepa, tú y yo estamos trabajando juntos para representar un papel. Todavía no te has acostado conmigo; solo hemos puesto en práctica tus técnicas de dominación, así que, técnicamente, nos estamos magreando, pero no beneficiando.
—Te he hecho el amor con la boca —aclaró de modo letal.
—Y yo también te lo he hecho esta tarde en el servicio de señoras. Pero nadie se ha beneficiado a nadie. Y ahora, si al señor no le importa, me gustaría que habláramos del caso que ha hecho que tú y yo tengamos que estar cenando aquí, educadamente, cuando lo que en realidad nos apetece es sacarnos la piel a tiras.
Él frunció el ceño. Cleo no tenía ni idea de lo que a él le apetecía hacerle; y no tenía nada que ver con sadismos de ningún tipo, pero sí con lo que la joven tenía entre las piernas y con su lengua locuaz y viperina.
—¿Tienes noticias del foro? —Ella también sabía redirigir las conversaciones a temas menos espinosos—. ¿
Habemus
invitación?
—Tengo invitación desde hace dos meses. Una invitación particular de la Reina de las Arañas.
Cleo sonrió sin ganas. Cómo no. Lion lo tenía todo bajo control y había obviado explicarle ese detalle.
—Así que eres un VIP...
—
Pse
. Hoy he recibido el código de vestuario a llevar por los amos protagónicos. Todos los amos iremos igual. Serán nuestras sumisas las que nos diferencien. Tenemos que elegir tu atrezo.
—Claro... —gruñó, pensando en el hecho de que él ya tuviera invitación desde hacía tiempo—. ¿Cuántos agentes más hay infiltrados en el caso?
—¿Además de Leslie?
—Sí.
—Nick y Karen. Éramos cinco agentes infiltrados—«Hasta que se cargaron a Clint», pensó con amargura. Por suerte, no había mujeres y niños que hubiese dejado atrás... Pero estaba él; y le echaba muchísimo de menos. En cuanto encontrara al responsable de la muerte de su mejor amigo se lo cargaría .
Cleo se sintió mal por Lion. Ella no conoció a Clint, pero seguro que era un buen hombre.
—¿Qué papel interpreta Nick?
—Hace de sumiso. Y su ama, que es Karen, ya ha obtenido la invitación.
—¿De la Reina de las Arañas?
—Sí.
—¿Sabes? Tengo ganas de conocer a esa Spiderwoman. Le llamó la atención mi hermana, se la has llamado tú...
—Y se la llamarás tú también por ser mi acompañante oficial.
—¿Tan importante eres en el mundo BDSM, Lion King?
—No es por ser o no ser importante.—Lion vació la copa de vino y se inclinó hacia adelante—. Es porque nunca he hecho nada en pareja. Y va a extrañar a algunos roleadores que sí conozco y que no dudo encontrarme por ahí.
—¿Jamás? ¿Jamás has jugado con la misma sumisa?
—Nunca más de dos días seguidos. Y ahora me presento a uno de los torneos de BDSM más importantes del mundo, con una chica que nadie conoce. Creerán que eres muy valiosa para mí, tanto como para permitir que juegues conmigo. Por eso despertarás el interés de las Criaturas y de todos los amos protagónicos. Por ese mismo motivo, los Villanos se fijarán en ti. Tienes todos los números para salir elegida por ellos. Las sumisas que encuentres en el torneo y se crucen con nosotros querrán saber quién eres, de dónde vienes, cuáles son tus técnicas... Se preguntarán: «¿qué tiene ella que yo no tenga?».
—Vaya... —Puso los ojos en blanco—. ¿Rompías corazones, señor?
—Es lo que sucede cuando te creas expectativas.
—Ya. —Tuvo ganas de replicarle. Pero era evidente que Lion evitaba la vinculación emocional con sus «parejas». ¿Le gustaba saberlo? ¿No le gustaba? ¿Querría ser ella diferente? La suya era una relación laboral un tanto anómala, pero su relación sexual tenía un objetivo: la infiltración. Por el bien de su salud emocional no debía olvidar jamás ese hecho—. Así que tengo que dar el callo, ¿eh? —Aun así... Maldita sea, ¿con cuántas mujeres había estado ese amo del demonio?