—No... —sollozó Cleo—. Sí que me importa lo que quieres.
—No. No es verdad. —Lion alzó su pierna derecha, dobló las rodillas y abrió más a Cleo para poder poseerla mejor.
En esa posición, sentía las embestidas hasta en el estómago; y creía que de verdad la iba a partir en dos. Se sostenía gracias a la roca, porque hubo un momento en que ni siquiera el pie izquierdo tocaba en la arena.
—Oh, madre de Dios... —Se apoyó por completo en el torso de Lion y dejó que él hiciera con ella lo que quisiera. Dos embestidas más y se correría. Sentir esa zona de su cuerpo temblar por un inminente orgasmo era algo increíble. El ser humano tenía una educación sexual patética; y Lion le estaba enseñando lo ignorante que había sido toda su vida—. No te detengas... Por favor, por favor... No pares, Lion...
Lion ya no aguantaba más. No iba a correrse tampoco, aunque como amo podría hacerlo, porque Cleo se lo tenía bien merecido. Pero no podía. No la dejaría así después de estar tanto rato poseyéndola.
Antes de que ella y él alcanzaran el orgasmo a la vez, se retiró de su interior y se apretó la base con fuerza para no eyacular.
Cleo cayó desmadejada sobre la roca, apoyada con las manos, los pechos y la mejilla en ella, respirando agitadamente. Descontrolada y enfadada porque, después de todo, Lion había cumplido su promesa.
Lo miró por encima del hombro y vio que él permanecía recortado a través de la noche, con su espléndido cuerpo hinchado y marcado por el esfuerzo, y su erección entre las dos manos; y ni así la cubría por completo.
Ella no sabía si ese castigo se lo merecía o no. En parte sabía que sí. Pero tener ese conocimiento no la hizo sentirse mejor. Anhelaba el contacto de Lion, que le acariciara y le hiciera volar como había hecho cada una de las veces que habían empezado a tocarse. Nunca, jamás, la había dejado en ese estado: abandonada, sola, dolorida y vacía.
Cleo se dejó caer al agua, sumergiéndose por completo. Cuando emergió de nuevo, tenía todo el pelo rojo hacia atrás, como una cortina que cubría su espalda. Los ojos verdes no expresaban nada más que un leve desconcierto y mucha frustración.
Ni odio, ni rabia, ni simpatía, ni cariño, ni desdén. Nada.
—Esa es la diferencia, Cleo. Esto es un castigo de verdad: el castigo sexual de un amo disgustado con su pareja. Dolor-placer sin orgasmo. No te lo has merecido.
—Entonces... Procuraré no hacerte enfadar la próxima vez, señor —susurró sin reverencia alguna. Como él no le contestó, Cleo tragó saliva y se encogió de hombros. Sin decirle nada más, pasando por su lado con el cuerpo laxo, llegó hasta la orilla y se colocó el biquini de nuevo para volver al mar. Lion seguía completamente empalmado, con las manos a su alrededor—. ¿Ahora te sientes mejor? —le preguntó mirándolo de reojo y lanzándose de cabeza para nada y huir de él.
Lion se hundió en el mar de su miseria personal y gritó bajo el agua. Gritó de impotencia y también de furia contenida.
Cleo había hecho un grandísimo trabajo, se lo reconocía; pero había arriesgado demasiado. Y para Lion, era muchísimo más importante ella que el jodido caso.
Ahí radicaba el motivo de su ofuscación.
El mar se convirtió en sal para sus heridas. Sal para las heridas de ambos.
Iniciando una potente brazada, siguió a Cleo.
Volverían al hotel y hablarían con Nick sobre todo lo sucedido.
Capítulo 12
«De las lágrimas al beso hay un escalofrío».
Love is great, love is fine (oh oh oh oh oh)
Out the box, outta line (oh oh oh oh oh)
The affliction of the feeling leaves me wanting more (Oh oh oh oh oh)
Lion
llevaba una hora despierto cuando empezó a sonar la canción despertador del torneo. No había dormido nada durante toda la noche. Cleo y él no hablaron después de su encuentro en la cala; y ella había hecho de todo para esquivarle. Cuando llegaron, se metió en la ducha para quitarse el agua del mar; se secó y se fue a dormir con el pelo húmedo.
—Sécate el pelo antes de acostarte o te resfriarás —le había aconsejado él.
—Vuelve a dirigirme la palabra, o a darme una orden y te meteré la lengua por el culo.
Incorregible. Era incorregible. ¿Cómo podía hablarle así después de lo que le había hecho en la cala? Fácil: porque Cleo no le temía. Y Lion se sentía feliz y eufórico por ello.
Había relaciones de amos y sumisas que extralimitaban la espontaneidad y la libertad de la sumisa, que se autoprohibía muchas cosas para no desagradar al amo y no hacerlo enfadar.
Cleo no era de esas, porque Lion tampoco era de esos amos. Le gustaban las órdenes y la dominación en la cama. Fuera de ella era un amigo, un compañero, alguien en quien poder apoyarse y con quien poder bromear. O, al menos, eso pretendía. Pero en la alcoba, era el rey y el soberano, y Cleo su esclava.
La frustración de no correrse era difícil de sobrellevar; pero sabía que a su joven compañera le pesaba más el haber sido censurada en sus actos que el que él la hubiera dejado con el tremendo calentón. Pero no podía estar tan pendiente de ella. Debía seguir con la misión.
Como a quien madruga Dios le ayuda, Lion había aprovechado el tiempo.
Salió del hotel y acordó en encontrarse con Jimmy en la playa del
resort
.
Previamente, lo había llamado desde el baño y había pedido que revisara todos los teléfonos que tenía Claudia en el móvil.
A Lion le había sorprendido muchísimo que Mistress Pain tuviera llamadas ocultas tan recientes . Esperaba que la estación base pudiera indagar las llamadas y averiguar de dónde venían. Además, se repetían dos números de móvil; y Jimmy podría rastrearlos también.
Pero, sobre todo, quería encontrar al supuesto topo que había inventado aquel montaje sobre Cleo y Markus. ¿Qué habían pretendido con ello? ¿Y por qué?
Se fue a dar un chapuzón y dejó el teléfono de Claudia sobre su toalla junto con un pequeño botecito, donde había orinado la noche anterior, para que Jimmy, que se hacía pasar como reponedor de hamacas, los recogiera, lo abriera y lo analizara.
Había amanecido muy nublado, y el tiempo amenazaba con una de esas tormentas tropicales que, a veces, caía sobre las Islas Vírgenes. Lion lo agradeció, porque el sol de los últimos días había sido aplastante.
Al cabo de media hora, cuando regresó de su sesión de natación marina, tenía de nuevo el teléfono de Claudia sobre la toalla.
Después de eso, regresó a la villa resort y dejó el Samsung de Mistress Pain en recepción. Seguro que Claudia se daría cuenta esa misma mañana de que no lo tenía en el bolso; y lo primero que haría sería preguntar en recepción por si lo habían encontrado.
A continuación, Lion encargó el desayuno para que lo subieran a la habitación. Ya lo habían traído; y él lo había preparado todo para que almorzaran juntos en la amplia terraza privada de la que disponían en su suite.
Cause I may be bad, but I’m perfectly good at it
/Porque puedo ser mala, y me siento perfectamente bien con ello
Sex in the air, I don’t care, I love the smell of it
/El sexo está en el aire, y no me importa porque me encanta su olor
Stick and stones may break my bones
/Las fustas y las piedras pueden romper mis huesos
But chains and whips excite me
/Pero las cadenas y los azotes me excitan
Admiró el dulce rostro de Cleo mientras dormía. Aquella mujer era, en realidad, una mezcla entre bruja y hada. Su pelo rojo reposaba como un manto de seda sobre la almohada, y sus labios, rosados y esponjosos, hacían dulces movimientos inconscientes. Se había dormido con otra almohada entre las piernas, abrazándola, para recibir un poco de la calidez que él le había arrebatado hacía unas horas.
Ella tampoco había podido dormir demasiado. La había escuchado gemir y frotarse contra el colchón. Y sudaba... Sudaba como si aquella suite fuera el mismísimo infierno.
—¿Necesitas agua, Cleo? —le había preguntado solícito, retirándole el pelo húmedo del rostro.
—Necesito que me dejes en paz —le había contestado ella.
Como amo, no tenía problemas en lidiar con su mal humor. Un amo tiene que castigar cuando la sumisa no se porta bien y lo desafía. Sin embargo, no llevaba bien lo de castigar a Cleo, porque él siempre quería llegar al final con ella; le encantaba hacerle el amor y que ambos culminaran. Y, esa noche, ninguno de los dos había llegado. A él también le dolían los testículos.
Aun así, que Cleo no lo tuviera presente le había encolerizado mucho; porque no comprendía cómo él podía pensar en ella tanto y, en cambio, ella lo hacía tan poco en él.
Repasó las imágenes vía satélite que emitía el HTC, provenientes de las señales de las pequeñas cámaras que había colocado el equipo base por todas las Islas Vírgenes. Como se emitía todo a tiempo real, podía observar qué embarcaciones entraban y salían de los puertos... Por ahora, no había movimientos extraños de ningún tipo. Llegaban cruceros, y yates privados y, por supuesto los ferris de las islas. Pero los chicos ya vigilaban a todo el que desembarcaba y, por el momento, no se disparaba ninguna alarma.
Por el rabillo del ojo vio que Cleo se incorporaba en la cama, lo miraba y, sin darle los buenos días se iba directa al baño.
Lion sonrió con la vista fija en el teléfono y esperó a que saliera para hablar con ella.
Seguía enfadada y disgustada. Frustrada.
No sabía lo que le había hecho Lion pero todavía sentía las manos a través de su cuerpo; y a él... A él, en su interior. Continuaba ahí, moviéndose sin clemencia, marcándola como un hierro cadente.
Aquel ron llevaba algo... La bebida debía tener algún tipo de estupefaciente o droga afrodisíaca, porque la hipersensibilidad de su piel no era normal.
Se lavó los dientes, se peinó y se puso por primera vez el corsé de mariposa monarca que había comprado Lion en la
boutique
de Nueva Orleans. Para combinar la liviana y fresca prenda, se puso unos
shorts
negros y aquellas botas que mantenían sus pies destapados y frescos todo el día, aunque cubrieran sus tobillos y parte de sus gemelos.
Un poco de rímel por ahí, crema para el sol que no hacía por allá, brillo de labios, sombra de ojos, kohl y...
voilà
. Cleo Connelly se había convertido de nuevo en Lady Nala, dispuesta a plantar frente al mundo de los
domines
y los sumisos y al amo más sin vergüenza y cruel de todos.
Salió del baño y tomó la mochila que el día anterior habían abierto los malditos Monos voladores. Esta vez, la cerró bien, con las cartas que habían conseguido en la última jornada, y buscó las dos llaves que ya tenían.
Una más y tendrían la final asegurada.
—Si buscas las llaves las tengo yo —anunció Lion desde la terraza—. Ven aquí, Lady Nala, y toma el desayuno conmigo.
Él retuvo el aire en los pulmones al verla con uno de los corsés que le había comprado en House of Lounge. Era tan hermosa y elegante como una mariposa de verdad. Los hombres iban a enloquecer al verla, tal y como él caía a sus pies, absolutamente sometido por su belleza.
Cleo le miró con frialdad y se dirigió a la terraza sin prestar mucho interés al copioso desayuno que había pedido Lion.
—¿Por qué desayunamos aquí?
Lion carraspeó para poder hablar de nuevo.
—Porque ayer utilizamos la carta del Amo del Calabozo y nos dio una pista sobre dónde estaba la caja sin pasar por pruebas ni nada por el estilo. No nos hace falta bajar para escuchar al enano de pelo blanco y ojos azules.
—¿Y ya sabes dónde está?
—Sí, creo que sí. Saldremos de aquí en unos veinte minutos, que es cuando el amo aparece en la pantalla y da las instrucciones de la jornada.
—De acuerdo, señor.
—Siéntate conmigo y come algo. He pedido de todo; el bufé completo... Mira —destapó una pequeña cazuela con
crêpes
calientes. Señaló el pan con tortilla, las frutas tropicales y los botes de mermelada—. Tiene todo una pinta excelente.
—No tengo hambre —era la verdad. No tenía hambre. Seguía sintiéndose extraña, demasiado estimulada y de malhumor—. Solo tengo sed.
Lion tapó la cazuela de nuevo y se levantó del sillón de mimbre, preocupado por ella. Tomó su rostro para estudiarlo con atención.
—¿Cuánto ron bebiste ayer? —preguntó observando sus pupilas.
—Una botella y media de cajun Spice —contestó relamiéndose los labios.
—Creo que pusieron algo en las bebidas; una especie de
popper
líquido —aseguró él.
—Me lo imaginaba...
—Yo no bebí tanto como tú. —Un músculo palpitó en su barbilla y el arrepentimiento se hizo visible en él. Ella, con afrodisíaco la noche anterior; y él, sin cubrir sus necesidades. Menudo castigo había sufrido la pobre—. ¿Cómo te encuentras ahora?
—¿Tú qué crees? Me siento rara... —Se frotó los brazos, alejándose de él y sentándose en la mesa—. No he dormido nada bien. Me moría de calor.
—Debí imaginarme que era por la sustancia... —se lamentó pasándose la mano por la barbilla.
—Sí, seguro que es solo por eso —murmuró en voz baja. «No por todo lo que me hiciste en la cala para luego dejarme sin nada, ¿verdad?».
Lion se sentó a su lado y, sin pedirle permiso, la tomó de la cintura y la colocó sobre sus piernas. Cleo ni siquiera iba a protestar. ¿Para qué hacerlo? No podía con Lion.
—Voy a desajustarte el corsé. Tienes que comer un poco y beber mucha agua —le explicó quitándole los corchetes superiores—, para que te pase el efecto. No... No pensé que habías bebido tanto... —Lion rozó sus brazos, y masajeó su nuca y su cuello haciéndole presión, acariciándola—. ¿Por qué no me dijiste que te encontrabas tan mal?
—No me toques, señor —se levantó de su regazo y se sentó en la silla contraria. Se llenó el vaso vacío de zumo de naranja natural y cogió un cruasán para untárselo con mantequilla y mermelada. ¿Para qué iba él ahora a prestarle atención? Después del escarmiento nocturno, no le apetecía mimos de ningún tipo. La confundía; y si realmente la había castigado, debería mantener el castigo y no cambiar de parecer al día siguiente—. ¿Por qué no te dije que me encontraba así? Porque me castigaste por portarme mal —contestó sarcástica—, ¿y de qué iba a servir decirte que necesitaba que me tocaras? Te lo había suplicado en la cala, y lo hiciste; pero no como yo quería así que, para no aguantar otra vez el mismo tormento, decidí callarme y sufrir en silencio.