—En el torneo solo te tocaré yo. No voy a dejar que nadie se te acerque, Cleo. Para eso debemos ser los más rápidos en encontrar los cofres; y, si no lo hacemos, tenemos que ganar los duelos. Pero si en algún momento hay que enfrentarse a las Criaturas o ceder a lo que el Amo del Calabozo o Uni exijan, tienes que prepararte para cualquier cosa —¡Zas! Un azote entre las nalgas que hizo que su preciosa piel se enrojeciera—. Oh, gatita... Fíjate. —Pasó las manos por su trasero y se inclinó para darle un beso.
—¿Lion? —sollozó ella muy pendiente de esa boca.
¡Zasca! Un azote con la mano abierta.
Y ella se quejó por el contacto.
—¡Señor!
Le frotó la zona en la que le había dado la cachetada y se inclinó de nuevo para besarla.
—Es muy importante que en los castigos nunca pronuncies mi nombre. Piensa que tú y yo tenemos otras identidades, y que esas serán las facilitadas a los organizadores del torneo. Un error de ese tipo llamaría mucho la atención de los Villanos.
—Sí, señor.
—Ya estás preparada para tu castigo.
La desencadenó y la dejó sentada de nuevo sobre la mesa camilla. Con el
flogger
en la mano todavía, le retiró el pelo de la cara y puso una mano a cada lado de sus piernas, sobre el soporte, de modo que la dejó encerrada entre su cuerpo y la camilla, desnuda, afectada por los azotes y roja como un tomate.
Cleo nunca había sido tan consciente de su cuerpo como en ese momento.
—Me vuelve loco que confíes en mí de ese modo, Cleo.
—Gra-gracias, Señor.
—Estás muy en tu papel, ¿eh, bonita?
Lion le retiró el pelo rojo y húmedo por el sudor de la cara. Pegó su frente a la de ella y la miró a los ojos. Ansiaba besarla. Pero no la quería confundir en ese momento; como tampoco quería confundirse él.
—Mírame.
Cleo levantó la vista, confusa. No sabía cómo debía sentirse, pero se sentía tan bien y descansada... Tan activada.
Lion la cogió en brazos y la dejó enfrente de su
punching bag
.
—Coloca tus manos en el saco, Cleo, y sostente.
Ella le miró por encima del hombro. No se sentía tan desorientada como para no advertirle con sus ojos, demasiado verdes, de lo que le sucedería si le hacía daño de verdad.
—Dijiste que confiabas en mí —le recriminó él captando el mensaje de esa mirada—. Mira al frente.
—Sí, señor. —Ella se mordió la lengua y esperó paciente a que llegara el golpeo.
—Quiero que tú misma aceptes el dolor voluntariamente. Por eso no te ato.
—Bien. —Cleo se posicionó mejor para recibir el castigo.
—Debes mantenerte quieta, ¿sí?
—Sí, señor.
—El umbral del dolor va a crecer porque has liberado muchas endorfinas, y por eso es más difícil que salgan moretones. En el precalentamiento, las caricias sirven para que las endorfinas se acumulen en la piel. La tienes roja y abrasada, nena. Voy a golpearte a un ritmo lento para que tengas tiempo de absorber cada golpe y anticipes la sensación del próximo. Ayer me ofendiste tres veces. Serán cinco latigazos por cada ofensa.
—¿Quince, señor? —preguntó achicando los ojos y deseando que la tocara de una vez: no importaba si venía un azote, una cachetada o una caricia. Quería que siguiera estimulándola, no se quería enfriar.
—Una, cuando me dijiste que querías otro amo, cuando lo que yo pretendía era protegerte de caer en manos equivocadas; la segunda, cuando insinuaste que no me preocupaban tus necesidades, cuando la doma de ayer te preparaba para mí; y la tercera, cuando dijiste que no era irresistible, cuando Cleo —se acercó a ella y le susurró al oído—, veo lo brillante que estás entre las piernas, gatita. Y es por lo mucho que te gusta lo que te hago. Pero vamos a añadir cinco más.
—¡¿Por qué?! —replicó.
Él permaneció en silencio durante unos segundos. Esas contestaciones merecían otro castigo, pero esperaría a que Cleo se diera cuenta de que no debía hablarle así.
—¿Señor? —preguntó con la boca pequeña.
—Por insinuar que Clint murió por mi culpa y que mi incompetencia hizo que secuestraran a Leslie.
Aquellas palabras la hundieron. Era verdad que lo había dicho y se había arrepentido al instante, pero no le había pedido perdón todavía. ¿Cómo se había atrevido a atacarle así?
—¿Estás lista? —Le acarició la nalga izquierda y le pellizcó suavemente—. Estás ardiendo.
—Sí, señor —contestó con un hilo de voz.
—Vas a contar en voz alta los latigazos. Tengo un látigo de nueve colas en las manos, Cleo. Esto te va a doler un poquitín más. —Usó la velocidad y el peso del látigo para golpear sobre sus nalgas, haciendo palanca con su brazo y el mango.
El sonido de las colas cortando el viento podía ser atemorizante, pero era más espectacular escuchar como azotaban la piel.
—¡Uno! —gritó Cleo clavando los dedos en la bolsa de boxeo. Dios... Cómo escocía. Después de diez segundos, llegó el segundo contacto, en la misma zona, entre las nalgas—. ¡Doooos! —exclamó clavando los pies en el césped para mantener el tipo. Los golpes cada vez eran más fuertes, pero los iba intercambiando de zona para no hacer demasiado daño. El tres y el cuatro alcanzaron la zona trasera de los muslos. El cinco y el seis golpearon la parte baja de la espalda. La piel del trasero le dolía y a la vez le picaba. No sabía si quería rascarse, frotarse o que siguiera golpeándola. El siete y el ocho cayeron de nuevo sobre las nalgas. No. No quería que siguiera pegándole. ¿O sí? Aquello era muy confuso—. ¡Nueve! ¡Diez!
Lion sabía que Cleo podía con eso y con más. Era la mujer más fuerte, obstinada, valiente y entregada que había conocido nunca. Pero debía aprender a soportar eso con él, pues él sería quien jugara con ella en el torneo. La joven temblaba y se apoyaba en el saco, casi abrazándose a él.
—¡Doce! ¡Trece!
Las exhalaciones y los ruiditos indefensos de Cleo recorrieron el alma de Lion.
Era por ella que él estaba ahí.
Era por ella que él cuidaba de Leslie. No al revés.
¿Lo entendería algún día? ¿Cómo lo iba a saber si él nunca le había dicho nada?
—¡Dos más, gatita!
—¡Diecinueveeee! —gritó gruñendo.
Las colas del último latigazo pegaron de golpe en las caras enrojecidas de las nalgas de la agente y cayeron hacia abajo, cansadas de su propio ejercicio—. Veinte... veinte... Dios... —sollozó—. ¡Veinte! —se dejó caer al suelo, manteniéndose abrazada al saco, completamente abandonada.
Lion tiró el látigo al suelo y tomó a Cleo en brazos, acunándola contra él, consolándola con su cuerpo y su piel.
Cleo ni siquiera se atrevió a huir. Aquello era un castigo de BDSM; y ella sabía que le ardía el cuerpo, era consciente de la reacción de su psique ante la figura de la flagelación, pero no entendía la otra sensación que subyacía bajo su piel.
—Ven aquí, nena. Lo has hecho tan bien... —la felicitó—. Ahora déjame cuidar de ti.
—No... Déjame en paz.
—Chist, Cleo. —La miró a los ojos y caminó con la joven en brazos hasta sentarse en el sillón de mimbre, con ella sobre sus piernas a horcajadas sobre él—. Sé que ahora no sabes cómo sentirte. Pero también sé que, en realidad, en realidad, no ha sido dolor lo que has sentido. —Sus pechos desnudos se pegaron el uno al otro. Lion la besó en la cabeza y en la sien, después por las mejillas... También le pasó las manos por la espalda y las nalgas para consolar su aflicción y su picor.
Cleo se abrazó a él, sin pedir permiso ni llamarle señor. Apoyó su cabeza sobre su pecho y permitió que él le diera el calor que necesitaba. Mimos. Solo quería mimos.
«Consuélame, por favor», decía en su interior.
—Lo siento. Siento lo que te dije —gimió sobre él—. No pienso que tú hayas tenido la culpa de nada... Fue horrible. Fui una mala zorra. Perdóname. Tú has perdido a tu mejor amigo en el caso y yo...
—Chist. Está bien, nena...
—No, Lion —lo llamó por su nombre, pero le importó un comino. Tomándole de la cara le dijo—: dime que me perdonas, por favor...
—Sí. Claro que sí —Sus ojos azules se impregnaron de lo bonita y lo viva que estaba.
—Perdón —sollozó, abrazándolo.
Lion la calmó y la arrulló, feliz de tenerla así. Era la primera vez que Cleo no lo miraba mal, ni le lanzaba una palabra venenosa, ni se reía de él... Ahora era accesible. Y tierna.
—Al principio —le explicó él—, cuando sientes que te gusta lo que te hacen, te sientes desorientado. Pero, en realidad, no es dolor, no de verdad —le explicó él besándola en el hombro y masajeando sus carnes doloridas—. Es un dolor placentero. —Le tomó el rostro entre las manos y la incorporó un poco para que ambos quedaran cara a cara—. La gente llora y se limpia. Es como una catarsis. Y hay otros que acaban tan hechos polvo después de una sesión de BDSM que están deprimidos durante un par de días. Han sacado tanta mierda y se han vaciado tanto que no saben poner nombre a la paz interior que sienten.
—Yo estoy bien. Solo... Solo dolorida. —Se secó las lágrimas con el dorso de las manos. Dolorida placenteramente. Se sentía escocida, pero también muy muy sensual y encendida para cualquier cosa.
—Ya veo.
—Oye... Antes me has besado. Me has dado un beso —le recriminó ella—. ¿Podemos darnos besos cuando juguemos a los roles de amo y sumisa? ¿Eso está bien? —preguntó insegura.
Lion sonrió al ver que ella volvía a tener lágrimas en los ojos; pero eran lágrimas purificadoras. Se las limpió sorbiéndolas con los labios.
Y ella se quedó de piedra al darse cuenta de que Lion cumplía sus promesas: «Cuando llores, me beberé tus lágrimas».
—Para mí sí. Si necesito hacerlo, lo hago —le explicó él—. Quería besarte, Cleo.
—¿Necesitabas besarme?
—Eres una sumisa muy especial, y muy sexy —murmuró sobre su mejilla—. Te has entregado a mí, Cleo. Por supuesto que quería besarte. Y te besaré siempre que me plazca.
—¿Porque tú lo dices?
—Porque lo digo yo.
Ella dejó caer los ojos y volvió a apoyarse de nuevo sobre su pecho. No iba a hablar de eso con él; los besos siempre eran algo más. Si se tenían que besar, se besarían de nuevo, pero esa vez ella tomaría el control, no la cogería por sorpresa.
—Ha sido tan intenso... —murmuró sobre su piel—. Me escuece la piel, me escuece ahí abajo, y mi culo... Mi pobre culo —lloriqueó entre risas—. Lo has dejado como un tomate, salvaje.
Lion se echó a reír.
—Ayer me ofendiste. Como sumisa en el rol, deberás de acatar los castigos, y piensa que habrá gente observándonos. No podrás ofenderme y permanecer impune. Tienes que aprender a actuar como se requiere en el torneo.
—Lo sé —gimió al sentir que la piel de la entrepierna se resentía al rozarse contra... ¡Oh, vaya!—. Ups...
—¡Oh! —Lion sonrió abiertamente y miró hacia abajo—. Está despierto desde que has llegado al jardín.
Cleo tragó saliva. Sí, ya se había dado cuenta de que Lion casi siempre estaba preparado.
—¿Te duele? —preguntó él.
—¿Dónde? —preguntó ella.
—Aquí. —Lion deslizó la mano entre sus cuerpos y cubrió su sexo con la mano. La joven dio un respingo pero él la mantuvo en su lugar—. ¿Sabes lo que nos sucede a los hombres después de una situación de riesgo?
—¿Qué?
—Que la adrenalina y las endorfinas se aglomeran en nuestro órganos sexuales y se nos pone gorda.
—Como ahora. —Arqueó una ceja roja y disfrutó de sentir la mano de Lion calmando su lugar más íntimo.
—Es justo lo que os pasa a las mujeres. Pero vosotras os hincháis y os humedecéis. —Lion deslizó un dedo por su raja ardiente e inflamada y se encontró con la suavidad y la excitación de Cleo—. Como ahora.
—¿Esto también es instrucción o se puede considerar meter mano a discreción?
—Esto forma parte de tu disciplina. Vamos a hacer todo lo que nos tocará representar en
Dragones y Mazmorras DS
.
Cleo estaba hipnotizada por la expresión de Lion. Parecía que estuviera tocando un pedacito de cielo.
—¿Y qué vas a hacer al respecto, señor? —Ella cerró los ojos y se agarró a sus hombros.
—Después del azote, vienen los mimos, nena.
Lion la alzó y la sentó sobre la mesa de mimbre, con cuidado de no rozar mucho la piel flagelada.
—Ábrete y muéstrame cómo eres ahí, Cleo.
—Que sepas que esto no lo hago con todos. Lo hago porque me lo ha ordenado el FBI.
Lion le dio una cachetada en el interior del muslo izquierdo.
—Yo soy el único a quien debes obedecer, descarada. Ahora, ábrete.
Ella no estaba en situación de llevar la contraria a nadie, y deseaba como una loca que él la acariciara. La había estimulado de un modo muy salvaje, y ahora no había nadie que pudiera calmarla a no ser que la llevaran al éxtasis. Jamás se imaginó que las palizas sexuales podían excitarla hasta ese punto. Pero su cuerpo brincaba con ganas de marcha.
Y si eran amo y sumisa, debían representar el papel a la perfección.
Se iba a tirar a Lion.
¿O iba a ser él quien se la tirase a ella?
¿Qué más daba? Quería una maldita gratificación por soportar el castigo.
Se abrió de piernas y apoyó los pies, con briznas de hierba, en la mesa oscura de mimbre.
—Estás... —Lion se quedó sin voz y acercó la silla a la mesa, de modo que el sexo de Cleo permanecía abierto ante su cara. Estaba roja y, también, hinchada. Pero lo que más estaba era húmeda. Su vagina tenía hambre y resultaba que él también. Con las manos, le mantuvo las piernas abiertas y la obligó a que se estirara encima de la mesa—. ¿Qué deseas? ¿Mi lengua o mi polla? Decide, porque ahora solo tendrás una de ellas.
¿Qué había dicho? Cleo cerró los ojos y se colocó el antebrazo sobre ellos. Con la otra mano se incorporó un poco para tomarle de la cabeza y guiarle hasta la zona que lloraba por el castigo y por él.
Él se echó a reír y con un gruñido dijo:
—Sí, yo también. Quiero comerte.—Abriendo la boca abarcó todo su sexo de arriba abajo y empezó a lamerla como si fuera un caramelo.