Después de tratar superficialmente diversas cuestiones en las que no participaban ni el doctor, ni el archirecto, ni el encargado, sumidos en un silencio profundo, la conversación siguió igual de animada, deslizante y a veces hasta punzante para los participantes. En una ocasión Dolli se sintió incomoda, empezó a discutir, incluso se llegó acalorar; y después se quedó recordando si había dicho algo inconveniente o desagradable. Sviyazhski habló de Levin con sus ideas absurdas que las máquinas no podrían servir para la agricultura en Rusia.
—No he tenido el gusto de conocerlo —dijo Vronski sonriendo—. Tal vez el señor Levin no haya conocido nunca las máquinas que critica, pues de otro modo no me explico su juicio sobre el asunto ni su punto de vista.
—Será un punto de vista turco —añadió Veslovski sonriendo a Anna.
—Yo no sabría defender opiniones que no conozco —replicó Dolli, muy sonrojada—; pero sí puedo aseguraros que Lievin es hombre muy ilustrado, y que le sería fácil explicar sus ideas si se hallase aquí.
—¡Oh!, nosotros somos muy buenos amigos —repuso Sviyazhski, sonriendo—; pero Lievin está un poco raro… los jueces de paz y el
zemstvo
, ni quiere asistir a las juntas.
—¡He ahí una prueba de la indiferencia rusa! —exclamó Vronski—. Antes de tomarnos la molestia de comprender nuestros deberes que nos otorgan nuestros derechos, nos parece más sencillo negarlos.
—No conozco hombre que cumpla más estrictamente los suyos —repuso Dolli, irritada por el tono de superioridad del conde.
—En cuanto a mí, agradezco mucho el honor que se me dispensa, gracias a Nikolái Ivánovich Sviyazhski, eligiéndome juez de paz honorario —replicó Vronski—. El deber de juzgar los asuntos de un campesino me parece tan importante como cualquier otro; y esta es mi única manera de pagar a la sociedad los privilegios de que disfruto como propietario.
Dolli comparó la seguridad de Vronski con las dudas de Lievin sobre los mismos asuntos, y como amaba a este último, le dio en su pensamiento la razón.
—Supongo, pues —dijo Sviyazhski—, que podemos contar con usted para las elecciones, en cuyo caso sería tal vez prudente marchar antes del ocho. ¿Me honrará usted con una visita, señor conde?
—Por lo que a mí hace —observó Anna—, opino como el señor Lievin, aunque tal vez por motivos diferentes; los deberes públicos se multiplican, a mi modo de ver, con exageración. Hace solo seis meses que estamos aquí, y Alexiéi forma ya parte de la tutela, del jurado, de la municipalidad y no sé qué más; y allí donde las funciones se acumulan de este modo, deben llegar a ser forzosamente pura cuestión de forma. Seguramente tendrá usted veinte cargos distintos —añadió, volviéndose hacia Sviyazhski.
En aquel tono de broma de su amiga, Dolli reconoció un marcado enojo, y al ver la expresión resuelta de la fisonomía del conde y el apresuramiento de la princesa Varvara para cambiar al punto de conversación, comprendió que se tocaba un tema delicado.
La comida, el vino, el servicio —todo fue lujoso, pero… en los banquetes de ceremonia, pero un día como cualquiera, en una comida íntima, aquello le había parecido desagradable; después se pasó al terrado para jugar al
lawn-tennis;
Dolli renunció muy pronto, y para no demostrar que se aburría, aparentó interesarse en la partida de los demás: Vronski y Sviyazhski eran jugadores formales, pero Veslovski lo hacía muy mal, lo cual no le impedía reír a carcajadas y proferir gritos; y su familiaridad con Anna desagradó a Dolli, para quien aquella escena tenía un ridículo carácter infantil. Se apoderaba de ella el vivo deseo de volver a ver a sus hijos y encargarse otra vez del gobierno de su casa, que tan desagradable le había parecido algunas horas antes. Por tanto, resolvió marchar a la mañana siguiente, aunque había ido con la intención de pasar allí dos días. Cuando entró en su cuarto, después de tomar el té y de haber dado un paseo en la barca experimentó un verdadero alivio al verse sola, y hubiera preferido no recibir la visita de Anna.
E
N
el momento en que iba a meterse en la cama, se abrió la puerta y Anna entró, vestida con un traje de noche blanco. En el curso del día, y cuando estuvieron a punto de abordar una cuestión íntima, ambas se habían dicho: «Más tarde, cuando nos hallemos solas»; y ahora les parecía que no tenían que decirse nada.
—¿Qué hace Kiti? —preguntó al fin Anna, sentándose y mirando a Dolli con expresión humilde—. Dime la verdad, ¿me guarda rencor?
—Nada de eso —contestó Dolli, sonriendo.
—¿Me odia o me desprecia?
—Tampoco; pero ya sabes que hay cosas que no se perdonan.
—Es verdad —replicó Anna, volviéndose hacia la ventana abierta—. ¿He tenido yo la culpa de todo eso? ¿A qué se llama ser culpable? ¿Podía él hacer otra cosa? ¿Creerás tú posible no ser esposa de Stepán Arkádich?
—No sé qué contestarte; pero tú…
—¿Es feliz Kiti? Me han asegurado que su esposo es un hombre excelente.
—Más aún, no conozco ninguno mejor.
—¡Qué bien, cómo me alegro! No hay mejor —repitió Anna.
Dolli sonrió.
—Pero cuéntame tus cosas —dijo Dolli—. He hablado con…
No sabía cómo llamar a Vronski, no podía referirse a él ni como conde, ni como Alexiéi Kiríllovich.
—Con Alexiéi, sí, y ya sospecho cuál habrá sido vuestra conversación. Veamos, dime lo que piensas de mí y de mi vida.
—No puedo hacerlo así de pronto.
—Te es imposible juzgar con exactitud porque nos ves rodeados de gente, mientras que en la primavera no había aquí nadie. Para mí sería la suprema felicidad vivir los dos solos; pero temo que tome la costumbre de salir a menudo, y en tal caso, figúrate lo que sería la soledad para mí. ¡Oh!, ya sé lo que vas a decir —añadió, acercándose más a Dolli—; ciertamente no lo retendré aquí por la fuerza; pero hoy, por ejemplo, habrá carreras, mañana elecciones u otro cualquier asunto, y entretanto yo… ¿De qué habéis hablado?
—De un asunto del que ya te habría dicho alguna cosa sin que él me indicase nada, de la posibilidad de regular vuestra situación. Tú sabes mi manera de ver en esta cuestión; pero, en fin, más valdría el matrimonio.
—Es decir, el divorcio. Betsi Tverskaia
—
au fond c’est la femme la plus dépraveé qui existe
— me ha hecho la misma observación. Ella, el ser más ruin que cabe imaginarse, que engaña abiertamente a su marido con Tushkiévich, ha osado decirme que no puede verme mientras no legalice mi situación. ¡Ah.!, no creas que establezco comparación entre vosotras. En fin, ¿qué ha dicho?
—Que sufre por ti y por él; si es egoísmo, proviene de un sentimiento de honor, pues el conde quisiera legitimar a su hija, ser tu esposo y tener derechos sobre ti.
—¿Qué mujer puede pertenecer a su marido más completamente que yo a él? ¡Soy su esclava!
—Pero él no quisiera verte sufrir.
—¿Es posible esto?…
—Y además, legitimar a sus hijos, darles su nombre.
—¿Qué hijos? —preguntó Anna, cerrando a medias los ojos.
—Ania y los que puedas tener.
—¡Oh!, puede estar tranquilo; ya no tendré más.
—¿Cómo puedes tú responder de esto?
—Porque yo no quiero tener más.
Y a pesar de su emoción, Anna sonrió al observar la expresión de asombro, de cándida curiosidad y de horror que se pintó en el rostro de Dolli.
—Después de mi enfermedad —añadió Anna—, el doctor me ha dicho…
—¡Es imposible! —exclamó Dolli, contemplando estupefacta a su amiga.
Lo que acababa de oír confundía todas sus ideas; y las deducciones que hizo fueron tales que muchos puntos misteriosos para ella hasta entonces se aclararon súbitamente. ¿No había soñado ella con alguna cosa análoga durante su viaje?… Y ahora la espantaba aquella respuesta, demasiado sencilla, a una pregunta espinosa.
—¿No es inmoral? —preguntó después de una pausa.
—¿Por qué? No olvides que puedo elegir entre estar embarazada, es decir, enferma, y la posibilidad de ser una compañera para mi esposo, pues como tal lo considero; si el punto es discutible para ti, no lo es para mí. Yo no soy su mujer sino en tanto que me ame, y ¿cómo quieres que mantenga ese amor? ¿Con esto? —Anna extendió sus brazos ante el vientre.
Dolli estaba entregada a las numerosas reflexiones que estas confidencias hacían nacer en su espíritu. «Yo no he tratado de retener a Stepán —pensó—; pero ¿ha conseguido su objeto la que me lo robó? Era joven y bonita, y esto no ha impedido que mi esposo la abandonase también. ¿Se dejará sujetar el conde por los medios de que Anna se sirva? ¿No encontrará cuando quiera una mujer más seductora aún?» Y Dolli suspiró profundamente.
—Tú dices que es inmoral —repuso Anna, comprendiendo que su amiga desaprobaba su conducta—; pero debes pensar que mis hijos no pueden ser más que desgraciadas criaturas, destinadas a sonrojarse cuando se trate de sus padres y de su nacimiento.
—Por eso debes pedir el divorcio.
Anna no escuchaba; quería llegar hasta el fin de su argumentación.
—Yo no debo procrear desgraciados; si no existen, no conocerán el infortunio; y si existen para sufrir, la responsabilidad recae sobre mí.
Eran los mismos argumentos con que Dolli intentaba convencerse a sí misma. «¿Cómo se podrá ser culpable con las criaturas que no existen?», pensaba Dolli, moviendo la cabeza para desechar la idea extraña y terrible de que tal vez le habría convenido más a Grisha no nacer.
—Te confieso que eso me parece mal —dijo Dolli, con expresión de disgusto.
—Piensa en la diferencia que hay entre nosotras dos: para ti no se trata más que de saber si deseas aún tener hijos, y para mí la cuestión es determinar si me está permitido tenerlos.
Dolli se calló, comprendiendo al punto el abismo que la separaba de su amiga; ciertas cuestiones no podrían ser ya discutidas entre las dos.
R
AZÓN
de más —dijo Dolli—para regularizar la situación, si es posible.
—Si es posible —contestó Anna, con un tono muy distinto de calma y de dulzura.
—Me han dicho que tu esposo consentía.
—Dolli, no hablemos de eso.
—Como quieras —contestó Dolli, sorprendida al notar la expresión de dolor que se pintó en las facciones de Anna—; pero me parece que ves las cosas demasiado negras.
—De ningún modo; soy feliz y estoy muy contenta; y hasta inspiro pasiones. ¿Te has fijado en Veslovski?
—El tono de ese joven me desagrada mucho —dijo Dolli para cambiar la conversación.
—¿Por qué? El amor propio de Alexiéi se despierta así; esto es todo, y yo hago de ese niño lo que quiero, como tú con Grisha. No, Dolli; no lo veo todo negro, pues trato de no ver nada, porque todo me parece terrible.
—Estás en un error; deberías hacer lo necesario.
—¿Casarme con Alexiéi? No creas que no pienso en ello; pero cuando esta idea se apodera de mí, creo volverme loca, y necesito la morfina para calmarme —dijo Anna, levantándose y recorriendo la habitación de un lado a otro—. En primer lugar, él no consentiría en el divorcio, porque se halla bajo la influencia de la condesa Lidia.
—Es preciso probar —dijo Dolli con dulzura, observando los movimientos de Anna con simpatía y compasión.
—Supongamos que hemos probado —siguió Anna—. ¿Qué significa esto? —dijo, repitiendo una idea sobre la cual había, evidentemente, reflexionado mil veces y que se sabía de memoria—. Esto significa que yo, aunque lo odio, reconozco, no obstante, mi culpa; que lo considero un hombre generoso y debo rebajarme para escribirle… Supongamos que, haciendo un esfuerzo, me decido a hacerlo. O bien recibiré una contestación humillante o su consentimiento… Pues bien, he recibido su consentimiento…
Anna estaba en este momento en el rincón más lejano de la habitación y se había detenido allí haciendo algo distraídamente con la cortina. ¿Y mi hijo? ¿Me lo devolverán? No; crecerá en casa de su padre, aprendiendo allí a despreciarme. ¿Concibes tú que yo ame, casi por igual, y más que a mí propia, a esos dos seres que se excluyen uno de otro, Seriozha y Alexiéi?
Anna salió al centro de la habitación y se paró delante de Dolli, oprimiéndose el pecho con las manos. Con el traje blanco su figura parecía especialmente ancha y alta. Ella inclinó la cabeza y estaba mirando de arriba abajo, con sus ojos brillando de lágrimas, a Dolli, la pequeña, delgadita y miserable Dolli con su camisón remendado, Dolli, que estaba temblando de emoción.
—¡Solo a ellos amo en el mundo —continuó Anna—, y no puedo reunirlos! Lo demás me es indiferente. Esto acabará de un modo cualquiera, por eso no me gusta, no puedo hablar de ello. No me guardes rencor, no me juzgues. Con toda tu pureza no puedes ni imaginar cuánto me hace sufrir.
Pasado un momento, se sentó junto a Dolli, y cogió una de sus manos.
—No me desprecies —dijo—, porque no lo merezco; compadéceme, por el contrario, pues no hay mujer más desgraciada…
Y rompió a llorar…
Cuando Anna se hubo retirado, Dolli rezó sus oraciones y se acostó; compadecía con todo su corazón a Anna, mientras hablaban, pero ahora no podía obligarse a pensar en ella; sus pensamientos se fijaron involuntariamente en la casa y la familia, y nunca comprendió tan bien como entonces cuán caros y preciosos eran para ella los niños que la rodeaban. Por lo mismo resolvió no estar más tiempo alejada de ellos y ponerse en marcha al día siguiente.
Llegada a su gabinete, Anna cogió un vaso y vertió en él algunas gotas de una poción que contenía principalmente morfina; se calmó con esto y entró serena en su alcoba.
Vronski fijó en ella una mirada penetrante, buscando en su fisonomía algún indicio de la conversación que había tenido con Dolli; pero solo vio esa gracia seductora a cuyo encanto estaba sometido, y esperó a que hablase.
—Me alegro mucho de que Dolli te agrade —dijo Anna, sencillamente.
—Hace ya largo tiempo que la conocía; es una mujer excelente, aunque excesivamente
terre-à-terre;
aprecio mucho su visita.
Vronski miró a su amada con expresión interrogadora, cogiendo su mano; Anna sonrió y no quiso comprender aquella muda pregunta.
* * *
A pesar de las reiteradas instancias de sus amigos, Dolli hizo al día siguiente sus preparativos de marcha, y el antiguo coche la esperó en el zaguán a la hora convenida.
Daria Alexándrovna se despidió fríamente de la princesa Varvara y de los caballeros; el día que pasaron juntos no había hecho nacer la menor intimidad entre ellos, y solo Anna estaba triste sabiendo que nadie vendría ya a despertar los sentimientos que Dolli agitó en su alma, los mejores que ella tenía y que muy pronto quedarían olvidados completamente.