Pasaron de largo el vecindario de Saint Thomas y se metieron de lleno en el Barrio Francés, o French Quarter, como allí se conocía.
Siempre que patrullaba esa zona, Cleo se imaginaba Nueva Orleans en el pasado. Sus calles todavía tenía ese espíritu que hablaba de hombres ricos y criollos, de esclavitud y prostitución, del misterio de la brujería y el vudú. Por algo se consideraba la ciudad del pecado en la antigua América, ¿no?
Bourbon, Ursulines, Charles... eran algunos de los nombres de su calles, las cuales evocaban lo clásico y lo poético de antaño. Caminitos en los que antes las prostitutas no eran tan jovencitas como ahora, al contrario: eran mujeres experimentadas, no como las niñas que trabajaban de forma burda las esquinas en la actualidad.
Y aun así, aunque el Barrio Francés todavía pecaba, uno no dejaba de admirarlo y verse abducido por el olor a azaleas de sus patios, por los balcones de hierro forjado de sus antiguas casas; por los colores de las fachadas y la música del saxo a ritmo de jazz.
El Barrio Francés tenía algo mágico que gritaba por la supervivencia.
—No. No lo estoy —contestó Lion finalmente.
—¿Que no estás qué?
—Tu pregunta...
—Ah, vaya... —Fingió que se asombraba—. ¿Contestas después de diez minutos? —preguntó aburrida—. Ni siquiera me acuerdo de lo que te he preguntado.
—Me has preguntado que si estoy enfadado. Mi respuesta es no —le habló como si fuera una niña pequeña.
—Ya, claro... ¿Entiendes al menos mi reacción? —Seguía mirando a través de la ventana. El sol hacía que el río Misisipi brillara como si estuviese cubierto por diamantes.
—Entiendo que tus nuevos superiores te han dado unas directrices y que tú te quieres saltar la principal a la torera. Luego: tendré que dar una valoración al FBI de tu trabajo y por ahora no estás facilitando las cosas. Me siento un poco decepcionado. Leslie nunca...
Cleo lo encaró ofendida.
—Leslie no está aquí, ¿verdad? —La intención con la que lo dijo no era la de ofenderlo, pero por el modo que tuvo Lion de agarrar el volante se dio cuenta de que lo había vuelto a hacer. Sin embargo, él la ofendía comparándola con su hermana. Y todo el mundo sabía que las comparaciones eran odiosas—. Puedo aprender lo mismo con otro amo. No eres el mejor del mundo, Lion.
—Eso es algo que no sabrás hasta que pruebes a otro antes que a mí y veas las diferencias.
—A lo mejor lo que veo me gusta mucho más. A lo mejor —entrecerró los ojos verdes y estudió su perfil, elegante como el de una pantera—..., me gusta tanto que no necesito probar nada más. Podría incluso entrar en el juego sin que tengas que ser tú mi acompañante.
La mirada de Lion estaba llena de sarcasmo. Detuvo el coche en la famosa calle de los piratas, Bourbon Street, donde los hermanos Lafitte celebraban la consecución de los botines robados y tenían sexo hasta quedar inconscientes.
Lion apoyó el brazo sobre el respaldo del asiento de Cleo y acercó su nariz a la de ella para decirle:
—A lo mejor eres rubia, mides un metro ochenta y estás para mojar pan... Pero ambos sabemos que no eres así.
Ella parpadeó.
—Lo vuelves a hacer. Esa es Leslie, no soy yo —dijo en voz baja y seria.
Lion la miró fijamente, repasando su atuendo y admirando los pómulos altos y la boca rosada de aquella valiente mujer inconsciente que no sabía que él cuidaría de ella mejor que nadie; que no sabía que ella era muchísimo más hermosa y especial que su espectacular hermana. Al menos, para él.
—Baja del coche —le ordenó.
Cleo no tardó ni un segundo en obedecer. O salía de ahí... O... No sabía lo que iba a pasar, pero de repente se hacía difícil respirar ahí adentro. Como el fuego que se come el oxígeno, así era Lion.
—¿Qué hacemos en Bourbon?
—Voy a presentarte a unos amigos.
De fondo se escuchaba una comparsa fúnebre, la muerte de un ser querido. Pronto desfilarían por ahí todos sus familiares, con el féretro a hombros, mientras caminaban al ritmo de una melancólica trompeta; y luego regresarían al ritmo alegre del jazz. Cleo no estaba de humor para pararse y sentir respeto y pena por ellos.
Lion se acercó a una antigua casa que estaba franqueada por dos pubs de copas, uno de ellos era el
Lafitte’s Blacksmith shop
. Por la mañana, bajo la luz del sol, todos los
pubs
, clubes, restaurantes y locales que invadían las catorce calles del French Quarter, parecían inocentes: lugares en los que la gente de todas las edades podían tomarse algo en sus terracitas y ver corretear a los niños alrededor. Pero Cleo y Lion, nativos de esa tierra e hijos de esa ciudad, sabía que por la noche todo se transformaba.
Cleo observó el timbre de botones metálicos y plateados. ¿Qué hacían ahí?
—¿Sí?
—Traigo un botín —dijo Lion.
Hubo un silencio corto en el interfono y después la puerta de la entrada se abrió.
—¿A qué viene eso? ¿«Traigo un botín»? —repitió Cleo asombrada.
—No pienso exponerte en los clubes nocturnos populares del barrio. Este es un local secreto donde se practica el BDSM; y solo algunos saben su contraseña. «Traigo un botín» es la contraseña.
Ella abrió la boca al tiempo que Lion subía las escaleras hasta la primera planta. ¿Un club clandestino? ¿Por qué estaba tan emocionada?
—Este club existe desde hace al menos un siglo. Lo fundó una familia criolla de Nueva Orleans y ha pasado de generación en generación. —Se detuvieron frente a una puerta de madera roja.
—¿Una familia de amos?
—No —Lion sonrió como un pirata—. Una familia de amas.
—¿Son mujeres? ¿Las dueñas son mujeres?
—Es posible que las conozcas —le advirtió—. Cúbrete el rostro con la capucha y ponte esto —se sacó la gorra
Billabong
negra que llevaba y se la colocó por debajo de la capucha, metiéndole parte de los mechones rojos por dentro y por detrás de las orejas. Lion se detuvo en sus lóbulos y los acarició con parsimonia—. Tienes las orejas muy pequeñitas...
—Agente Romano... —murmuró Cleo con las mejillas rojas, inmóvil, recibiendo gustosa esa caricia.
—¿Hum?
—¿Qué está haciendo?
Lion sonrió y sacó las manos.
—Me ocupo de que nadie te reconozca.
Sí. Y también le magreaba las orejas. Cosa que a ella la ponía a mil.
Buah
, tenía los pezones de punta. Desvió la mirada a ver si se marcaban a través de la sudadera. Pero no. Menos mal.
—Cuando mires, no alces mucho la cabeza, ¿de acuerdo?
La puerta se abrió, y ante ellos apareció una mujer de color a la que Cleo le costaba reconocer. Vestía con pantalones de pitillo rojos, un top negro y unos zapatos de tacón del mismo color, y tan altos que daban vértigo. Sus ojos eran azules, efecto de las lentillas de color que llevaba.
—Mira lo que ha traído la marea...—dijo con una enorme sonrisa invitándoles a pasar.
—Nina —la saludó Lion. Puso la mano en la parte baja de la cintura de Cleo y la precedió hasta el interior del local.
—Ha pasado mucho tiempo, King.
Él asintió de acuerdo a su afirmación y Cleo levantó las orejas como un felino que captara la amenaza alrededor. ¿Por qué se sentía amenazada por esa mujer?
—¿Qué te trae por aquí? —preguntó Nina.
—Lo de siempre —contestó escueto—. Tráeme a tres.
La mujer parpadeó con sorpresa, asintió y pareció comprender sus prisas. Caminó a través del pasillo blanco decorado con cuadros de antiguos fundadores, meneando las caderas de un lado al otro y taconeando con brío. Se detuvo ante una caja que collada a la pared. La abrió, y entre veinte llaves diferentes escogió una dorada con una cinta negra colgando.
—Toda tuya. —Nina le dio la llave y miró con curiosidad a Cleo.
Lion la alejó de su escrutinio y se dirigieron de nuevo a la puerta de la calle. El club estaba en el subterráneo y era un lugar que todo el mundo desconocía.
—¿Ya nos vamos? —preguntó Cleo bajando las escaleras—. Esa mujer te ha llamado King —se mofó como si fuera ridículo.
—Es mi
nick
. El nombre que uso en el foro.
—¿Como un pseudónimo?
—Sí.
Ella bajó las escaleras de dos en dos. King...
—¿Nina conoce el foro rol de
Dragones y Mazmorras DS
?
—No lo creo. El foro rol y el torneo hace poco que existen. No más de dos años. Además, es un foro muy selectivo. Pero si tu pregunta se refiere a si la veremos en el torneo... La respuesta es no. Nina y sus hermanas solo regentan este club. No les interesa nada más.
Vaya... Mientras bajaban a lo que parecía ser un sótano, Cleo se preguntó hasta qué punto Lion conocía a la familia de amas. Y como la curiosidad mató al gato, dejó de pensar en ello.
Lion la llevaba a un reino oculto entre las sombras, un inframundo que ella ignoraba. Y la sensación era parecida a la que tuvo cuando era niña y descubrió a su padre disfrazado de reno, dejando regalos bajo el árbol de Navidad.
Conclusión: Santa por supuesto que existía, pero lo de los renos era un montaje.
Tal vez, en ese momento descubriría que no solo existían el sexo y el amor convencional; podría haber algo más tras la puerta que estaban abriendo.
¿Le gustaría lo que iba a encontrar?
Capítulo 6
Si te dan a elegir entre cuatro demonios, el feo, el malo, el bueno y el tío bueno, ¿a quién elegirías? Al final cogerías al tío bueno... ¿No? Pues lo mismo con los amos.
No
había muy buena iluminación. No se oía nada; pero, para Cleo, incluso el silencio era más inquietante que cualquier sonido que pudiera darse en las salas de ese club.
Joder, estaba bajo tierra. Nunca se hubiera imaginado que en Nueva Orleans pudiera haber algo así; aunque, por otra parte, ¿dónde habría algo así sino en Nueva Orleans?
—¿Están insonorizadas? —preguntó mientras rozaba con los dedos una de las puertas metálicas.
—Sí. Es el único modo de mantener lo que se hace aquí en secreto.
Todas tenían colores distintos. Al final, se divisaba una puerta negra y grande con un león dorado que hacía de picaporte.
Lion. León.
King. Rey.
Cleo ató cabos y llegó a la conclusión que Lion era el Rey León dentro del mundo del BDSM.
Él sacó la llave y abrió la puerta. Presionó al interruptor y la espartana sala se iluminó con una luz azulada y tenue.
—En este local hay muchas salas distintamente ambientadas. Tienen salas rojas, medievales, salas
dungeons
, salas
fetish
y salas
a pelo
, como esta. Todas están equipadas con todos los juguetes necesarios. Las rojas disponen de un completísimo material para las prácticas SM: cama de tortura, trono, cruz de San Andrés, cepos, jaulas, potros, fustas y látigos de diferentes colas... Las medievales cuentan con su propia prisión, cama de estiramientos, puntos de suspensión, sillas de tortura... Y la sala fetish dispone de ropa de cuero, látex,
pvc
, botas, zapatos, máscaras, antifaces...
Cleo lo escuchaba y no lo escuchaba. Estaba consternada por la crudeza de aquella sala, y eso que no tenía nada. Solo dos vigas de madera ancladas al suelo con dos cadenas colgando en la parte superior. Nada más. La pared estaba desconchada y el suelo era de cemento. La sala olía a algo menos fuerte que amoníaco, como si la hubieran limpiado y desinfectado. En esos sitios habría lágrimas, sudor y muchos fluidos que después debían desaparecer de ahí por cuestión de higiene.
Cleo no se quería ni imaginar lo que sucedía entre esos muros.
Una vez, en la universidad, su amiga Marisa, que trabajaba en Nueva Orleans como asistente jurídico, le había dicho que las mujeres debían tener en su interior a un ángel y a un demonio, a una santa y a una zorra.
Pues bien, ante aquella situación, Santa Cleo se hacía cruces. Pero Cleo «la zorra» arqueaba una ceja expectante y curiosa.
—¿Qué hacemos aquí? —aunque lo sabía muy bien.
—Vas a hacer una elección. Es tu turno.
Tres hombres entraron en la sala.
Vestían con pantalones de cuero e iban descalzos. Uno era calvo y fornido, de ojos claros; el otro era alto, fibradísimo, guapo, de largo pelo negro, y ojos oscuros pero de aspecto un tanto gótico; y el tercero era... un hombre mayor, muy atractivo, pero le recordaba a su padre.
Ella se puso a la defensiva cuando los tres invadieron su espacio e, inconscientemente, dio un paso para acercarse a Lion. Él la miró analizando su reacción, pero continuó con el gesto impertérrito.
—Estos son Brutus, Prince y Amadeo.
—¿Y ella es? —preguntó el de pelo largo y liso.
—Pussycat —contestó Lion mirándola de reojo.
Cleo torneó los ojos por debajo de la gorra. ¿Minina? ¿Ella? ¡Ella no era una minina!
—Pussycat busca a un amo. ¿Quién quiere ponerla a prueba?
Los tres sonrieron expectantes y caminaron a su alrededor, como hienas deseosas de darle un bocado.
Cleo no podía imaginarse trabajando con uno de ellos. No podría nunca. Le... le asustaban. Ella no... Esos hombres exudaban hormonas dominantes por todos los poros.
Brutus, que era el calvo fornido parecido a un culturista, se colocó delante de ella y con voz dulce le dijo:
—Desnúdate para mí, Pussycat. Déjame ver —alargó la mano decidido a apartarle la capucha, pero Lion le agarró de la muñeca.
—No se toca hasta que ella os dé permiso —ordenó con voz fría.
Brutus gruñó y obedeció al Rey León.
Amadeo, el que se parecía a su padre, se inclinó sobre su oído.
—Qué bien huele.
Lion apretó los dientes cuando vio que Cleo temblaba ante la cercanía de esos hombres.
—Llevas demasiada ropa. Quítatela —ordenó Amadeo pasándole la mano por el trasero.
—Amadeo, no le pongas la mano encima si ella no te lo ha pedido todavía —gruñó Lion entre dientes.
Cleo se sintió humillada. Lion la estaba presionando y dejaba que esos tres amos la provocaran, creyéndose que ella era sumisa y que obedecería. Pero no lo haría. No con ellos. Se sintió como un trozo de carne con ojos, pero en el fondo comprendió lo que le ofrecía Lion. Él no le haría daño, era alguien en quien podría confiar... No era un hombre completamente desconocido el que la desnudaría y la empujaría hasta sus límites... Era Lion. Y quería instruirla. ¿Habría alguien mejor que él? No para ella. Si te dan a elegir entre cuatro demonios; el feo, el malo, el bueno y el tío bueno, ¿a quién elegirías? Al final cogías al tío bueno. ¿no? Pues decidió que debía de ser lo mismo con los amos.