Ángeles y Demonios (6 page)

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Authors: Dan Brown

BOOK: Ángeles y Demonios
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Langdon paseó por la habitación para entrar en calor.

—Los Illuminati eran satanistas, pero no en el sentido moderno.

Langdon se apresuró a explicar que casi todo el mundo imaginaba a los satanistas como monstruos adoradores del diablo, pero la historia demostraba que eran hombres cultos que se alzaban como adversarios de la Iglesia.
Shaitan.
Los rumores acerca de prácticas de magia negra y sacrificios de animales y el ritual del pentagrama no eran más que mentiras propagadas por la Iglesia para denostar a sus adversarios. Con el tiempo, los enemigos de la Iglesia, deseosos de emular a los Illuminati, habían empezado a creer en las mentiras y a ponerlas en práctica. Así nació el satanismo moderno.

Kohler le interrumpió con acritud.

—Todo eso es historia antigua. Quiero saber cómo ha llegado aquí este símbolo.

Langdon respiró hondo.

—Este símbolo fue creado por un artista anónimo del siglo dieciséis como tributo al amor de Galileo por la simetría, una especie de logotipo sagrado de los Illuminati. La hermandad guardó en secreto el dibujo, se supone que con el propósito de revelarlo sólo cuando hubiera reunido el poder suficiente para resurgir y alcanzar su objetivo final.

Kohler parecía inquieto.

—¿Este símbolo significa que la hermandad de los Illuminati está resurgiendo?

Langdon frunció el ceño.

—Eso sería imposible. Hay un capítulo de la historia de los Illuminati que todavía no he explicado.

Kohler alzó la voz.

—Ilumíneme.

Langdon se frotó las palmas de las manos, y pasó revista mental a los cientos de documentos que había leído o escrito sobre los Illuminati.

—Los Illuminati eran supervivientes —explicó—. Cuando huyeron de Roma, atravesaron toda Europa en busca de un lugar seguro donde reagruparse. Fueron acogidos por otra sociedad secreta, una hermandad de ricos canteros bávaros llamados francmasones.

Kohler se quedó de una pieza.

—¿Los masones?

Langdon asintió, sin sorprenderse de que Kohler hubiera oído hablar del grupo. La hermandad de los masones contaba con más de cinco millones de miembros en todo el mundo, la mitad de ellos residentes en Estados Unidos, y más de un millón en Europa.

—Los masones no son satanistas, desde luego —afirmó Kohler en tono escéptico.

—Por supuesto que no. Los masones fueron víctimas de su propia bondad. Después de acoger a los científicos huidos en el siglo dieciocho, los masones se convirtieron sin querer en una tapadera de los Illuminati. Los Illuminati fueron ascendiendo en sus rangos, y poco a poco fueron copando puestos de poder en las logias. Restablecieron con discreción su hermandad científica en el seno de los masones, una especie de sociedad secreta dentro de una sociedad secreta. Después, los Illuminati utilizaron los contactos a escala mundial de las logias masónicas para extender su influencia.

Langdon respiró hondo antes de continuar.

—El exterminio del catolicismo era el objetivo principal de los Illuminati. La hermandad sostenía que el dogma supersticioso vomitado por la Iglesia era el mayor enemigo de la humanidad. Temían que si la religión seguía propugnando el mito piadoso como un hecho incontrovertible, el progreso científico se paralizaría, y la humanidad sería condenada a un futuro ignorante de guerras santas absurdas.

—Como vemos hoy tan a menudo.

Langdon frunció el ceño. Kohler tenía razón. Las guerras santas seguían ocupando los titulares de los periódicos.
Mi Dios es mejor que
el tuyo.
Daba la impresión de que siempre existía una estrecha correlación entre los verdaderos creyentes y las cifras elevadas de cadáveres.

—Continúe —dijo Kohler.

Langdon ordenó sus ideas y siguió.

—Los Illuminati adquirieron más poder en Europa y se impusieron como objetivo Estados Unidos, un gobierno bisoño muchos de cuyos líderes eran masones, George Washington, Ben Franklin, hombres honrados y temerosos de Dios que desconocían la existencia de los Illuminati en el seno de los masones. Los Illuminati se aprovecharon de la infiltración y contribuyeron a fundar bancos, universidades e industrias para financiar su objetivo final. —Langdon hizo una pausa—. La creación de un solo Estado mundial unificado, una especie de Nuevo Orden Mundial seglar.

Kohler no se movió.

—Un Nuevo Orden Mundial —repitió Langdon—, basado en el esclarecimiento científico. Lo llamaron Doctrina Luciferina. La Iglesia insistió en que Lucifer era una referencia al demonio, pero la hermandad afirmó que había que entender Lucifer en su significado latino literal:
el que trae la luz.
O
Iluminador.

Kohler suspiró, y su voz adoptó un tono solemne.

—Haga el favor de sentarse, señor Langdon.

Langdon se acomodó vacilante en una silla cubierta de escarcha.

Kohler acercó su silla de ruedas.

—No estoy seguro de entender todo lo que acaba de decir, pero sí entiendo esto. Leonardo Vetra era uno de los elementos más valiosos del CERN. También era un amigo. Necesito que me ayude a localizar a los Illuminati.

Langdon no supo cómo contestar.

—¿Localizar a los Illuminati? —
Está bromeando, ¿verdad?
—. Me temo, señor, que eso va a ser imposible.

Kohler arrugó el entrecejo.

—¿Qué quiere decir? No pretenderá...

—Señor Kohler. —Langdon se inclinó hacia su anfitrión, sin saber cómo hacerle entender lo que iba a decir—. No he terminado mi historia. Pese a las apariencias, es muy improbable que esta marca fuera hecha por los Illuminati. No existen pruebas de su existencia desde hace más de medio siglo, y la mayoría de eruditos coincide en que los Illuminati se extinguieron hace muchos años.

Las palabras de Langdon se estrellaron contra un silencio momentáneo. Kohler le miró entre la niebla con una expresión a medio camino entre estupefacción y furia.

—¿Cómo diantres puede decirme que este grupo está extinto, cuando su emblema está grabado en el pecho de este hombre?

Langdon llevaba formulándose la misma pregunta durante toda la mañana. La aparición del ambigrama de los Illuminati era sorprendente. Los expertos en simbología del mundo entero se quedarían perplejos. No obstante, el erudito que era Langdon comprendía que la reaparición de la marca no demostraba nada acerca de los Illuminati.

—Los símbolos no confirman la presencia de sus creadores originales —contestó.

—¿Qué quiere decir?

—Quiero decir que cuando doctrinas organizadas como la de los Illuminati dejan de existir, sus símbolos permanecen, de forma que otros grupos los pueden adoptar. Se llama transferencia. Es muy común en simbología. Los nazis tomaron la esvástica de los hindúes, los cristianos adoptaron la cruz de los egipcios, los...

—Esta mañana —le desafió Kohler—, cuando tecleé la palabra «Illuminati» en el ordenador, encontré miles de referencias actuales. Por lo visto, un montón de gente cree todavía que este grupo sigue activo.

—Devotos de las conspiraciones —contestó Langdon.

Siempre le habían irritado la multitud de teorías conspirativas que circulaban en la moderna cultura pop. Los medios de comunicación anhelaban titulares apocalípticos, y autoproclamados «especialistas en cultos» conseguían suculentos ingresos gracias a la histeria del milenio, inventando historias acerca de que los Illuminati estaban vivos y organizando su Nuevo Orden Mundial. Hacía poco, el
New York Times
había publicado un reportaje sobre los misteriosos lazos masónicos de incontables personajes famosos: sir Arthur Conan Doyle, el duque de Kent, Peter Sellers, Irving Berlin, el príncipe Felipe de Edimburgo, Louis Armstrong, así como una galería de industriales y magnates de la banca actuales bien conocidos.

Kohler señaló airado el cadáver de Vetra.

—Considerando las pruebas, yo diría que tal vez los devotos de las conspiraciones tienen razón.

—Soy consciente de adónde apuntan las apariencias —dijo Langdon con la mayor diplomacia posible—. No obstante, una explicación mucho más plausible es que otra organización se haya apropiado del emblema de los Iluminati y lo está utilizando para alcanzar sus designios.

—¿Qué designios? ¿Qué demuestra este asesinato?

Buena pregunta,
pensó Langdon. A él también le costaba imaginar de dónde habrían podido sacar el emblema de los Illuminati después de cuatrocientos años.

—Sólo puedo decirle que, aunque los Iluminati siguieran en activo hoy, cosa que me parece imposible, no estarían implicados en la muerte de Leonardo Vetra.

—¿No?

—No. Puede que los Iluminati creyeran en la abolición de la cristiandad, pero adquirieron su poder mediante herramientas políticas y económicas, no con actos terroristas. Además, los Iluminati poseían un estricto código de moralidad en lo tocante a sus enemigos. Tenían en suma consideración a los hombres de ciencia. No habrían asesinado a un hermano científico como Leonardo Vetra.

Kohler le lanzó una mirada gélida.

—Tal vez he olvidado mencionar que Leonardo Vetra era un científico fuera de lo común.

Langdon exhaló un suspiro.

—Señor Kohler, estoy seguro de que Leonardo Vetra era brillante en muchos sentidos, pero es un hecho irrefutable que...

Kohler dio media vuelta a su silla de ruedas sin previo aviso y salió como una flecha de la sala de estar, dejando una estela de niebla remolineante cuando se alejó por el pasillo.

Por el amor de Dios,
gruñó Langdon. Le siguió. Kohler le estaba esperando en un pequeño hueco situado al final del pasillo.

—Esto es el estudio de Leonardo —dijo Kohler, y señaló la puerta deslizante—. Quizá cuando lo vea enfocará la situación desde una perspectiva muy diferente.

Kohler abrió la puerta con un gruñido.

Langdon echó un vistazo al estudio y notó al instante que se le erizaba el vello.
Santa Madre de Dios,
se dijo.

12

En otro país, un joven guardia estaba sentado pacientemente ante una extensa hilera de monitores de vídeo. Miraba las imágenes que destellaban ante él, tomas en directo de cientos de cámaras de vídeo inalámbricas que rodeaban el complejo. Las imágenes no cesaban de desfilar.

Un pasillo ornamentado.

Un despacho privado.

Una cocina de tamaño industrial.

Mientras desfilaban las imágenes, el guardia se abstuvo de fantasear. Estaba llegando al final de su turno, pero aún seguía vigilante. El servicio era un honor. Algún día, le concederían la recompensa definitiva.

Una imagen captó toda su atención. Con un movimiento reflejo que consiguió sobresaltarle incluso a él, extendió la mano y oprimió un botón del panel de control. La imagen se congeló.

Hecho un manojo de nervios, se inclinó hacía la pantalla para ver mejor. La lectura del monitor le dijo que la imagen estaba siendo transmitida desde la cámara 86, una cámara que debía estar vigilando un pasillo.

Pero la imagen que tenía ante él
no
era la de un pasillo.

13

Langdon contempló con perplejidad el estudio.

—¿Qué es este lugar?

Pese a la agradable ráfaga de aire caliente en la cara, atravesó el umbral con nerviosismo.

Kohler no dijo nada y siguió a Langdon.

Langdon examinó la habitación, sin saber qué deducir de lo que veía. Contenía la mezcla de objetos más peculiar que había visto en su vida. En la pared del fondo, dominando el decorado, había un enorme crucifijo de madera, que Langdon atribuyó a la España del siglo XIV. Sobre el crucifijo, suspendido del techo, vio un móvil metálico de planetas en órbita. A la derecha había un óleo de la Virgen María, y al lado una lámina con la tabla periódica de los elementos. En la pared lateral, otros dos crucifijos de latón flanqueaban un cartel de Albert Einstein, con su famosa cita
DIOS NO JUEGA A LOS DADOS CON EL UNIVERSO
.

Langdon siguió avanzando, y miró a su alrededor con estupor. Una Biblia encuadernada en piel descansaba sobre el escritorio de Vetra, junto a un modelo de Bohr en plástico de un átomo y una réplica en miniatura del
Moisés
de Miguel Ángel.

Toma eclecticismo,
pensó Langdon. El calor le sentaba bien, pero algo en el decorado le provocó nuevos escalofríos. Experimentó la sensación de estar presenciando la colisión de dos titanes de la filosofía, la coexistencia inquietante de fuerzas opuestas. Examinó los títulos de la librería:

La partícula de Dios 

El tao de la física 

Dios: la prueba

Había una cita grabada en un sujetalibros:

LA VERDADERA CIENCIA DESCUBRE A DIOS ESPERANDO DETRÁS DE CADA PUERTA.

PAPA PÍO XII

—Leonardo era un sacerdote católico —dijo Kohler.

Langdon se volvió.

—¿Un sacerdote? ¿No dijo que era físico?

—Ambas cosas. La combinación de científico y religioso abunda en la historia. Leonardo era un ejemplo. Consideraba a la física «la ley natural de Dios». Afirmaba que la caligrafía de Dios era visible en el orden natural que nos rodea. Mediante la ciencia, aspiraba a demostrar la existencia de Dios a las masas dubitativas. Se consideraba un teofísico.

¿Teofísico?
Langdon pensó que era un oxímoron imposible.

—En los últimos tiempos, el campo de la física de partículas ha hecho descubrimientos sorprendentes, descubrimientos de implicaciones muy espirituales. Leonardo fue responsable de muchos de ellos.

Langdon estudió al director del CERN, mientras intentaba asimilar todavía el peculiar entorno.

—¿Espiritualidad y física?

Langdon había pasado su carrera estudiando historia de las religiones, y si existía un tema recurrente, era que la ciencia y la religión habían sido como agua y aceite desde el primer día... Archienemigas, no miscibles.

—Vetra caminaba en el filo de la física de partículas —dijo Kohler—. Estaba empezando a fundir ciencia y religión, demostrando que se complementaban de formas insospechadas. Llamaba a este campo
Nueva Física.

Kohler sacó un libro de una estantería y se lo dio a Langdon.

Langdon estudió la portada.
Dios, milagros y la Nueva Física,
por Leonardo Vetra.

—El campo es pequeño —dijo Kohler—, pero está aportando respuestas nuevas a preguntas viejas, preguntas sobre el origen del universo y las fuerzas que nos sojuzgan. Leonardo creía que su investigación poseía el potencial de convertir a millones de personas a una vida más espiritual. El año pasado, demostró de manera categórica la existencia de una energía que nos une a todos. Demostró que todos estamos conectados físicamente, que las moléculas de su cuerpo están entrelazadas con las moléculas del mío, que una sola fuerza actúa en el interior de todos nosotros...

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