Anécdotas de Enfermeras (17 page)

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Authors: Elisabeth G. Iborra

Tags: #humor

BOOK: Anécdotas de Enfermeras
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Está visto que en situaciones de desesperación podemos hacer de todo, burradas que en estado normal no haríamos. El componente ansioso provoca que a la gente se le vaya la castaña. Si tiene un dolor que le está matando, se toma lo que sea o va a Houston o a donde haga falta, se compra chorradas que les venden por televisión que no entiendes cómo se han podido creer que eso funcionaría, porque, por desgracia, hay personajes que abusan de esa desesperación. Hay charlatanes y curanderos que no son nada profesionales.

Pero no me refiero a las terapias alternativas, pues algunas son muy serias, con terapeutas con su licencia, que han cursado unos estudios y acreditan una preparación. Cada uno debe ser libre de elegir cómo quiere tratarse, y lo que para ti es más que válido y te va bien, yo no tengo por qué no respetarlo. Si cumple, por descontado, unos mínimos requisitos legales, porque si te vas a ir a una clínica ilegal en la que te van a operar de cualquier manera sin cumplir un mínimo de higiene, podrías tener problemas. Pero si quieres tratarte con taichi o te va bien el masaje ayurvédico en vez de ir a un fisioterapeuta con titulación universitaria, eres muy libre de hacerlo. El problema es cuando con toda su cara te viene uno diciendo que comiendo ojos de sapo se te va a pasar la impotencia y tú comas ojos de sapo a kilos. Yo creo que medicina tradicional y medicina alternativa se podrían ayudar mucho y aportar mucho una a la otra. Hay muy buenos y muy malos profesionales en ambos ámbitos. En medicina tradicional te encuentras a supuestos profesionales que te exasperan: «¿Por qué no te compras flores y plantas un jardín o haces ganchillo en vez de operar o cuidar enfermos?». Y son licenciados o diplomados universitarios.

A. C.

A sus treinta y un años, esta valenciana de Benicarló ha pasado por hospitales de Vinaroz, donde tocaba un poco de todo, en una clínica privada haciendo una sustitución en Girona y, desde hace unos años, en Barcelona, en varios hospitales, haciendo noches y turnos a mansalva.

Si quieres llevar una vida mínimamente digna no puedes trabajar de noche, no coincides con nadie, no se descansa igual, tu cuerpo está más débil, te notas fiebre, estreñimiento, te sientes más depresivo... Allá estaba también en Urgencias, organizado por niveles: el nivel 2, Medicina General; nivel 3, Psiquiatría, abuelitas desorientadas que tienen miedo de que venga alguien a hacerles algo... y así sucesivamente, Traumatología, que está muy bien porque va rodada: llegan, ves lo que hay, les haces la radiografía y, en función del resultado, les pones un vendaje, escayola o lo que toque. En cambio, en Medicina General, hasta que no se sabe lo que es, esperas el resultado de la analítica, le pones un tratamiento u otro para curarle y demás, el proceso es mucho más largo.

Desde hace unos años trabajo en el hospital Valí d'Hebron, cada temporada en una cosa: durante el invierno voy cada día a un sitio de la casa y durante el verano estoy en una planta. Empecé en Cirugía Vascular el primer verano, he estado en Hepatología, donde están todas las encefalopatías... Es curioso, porque a veces se acumula líquido en el cuerpo y va a la cabeza, y para solucionarlo no queda otra que evacuarlo, por lo que les damos medicamentos para que hagan mucho de vientre. También se desorientan mucho, ven cosas raras, serpientes, gente que ha entrado en su habitación y en realidad no ha entrado nadie para nada, se arrancan el suero o la vía y la tiran contra la puerta o la pared porque no saben qué hacen con aquello puesto ni dónde están, o para llamar la atención.

A veces se ponen agresivos, a mí no me han atacado directamente pero sí que recibe patadas todo el personal que se pone por delante cuando a alguno le da un pronto.

Las hepatologías normalmente derivan en cirrosis hepáticas y hepatitis B o C, que son las que se transmiten por contagio sexual, por lo que solemos tener muchos transexuales: mujeres que antes eran hombres, hombres que antes eran mujeres... Vemos a chicas monísimas cuyo nombre es Pedro y nosotras nos debatimos en el conflicto de colocarlas con los hombres o con las mujeres. Normalmente, decidimos según cómo se van comportando: si las vemos más femeninas, más allá del hombre que sólo lleva pintada la cara y va travestido, las juntamos con las mujeres, porque algunas van muy arregladas, se ponen monísimas para ir por el hospital, se peinan mucho, andan como si fueran por la calle... Se manifiestan tal y como son en la vida cotidiana.

En Urgencias sucede mucho que viene el clan gitano con su pariente enfermo y amenazan a cualquiera en cuanto pasa algo. Pero no es cuestión de etnias o razas, mucha gente se pone histérica y empieza a chillar para entrar antes. Vino un día una señora que rompió a gritar y su hija quiso imponer que su madre entrara la primera porque se encontraba mal. Mi compañera no pudo callarse el comentario:

—Si se encontrara tan mal, no gritaría así.

Y se montó:

—¡Estás llamando mentirosa a mi madre, te voy a matar!...

No se dan cuenta de que no porque chillen se encuentran peor, muchas veces quien peor está es el que no dice nada porque no tiene ni fuerzas. Yo entiendo que ahí entra en juego el miedo a que el familiar empeore y le pase algo grave, pero ese miedo lo tiene todo el mundo, y la enfermera tiene que valorar quién está peor.

Otra planta que me gusta mucho y en la que pasan muchas cosas es la de Neurocirugía, donde hay enfermedades que a menudo son hereditarias, tumores... y, curiosamente, se produce mucha conexión entre los pacientes, se hacen amiguísimos, porque cuando te intervienen en el cerebro, la sangre llega menos y, por eso, están mucho más desinhibidos, más abiertos o desfogados. Quien más quien menos va en pelotas por el pasillo, entre ellos se hacen sus clanes, se reúnen todos en una habitación a hablar y cuando llegas tú, si les pareces guapa, te lo sueltan sin reparos; tienen mucha conexión entre ellos y se apoyan mucho, probablemente porque vienen de toda España y se encuentran sin sus familias. De hecho, en el momento de la intervención se agolpan todos en la puerta para ver cómo ha salido y recibirlo recién lo traen de quirófano. Cómo si fueran sus familiares, en plan: «¿Estás bien? Yo voy a pasar pronto por lo mismo...». Pero es más, su relación no se queda en el ámbito hospitalario sino que después de salir conservan mucho el contacto.

En verano, cuando en teoría tendríamos que estar más tranquilos, vivimos situaciones de estrés bastante fuertes dado que tenemos a muchísimos abuelos que padecen patologías graves y, además, requieren mucha atención. Es sorprendente, porque ves a una persona que en principio te trata con cariño, es dulce y tranquila, y que, de pronto, cuando le toca la cura de su herida se vuelve como la niña de Poltergeist. Y cómo le dices tú a una señora de ochenta años: «Cállese, pero ¿qué está haciendo?». Es muy difícil trabajar con ella chillando. Es algo que no te esperas porque piensas que ya te conoce, que sabe que la cuidas bien, que no le haces daño y que, por lo tanto, aguantará la cura como la mayoría de los pacientes. Pero no, tienen un miedo irracional que les salta como un resorte en cuanto les rozas el pie o la pierna amputada o lo que tengan mal...

Amputaciones hay muchas, por dos motivos: o porque son diabéticos que no curan bien las heridas de los pies que les surgen por los problemas de circulación, o porque son enfermos con arterias del corazón o venas obstruidas y no les llega bien la circulación a los pies de manera que van perdiendo el riego y se van gangrenando. En este último caso, hasta que no se solucionen las arterias de arriba y fluya bien la circulación, los pies se irán ennegreciendo y complicando. Y si no se consigue solucionar el problema arterial, hay que ir cortando la parte que se va momificando, que en principio tendría que ser mínima, pero si la amputación no evoluciona bien y se infecta, se puede gangrenar y se debe cortar de nuevo para que no siga subiendo. No sé por qué, pero muchas veces las amputaciones no van bien, a pesar de que vamos curando mañana, día y noche, con el tratamiento que el médico prescribe. Es una presión importante, pero nosotras sabemos que por nuestra parte no hay ninguna desidia, sino que más bien vemos que el paciente no sigue bien la alimentación o hace caso omiso de la orden de mantener la pierna estirada, de dejar de fumar... y claro, luego te quedas con un dedo del pie en la mano porque según se va momificando lo vas curando para que se seque, y si no llega el riego se seca tanto que al final... cae.

También he estado en Quemados y hay anécdotas bonitas, ya que la gente pasa mucho allí por accidentes domésticos como los típicos chorizos parrilleros, muchos niños de madres magrebíes que acostumbran a cocinar con el niño en brazos y les cae aceite o agua hirviendo; bastantes abuelitos que se queman ellos mismos en la ducha porque al no tener tanta sensibilidad en la piel no saben controlar la temperatura... También hay un número considerable de ladrones porque suelen tocar tuberías, cosas de cobre, y les pasa la electricidad por dentro y se queman, como al rumano que le amputaron un brazo porque estaba en una fábrica robando cobre y se electrocutó, y creo que uno de sus compañeros murió. En condiciones también un poco extrañas, estando en México, un chico vio a otro tumbado en el suelo que, para su desgracia, estaba electrocutado y le pasó la electricidad a las piernas y perdió no sé si una o las dos. Y, a pesar de la prevención de riesgos laborales, tenemos muchos trabajadores accidentados, mecánicos a los que les explotan motores en la cara, el tórax, los brazos, las manos que se quedan sin dedos, sólo por la falange... En general, como estos pacientes pasan mucho tiempo allá, se solidarizan mucho entre ellos: hay un antiguo paciente que cada año por Navidad se disfraza de rey negro para dar caramelos a todos los de quemados porque dice que fue uno como ellos y quiere hacerles más agradable su tiempo en el hospital. La mayoría sale bien parada, a menos que las quemaduras afecten a los órganos vitales, pero luego necesitan apoyo psicológico profesional y de otros quemados, por eso se intenta ponerlos juntos por edades, por ejemplo, si hay varios jovencitos los juntan en la misma habitación y les ves que les da vergüenza que les venga una chiquita joven a cuidarles.

En Psiquiatría he ido de segunda para ayudar a las enfermeras más especializadas, que han hecho los cursos pertinentes, y en concreto en la parte de esquizofrenias controlables, síndromes de abstinencia para controlar el alcohol, he visto a algún enfermo que se cree que es otra persona; por citar uno, el chiquito que se creía que era David Bisbal hasta el punto de que su familia le había regalado un karaoke y se lo trajo al hospital para poder cantar durante todo el día. Un chaval joven pensaba que estaba en una película de la que él era el actor principal y le tenían constantemente vigilado, como en El show de Truman o 1984 de Orwell. Era muy majo y muy buena persona, pero de repente se excusaba:

—Me voy, porque si no me van a encontrar aquí.

Otro había tenido una especie de iluminación y estaba convencido de que era Dios: se empeñaba en proteger a su familia cuando le daban los episodios eufóricos más fuertes, que luego tienen su consiguiente bajada... lo que no quiere decir que reconozcan que tenían una paranoia, algunos insisten en lo mismo cuando están más lúcidos. De todos modos, este tipo de casos los controlan únicamente los psiquiatras, nosotras intentamos relajarlos bastante para que no pasen a mayores, porque si alguien cree que es Dios, le puede dar por volar... Los psiquiátricos son también muy promiscuos, hay que separarlos bastante para que no estén todo el día dale que te pego, como a los toxicómanos de la planta de enfermedades infecciosas, parece como si hubieran perdido todo tipo de condicionamientos sociales y de pautas de comportamiento ante los demás.

En los hospitales se da el caso de que te indican las consultas a las que tienes que ir por líneas de colores: la roja para ir a Rayos X, la amarilla para tal consulta... Bajo esas premisas, llegó al hospital de Bellvitge un señor al que le dijeron que tenía que ir al final de la línea roja a hacerse una radiografía y el pobre, ni corto ni perezoso, se fue al metro, cogió la línea roja (la Li), llegó hasta el final y al cabo de dos o tres horas volvió quejándose de que había llegado hasta la parada de Fondo pero no había encontrado ningún sitio donde le hicieran la prueba. La gente a veces se desorienta tanto en un hospital que si no lo pregunta todo cincuenta veces, no da una.

También resultan especialmente graciosos los pacientes bajo los efectos de la anestesia. Sobre todo, casi todos los abuelitos pasan por un episodio de desorientación, no saben dónde están, no reconocen a la gente, tienen sus paranoias... Muchos sueñan con dinero, con herencias, y cuando vienen los familiares les informan: «A ti no te voy a dejar nada, y a ti tampoco porque no sé qué...». Y es todo por la anestesia, que les anula cualquier filtro racional. Algunos ven moscas y se ponen a cazarlas. Y si les da por intentar ligar con la enfermera o con quien sea, no se cortan ni aun estando la esposa delante.

En las plantas de Cirugía hay una colección de «cosas extraídas del ano»; de hecho hay un museo donde se pueden ver desde consoladores de todo tipo, vibradores, un toy con dos cabezas largo como una barra de pan, velas, figuritas de tipo joyero redondas, el mazo de madera de los morteros, bolas chinas, botellas de Coca—Cola, de champán... Durante una época se puso de moda meterse ratones por el ano, y los pobres se ahogaban y tenían que venir a sacárselos a Urgencias. Lo más fuerte es que a lo mejor viene alguien con su madre de quién sabe qué edad admitiendo que estaba jugando con su pareja y se le han quedado dentro dos pelotitas, y si no las evacuan naturalmente, hay que intervenir.

Es muy típico que se equivoquen con los nombres no ya sólo de los médicos, sino de las medicinas. Por ejemplo, la «paperina», en lugar de la heparina, que se suele poner por la noche a casi todos para la circulación; o «me han hecho un pispas», en vez de un bypass... Aunque también nosotros sacamos una jerga propia en función de los prototipos de pacientes o familiares que nos encontramos en Urgencias, porque se repiten siempre, como si fueran tribus. Decimos, por ejemplo, «ha venido un pies negros», lo cual da una idea de la cantidad de gente que viene con los pies negros, de mierda. Tenemos también a los «arapajoé», que son los que, cuando has curado a su pariente, pongamos por caso la abuela, y ya no es necesario mantenerla en el hospital porque la enfermedad se puede curar perfectamente en casa siguiendo el tratamiento que les indicamos, te sueltan: «Pues ara, pajoé, no me llevo a la abuela». Otra parecida es la de «poyoasís», que sería en la misma situación en la que ya sólo queda terminar de curarle la gastroenteritis o cualquier otra dolencia leve a la madre del interpelado y te espeta: «Po'yo asís no me llevo a mi madre».

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