Amos y Mazmorras I (13 page)

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Authors: Lena Valenti

Tags: #prose_contemporary

BOOK: Amos y Mazmorras I
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—No le vemos el rostro, no vemos su cuerpo... No sabemos nada de ella —enumeró Brutus—. No nos hace ni puto caso, Rey. ¿Estás seguro de que es una sumisa?
Prince sonrió diabólicamente y observó la barbilla temblorosa de Cleo.
—Tiene la piel pálida y está asustada —murmuró—. ¿Por qué tienes miedo? No te haremos nada que tú no estés dispuesta a asumir. Bueno —se corrigió—, Brutus sí. Yo no —dijo petulante.
Lion apretó los puños para no reventarle la cabeza al creído del Príncipe. Todas las sumisas se enamoraban de él, pero él... ya no se enamoraba de ninguna.
Brutus gruñó y se tocó el paquete.
—Ya la tengo gorda, Pussycat. Quítate la jodida ropa. Vamos a darte una lección de modales.
Cleo negó con la cabeza y clavó sus ojos verdes en Lion, diciéndole: «¿Piensas alargar esta mierda mucho más?».
—¿Eso es un no? —inquirió Brutus acercándose peligrosamente a Cleo. Le sacaba dos cabezas a la joven agente—. ¿Tan rápido buscas castigo, monada? Ya entiendo... ¿Quieres que te la quite yo?
Brutus era, sin duda, el amo cruel.
Lion la observó, y sus miradas colisionaron.
Como Lion permitiera que uno de esos tres hombres la tocara, no se lo iba a perdonar jamás.
Él se sentía molesto por el mal rato que le estaba haciendo pasar; pero era necesario que viera que no era nada sencillo trabajar con un amo al que no conocía de nada. Otras mujeres sumisas que ya hubieran practicado el BDSM, seguramente no hubieran tenido problema en obedecer las instrucciones que ellos le habían dado a Cleo. Pero para ella todo era nuevo y oscuro. Era normal que se negara.
Necesitaría acostumbrarse a ello. Y tenían pocos días para lograrlo. Pero contaban con su paciencia, la de él, y con el entusiasmo que la joven pondría para no quedarse atrás y seguirle, tan solo para que no pudiera recriminarle nada y no la comparara más con Leslie.
—¿Gatita? —preguntó Lion a modo tentativo—. Tú decides, nena. ¿A qué amo quieres elegir?
Ella estaba tensa como una vara. Agachó la cabeza y tragó saliva.
—A ti —contestó con voz temblorosa.
Lion recibió su rendición como una bendición, aunque escuchar las lágrimas en su respuesta no le dio ningún orgullo.
Podía ser muy rastrero si había algo que le importaba en juego. Ella debía conocer sus defectos. En esos días se conocerían a la perfección, en la intimidad y fuera de la alcoba.
Y Cleo no solo le importaba para la misión. Cleo era importante desde el día en que la conoció. De maneras que ni él comprendía, pero así era.
—¿Cómo has dicho? —preguntó para dejarlo claro ante los demás amos y también ante ellos mismos.
—He dicho que te elijo a ti —replicó alzando un poco más la voz, dolida por la situación.
—Perfecto —Lion despidió a los tres amos con un movimiento de cabeza y una simple palabra—: Caballeros, gracias por sus servicios.
Los tres amos se despidieron de él y repasaron por última vez a Cleo.
—Puede que en otro momento, monada —dijo Prince guiñándole un ojo.
—Puede que no —aseguró Lion amenazándolo solo con la voz.
Prince alzó las manos y encogió los hombros.
—Claro, Rey.
La puerta se cerró y los dejaron solos.
Cleo estaba temblando, con la mirada empañada y clavada en sus bambas Adidas de tela azul y blanca. No sabía lo que le pasaba. Como policía había hecho cosas infinitamente más peligrosas que meterse en ese agujero con cuatro amos. Pero se sentía mal... Uno le había magreado el culo. Joder.
Además, una mujer tenía que ser muy valiente para quedarse ahí y entregarse a ellos de ese modo. La sumisión era, o un acto de valor incontestable, o un acto de locura atroz. No lo sabía.
Escuchó los pasos de Lion y vio la punta de sus deportivas.
—Si hubieras sido una sumisa, te habrías excitado con solo oírles hablar. No sé qué tipo de inclinaciones sexuales tienes, Cleo, pero estás dentro de esta misión y yo te voy a enseñar a actuar como una sumisa con su amo. Dentro de la cama —especificó—. Voy a probar en ti todos los juguetitos que utilizaremos en el torneo. —Se detuvo para escoger las palabras adecuadas, pero no le vino nada a la mente que pudiera suavizarlo—. Tendremos sexo. ¿Lo entiendes, Cleo? Dime que lo entiendes... —Apretó los puños, asustado.
Ella afirmó con la cabeza, pero seguía sin mirarlo a los ojos.
—Sé que puede ser incómodo al principio pero, si te relajas, puedes disfrutar con las lecciones. Lo haremos juntos. Lo aprenderás todo sobre este mundo, y puede incluso que te agrade. No lo sabrás hasta que no lo pruebes. Mi misión es conseguir que te guste para que hagas el mejor papel de tu vida en el rol. ¿Estás conforme? Esta vez dime la verdad porque no voy a perder más el tiempo.
Cleo asintió con movimientos mecánicos de su cabeza.
«Mierda, Cleo, mírame...».
Lion levantó su barbilla con dulzura. Ella tenía las pupilas un poco dilatadas por el estrés. Maldita sea; Cleo se había creído que él iba a permitir que los amos jugaran con ella. Lo había creído de verdad. Qué poco lo conocía...
—Eh, mírame, brujita —ordenó con ternura—. ¿Estás bien?
Cleo se relamió los labios y sus ojos lanzaron llamaradas verdes de rabia y confusión al tiempo que le miraba de frente.
—Eres un mamón, hijo de...
—Chist —sonrió con suavidad—. Lo sé. No era mi intención asustarte. Pero quería que supieras con qué tipo de perfiles y de amos podías encontrarte. Los tres son excelentes tíos, en serio. Pero no es lo mismo tratarlos como dómines.
—¿De verdad? No me había dado cuenta.
—Ahora yo me encargaré de ti, agente. Di que aceptas ser mi sumisa a prueba. Hasta el torneo, hasta el fin del caso
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. Necesito estar seguro contigo y con nuestro papel. Dilo.
—Sí.
—No. Di: sí, acepto ser tu sumisa hasta la finalización del caso. Eso implica empezar el juego a partir de ahora.
Cleo cerró los ojos y se lanzó al abismo. «Por Dios... Voy a dejar que Lion me manosee y haga que me corra como una loca. Voy a dejarle mi cuerpo para que haga y deshaga a su antojo».
—Sí, acepto ser tu sumisa hasta la finalización del caso.
—Prométemelo.
—Te lo prometo. Y tú prométeme que no harás nada que me hiera o me produzca dolor —exigió a cambio.
—Te lo prometo, Cleo. Tu seguridad y tu bienestar son lo primero. En tu casa te enseñaré el tipo de Amo que soy; pero te prometo que conmigo no tienes que temer a nada.
Ella asintió un poco más tranquila y miró nerviosa alrededor.
—¿Podemos salir de aquí ya?
—Claro. Te he traído al club de las mujeres Latiffe solo para que dejes de joderme diciendo que ibas a buscar a otro amo —la tomó de la mano y la sacó de la sala de castigo—. Si entras en esta sala con la persona adecuada la ves de otro modo... Lamento haberte asustado.
—Seguro... Has conseguido lo que querías, así que no puedes lamentarlo mucho.
Lion sonrió mientras subía las escaleras y abría la puerta que daba al rellano principal. Subió otro piso más para devolver la llave a Nina, y cuando lo hizo, salieron del edificio cogidos de la mano.
—Antes de empezar con las lecciones en tu casa, quiero que pases por un lugar. Ya he pedido hora para ti.
—¿Hora? ¿Hora para qué?

 

 

 

Cleo estaba roja como una cereza. Lion le había pedido hora en una esteticista. La habían depilado completamente ahí abajo, y ahora sentía la piel hormiguear, un poco irritada y también hinchada por los tirones. Pero la sensación era tan contradictoria que no sabía quedarse quieta en el asiento.
Al principio, antes de entrar habían discutido un poco. Ella le había dicho que el pelo púbico era como una protección para la vagina, que no pensaba dejarla calva. Pero Lion se había negado en rotundo y le había dicho que iba a disfrutar todo mucho más si tenía la zona completamente depilada y lisa. Y a él le gustaba mirar.
«A él le gusta mirar». Se lo imaginó arrodillado ante ella, abriéndola como una flor, investigando sus formas y su color. Ay, Dios... ¡Se estaba excitando!
—¿Te ha dolido?
—Ni me hables —contestó de mal humor.
Lion sonrió con la vista fija en la carretera.
—No habrá sido para tanto —bromeó.
Cleo se apartó la capucha y se quitó la gorra. Su melena roja se desparramó por los hombros y la espalda. A desgana, lanzó la gorra sobre el salpicadero.
—¿Por qué no te depilas tú los huevos y me dices qué tal?
—Cleo... —Se echó a reír haciendo negaciones con la cabeza—. Eres tan contestona... Me va a costar domar a esa fierecilla, pero será divertido.
—Sí. Divertidísimo.
—Vas a disfrutarlo. Haré que lo disfrutes —sus ojos azul oscuro brillaron con conocimiento—. Soy un Amo muy bueno.
—Eres un nazi sádico. Eso es lo que eres —contestó, sabiendo que una vez llegara a su casa, su fortaleza, iba a ser prisionera de Lion, y debería obedecerle en todo. Ya no podía escapar.
En la radio sonaba Alejandro de Lady Gaga. Cleo la puso a toda pastilla, y eso hizo que no escuchara las siguientes palabras de Lion que decían: «¿Sabes que esta canción es de DS?».

 

 

 

—Estoy esperando —la voz de Lion sonó a través de las escaleras.
Cleo estudió anonadada la bata negra que llevaba. Era de una bellísima manufacturación. Ella era más de batas con panteras rosas, no de ese tipo de prenda tan sexy y llamativa. Su color, como el ala de un cuervo, brillaba y desprendía tonalidades añiles. Cubría sus brazos y medio muslo. Y con la melena roja y los ojos claros tenía un aspecto muy... felino.
El reflejo en el espejo no se correspondía a la mujer de aspecto aniñado y juvenil que veía cuando se levantaba. Bajo la bata llevaba unas braguitas que tenían una cremallera delante, que cubría la entrada a su vagina, y otra detrás, que abría la zona anal. Su sexo estaba tan liso y sensible que notaba cada roce. La braguita era de cuero rojo.
Cleo meneó la cabeza. Lion le había dicho que debía ir así todo el día para ser consciente de su sexualidad y de cómo reaccionaba él a ella.
Como amo y sumisa en prueba, tenían que averiguar lo que les gustaba de cada uno y cómo les gustaba.
—De ahora en adelante, en esta casa, empieza tu entrenamiento, Cleo —le había explicado con las dos bolsas en la mano. Estaban en su habitación y él removía lo que había en el interior del equipaje—. Te dirigirás a mí como «señor». Así es como será en el torneo. Yo no soy un Amo que dé órdenes fuera de la cama, a no ser que haya un juego implícito en ello —detalló—, pero quiero que te acostumbres a tu nuevo rol.
—¿No podré llamarte ni Lion, ni nazi? —preguntó, oteando lo que tenía Lion entre las manos. Unas bragas rojas. ¡Eran unas bragas rojas... muy raras!
—Si lo haces —dijo él estirando los extremos de la prenda ante sus ojos—, te zurraré —sonrió abiertamente, y a Cleo le recordó al niño que fue de pequeño—. Me temo que vas a recibir muchas zurras.
—Ya veremos... —contestó ella.
—Póntelas —le ordenó—. Y después te pones la bata negra que he dejado colgada detrás de la puerta. Debajo solo llevarás las braguitas; y no quiero que lleves sostén.
Ella abrió la boca, preparada para replicar, pero la mirada que le dirigió Lion la hizo callar de golpe.
—Recuerda tu jodido papel, Cleo. Y no me pongas caras. En estos momentos, tú y yo no nos conocemos; no soy tu agente al cargo. Estoy al cargo de ti como amo, eso sí. Así que borra a Lion Romano de la cabeza. Y da la bienvenida a Lion King.
Ella apretó los labios y cogió la prenda íntima de las manos de su jefe.
Lion tenía algunas cosas en ese par de bolsas que llevaba con él, como por ejemplo juguetes varios y prendas especiales para ella. Aunque ya le había dicho que había encargado a una tienda erótica, que conocía personalmente, los utensilios y accesorios que le faltaban.
Increíblemente, ardía en deseos de ver qué más tenía Lion en las bolsas. Estar con él en esa casa, saber que no podía desobedecerle pero que le provocaría lo justo, sino no sería ella, la ponía en alerta, y también la estimulaba interiormente. Lion era el niño del que una vez estuvo enamorada, el adolescente que se reía de ella y, después, el hombre que la ignoraba y que no le escribía cuando se fue a Washington. Sabía de Lion gracias a Leslie. Sí, conocía sus conquistas y su éxito con las mujeres.
Lion siempre la infravaloró, no quería su compañía; prefirió la de Leslie. Y ahora estaba allí con ella, en una misión, sabiendo que el éxito del caso, el que pudieran rescatar a su hermana y desenmascarar a los supuestos Villanos, dependería mucho de lo que ella llamara la atención y de lo bien que se metiera en su papel.
Tenía inseguridades, como todas. Pero Lion se iba a cagar.
Envalentonada, salió de la habitación que ahora compartía con él, bajó las escaleras poco a poco con la vergüenza reflejada en sus mejillas, y lo miró de frente mientras descendía el último peldaño.
Lion la siguió como un jaguar a su presa. Estaba sentado como un rajá en su sillón orejero rojo, con los pies apoyados en el puf. La seguía con sus ojos de depredador. Una sonrisa implícita llena de admiración en ellos y un gesto apreciativo en sus labios. Le gustaba lo que veía. Le gustaba mucho.
Fascinada por lo bien que quedaba Lion en su sillón, como si ese fuera su lugar de origen, el trono de un rey, se plantó delante de él, retirándose suavemente el flequillo de sus ojos y colocándoselo hacia el lado derecho.
—Bueno... Esto ya está.
Lion no dijo nada. Seguía inmóvil, estudiando la imagen de hechicera que irradiaba su brujita deslenguada.
Cleo se puso las manos en la cintura y achicó los ojos.
—¿Seeeeeeñorrrrr?
—No alargues las letras, Cleo. No utilices mi nombre a modo de burla o eso será motivo de castigo también.
Ella asintió, aparentando docilidad. Lion estaba en modo «Amo Total».
—Hoy vamos a trabajar las bases de mi papel como Amo, y las tuyas como sumisa.

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