—Pero es que esto no es una jodida hemorroide para sufrirlo en silencio —contestó exasperado—. Tienes droga en la sangre —le acusó con dureza.
—Ya no importa. No quiero hablar más.
—Estás enfadada conmigo —certificó Lion—. ¿Comprendes por qué estás así?
—Sí. Mi cabreo se llama gatillazo. —Mordió el cruasán, sin mirarlo ni una vez a los ojos.
—Bueno, yo no lo llamaría así, exactamente. ¿Y comprendes por qué me hiciste enfadar? ¿Entiendes por qué te castigué?
Cleo se estaba acongojando y no lo entendía. ¿Por qué le sucedía eso? Quería hacerse la fuerte y la indiferente; y estaba consiguiendo justo lo contrario. Mierda, tenía los ojos llenos de lágrimas, y empezaban a caerle por las mejillas.
—No... Nena... —Lion se arrodilló en el suelo, entre sus piernas, pero Cleo no permitió que él las tocara, y las recogió sobre el sillón. Un amo adoraba las lágrimas de su sumisa cuando se deslizaban en las prácticas y en los castigos, sobre todo, después de alcanzar los orgasmos múltiples. Pero no en ese momento. Cleo lloraba porque se sentía mal y quebrada; y, aunque la droga tenía mucho que ver en su estado emocional, él también era responsable de ello—. Háblame... por favor. —Después de un castigo, las sumisas y sumisos podían caer en una especie de estado emocional opaco y depresivo. Eran muchas sensaciones las que se vivían durante una sesión pero, después, con el paso de las horas, se recuperaban. Ella vivió una sesión de las grandes la noche anterior, sin necesidad de pinzas, ni de latigazos, ni tampoco de electroshocks. Sólo él, en su interior, alargando la agonía y tocándola por todos lados. La peor tortura no era la que incluía el dolor-placer, la peor tortura era la que te obligaba a sentir tanto placer que te producía dolor.
Cleo retiró el rostro lloroso y observó el increíble y romántico paisaje que ofrecía aquella terraza. No podía hablar con él, ni siquiera podía mirarlo. La irritación y la impotencia pugnaban en su interior como dos púgiles. ¿Cómo hacer callar a su cuerpo? ¿Cómo ignorarlo cuando se sentía tan vivo? Fácil: dividiéndose y llorando como estaba haciendo en ese momento.
¿Cómo pedirle a Lion que dejara de estar enfadado con ella y, a la vez, tener ganas de discutirse con él y de gritarle? ¿Cómo exigirle que reconociera su trabajo y la alabara, en vez de recriminarla por su inconsciencia?
¿Cómo pedirle que la quisiera y la amara, sin quedar en evidencia por ello, cuando veía que el amor que Lion podía sentir por ella no tenía nada que ver con el que ella sentía por él? ¿No se daba cuenta de que le estaba girando la cabeza del revés?
Sí. Estaba de acuerdo. Era muy inconsciente e impredecible; pero sus acciones reportaban resultados. Resultados que, hasta ahora, ni Nick ni Lion habían logrado.
—No tengo nada que decirte —aseguró Cleo—. Ya sé que, haga lo que haga, todo lo verás mal. Si no pasa antes por tu filtro, entonces, no vale. Así funcionas. Ayer me zurraste y me hiciste todo eso solo porque no te avisé a ti antes que a los demás.
—No es cierto. ¡No es por eso, joder! Eres muy injusta conmigo. Tú eres la última persona que debería acusarme de ese modo porque, precisamente, haces y deshaces a tu antojo; y yo no soy ni la mitad de duro que debería de ser con alguien como tú.
—Sí —murmuró sorbiendo el zumo y haciendo pucheros—, pero luego bien que me das mi merecido, ¿verdad, señor?
Lion la arrinconó, colocando una mano a cada brazo del sillón. La miró fijamente, exigiendo que ella le prestara atención.
—Mírame, maldita sea —rugió ofendido, con la vena de la frente hinchada—. ¡Mírame!
Cleo giró el rostro hacia él, como si su voz le aburriera.
—¿Sabes los esfuerzos que estoy haciendo por controlarme contigo? ¿Lo sabes?
—Yo no te he pedido que te controles, señor.
—¿Crees que no sé cómo te sientes?
—No —negó ella en rotundo—. No sabes cómo me siento.
—Sí, sí que lo sé. Porque yo estoy igual de frustrado que tú. ¿Crees que no deseo desnudarte y hacerte el amor? ¿Acaso piensas que me sentí satisfecho en la cala? Te castigué, sí. Y me castigué a mí cuando no debería hacerlo. Pero quería compartir el dolor contigo. ¡Debería poder castigarte sin problemas y que no me importara si lloras o no; porque, ¡si eres mi sumisa, debo disciplinarte y hacerte ver lo que haces mal! ¡Y en cambio, me importa! ¡Me importa todo de ti, maldita sea! ¡¿Qué crees que quiere decir eso?!
—No lo sé. —Se encogió de hombros—. Ya no sé cómo actuar contigo.
—No... —susurró asustado—. No quiero que actúes. Quiero que seas como eres; pero solo te pido que colabores conmigo. Que tengas en cuenta que no soy solo tu amo. Soy... Yo soy más de lo que crees, y más de lo que te demuestro —reafirmó—. Y tú eres para mí mucho más de lo que te imaginas. Maldita sea —sacudió la cabeza. No podía destaparse en medio del caso, no podía expresar la grandeza de sus sentimientos por ella—, yo...
—¿Tú, qué? ¿Qué me imagino, Lion? —esta vez sí lo miró a los ojos, esperando una contestación honesta—. ¿Qué soy para ti? No tengo ni idea, no me imagino nada. No sé si soy una amiga, solo una compañera o una sumisa... Dices que sientes cosas y me confundes. Pero eso no es gran cosa, porque yo también siento cosas por mis padres, mis amigos, mi hermana y mi camaleón.
—Nunca te he mentido. Jamás le he dicho a nadie cosas como las que te he dicho a ti. Si digo que siento cosas, las siento de verdad.
—Claro, hasta que luego te despiertas al día siguiente y dices que no te acuerdas. —Hacía referencia a la noche de borrachera en Nueva Orleans.
Lion endureció la mandíbula.
—¿Quieres empujarme de verdad? ¿Me presionas? Hazlo, y verás que el auténtico Dragón de la Mazmorra soy yo. Tú... —Intentó hablarle con dulzura y comprensión—. Eres demasiado especial —sus ojos penetraron en los de ella y se quedaron ahí clavados—. Demasiado especial para mí.
Odiaba las adivinanzas. ¿Por qué Lion no admitía la verdad? ¿Por qué no reconocía que la quería pero no lo suficiente como para entregarle ese corazón de amo? Le costaba demasiado abrirse; y eso solo quería decir una cosa: que no sentía suficiente como para hacerlo, ¿no?
—¿Qué tipo de persona especial soy para ti? —preguntó insegura e intrigada.
—Demasiado especial para que otro amo se te lleve delante de mis narices porque tú decidas que así debe de ser e ignorar mis órdenes. Demasiado especial como para estar todo un día al borde de un ataque de nervios porque no sé si estarás pasándolo mal o si te están haciendo algo que tú no quieres que te hagan; y, definitivamente, eres más especial de lo que yo esperaba. Mucho más. Pero este no es un buen momento... para nosotros. No lo es para mí. No puedo con esto —repuso nervioso—; no puedo concentrarme contigo.
—¿Cómo? —Cleo se tomó las piernas con los brazos y apoyó la barbilla en sus rodillas, intentando protegerse de lo que Lion quería decirle y no le decía—. ¿Que no es un buen momento? ¿Un buen momento para qué? —preguntó perdida—. Yo no he venido para ser una distracción. He venido por lo mismo que tú, King.
—Has venido para atormentarme, bruja. —Hundió las manos en su melena de fuego rojo y acercó el rostro al de ella.
Ambos sabían que no podían hablar con total libertad en las instalaciones del hotel; y, a no ser que encontraran un lugar retirado y recóndito como el de la cala, no podrían seguir con aquella conversación sin desvelar más de la cuenta.
—Haz el favor de portarte bien, Nala. Y deja de hacerme sufrir.
Cleo parpadeó, aturdida. No quería hacerle sufrir. Solo quería ayudarle, y quería demostrarle tanto a él como a sí misma que, además de una sumisa y de una compañera de juegos, era también una agente de verdadera vocación.
Una policía enamorada hasta el tuétano del agente al cargo de
Amos y Mazmorras.
—¿Qué... Qué quieres de mí, Lion? —preguntó en voz muy baja y cansada, alzando la mano temblorosa hasta los labios de él. No quería seguir haciéndose ilusiones pensando que Lion podía tener sentimientos por ella. El comportamiento de él, a veces, la desequilibraba y la hacía pensar que podía ser posible... Pero necesitaba estar segura.
«Todo. Lo quiero todo, Cleo. Te quiero a ti por completo, entregada y confiada a mí».
—Necesito espacio y, ante todo, que confíes en mí. No puedo decirte más, Lady Nala. Ahora no.
—¿Ahora no? —asombrada y confusa pasó los dedos por su barbilla—. ¿Es que hay un momento justo y adecuado para decir las cosas importantes? —Se desilusionó de golpe—. ¿Hay un momento para ser honesto y sincero?
—Lo hay, créeme. Pero tiene que ser fuera de aquí. Cuando todo este juego acabe. Entonces sabrás la verdad; mientras tanto, por favor —suplicó—, permanece a mi lado y no me desobedezcas más.
Cleo miró a Lion de frente y dejó caer la mano hasta apoyarla en las piernas.
—No quieres decirme lo que sientes por mí —asumió hundiendo los hombros.
—No entenderías lo que siento por ti aunque te lo explicara ahora.
—No. Solo tú no entiendes lo que sientes. Solo tú —repuso levantándose y dejando a Lion de rodillas ante ella—. Es muy sencillo. Se trata de ser sincero y honesto todo el tiempo, no cuando tú creas que es conveniente. O me quieres o no me quieres, es así de fácil, señor.
¿O la quería o no la quería? Por Dios... Cleo no tenía ni idea de lo que pasaba por su mente y su corazón cuando pensaba en ella; y poco tenía que ver con querer o gustar. Ni siquiera con amar. Era otra palabra más comprometedora, que dejaba a las demás en cueros.
—No me des lecciones, Lady Nala. Tú fuiste la primera en jugar y mentir, inventándote una pareja que no existía. ¿Eso es ser honesta? —se levantó hasta rebasar la altura de Cleo que, incluso con tacones, no era suficiente para alcanzar a un hombre como Lion—. Dime, ¿eso es ser honesta?
Cleo se indignó y reconoció que Lion tenía razón. Ella le había engañado; y esa mentira le había salido cara, pues había sido el motivo de muchas riñas entre ellos. Pero Cleo ya no huía; ya no corría asustada por sus sentimientos. Los últimos días la habían cambiado y le estaban enseñando quién era ella en realidad. Había llegado su momento.
—¿Quieres honestidad, señor?
—Sí, para variar —replicó Lion.
—Te mentí respecto a Magnus. Nunca tuvimos nada; te lo dije porque me daba vergüenza admitir que mi vida sentimental y sexual era muy aburrida; y tú me intimidabas... Y yo... Yo no quería que pensaras que era una fracasada y que, aunque he tenido mis aventuras —gruñó en voz baja—, solo... —parpadeó y se secó la lágrima rebelde que caía de la comisura de su ojo—, solo había un hombre con quien realmente me apetecía estar. Siempre fuiste tú, estúpido...
—No, no, espera... —dio un paso atrás, asombrado.
—No. Ahora me vas a escuchar porque a mí no me da miedo reconocer lo que siento. —le tomó de la camiseta y lo acercó a ella—. Lo siento; y no me voy a callar: te quiero, Lion. No recuerdo cuando empecé a hacerlo, pero nunca dejé de quererte, incluso cuando peor me tratabas. Ya ves, al final tengo alma de masoquista —sonrió con tristeza al ver que Lion palidecía ante sus palabras—. Es más, ahora, que es cuando debería coger las maletas y huir de ti y de tu dominación, no lo hago. Porque me puedes dominar cuanto quieras, porque nunca te tendré miedo. Porque lo quiero todo de ti, Lion. Todo.
Lion abrió la boca para decir algo, pero no se le ocurrió nada. Cleo acababa de pronunciar las palabras que hacía un momento él había pensado. Aquella hada, disfrazada de mariposa, acababa de atravesarle el corazón con su inesperada declaración. Ni siquiera era consciente de lo que le estaba provocando.
—Y sí: me molesta que te ronde Sharon —«Eso es, lánzate nena y quédate a gusto»—. Y me molesta que te toque Claudia. Sé que no te sientes igual respecto a lo que sucedió la noche anterior. Tú me veías bailando con dos hombres y considerabas que te estaba dejando mal, que te desafiaba, que dejaba en evidencia la dominación de King Lion —hizo aspavientos con las manos—. Pero, cuando te vi a ti, yo no lo sentí igual. No te imaginas lo que me dolió pensar que te habías acostado con ellas; que les hacías a ellas lo que me hacías a mí... Cachete, beso, azote, me da igual... Quiero que me lo hagas a mí, ¡y solo a mí! —le zarandeó levemente de la camiseta negra agujereada y de tirantes—. Es... Esto es muy confuso... —apoyó la frente en su pecho—. Todo ha pasado demasiado rápido; pero, en el momento en que apareciste en mi vida, supe que ibas a dejar huella y que no quería perder de vista tus pasos —Cleo cerró los ojos y tragó saliva—. Ahora, dime, señor... —Alzó la mano y le cogió de la barbilla. Sus ojos verdes brillaban con determinación, pero estaba muerta de miedo—. Este es el momento que yo he elegido para decirte lo que siento. Tienes delante de ti a una mariposa monarca que sigue bajo los efectos del afrodisíaco, y que te está entregando su corazón en bandeja —aseguró asustada—. Te lo doy, Lion. ¿Lo quieres? ¿Sientes lo mismo por mí?
La respuesta se hizo de rogar durante un interminable momento, pero llegó en forma de oscuridad y rechazo cuando Lion dejó caer la cabeza y negó.
Cleo escuchó el sonido de su corazón hacerse añicos, como cristales resquebrajándose, volando por los aires por el impacto de una piedra. Saber que él no sentía lo mismo le dolió demasiado. Pero se había arriesgado; y había perdido. Era una de las reglas del juego, de la vida y del amor. Dejó caer las manos entre ellos y se mordió el labio inferior para no hacer más pucheros vergonzosos.
—No siento lo mismo por ti —confesó Lion—. Puede que un día te lo explique, pero no se parece a lo que tú me has dicho. Pero siento; siento más de lo que crees.
—Está bien —asintió acongojada y rota—. Está bien, Lion. No pasa nada...
—No, no lo entiendes.
—Sí, sí que lo entiendo —repuso encogiéndose de hombros y obligándose a sonreír—. O hay amor o no lo hay; o hay atracción o no la hay; o hay química o no la hay. Es así de fácil. Sientes cosas... —repitió riéndose de él—. ¡Yo también siento cosas! Siento cosas por culpa del maldito afrodisíaco... —«Rectifica. Las drogas tienen la culpa»—. Las drogas tienen la culpa, no sé qué me ha pasado —rio nerviosa—. No... No me hagas caso, ¿de acuerdo?