El agente permaneció mudo e inmóvil, disfrutando de la seguridad de tener a Cleo sobre él pero, sobre todo, del caudal de información que la bella mujer le estaba proporcionando: nombres como Belikov, agencias federales extranjeras como la SVR metidas por medio; un diseñador de
popper
como Keon, la Old Guard y la noche de Walpurgis como elementos clave de la finalización del torneo; una Sombra Espía; un chivato en el torneo que informara de todos los movimientos entre bambalinas a los Villanos. Leslie viva y, parcialmente, a salvo, como todos.
Leslie viva. Joder, era la mejor noticia de todas.
Como agente líder no podía vivir tranquilo sabiendo que su amigo Clint había muerto en la misión. Y, según le había dicho Markus a Leslie, una mujer encapuchada, un ama, se lo había llevado.
Clint había muerto por asfixia. ¿Lo habría matado esa dama misteriosa? ¿Quién era?
—Dios, Cleo. —La abrazó con tanta fuerza que Cleo se encontró rendida y entregada entre sus brazos. Completamente a su merced—. Les está viva. ¡Les está viva! —exclamó más contento.
—Sí. —Sonrió y lo besó en el hombro, en el cuello y en la mejilla—. Pero ha dejado de formar parte de
Amos y mazmorras
. Ahora trabaja con la SVR.
—Eso no importa. Está aquí, en el torneo... Y lo quiera, o no, estamos en lo mismo. Los Villanos nos llevarán a la culminación de la misión por los dos frentes. —La tomó del rostro y pegó su frente a la de ella—. ¿Tienes idea del peligro que has corrido? Hoy has estado con uno de los tipos que tiene contacto directo con los Villanos. ¿Qué habrías hecho si te hubiese secuestrado, eh? —El miedo le endurecía las facciones.
Tenía razón. Lion tenía su parte de razón, pero ser una agente infiltrada de la Ley comportaba riesgos. Arriesgabas la vida por una causa.
—Es mi trabajo, Lion —repuso Cleo—. Pero hice algo más —sonrió con orgullo.
—¿El qué?
—Cuando Belikov aseguró que Keon se encontraría en la Plancha del Mar para facilitar el
popper
, me puse en contacto con el equipo estación.
Lion se quedó de piedra al oír eso, y todo su cuerpo se endureció. Cleo podía haber llamado, tenía un medio de comunicación; y, en vez de llamarlo a él para calmarlo, había hecho lo que le había dado la gana. Como siempre.
—¿Que hiciste qué? —preguntó sin inflexiones.
—Ayer memoricé el teléfono de Jimmy del HTC y los llamé para que siguieran el quad MGM rojo con el que iba a llegar el traficante. Era el mismísimo Keon quien iba a hacer acto de presencia... Tenían que tomar fotos de la entrega de los paquetes para que hubiera acta del tráfico de estupefacientes. No intervendrían, pues todo debía seguir como hasta ahora, hasta que finalizara el torneo. Markus me recomendó que no te dijeran nada porque necesitaban absoluta normalidad para seguir con la misión.
—Joder, Cleo —Lion cubrió sus ojos con el antebrazo y sacudió la cabeza—. Es increíble. No me puedes ocultar esta información. No puedes hacer lo que te dé la gana.
—Lion, no hago lo que me da la gana, hago lo que debo. Nuestro objetivo es averiguar dónde se celebra la noche de Walpurgis, porque es como una especie de secreto de estado. No faltará ni un Villano a ese acontecimiento y podremos detenerlos con las manos en la masa.
Él se la quedó mirando estupefacto. Cleo le había sorprendido; pero su audacia podría haber acarreado también muchos problemas. Y, no obstante, lo que más le molestaba, era que no había pensado ni un momento en él: ni como jefe, ni como pareja.
—¿No me felicitas, señor? —preguntó pizpireta.
—Así que, en vez de llamarme a mí, que soy tu jefe y quien coordina todos los movimientos con el equipo estación, coges y llamas directamente a Jimmy. —El tono no era nada aprobatorio.
Cleo entrecerró los ojos verdes y lo miró de soslayo.
—Sí.
—¿Sí, Cleo? Y en vez de ponerte en contacto conmigo después para decirme que estás bien y tranquilizarme un poco, preparas tu
performance
con Markus y Leslie... ¿Para qué decirle nada? Que aguante unas horas más atormentado por mí. ¿Es eso lo que pensabas, Cleo?
Ella se incorporó para mirarlo bien desde arriba. Los ojos azules de Lion amenazaban con tormenta.
Los pechos blancos de Cleo miraban hacia adelante y Lion tenía una preciosa vista estando abajo. Pero ni esa hermosa visión iba a desviarle de lo que vendría a continuación.
—No... Yo... Yo no he pensado eso en ningún momento. Pensé en avanzar en el caso... Y en agilizarlo todo. ¿No te parece bien lo que he hecho, señor?
—No me parece bien —confesó Lion—. Te felicito por tu trabajo, pero no por tu osadía. No puedes asumir tantos riesgos; y no puede importarte tan poco lo mal que yo lo esté pasando cuando una de mis agentes me desobedece en el torneo y se pone en manos de otro amo que, hasta la fecha, no sabíamos hasta qué punto estaba involucrado con los Villanos. Me cabreas, Cleo.
—¡Ha sido para bien! —exclamó ella—. Yo al menos he hecho algo de provecho; no como tú, que te pones a bailar y a mirar fotitos de móviles...
¡Plas! Lion le dio la vuelta y la puso boca abajo sobre sus piernas. Cleo era muy manipulable; y eso le encantaba.
—No pongas en duda mi trabajo, agente —gruñó Lion bajándole la braguita del biquini—. ¿Quién te has creído que eres para hablarme así?
Le propinó una tanda de treinta bofetadas en las nalgas, cada una más dura y picante que la anterior, pero nunca sin rayar la violencia. Cleo apretó los dientes y las soportó. No podía librarse de Lion; y culebrear no servía de nada, así que, si hacerle la disciplina inglesa lo liberaba de parte de la angustia que decía que ella le había provocado, lo aceptaría. Odiaba verlo enfadado con ella o disgustado por algo que ella misma había provocado. No había sido esa su intención. Pero el arrebato de amo de Lion la había tomado por sorpresa.
La joven tembló sobre sus piernas. Ni siquiera le había acariciado el trasero una vez, y la piel ya ardía y clamaba por atenciones más suaves.
Y entonces, Lion la levantó, desnuda como estaba, y la apartó de él, con el trasero rojo como una guindilla.
Cleo dirigió la mirada hacia Lion, que seguía sentado en la arena, estudiando imperturbable su reacción al recibir los azotes y no ser acariciada luego.
—¿Por qué... Por qué me has hecho esto...? —preguntó furiosa y también excitada. Bajo el despecho, bajo cada palmada, había un anhelo de continuar y hallar la liberación.
—¡¿Por qué?! —Se levantó de un salto con una erección de campeonato bajo el bañador—. ¡¿Por qué, Cleo?! ¡Porque no me tienes en cuenta! ¡Era a mí a quien tenías que llamar! ¡No a Jimmy!
—¡Pero no lo hice! ¡¿Y qué?!
—¡¿Y qué?! ¿No te das cuenta, verdad? No te importo como jefe; desobedeces mis órdenes directas, te pones en peligro sin necesidad... Sé que estás acostumbrada a tomar muchas decisiones en tu trabajo pero, aquí no somos tus marionetas. ¡Yo no soy tu marioneta, tienes que seguir el jodido protocolo!
—¿Para qué? El resultado ha sido el mismo.
—Ah, no, nena —Lion sonrió sin ganas—, el resultado, definitivamente, no es el mismo. ¿Quieres que te lo demuestre? ¿Quieres que te demuestre la diferencia entre seguir las normas y no seguirlas?
Cleo apretó los dientes y estalló.
—¡Sí! ¡No te entiendo, Lion! ¡Deberías estar orgulloso de mí y no ponerte de este modo! ¡Demuéstrame qué hubiera pasado si te hubiera llamado en vez de hacer las cosas tal y como las hice! ¡Lo estoy deseando! —le retó envalentonada.
Lion la tomó de la muñeca y la arrastró hasta el agua, justo hasta la altura en la que los cubría por media cintura.
—¿De verdad lo quieres saber? Porque para un amo, y para mí como Lion Romano, hay una diferencia entre tratarme bien y tratarme mal. Y, si lo haces mal, yo puedo dispensarte lo mismo. Puedo actuar igual y no tener en cuenta tus necesidades.
La acercó a una de las rocas solitarias que separaban la cala del resto de la playa y la obligó a apoyar las palmas de las manos en la negra piedra.
—Agárrate bien, nena. Va a subir la marea.
Lion se bajó el bañador y se pegó a su espalda, dándole el calor corporal que no transmitía con sus palabras.
A Cleo también le gustaba ese Lion. El que se dejaba llevar por los sentimientos y por su visceralidad, y olvidaba por completo que ella era Cleo Connelly y que la conocía desde que eran niños. Ahora, la miraba como a una mujer que le volvía loco y a quien le apetecía castigar.
Se mordió el labio inferior cuando la tocó entre las piernas y palpó la humedad que le habían provocado los azotes.
—¿Tienes miedo? —preguntó con la voz ronca, jugando entre sus piernas.
—No me asustas.
—¿Ves? Eres una inconsciente. —Le introdujo tres dedos de golpe hasta el fondo.
Cleo se puso de puntillas y echó la cabeza hacia atrás para coger aire por la impresión. Con la otra mano, Lion frotó su clítoris al tiempo que metía y sacaba los dedos, con un ritmo pausado y certero. Tocaban lo que tenían que tocar, y rozaban lo que debían de rozar.
Lion comprobó que cada vez se dilataba y se humedecía más, hasta que decidió meterle un cuarto dedo, y con el pulgar que le quedaba libre, rozarle el ano.
—Lion... —susurró ella, clavando los dedos en la piedra que les hacía de soporte. Ya estaba en el límite—. Por favor... Haz que me corra.
—Te juro que vas a ver la diferencia —le aseguró excitado—. Te dije que los castigos no tienen por qué equilibrarse con orgasmos. Si me enfado, me enfado de verdad, Cleo.
Estuvo durante más de media hora penetrándola con los dedos, y acariciándola entre las piernas. Y, cuando Cleo estaba a punto de correrse, él se detenía a propósito...
—¡No! ¡No, Lion! Por favor... —rogó mojada de sudor y de agua del mar—. Por favor...
—Aquí no hay Lion que valga. No has tenido ninguna consideración conmigo, y ya estoy harto —rotaba los dedos y los abría en su interior, y penetraba su otra entrada con el grueso pulgar—. Si quisiera, ahora mismo, Lady Nala, podría meterte el quinto dedo y hacértelo con toda la mano en tu interior. Con el puño. ¿Quieres eso? Es muy impresionante. ¿Lo quieres?
Cleo abrió la boca para tomar aire. Quería todo lo que le hiciera para liberarse. Quería correrse. Lo necesitaba. Lion se lo hacía con las manos y no le daba tregua. No la dejaba descansar: la empujaba, la estimulaba y cuando estaba a punto... Vuelta a empezar.
—Házmelo, Lion. Hazme lo que me dices.
—Muy mal, Lady Nala. No me puedes dar órdenes. No te lo pienso hacer. —A desgana, sacó los cuatro dedos de su interior y mantuvo el pulgar en su entrada trasera.
—No... —protestó Cleo, cansada. Que dejara de torturarla, por el amor de Dios.
—Voy a hacértelo por detrás. Vas a ser mía por aquí. Solo mía. —Apartó el dedo, que movía ensanchando su parte trasera taponada, y lo sustituyó por la ancha cabeza de su miembro.
—No... —Puso los ojos como platos—. Espera, eso no va a caber...
—Chist. Claro que sí. —Lion se pegó a ella hasta que ni el agua podía correr entre sus cuerpos. Empujó con lentitud pero sin reservar su fuerza, y separó sus nalgas para ver cómo entraba en ese lugar secreto y fruncido—. Relájate.
—No... No puedo... —lloriqueó apoyando la frente en la roca.
—Sí puedes, cariño. —La acarició por delante para hacer la invasión más satisfactoria—. Solo molesta al principio. ¡Arg, joder! —la cabeza había entrado por completo. El anillo de músculos duros lo había engullido.
Cleo gritó y apretó las nalgas.
—No, no... Así no. —Lion rodeó su vientre con el brazo libre, y con la otra mano le dio calor a su entrepierna, jugando con su botón hinchado y con la entrada cremosa que sus dedos habían dejado atrás—. Tienes que relajar los músculos del trasero... Así, nena. Muy bien. Ayer noche lo hicimos. Ya hemos ejercitado la zona.
—¡El
plug
era más pequeño! —protestó con un gemido—. ¡Lo tuyo es demasiado!
—Va a entrar, Cleo. Mira... —Adelantó las caderas y sintió cómo, poco a poco, toda su erección desaparecía hasta estar completamente inmersa en el recto—. Hasta la empuñadura, Cleo.
Ella tenía toda la piel de gallina; las rodillas se sacudían de un lado al otro y el pelo rojo ocultaba su rostro de la mirada de Lion.
Lion la mantuvo ensartada y pellizcó sus pezones para rotarlos con fuerza entre los dedos. Ella sintió el tirón en la vagina y también en el recto; como si todo estuviera comunicado.
El amo empezó a moverse de dentro hacia afuera, rotando las caderas, introduciéndose hasta el fondo, para mantener a Cleo a punto de liberarse en ese precipicio que haría que volara muy lejos. Pero no le dejaba alcanzarlo y ella estaba llorando por la impotencia y del placer que sentía.
Lion la tocaba por todos lados. Su presencia animal marcaba cada rincón de su alma como si fuera de su propiedad. Y lo era. Él no sabía hasta qué punto ella lo era. Y, aunque su castigo estaba estimulándola y le daba muchísimo placer, comprendió que había diferencias entre herirlo de verdad, y solo molestarlo.
Cleo no le había molestado con su actitud: le había herido. Se notaba en sus envites poderosos, en sus gruñidos a caballo entre la queja y la reprimenda. Lo captaba en sus manos, que acariciaban solo para castigar, no para calmar.
Y, también, en lo poco que hablaba con ella mientras lo hacían; ni siquiera le miraba a los ojos.
Cleo no se consideraba parlanchina en el sexo; de hecho, prefería actuar. Pero Lion siempre le había explicado todo; y, en el fondo, siempre era dulce y considerado con ella.
Esta vez no era así. Sabía que le estaba dando placer, pero solo eran dos cuerpos fornicando. Y ella quería más. Siempre querría más.
—Quiero correrme, Lion. Estoy a punto desde hace más de un hora... —Y empezaba a sentirse irritada. El agua del mar y las dimensiones de su miembro podían ser una mala combinación.
—Lo que tú quieras no me importa. Igual que todo lo que yo te he pedido y he querido tampoco te ha importado a ti. —El sonido del agua al salpicar entre ellos era enloquecedor. La penetró con más fuerza y tomó su clítoris entre los dedos—. Esta noche no hay salida para ti, preciosa.