Los músculos paravertebrales y los hombros se hinchaban y se relajaban a cada movimiento.
A Cleo se le cerró el estómago. Hoy tocaba castigo por todas las ofensas de ayer y porque el amo quería saber cuál sería su resistencia al colocarse bajo la dureza de su vara; y no precisamente la que tenía entre las piernas.
Se tragó lo que quedaba de manzana plantándose tras él con todo el valor que no tenía. La mesa que tenía Lion delante albergaba un montón de artilugios destinados a fustigar, azotar y flagelar; y Cleo ni siquiera quería mirarlos.
—Hoy podrás vengarte por aquella vez que te tiré de la lancha motora en marcha de tu padre —dijo Cleo para relajarse.
Lion sonrió sin que ella lo viera. Necesitaba mantener su rol, aunque el recuerdo que evocaron sus palabras le llenó de melancolía.
Los padres de Lion era muy poderosos en Nueva Orleans. Eran los principales algodoneros del estado. Estados Unidos tenía tres grandes puertos algodoneros: Galveston, Savannah y Nueva Orleans, que embarcaba de las riberas del Misisipi. La familia Romano, que tenía raíces italianas, aunque las nuevas generaciones se considerasen plenamente americanas, era la más importante en lo que a producción de algodón se refería.
Al padre de Lion, Michael, le encantaban las lanchas de alta velocidad. Cuando eran más pequeñas, Leslie y ella habían ido con sus padres a revisar las plantaciones de algodón y utilizaban sus lanchas para bordear el río.
Lion molestaba a Cleo continuamente. Le deshacía las coletas o se reía de su pelo rojo; y ella, simplemente, harta de él, lo empujó. Y lo hizo con tanta fuerza que se desequilibró y saltó por la borda de la lancha.
—Buenos días, gatita ¿cómo has dormido hoy? —preguntó amablemente, sin darse la media vuelta. Dejó la fusta y tomó otro objeto.
Ups. Lion en modo amo ON desde el minuto cero.
—Bien, señor. ¿Y tú? ¿Has dormido bien?
Él asintió y se dio la vuelta para enseñarle lo que tenía entre las manos. Era una correa negra que sujetaba una pelota roja de caucho de unos cuatro centímetros de diámetro.
—¿Sabes lo que es esto? —preguntó colocándosela a la altura de los ojos.
Sí. Sí que lo sabía porque ella también hacía los deberes y aprovechaba cualquier momento para ver algún vídeo de BDSM.
—Es una mordaza.
—Se suelen llamar
gags
. No sé si ponértela o no Cleo. Este jardín está abierto y los vecinos pueden oírte gritar, así que mejor ponemos música bien alta. —Miró el equipo musical que había en el porche interior—, y lo acompañamos con uno de estos fetiches, por si acaso. ¿Qué te parece?
—Como tú consideres, señor.
—A mí me complacería no ponértela. Quiero oír tus comentarios y lo que puedas decir. Y quiero que cuentes los latigazos. Hay amos a los que les excita la acumulación de saliva de sus sumisos con estos fetiches y también los ruidos que hacen al intentar hablar. A mí no. Eso no me atrae precisamente. Prefiero oírte a ti. ¿Estás de acuerdo, Cleo? ¿Con
gag
o sin
gag
?
—Sin.
—¿Lo aguantarás por mí?
¿Que si lo aguantaría por él? Si se lo pedía así... Lo intentaría. Intentaría soportar el dolor que seguro le iba a infligir.
—Lo intentaré, señor.
Lion se acercó a ella y bajó la cabeza para darle un beso en la mejilla. Un beso nimio y, a la vez, lleno de reverencia.
Ella se quedó sorprendida por el afecto en ese gesto y sonrió.
—Me encanta como hueles, Cleo.
—Es el champú.
—No —dijo él—. Tú haces que el champú huela así en tu pelo y en tu piel. Dime, ¿has desayunado bien?
—Sí, gracias por prepararme el desayuno.
—De nada. ¿Estás nerviosa por lo que va a pasar aquí?
¿Le mentía o no le mentía? «Nunca me mientas», recordó.
—Sí, un poco sí.
—¿Tienes miedo de que te haga daño? Vas a estar atada e indefensa ante mí. Voy a enseñarte en cada momento con lo que te voy a golpear. Voy a explicarte lo que le sucede a tu cuerpo. —Le acarició la barbilla con el pulgar y la tomó de la mano guiándola hasta la mesa con cuatro cadenas en cada una de sus esquinas que había dispuesto en el jardín. Había convertido su maravilloso espacio chill-out en una mazmorra—. Estírate aquí boca arriba. Pero antes, quítate las braguitas.
¿Podía humedecerse una mujer solo ante esas palabras? ¿Por qué estaba de nuevo tan excitada ante la posibilidad de sentirse indefensa y forzada a aceptar algo? ¿Por qué quería que fuera Lion quien la provocara?
Se quitó las braguitas meneando las caderas de un lado al otro, quedándose desnuda ante él. No había tenido ninguna vergüenza al presentarse en topless esa mañana y, ahora, tampoco sentía vergüenza al quedarse en cueros.
La noche anterior lo había desnudado y lo había acariciado hasta que él se durmió, ¿o fue ella quien lo hizo? No le tocó el pene, pero sí todo lo demás.
Qué sensación más extraña e indescriptible: sentirse a salvo con Lion cuando todavía no habían empezado la parte dura de su doma.
—Jesús, Cleo... —la ronca voz de Lion penetró su piel—. Estás muy lisa —sonrió como un corsario que iba a secuestrar a una doncella, devorándola con los ojos brillantes de deseo y antelación.
—¿Te gusta así, señor?
—Me agrada mucho —contestó sincero, tomándola de la cintura y alzándola hasta sentarla en la mesa—. Estírate mirando hacia arriba.
Ella lo hizo, y él aseguró las cadenas a sus muñecas, por encima de la cabeza, y a sus tobillos, abriéndole las piernas. Cuando las cadenas hacían clic, él acariciaba la zona apresada para tranquilizarla.
—Voy a tocarte, Cleo —anunció con el rostro entre sombras.
—Sí —susurró.
Lion pasó la mano por encima de su garganta y la fue deslizando a través de su clavícula y sus pechos. Acarició los pezones con los pulgares, deteniendo las manos ahí.
El corazón de Cleo se disparó, y un ramalazo de deseo se ubicó en su entrepierna, arremolinándose detrás de su ombligo. Se mordió el labio inferior y cerró los ojos.
—¿Te gusta que te toque así?
—Sí, señor. Me gusta.
—Y a mí me gusta tocarte, Cleo.
Ella abrió los ojos y centró su vista en él. Lion sonreía ensimismado con sus pechos y tenía el puente de la nariz rojo de excitación.
«Entonces, también te pongo un poco nervioso, ¿eh? Bien, un poquito no es malo», pensó con regocijo.
—Tengo que disciplinarte con los azotes. En el torneo pueden venir pruebas de todo tipo si no encontramos antes los cofres; y nos podríamos ver obligados a emprender algún duelo. Un duelo podría ser el de contener el grito durante el azote, el de contarlo, o el de no correrse o no llorar... Y hay que tener mucho autocontrol.
—¿Podría correrme por los azotes?
—Por supuesto —contestó—. Puede que hoy no, porque vas a estar demasiado preocupada en pensar si te duele o no. Mezclaré los azotes con las caricias, te estimularé y te calmaré. Quiero que te familiarices con los golpes y quiero comprobar cuál es tu zona más sensible, ¿estás conforme?
—Sí —dijo decidida.
—Primero voy a prepararte por delante, y después lo haré por detrás. No utilizo látigos porque son muy dolorosos y pueden llegar a cortar la piel. En el torneo, las Criaturas utilizan látigos para castigar; pero son amos muy versados en esas prácticas y saben que no pueden cometer errores y hacer daño de verdad a una sumisa.
—Me dan miedo las Criaturas.
Lion asintió.
—No tienes que temerlas. Además, haremos lo posible por no caer en sus garras.
—Bien.
—Los instrumentos que use pueden despertar muchas sensaciones en ti. Si tienes que gritar, hazlo, Cleo. Si tienes que llorar, llora. Y, si no lo aguantas, recuerda la palabra de seguridad.
—Scar.
—Eso es. —Volvió a pasarle los pulgares por los pezones y luego deslizó los dedos por su cintura, sus costillas y después las caderas. Se quedó con los ojos clavados en su vagina y llevó los dedos hasta ahí para abrirla con cuidado.
OH-DIOS-MÍO. Solo quería verla; no la acarició por dentro ni coló los dedos por ningún lugar. La abrió como si fuera un melocotón para observar su color y su textura. Pero ella sintió que se humedecía y que empezaba a palpitar.
—Tienes un color muy rosado. Cuando la sangre se acumule ahí por los azotes y las palmadas, se hinchará y pasará al rojo rabioso. Te volverás muy sensible. Los azotes en estas zonas sirven para que la sangre bombee en los puntos sexuales y seas plenamente consciente de ellos. Cuando estés lista, podrías llegar al orgasmo solo con un soplido —aseguró acariciándola levemente—. Es muy bonito, Cleo. —La alabó con tacto y cuidado.
Ella inspiró profundamente cuando dejó de tocarla y exhaló con un gracias ahogado.
—Vamos a empezar —dijo cogiendo un
flogger
de varias colas—. Lo primero que tienes que hacer es no poner etiquetas a lo que estás sintiendo. Sé que es angustioso estar atada e inmovilizada sabiendo que alguien te va a golpear, pero soy yo: soy Lion. Me cortaría una mano antes que hacerte daño de verdad. Así que —sopesó la carga de las colas y las revisó con atención—. No etiquetes. No hay dolor. No hay placer. Hay algo mucho más poderoso y potente que eso. —Dejó que las colas del
flogger
acariciaran su torso y pasaran por encima de sus pezones. Estos reaccionaron y se pusieron de punta—. Eso es. Respondes muy bien, Cleo. —Ah... Gracias, Señor.
—Lo que voy a hacerte, todo lo que vas a sentir puede parecer doloroso; pero es dolor para conseguir un placer sublime. El dolor no es el fin de los azotes: es el medio para hacer que vueles. Una sesión de BDSM, un castigo, no tiene por qué aterrorizarte. Puedes pensar en ello como una escena de una peli de suspense en la que no sabes lo que va a pasar. Sentirás un cachete, y después, en la misma zona, dos besos o dos lametazos; un azote, y después una caricia reconfortante. Y la suma de todo eso, la suma de sentimientos y del gran contraste del dolor y el placer es lo que hace del BDSM algo tan increíble. Sexo bestial y dulzura infinita, suavidad y dureza, el infierno y el cielo... Imagínate una discusión y después lo increíble que es la reconciliación. En esto es lo mismo: después de que te flagelen o te castiguen, lo mejor es que cuiden de ti y te mimen. —Se inclinó sobre ella y le dio un beso fugaz en los labios—. Yo voy a cuidar de ti, nena.
Antes siquiera de que Cleo pudiera saborear y entender el motivo de ese beso, llegó la primera caricia vertical de las colas del
flogger
. La golpeó sobre el estómago, aprovechando su propio peso para que las colas no se enredaran y fueran todas en la misma dirección.
Cleo se tensó y con las manos se agarró a las cadenas.
Primero llegó uno y después otro y otro y otro... Llegaban a gran velocidad e impactaban sobre la piel desnuda de la joven, que apretaba los ojos con fuerza y ponía todo el cuerpo en tensión.
—No me gustan los verdugones, ni las marcas en la piel, ni los cortes... Los sádicos, no los amos que les gusta la dominación y la sumisión —aclaró—, abusan de los látigos —¡Zas!, en el pecho izquierdo—, incluso de los
floggers
con objetos cortantes. —Otro zas en el otro pecho—. Pero los sádicos tienen otra psique y les gusta infligir dolor por dolor. A mí no.
Cleo estaba temblando, aguantando las sensaciones como buenamente podía. Lion se había detenido, y ahora sentía cómo la piel atizada le hormigueaba y se calentaba. Y, entonces, llegó otro tipo de golpeo sobre sus muslos. Uno igualmente estimulante.
La piel le picaba y no sabía si lo que estaba experimentando era dolor o placer. Después de trabajar sus muslos, Lion subió el
flogger
de nuevo sobre el estómago; y entonces llegó el primer rayo de dolor fuerte cuando las colas fueron a parar a su entrepierna.
—¡Oh, mierda! —exclamó ella apretando los dientes.
—¿Te ha dolido este, Cleo? ¿Así?
Se lo hizo de nuevo: y Cleo saltó de la camilla-mesa al sentir el azote en la vagina.
Pero cuando la sensación picante desaparecía, quedaba de nuevo aquella extraña estimulación en toda su piel, como si alguien la tocara pero sin tocarla. Y se sentía arder.
—Aguanta, Cleo. Esto es solo para prepararte. Es un calentamiento. —Se centró de nuevo en sus pechos y pasó de manera continuada las colas del látigo a modo de caricia susurrante, para luego volver a empezar.
Estuvo largos minutos trabajando su parte delantera, hasta que toda su piel estaba roja debido a la estimulación.
—Dios... Eres tan bonita.
Cleo no podía hablar. Estaba convencida de que su cerebro se estaba friendo. ¿Qué le sucedía a su cuerpo? ¿Acaso quería más? No podía ser...
Él acarició su rostro y retiró el rojo flequillo de sus ojos.
—Haces que quiera follarte ahora mismo, Cleo. Te estás entregando a mí.—Colocó la palma de la mano sobre su vagina y la dejó ahí, sin mover los dedos—. ¿Lo notas? Te estás humedeciendo, nena.
¿Se estaba entregando a él? Lo que pasaba era que estaba ardiendo como un jodido volcán. No quería que la dejara de tocar. No quería que apartara la mano de ahí.
—Lion...
¡Zasca! Primera cachetada con la mano abierta sobre su sexo:
spanking vaginal
; y dejó la mano ahí, reteniendo todo el calor.
A ella se le saltaron las lágrimas, pero, incomprensiblemente de nuevo, deseó mucho más.
—¿Cómo me llamo?
—Señor.
—Sí, eso es —pasó los dedos por su raja, pero no hizo nada más—. Buena chica.
Sin saber muy bien cómo, Lion la liberó de las cadenas y le dio la vuelta como un pollo; se quedó boca abajo sobre la mesa. Él la aprisionó otra vez y empezó a flagelarla tal y como había hecho con su parte delantera. Lo hacía a un ritmo y a una velocidad que contenían una fuerza hipnótica. No fuerte, porque aquel no era el castigo principal, pero sí con la suficiente presión y cadencia constante como para que su piel se preparase.
—Dios —gimió Cleo, colocando el rostro hacia el lado contrario en el que él estaba. Le escocía la piel, seguro que se le estaba irritando; pero su cuerpo se sumía en una hipnosis provocada por el contacto de las colas, por cómo alternaba un golpe y otro: uno más fuerte, otro más flojo, uno más suave... Después se detenía y le pasaba las manos por encima de la zona torturada, como si la quisiera consolar y acariciar, pidiéndole perdón por el castigo que le estaba infligiendo. Y a ella, en ese momento, le entraban ganas de llorar. Pero no lo haría. Debía ser fuerte.