Amos y Mazmorras I (25 page)

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Authors: Lena Valenti

Tags: #prose_contemporary

BOOK: Amos y Mazmorras I
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—¿Cleo? ¿
Piscuzzi
? —repitió con una sonrisa. — Es un híbrido entre piscina y jacuzzi. Es lo que tienes en el porche del jardín.
—Sí..., yo... pensé que después podríamos remojarnos.
—Mmm... No sé si podrás. Depende del tipo de juguetito que elija para ti. ¿Tienes calor? ¿De verdad te apetece ese baño? —preguntó solícito.
—Sí. Estamos en pleno julio. La humedad aquí es casi selvática y hace un sol de mil demonios. Me gustaría que... —Se puso roja y abrió los ojos verdes y dilatados hasta focalizar en su mirada, azul y oscura—. ¿Qué juguetito toca hoy?
—Tenemos que seguir trabajando tu resistencia. Tengo que saber cuánto puedes aguantar, cuánto autocontrol posees. Así que durante toda la mañana —dio un último lametón a su pezón y alargó la mano para coger una caja plateada que había dejado sobre el colchón—, vas a llevar esto en tu interior.
Cleo alzó ambas cejas hasta que desaparecieron entre su flequillo. ¿Una caja plateada?
—Es una bala vibradora.
—El agente Romano y su afición a las balas —bromeó tomando la cajita entre sus manos y abriéndola para ver su interior. Había un vibrador de goma de color lila, con los extremos ovalados. Tenía tres centímetros de grosor y seis de longitud.
Lion lo sacó de la cajita y le mostró el control remoto que se encontraba bajo la tapa superior.
—Yo controlaré tu cuerpo, Cleo.
¿Y cuando no lo había hecho en esos cuatro días?
—Es una bala un tanto grande, ¿no?
—Vibra, tiene diez velocidades y es resistente al agua. Además, funciona a control remoto. —Lion apretó el botón de su mando, y el objeto de placer vibró y tembló entre sus manos—. Abre las piernas.
—Mmm... ¿Me lo puedo poner yo?
—Abre las piernas, Cleo.
—Sí, señor —contestó al instante. Oye, eso era bastante grande, y Cleo no era precisamente fácil para las penetraciones. Sería como si él la penetrara con un micropene... Pero Lion y micro pene no compatibilizaban nada. El pene de Lion era el doble de grueso que eso, y cuatro veces más largo. Pensar en ello la humedeció.
Lion le acarició el interior de los muslos con las manos; y, entonces, tiró de ella hasta inclinarse y hundir la nariz en su ombligo. Colocó las manos enmarcando su vagina y la abrió ligeramente con los pulgares.
—Cleo, eres muy apetitosa ahí abajo.
«Tienes unos gustos culinarios muy raros», pensó ella a punto de sufrir un cortocircuito.
—Voy a prepararte y después te introduciré esto, ¿sí?
«¡Ja! Si piensas que voy a decirte que no, vas mal chaval».
—Sí, señor. —¿Ese tono sexy era de ella? Oh, Lady Perversa había vuelto. Para su amiga Marisa sería «La diosa zorra».
Lion la acarició con el pulgar y estimuló su clítoris hasta que se hinchó.
Para él era como un ejercicio impersonal. Sus manos no temblaban casi; y ella parecía un maldito vibrador. Qué injusto ser mujer y, además, vainilla.
Entonces, él posó su increíble y mágica boca sobre su brote excitado; y no estuvo más de veinte segundos prestándole atención, pero fueron suficientes como para que se humedeciera y se lubricara.
Cuando apartó los labios, Lion se pasó la lengua por las comisuras, como si hubiera disfrutado de un manjar y, feliz como un renacuajo con un juguete, empezó a deslizar la bala vibradora a través de su entrada.
—Esto no es una bala —se quejó Cleo respirando superficialmente—. Es un mini bazoca.
Lion alzó la comisura de los labios y volvió a inclinarse hacia adelante. La besó sobre la raja mientras introducía el aparato en ella.
—Relájate. Ya lo estás tomando por completo.
—Ay, Señor. —El Dios, no el amo.
—Chist... ¿Ves? —Lo movió en su interior, imitando una penetración—. Todo entero. Déjame que lo meta un poco más y me asegure de que no se salga. —Esta vez, no solo metió la bala, sino que empujó los dedos en su interior hasta colocarlo casi a la altura de la pared de la vejiga.
Cleo echó la cabeza hacia atrás y gimió por lo bajo.
—Cleo, tienes que soportar toda la mañana con esto. ¿De acuerdo?
—Mmm... Bueno...
—Yo iré midiendo las velocidades.—Meneó el mando entre sus dedos—. No quiero que te corras; y, si lo haces, me daré cuenta y entonces... Zas, zas en el culo —se levantó y la tomó de la cara—. ¿Entendido?
—Sí... —tragó saliva—. Sí, señor.
Lion la besó en la mejilla.
Cleo estaba por decirle que se dejara de besos pueriles y le metiera la lengua en la boca, pero no podía exigirle eso.
—Ponte el biquini y ven abajo. —Le ordenó dejándola ahí de pie. Se detuvo en el marco de la puerta y la miró por encima del hombro, llevándose los dedos que habían estado dentro de ella a la boca—. ¿Cleo?
Ella se dio la vuelta para mirarle. Tenía las mejillas rojas y los ojos a rebosar de deseo.
Lion sonrió como un jodido pirata, levantó el mando y le dio a la segunda velocidad.
Cleo trastabilló hacia atrás hasta quedarse sentada en la cama, pero eso era peor; así que se levantó como un muelle.
—No te corras, nena —repitió bajando las escaleras con una erección de caballo.
Cleo vio su tienda de campaña y sonrió.
Aquello era muy malo.
Él se contenía siempre.
Ella iba abocada al fracaso.
El vibrador la iba a matar.
¿A qué jugaban?
 
Capítulo 12

 

 

 

Los amos y las sumisas deben descubrirse y reconocer que uno necesita del otro.

 

La
instrucción era demasiado dura. Lion la tocaba y la acariciaba, estimulándola para alcanzar el orgasmo, pero luego se retiraba y la dejaba sola y abandonada.
El «piscuzzi» se había convertido en un maldito
ring
de tortura.
Cleo ni siquiera dejaba que él se acercara, y lo mantenía alejado de ella, poniéndole un pie en el pecho.
—Basta, por favor... No puedo seguir así —se quejó, mojada en todos los sentidos, hasta el tuétano—. De verdad, no puedo...
—Lo estás haciendo muy bien. —Lion se echó a reír, tomándole el pie que le mantenía a distancia y llevándoselo a la boca—. Sé que es duro, Cleo, pero es importante que escuches a tu cuerpo, y seas dueña también de tus propias sensaciones.
—No soy dueña de nada —gruñó enfadada—. Tú le das a esos botoncitos a tu antojo y me estás dejando frita. En mi vida me he sentido así. Me tiemblan hasta las pestañas, señor.
—Llevamos dos horas aquí.
—Soy una pasa. ¿Qué tipo de pilas tiene esto? ¿Las Eternity?
—No te has corrido todavía. Nunca había visto tanto autocontrol en una mujer como el que estás teniendo tú, Cleo. Diría que has nacido para ser desafiada.
Ella levantó la barbilla.
—Te dije que te iba a dejar con la boca abierta —replicó su lado competitivo—. No bromeaba.
—Dios...
—No te atrevas a acercarte otra vez, señor. Déjame tranquila o deja que me corra.
—Eres tan sincera... Hablas sin tapujos y eso me encanta —gruñó tirando de su pierna para abrazarla y mantenerla en contacto con su cuerpo.
—¡Que no! ¡Lion, no me toques!
—No te toco... Solo te sostengo —bromeó esquivando sus manos.
—¡Quieres hacerme perder!
—El torneo será así. Si caes en otras manos probarán todo lo que sepan y puedan para hacerte sucumbir, Cleo. No tienen clemencia.
—¡Tú tampoco!
—Yo soy bueno... —aseguró teatrero—. Mira. —La tomó de las nalgas y deslizó las manos por debajo del biquini, atrayéndola hasta su erección, frotándose contra su entrepierna.
Ella se estremeció, mordiéndose el labio inferior.
—Voy a correrme. —Y lo dijo de un modo que no aceptaba réplica alguna.
—Yo decido cuando lo haces, Cleo.—Le pellizcó las nalgas y después las masajeó.
—¡Ay! —Mierda, se había ido su orgasmo, pero volvía a crecer más fuerte.
—Prepárate —susurró en su oído, manteniendo las embestidas y llevando el control—. ¿No puedes más?
—No —gimoteó ella agarrándose al borde del jacuzzi.
Lion valoró su resistencia. Dos horas era demasiado tiempo. Estaría muy hinchada, sensible y dilatada.
—¿Quieres correrte?
—Déjame tranquila...
—Pídemelo por favor.
Ella gruñó y cedió a su pedido. Necesitaba liberarse o iba a desmayarse. A regañadientes claudicó:
—Por favor, señor.
—Entonces, estalla cuando quieras, Cleo.
¡Por fin! Ella movió las caderas, acercándose a él, disfrutando de su cercanía y del modo en que la abrazaba.
—Estás duro —gruñó sobre su hombro. Coló una mano entre sus cuerpos y, atrevidamente, lo tomó entre sus dedos. Si ella estallaba, ¿por qué él no le acompañaba?
—No toques sin mi permiso, Cleo.
Ella negó con la cabeza. Tenía el rostro sonrojado y el cuerpo demasiado sensible.
—Cleo...
—Quiero que te corras conmigo —murmuró sobre su oído.
Lion apretó los dientes. Las burbujas del «piscuzzi» de agua fría acariciaban sus cuerpos ardientes. Los masajeaban, excitándolos más de lo que ya estaban.
Cleo hundió el rostro en su cuello y siguió estimulándole. Arriba y abajo. Arriba y abajo.
—No... —refunfuñó él. Cleo era una arpía, y le estaba desobedeciendo abiertamente. Era ella quien debía entrenar. No él. Él tenía un autocontrol muy conocido en el ambiente, no necesitaba... ¡Coño! Lo estrujó, y él cerró los ojos. Cuando los abrió de nuevo, una determinación llena de fuego brilló en su mirada—. Mierda... Tú lo has querido.
—Oh... —Cleo suspiró llena de placer cuando notó que los dedos de Lion hurgaban en su entrada y se introducían en ella acompañando el ritmo de la bala. Dedos y bala, todo dentro de ella.
—Córrete, Lio... señor. Córrete conmigo.
Lion frunció el ceño. Miró hacia abajo y, al ver que la pequeña mano de Cleo lo trabajaba a ese ritmo, se sorprendió de lo rápido que iba a obedecer a su orden. ¡Pero el amo era él, no ella!
—Cleo...
—¡Me voy!
Sintió un latigazo recorrer todo su cuerpo, desde los pezones al útero. La bala se movía sin descanso, los dedos la dilataban.
¡Flas!
El orgasmo la hizo gritar y arquear la espalda mientras se agarraba al cuello de Lion con una mano, y con la otra lo hacía explotar entre sus dedos.

 

 

 

Lion revisaba las hojas fotocopiadas del foro, que había impreso en la biblioteca.
En el mensaje privado decían que ya le habían enviado la baraja oficial del juego
Dragones y Mazmorras DS
para que se familiarizara con las cartas. El lunes le habían pedido una dirección postal de envío; dio la dirección de las oficinas de correos de Nueva Orleans y ya tenía el paquete esperando para él.
Por otro lado, le habían reservado plaza para él y para su acompañante en un avión que saldría el domingo a las cinco de la mañana desde el aeropuerto Louis Armstrong dirección a las Islas Vírgenes de los Estados Unidos.
¿Se realizaría allí todo el torneo? A Lion le parecía interesante tal elección. Lo cierto era que, como representación de Toril, habían dado en el clavo. Pero, ¿por qué habían reducido el campo de acción? El anterior torneo había pasado por, al menos, tres estados. Y esta vez se iba a realizar en un conjunto de islas ubicadas en el Caribe, dependientes de los Estados Unidos de América.
Tenía que pasar la hoja de gastos al FBI...
Su iPhone sonó; vio la llamada de Nick.
—¿Lo has recibido, señor? —le dijo el agente infiltrado.
—Sí, Nick.
—¿Por qué las Islas Vírgenes? Limitan mucho el radio de acción.
—Sí —asumió—, no obstante, pueden controlar mejor el torneo. En la primera edición se les fue de las manos. Esta vez, si hay algún contratiempo, no dejarán cabos sueltos.
—¿Debemos esperar alguna instrucción, señor?
—De momento seguir como estamos. ¿Estás preparado?
—Sí.
—¿Y Karen?
—También.
—¿Habéis recibido las barajas?
—Sí. Esta misma tarde iré a recogerlas a la oficina de Correos de Washington.
No iban a utilizar direcciones, ni nombres, ni siquiera teléfonos que pudieran ser seguidos o registrados por alguien ajeno a la organización del rol.
—Perfecto. ¿Tenéis alguna noticia del ambiente?
—Las dos noches que hemos salido nos hemos encontrado con los asiduos y, como siempre, máxima discreción entre todos. No hay mucho que averiguar. La Reina de las Arañas estuvo en Nueva York la última semana. Dicen que invitó a dos parejas más del foro.
La Reina de las Arañas iba por los locales de BDSM y
fetish
de todos los Estados Unidos y se encontraba con los roleadores del foro. Preparaba citas y fiestas privadas para que se conocieran entre ellos, poder jugar un poco y comprobar personalmente las habilidades de todos.
Lion no sabía si la Reina de las Arañas era consciente o no de para quién o en qué trabajaba, pero sabía que disfrutaba muchísimo infligiendo castigos a los sumisos y sumisas.
Era una jugadora de las grandes.
—De acuerdo, Nick. Si no hay más noticias, entonces, nos veremos en el torneo.
—Sí, señor. Hasta pronto.
—Hasta pronto, Nick.
Lion colgó el teléfono y recostó la espalda en el respaldo del sillón.
Estaban a jueves, y la preparación de Cleo marchaba muy bien.
La observó mientras dormía en el sofá, cubierta por una toalla. Tal y como había salido del «piscuzzi», la joven se había quedado dormida entre estremecimientos. Su orgasmo había sido muy fuerte y estaba agotada por los esfuerzos de la mañana.
Se desprendía mucha energía en el sexo; y el BDSM ponía a prueba el estado físico de las personas.
Su pelo rojo caía en cascada a través del brazo del sofá. Admiró la belleza de sus facciones. Por Dios, Cleo iba a despertar su lado dominante de modos que no había asumido todavía con ninguna sumisa.

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