Anécdotas de Enfermeras (16 page)

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Authors: Elisabeth G. Iborra

Tags: #humor

BOOK: Anécdotas de Enfermeras
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Lo cierto es que los motivos de la gente para venir a Urgencias son muy relativos, a veces te das de cabezazos de lo increíble que te parece que vengan por eso. En cambio, día que hay partido, a nadie le duele nada. A nadie. Se pueden estar muriendo que aguanta todo cristo en casa. Y más en Urología, que son todos hombres, aguantan lo que les echen si hay partido. Eso sí, en cuanto se acaba, no te puedes creer la fila de taxis que va creándose ahí en la puerta. La sonda que se me ha atascado, tengo un dolor que me muero, un cólico de no sé qué... pero se han trincado su partido previamente como campeones. Así que el que viene durante el partido, sabes que viene reventado. O que no le gusta el fútbol.

En verano te encuentras a la típica familia que intenta endosar al yayo o la yaya de turno, «que se está muriendo». «Pues yo la veo tan bien a la señora, y tan ricamente...» Y es que se quieren ir de vacaciones... «Motivos de ingreso no tenemos, en todo caso habría que cambiarle la pauta de la medicación, darle una aspirina.» Entonces te montan el pollo, que te van a denunciar porque es una vergüenza, etcétera. Y les animamos a que la pongan porque carece de criterio de ingreso. Esto pasa mucho, de hecho, creo que la Generalitat ha aprobado un plan para acoger durante quince días a la persona mayor que tenga la familia a su cargo para darle un respiro. Es difícil conseguirlo porque hay pocas camas y muchas familias optando, pero es estupendo porque los meten en un centro sociosanitario donde están muy bien cuidados y así se pueden ir y despejarse esas familias que viven un auténtico calvario y están súper sujetas.

En Andrología nos encargamos de todo lo que sea pene y aledaños. Ingresan muchos hombres con disfunción eréctil para hacerle un estudio a fin de saber a qué se debe la falta de erección, si a motivos psicológicos o físicos. Llamada Rigiscan, es una prueba para ver si hay erecciones nocturnas, durante el sueño, y consiste en conectarle dos sensores en forma de arandelas, una en la base y otra en la punta, que van mandando señales a un aparato que registra todo el movimiento. Es un show, porque tienes que conectarles los aparatos, que imponen bastante, y dejarlos allá en la cama con eso controlando.

Pero aún es peor colocar prótesis de pene cuando la disfunción eréctil se debe a causas físicas. Tienes que explicarles que la prótesis es hidráulica, rígida o semirrígida, y que se coloca dentro del pene, con lo cual parece que están empalmados permanentemente, aunque tiene un botón con el que se pone erecta del todo. Hay quien lo lleva muy bien y cuando llegas a rasurar están allí tirados en plan chulo de playa; hay quien lo lleva fatal, con un complejo tremendo, otros con mucho miedo y preocupación... Yo no he tenido a ninguno que se lo pusiera por motivos estéticos (de hecho, sería absurdo porque no queda un pene normal), sino porque les genera un problema en su vida cotidiana. Pongamos por caso un hombre de cincuenta años al que operan de cáncer de próstata y se queda impotente; pues lo pasa fatal. Y hasta que se acostumbran a aquello, pasan por el temor de que se les note, de que se vea un pedazo de paquete... Les cuesta bastante.

Se hacen también operaciones de corporoplastia, cuando el pene está torcido para alguno de los lados o hacia arriba o hacia abajo. Hay hombres que en reposo la tienen normal pero empalmada se les tuerce y les causa un problema a la hora de la penetración porque o haces el pino puente o no hay manera. Y éstos tienen que traer unas fotos del pene torcido a fin de que el cirujano, antes de intervenir, se las mire para ver hacia dónde se le tuerce y poder corregirlo, enderezarla, por así decirlo. En quirófano luego provocan una erección inyectando una sustancia, para cerciorarse, pero ver las fotos es la caña porque tienen que estar tomadas desde arriba, desde los laterales, de frente... Sin que se vea la cara del señor ni en plan posturita posando en bolas, sino la zona en cuestión erecta. Y, obviamente, son fotos caseras, así que ves de fondo el aparador del salón, con las fotos de las comuniones de los niños, o el espejo del mueble del dormitorio, que tiene encima un florerito con sus flores de plástico...

En cuanto a Nefrología, el enfermo de riñón es muy obsesivo y tiene un carácter muy agriado porque son enfermos crónicos, llevan mucho tiempo enfermos, han pasado por diálisis, han de pegarse tres o cuatro horas al día enganchados a una máquina—Tienen la sensación de que esa máquina, que es lo que más odian, es, a su vez, lo que les mantiene vivos. Y esto les perturba bastante, la familia lo pasa bastante mal.

Una de las especialidades de la clínica donde trabajo son los trasplantes de riñón, y habitualmente nos llevamos tremendas alegrías, pero a veces hay problemas ya que, si bien la mayoría de los riñones provienen de cadáveres, en ocasiones se hacen trasplantes de donante vivo. Es el caso de una pareja joven en la que la chica tenía antecedentes familiares de enfermedades renales y eran congénitas, con lo cual ella sabía que se tenía que cuidar mucho y así lo había hecho durante muchos años, pero luego decidió dejar de vigilarse y acabó con una insuficiencia renal mortal. Su marido quiso donarle el riñón, y tras hacerse las pruebas y confirmar que eran compatibles, que no siempre lo son, se lo trasplantaron. Ella está divina de la muerte, mas él casi se nos queda en el intento. Lo ha pasado fatal debido a que hizo una complicación de aquellas de una entre un millón y lo tuvimos que sacar en silla de ruedas de quirófano como un cadáver, dudando si sobreviviría. Ahora se ha recuperado pero es él quien necesita diálisis, él que era un tío sano, con dos riñones, estupendo, joven, con una hija pequeña... Fue una situación muy dramática, para ellos sobre todo, pero para el equipo profesional también.

Ahora bien, eso no significa que tenga que fallar siempre. En la mayor parte de las donaciones de padres a hijos, de esposo a esposa o viceversa, va todo genial, se puede vivir con un riñón.

Con los enfermos terminales de sida hay que tener en cuenta que es gente de muy mala vida, salidos de penitenciaría porque se les aplica un régimen especial por estar ya desahuciados, politoxicómanos, ex prostitutas, etcétera. Da margen a las risas porque son muy espontáneos y ahí llegas tú de enfermerita monísima y te encuentras con una caterva de macarras que se las saben todas y no sabes cómo lidiar con ellos. Yo además estaba de noche, sola, con diez enfermos. Te desarman con sus comentarios, te cuentan sus vidas, que son superintensas... Y con lo mal que están ves que están pagando con creces todas las macarradas que hayan podido hacer en su vida. Hay mujeres con cuarenta años que no pueden ni subirse las bragas solas porque están hechas un asco, han pasado por el talego, se han prostituido, han sido yonquis, han sufrido malos tratos, han tenido familias que no se pueden ni considerar como tales... Son pacientes muy psiquiátricos todos, o por las adicciones, la causa de que ahora vayan todos de medicación hasta arriba, o por los traumas que acumulan.

Lo más curioso es cómo aguantan colgando de un hilo para morir hasta que no saldan sus cuentas pendientes, esperan a que venga un hermano de no sé dónde o a que se solucione no sé qué para terminar con su agonía.

También nos pasó con una abuela, que no entendíamos cómo podía resistir. Transcurrían las semanas y su agonía no se acababa nunca, nos parecía eterna. Y resulta que tenía un hijo en la cárcel de alta seguridad, y costaba dios y ayuda que le dieran un permiso para venir a visitar a la madre enferma. No en vano, cuando por fin conseguimos, tras mucha burocracia y papeleos, que se lo dieran, cortaron la calle, vinieron seis mossos de esquadra en plan armario, con las metralletas al pecho, nos revisaron todo, tuvimos que quitar cosas de los pasillos, pusieron a un mosso como la copa de un pino vestido de calle pero con la metralleta cruzada al pecho en la puerta del ascensor, de forma que todo el que subía a la planta se metía un susto de infarto. Todo muy discreto. Al final, el famoso preso de alta peligrosidad vino a planta, y de los treinta minutos de permiso que le habían dado, aguantó cinco minutos: ver a su madre en aquel estado, le afectó muchísimo. Y esa noche la mujer se murió en paz.

Eso es tan curioso como la gente que aprovecha el momento en que se queda sola para morir. Esos vínculos les atan, y hasta que no los sueltan, no se van: señora que está al pie de la cama días y días, no se va a dormir a casa, casi ni se ducha ni come, etcétera, porque sabe que va a llegar el fatídico momento. Pues en esos cinco minutos en que se despista y se duerme, o se va a fumar o a la cafetería o que alguien la llama para no sé qué; pum, aprovecha su familiar y la palma. En paliativos se dan muchas situaciones de éstas.

Así como de pacientes que te llegan hechos un asco, para cogerlos con pinzas, y luego se estabilizan con la medicación y se les puede enviar a casa. Hay que partir de la base de que todos van a morir, en un plazo más corto o más largo de tiempo, y que su enfermedad es incurable, pero sí que se puede trabajar para paliar todos los síntomas y que esté confortable tanto el enfermo como la familia.

En una época, estaba en la consulta externa haciendo atención telefónica a paliativos y, un suponer, llamaba al abuelo a ver qué tal le había ido con los cambios de la medicación y me decía que no le hacía nada. «Pero a ver, de lo que está tomando, ¿cuál era la pastilla que le pusimos?» (Imagínate, una pauta de paracetamol, ibuprofeno y otra para ir al baño.) «No sé.» «Bueno, coja la caja y dígame qué es lo que está tomando.» Entonces toman: prapafol, propopofeno... No hay manera humana de que pronuncien bien lo que están tomando, y para mí es elemental, para saber si funciona el tratamiento. O igual te cambian que el paracetamol es el de dar de vientre, y el de dar de vientre es el que les quita el dolor de cabeza... Muchos no ven, o no saben leer o no se aclaran, y es misión imposible comunicarse con ellos.

Aquí se hace mucho trabajo con las familias para prepararlas psicológicamente. Es más, el equipo es mucho más amplio que en otras disciplinas, donde basta con médico, enfermera y auxiliar. A ellos se suman un trabajador social, un psicólogo... y se abordan las enfermedades de otra manera. El médico es mucho más cercano, se sienta, le coge la mano al enfermo, le habla, le toca, le pregunta, le deja opinar, si llora, le deja que llore, no se va corriendo, se queda ahí aguantando el tipo, dando apoyo a la familia. A esto se dedica gente a la que ya le atrae y le interesan los enfermos terminales y su carácter es muy afín a esta forma de trabajar. Los médicos que se dedican a paliativos son oncólogos, internistas, geriatras, o sea, que han decidido la especialidad por sí mismos, y, por tanto, actúan de modo diferente a la medicina general. Va todo con más calma, se tiene muy en cuenta el plano emocional. Tú le preguntas a un urólogo por el distrés emocional y te mira atónito: «¿Eso, eso tiene que ver con las sondas?». Pues no. Estos suelen ser gente muy optimista, muy alegre y vital. Vas a la cafetería y donde más carcajadas se oye, allá están ellos, se hacen muchas bromas, porque con tanto drama permanente se lo toman todo con muchísimo más humor.

Es que allá te pegan unos sustos a veces cuando se muere alguien. Tienes ya todo preparado al extinto para que entre la familia, y de repente se incorpora en la cama, o hace un ruido que no sabes de dónde viene, o eructa... Pero nada comparado con aquella ocasión en la que a los camilleros se les cayó el muerto al suelo cuando lo fueron a pasar de la cama a la camilla, que no estaba frenada. Menos mal que estaba la familia afuera, pero tuvimos que recomponernos antes de salir para que no notaran que nos habíamos estado partiendo de la risa y los pobres estaban todos llorando, claro. El tipo tienes que aguantarlo muchas veces, cuando te acuerdas de algo gracioso en pleno duelo, o el paciente te hace una pregunta absurda, pero no por ello menos seria y, lógicamente, no puedes cachondearte de ello pues le estarías perdiendo el respeto.

Ahora bien, hay historias en las que te resulta inevitable reírte. Esta le pasó a una amiga mía cuando estábamos de prácticas en Navarra, donde estudié la carrera. A ella le tocó en un centro de atención primaria y a mí en otro, pero nos juntábamos a comer para contarnos todas las aventuras de la mañana. En una de éstas le está tomando la tensión a un abuelito que, de paso, dejó caer que le dolía una cadera. Le conminó a que se estirara en la camilla para revisarlo y se negó con el argumento de que se le caía la orina. «¿Cómo que se le cae la orina? A ver, póngase en la camilla, bájese los pantalones que le voy a echar un vistazo...» «No, no, no, en la camilla no, que se me cae la orina.» «Y dale. Bueno, pues bájese los pantalones de pie y se lo miro.»

Entonces nota un bulto extraño debajo de los calzoncillos y le pide que se los baje. Pues bien, el abuelo, incontinente, se había montado un invento casero digno de foto: había cogido un bote de mayonesa Kraft —aún estaba la etiqueta puesta—, había puesto un cartoncito en el fondo y había metido el pene dentro. Con una cuerda de cortina se lo había atado por un extremo a la boca del bote y, por el otro, a la cintura. Con lo cual llevaba toda la cintura escocida, llena de pupas, del roce del nailon en pleno verano, con el calor que hace en Pamplona, todo el bote lleno de pipí, y la verga allá metida como en salmuera. Imagínate cómo estaba aquello. Las dos tiradas por el suelo, enfermera y alumna, dobladas de la risa. Al abuelo lo sondaron y le hacían ir al ambulatorio para curarle, porque tenía el pene llagado, vamos, era una llaga en sí mismo. Y él estaba encantado de que la enfermera le diera eremita, pero la sonda le duró puesta tres días, al tercero pensó: «Esto es una mierda, donde esté mi bote, que se quite este cacharro». Se arrancó la sonda, con globo y con todo, pero él siguió yendo a que le hicieran las curas, que lo de la eremita ya le parecía bien.

Caso aparte es el hidrocele, la acumulación de líquido en el escroto, en la piel que hay alrededor de los testículos, hay algunos que lo tienen congénito. Yo he visto a un abuelo con un hidrocele que era como su cabeza, porque además tenía una hernia a ese nivel, o sea que aquello era descomunal. Enorme. Esperan mucho tiempo hasta que vienen a consultarlo, supongo que les da mucho pudor. Todo lo relativo al sexo conlleva un gran tabú, nos montamos unas paranoias impresionantes. Si a eso le juntas la incultura, te encuentras con casos como que llevan a una chavalilla de diecisiete años por un cólico y en realidad está de parto y nadie se había dado cuenta de que estaba embarazada. Estaba rellenita, sí, y había cogido unos kilos, pero no lo achacaba a eso. Y el cólico se convirtió en bebé. También se ha dado que una parturienta, después de dar a luz, niegue haber parido. Y los abortos clandestinos de personas con menos recursos y bajo nivel económico son auténticas barbaridades. No es lo habitual, pero se siguen detectando, a día de hoy, sobre todo entre mujeres inmigrantes y prostitutas, que se practican un aborto casero pinchándose con una aguja de punto, por ejemplo. Una joven rumana se la metió tan adentro que se perforó el útero.

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