Read Anatomía de un instante Online
Authors: Javier Cercas
Como cualquiera de los demás conjurados, Cortina pudo razonar en vísperas del 23 de febrero que sólo había tres formas de que el golpe fracasase: la primera era una reacción popular; la segunda era una reacción del ejército; la tercera era una reacción del Rey. Como cualquiera de los demás conjurados, Cortina pudo pensar que la primera posibilidad era remota (y, si lo hizo, el 23 de febrero le dio la razón con creces): en 1936 el golpe de Franco había fracasado y había provocado una guerra porque la gente se había echado a la calle con el apoyo del gobierno y con las armas en la mano para defender la república; secuestrados el gobierno y los diputados en el Congreso, amedrentada por el recuerdo de la guerra, desencantada de la democracia o del funcionamiento de la democracia, apoltronada y sin armas, en 1981 la gente no sabría más que aplaudir el golpe o resignarse a él, a lo sumo ofrecer una débil resistencia minoritaria. Como cualquiera de los demás conjurados, Cortina pudo también pensar que la segunda posibilidad era igualmente remota (y, si lo hizo, el 23 de febrero volvió a darle la razón con creces): en 1936 el golpe de Franco había fracasado y había provocado una guerra porque una parte del ejército había permanecido a las órdenes del gobierno y se había unido a la gente en defensa de la república; en 1981, en cambio, el ejército era casi uniformemente franquista y por lo tanto serían excepciones los altos mandos que se opusiesen a un golpe de estado, no digamos los que se opusiesen a un golpe de estado patrocinado por el Rey. Quedaba una tercera posibilidad: el Rey. Era, de hecho, la única posibilidad, o al menos la única posibilidad que Cortina o cualquiera de los demás conjurados podía juzgar de antemano factible: cabía imaginar que —a pesar de que el golpe no fuera contra el Rey sino con el Rey, a pesar de que no fuera un golpe duro sino un golpe blando, a pesar de que no pretendiera en teoría destruir la democracia sino rectificarla, a pesar de que la presión que ejercerían sobre él los sublevados y gran parte del ejército sería enorme y a pesar incluso de que el gobierno resultante del golpe debería contar con la aprobación del Congreso y podría ser presentado por Armada no como un triunfo del golpe sino como una solución al golpe— el Rey decidiese no patrocinar el golpe y hacer uso de su condición de heredero de Franco y de jefe simbólico de las Fuerzas Armadas para detenerlo, tal vez recordando el ejemplo disuasorio de su abuelo Alfonso XIII y de su cuñado Constantino de Grecia, que aceptaron la ayuda del ejército para mantenerse en el poder y al cabo de menos de una década fueron destronados. Ahora bien, ¿qué ocurriría en el caso de que el Rey se opusiese al golpe? Es cierto que nadie podía preverlo, porque una vez iniciado el golpe casi todo era posible, inclusive que un golpe con el Rey capitaneado por los dos generales más monárquicos del ejército se convirtiese en un golpe contra el Rey que acabase llevándose por delante la monarquía; pero también es cierto que, en el caso de que el Rey se opusiese al golpe, lo más probable era que el golpe fracasase, porque era muy improbable que un golpe monárquico degenerase en un golpe antimonárquico, igual que es cierto que, si el golpe fracasaba por la intervención del Rey, éste se convertiría a todos los efectos en el salvador de la democracia, lo que sólo podría significar el reforzamiento de la monarquía. Insisto: no digo que ése fuera para la monarquía el único resultado posible del golpe si el Rey se oponía a él; lo que digo es que, como cualquiera de los demás conjurados, antes de unirse al golpe Cortina pudo llegar a la conclusión de que los riesgos que el golpe entrañaba para la monarquía eran muy inferiores a los beneficios que podía acarrearle, y de que en consecuencia el golpe era un buen golpe porque triunfaría tanto si triunfaba como si fracasaba: el triunfo del golpe fortalecería la Corona (eso es al menos lo que pudo pensar Cortina y lo que pensaban Armada y Milans); igualmente lo haría su fracaso. Hubiera o no leído a Maquiavelo y hubiera o no recordado su consejo, ése pudo ser el razonamiento de Cortina; suponiendo que lo fuera, también en este punto el 23 de febrero le dio la razón, y también se la dio con creces.
Lo anterior son sólo conjeturas: la pregunta principal-la pregunta principal sobre Cortina, la pregunta principal sobre el papel de los servicios de inteligencia el 23 de febrero— sigue en pie, y por eso con los datos que he expuesto hasta ahora aún no podemos decidirnos por ninguna de las dos versiones alternativas de lo sucedido en los días previos al golpe. Estamos seguros de que el CESID de Javier Calderón no participó como tal en el golpe, pero no estamos seguros de que la AOME de Cortina participara en el golpe. Estamos seguros de que un miembro de la AOME, el capitán Gómez Iglesias, colaboró con Tejero en la preparación y la ejecución del golpe, pero no estamos seguros de que lo hiciera por orden de Cortina y no por iniciativa propia, por solidaridad o por amistad con el teniente coronel; tampoco estamos seguros de que otros miembros de la AOME —el sargento Sales y los cabos Monge y Moya— participaran en el golpe escoltando a los autobuses de Tejero hacia su objetivo, y no sabemos si, suponiendo que lo hubieran hecho, lo hicieron por orden de Gómez Iglesias, que a pesar del riguroso control que Cortina mantenía sobre sus hombres los habría captado para la operación a espaldas de Cortina, o lo hicieron por orden de Cortina, que se habría sumado al golpe con su unidad o con parte de su unidad porque consideró que era un buen golpe tanto si triunfaba como si fracasaba. En este punto principal tenemos conjeturas y tenemos posibilidades, pero no tenemos certezas, ni siquiera tenemos probabilidades; quizá podamos acercarnos a ellas si tratamos de contestar dos preguntas que todavía quedan pendientes: ¿qué hizo exactamente Cortina el 23 de febrero? ¿Qué ocurrió exactamente en la AOME el 23 de febrero?
A pesar del carácter hermético de la AOME, contamos con numerosos testimonios directos de lo ocurrido en la unidad aquella noche. Son testimonios a menudo contradictorios —a veces, violentamente contradictorios—, pero permiten establecer algunos hechos. El primero es que el comportamiento del jefe de la AOME fue en apariencia irreprochable; el segundo es que esa apariencia se resquebraja a la luz del comportamiento de ciertos miembros de la AOME (ya la luz que esa luz arroja sobre. ciertas zonas del comportamiento del jefe de la AOME). En el momento en que se produjo el asalto al Congreso, Cortina se hallaba en la escuela de la AOME, un chalet situado en la calle Marqués de Aracil. Oyó el tiroteo por la radio y de inmediato se trasladó a otra de las sedes secretas de la unidad, está situada en la avenida Cardenal Herrera aria; allí se encontraba su puesto de mando, la Plana Mayor, y desde allí, auxiliado por el capitán García-Almenta, segundo jefe de la AOME, empezó a impartir órdenes: dado que sabía o supuso que el asalto al Congreso era el preludio de un golpe de estado y que podía provocar tensiones en la unidad, Cortina ordenó que todos sus subordinados permanecieran en sus puestos y prohibió cualquier comentario a favor o en contra del golpe; luego mandó localizar todos los equipos que se encontraban operando en las calles, organizó el despliegue de sus hombres por Madrid en misiones de información e impuso medidas especiales de seguridad en todas sus bases. Por fin, sobre las siete y media, partió hacia la sede central del CESID en Castellana 7, donde permaneció hasta que bien entrada la madrugada se dio por fracasado el golpe, siempre a las órdenes de Javier Calderón, siempre en contacto con la Plana Mayor de su unidad y siempre ofreciendo a sus jefes la información que recibía de ella y que acabaría resultando decisiva para frenar el golpe en la capital. Hasta aquí —y repito: hasta bien entrada la madrugada—, la actuación de Cortina: una actuación que parece descartar su implicación en el golpe, pero que en absoluto permite excluirla (en realidad, colaborar con el contragolpe era, a medida que la noche avanzaba y se alejaba la posibilidad de que el golpe triunfase, la mejor forma de resguardarse contra el fracaso del golpe, porque era una forma de resguardarse contra la acusación de haberlo apoyado); menos aún permite excluirla lo que sabemos de la actuación de algunos de sus subordinados. Sobre todo de uno de ellos: el cabo Rafael Monge. Monge era el jefe de la SEA, una unidad secreta dentro de la unidad secreta de Cortina integrada por hombres de su máxima confianza y cuya misión principal pero no única consistía por aquella época en preparar a agentes destinados a infiltrarse entre los simpatizantes de ETA en el País Vasco; a esta unidad pertenecían también el sargento Miguel Sales y el cabo José Moya. En la tarde del 23 de febrero, después de llegar sobre las siete a la escuela de la AOME en Marqués de Aracil, Monge viajó en compañía del capitán Rubio Luengo al chalet donde se hallaba la Plana Mayor; alterado y eufórico, Monge le dijo a Rubio Luengo lo siguiente: le dijo que había conducido los autobuses de Tejero hasta el Congreso, le dijo que lo había hecho junto con otros miembros de la AOME, le dijo que lo había hecho por orden de García-Almenta (Rubio Luengo relacionó inmediatamente la triple confesión de Monge con una orden de García-Almenta recibida aquella misma mañana en la escuela: debía entregar al propio Monge, a Sales y a Moya tres vehículos con placas falsas, transmisores de mano y emisores de frecuencia baja, indetectables incluso para el resto de los equipos de la AOME). No fue la única vez que Monge narró aquella tarde su intervención en el golpe; lo hizo también unos minutos más tarde, cuando, después de hablar en la Plana Mayor con García-Almenta, éste ordenó al sargento Rando Parra que lo acompañara en coche hasta las cercanías del Congreso, donde el jefe de la SEA debía recoger un coche de la unidad; en el trayecto, Monge le dijo a Rando Parra más o menos lo mismo que le había dicho a Rubio Luengo —había escoltado a Tejero en su asalto, no lo había hecho solo, había obedecido órdenes de García-Almenta— y añadió que, tras cumplir su misión, había abandonado el coche que ahora iban a buscar en la calle Fernanflor, junto al Congreso.
Esa noche ocurrieron muchas otras cosas en la AOME —hubo idas y venidas frenéticas en todas las sedes, hubo un flujo constante de información suministrada por los equipos desplegados en Madrid y sus alrededores, hubo muchos hombres que mostraron su alegría por el golpe y unos pocos que se callaron su tristeza y al menos dos que entraron de madrugada en el Congreso y salieron de él con noticias frescas, entre ellas que Armada era el verdadero líder del golpe—, pero la confesión reiterada de Monge a Rubio Luengo y Rando Parra es decisiva. ¿Es también totalmente fiable? Por supuesto, tras el 23 de febrero Monge se retractó: dijo que todo había sido una fantasía improvisada ante sus compañeros para alardear de una ilusoria hazaña golpista; la explicación no es increíble (según sus jefes y colegas Monge era un militar aventurero y bravucón, y no ha habido día más propicio que el 23 de febrero para alardear de hazañas golpistas, y también antigolpistas): la vuelve poco creíble el hecho de que Monge contara la historia no una sino al menos dos veces, no sólo en el calor del primer momento del golpe sino también en el frío del segundo, cuando ya había pasado por el puesto de mando de la unidad y había hablado con sus superiores, al menos con García-Almenta; la vuelve definitivamente increíble el hecho de que Monge dejara en las proximidades del Congreso la prueba de su participación en el asalto. Ahora bien, si aceptamos que el testimonio sobre el terreno de Monge es veraz —y no veo cómo podríamos rechazarlo—, entonces la actuación de la AOME el 23 de febrero parece aclararse, y también la de Cortina: los tres miembros de la unidad —los tres miembros de la SEA: Monge, Sales y Moya— colaboraron efectivamente en el asalto al Congreso, pero no lo hicieron a espaldas de Cortina y por orden de Gómez Iglesias, con quien no tenían la menor relación de carácter orgánico —en esos días, además, Gómez Iglesias estaba de baja temporal en la unidad, porque se hallaba realizando un oportuno curso de circulación en el mismo acuartelamiento del que partieron los autobuses de Tejero—, sino por orden de García-Almenta, y es concebible que Gómez Iglesias reclutara hombres y actuara en favor del golpe sin contar con una orden de Cortina, pero es inconcebible que lo hiciera García-Almenta, a quien no unía ningún vínculo personal con Tejero y que sólo pudo saber con antelación del golpe a través de Cortina. Así pues, es altamente probable que el 23 de febrero el jefe de la AOME ordenara a varios miembros de su unidad —al menos Gómez Iglesias, García-Almenta y los tres integrantes de la SEA— que apoyaran el golpe, De este modo se explicaría que en la madrugada del día 24, cuando el fracaso de la intentona era ya inevitable y regresó desde la sede central del CESID hasta la sede central de la AOME, Cortina se reuniera en dos ocasiones, a puerta cerrada y durante largo tiempo, con Gómez Iglesias y García-Almenta, sus dos principales cómplices, posiblemente para asegurar coartadas y acorazarse contra cualquier sospecha; y de este modo se explicaría también que el día 24 Cortina realizara una ronda de reuniones en todas las sedes de la AOME con el fin de despejar los rumores que corrían por la unidad —casi todos procedentes de las infidencias de Monge—, establecer un relato oficial e inmaculado de lo ocurrido en ella el día anterior y eximir de cualquier responsabilidad en el golpe al general Armada, de quien Cortina había hecho grandes elogios ante sus hombres en las jornadas previas, como si quisiera prepararlos para lo que debía ocurrir. Además, la altísima probabilidad de que Cortina estuviera en el golpe nos entrega retroactivamente otras probabilidades, nos obliga a inclinarnos por una de las dos versiones de los antecedentes inmediatos del golpe y nos autoriza a contestar la pregunta principal sobre Cortina y sobre el papel de los servicios de inteligencia en el 23 de febrero: es muy probable que, al saber por Gómez Iglesias que Tejero se lanzaba a un golpe liderado por Armada, Cortina se pusiera en contacto con el general (si es que los dos hombres no estaban ya en contacto; en todo caso, Cortina reconoce haber visto a Armada un día indeterminado de esa semana, según él para felicitarlo por su nombramiento como segundo jefe de Estado Mayor del ejército); es muy probable que, ya colocado a las órdenes de Armada, Cortina se ocupara de aclararle a Tejero personalmente o a través de Gómez Iglesias la naturaleza, los objetivos y la jerarquía del golpe y le prometiera la ayuda de sus hombres para asaltar el Congreso; es muy probable que, concertara o no la entrevista entre Tejero y Armada y se celebrara o no ésta, Cortina sirviera para que Armada transmitiese a Tejero las últimas instrucciones sobre la operación; es muy probable, en suma, que en los días previos al golpe Cortina se convirtiera en una especie de ayudante de Armada, en una especie de jefe de Estado Mayor del líder del golpe. Es muy probable que eso fuera lo que ocurrió. Eso es lo que yo creo que ocurrió.