Antes de que los cuelguen (76 page)

Read Antes de que los cuelguen Online

Authors: Joe Abercrombie

BOOK: Antes de que los cuelguen
11.61Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Para qué has venido aquí, muchacho?

Escalofríos parecía haberse quedado sin palabras, así que el Sabueso habló por él.

—Dice que le siguen cuarenta Caris y que todos quieren pasarse a nuestro bando.

Tresárboles miró a Escalofríos a los ojos durante unos instantes.

—¿Es eso cierto?

Escalofríos asintió con la cabeza.

—Conociste a mi padre. Pensaba como tú, y yo estoy cortado por el mismo patrón. Servir a Bethod me repugna.

—Puede que yo piense que un hombre que elige a un jefe tiene que serle fiel.

—También lo pienso yo —repuso Escalofríos—, pero ésa es una hoja que tiene que cortar en dos direcciones, ¿verdad? También un jefe debe cuidarse de los suyos, ¿no? —el Sabueso asintió en silencio. La observación le parecía muy atinada—. Bethod ya no se preocupa por ninguno de nosotros, eso si es que alguna vez lo hizo. Sólo oye lo que le dice la bruja esa.

—¿La bruja? —terció Tul.

—Sí, esa hechicera, esa tal Caurib o como se llame. La bruja. La que crea niebla. Bethod se ha juntado con una compañía bastante siniestra. Y en cuanto a esta guerra... no tiene sentido. ¿Angland? Quién la quiere, ya tenemos tierras de sobra. Nos conducirá a todos de vuelta al barro. Mientras no había nadie más a quien seguir, nos mantuvimos a su lado, pero cuando nos enteramos de que era posible que Rudd Tresárboles estuviera con vida y luchando del lado de la Unión, pues...

—Decidisteis echar un vistazo, ¿eh?

—Bastante hemos aguantado ya. Bethod se ha rodeado de unos tipos muy raros. Orientales llegados de más allá del Crinna, ya sabes, esos de las enseñas con pellejos y huesos, unos tipos que casi ni son humanos. Sin reglas, sin piedad, apenas si hablan nuestra misma lengua. Unos salvajes, eso es lo que son. Bethod ha dejado a unos cuantos en las fortalezas de la Unión y tienen todos los cuerpos colgando de las murallas, abiertos con la cruz y pudriéndose con las tripas al aire. No es así como se hacen las cosas. Y luego están Calder y Scale, que se pasan todo el día dando órdenes como si supieran distinguir un montón de mierda de una papilla de avena, como si ellos mismos se hubieran hecho un nombre y no se lo debieran todo a su padre.

—El cabrón de Calder —gruñó Tul sacudiendo la cabeza.

—El cabrón de Scale —bufó Dow, y, acto seguido, lanzó un escupitajo a la tierra mojada.

—No hay dos hijos de puta mayores en todo el Norte —dijo Escalofríos—.Y encima ahora he oído decir que Bethod ha hecho un trato.

—¿Qué clase de trato?

Escalofríos se dio media vuelta y escupió por encima de su hombro.

—Un trato con los Shanka, ni más ni menos.

El Sabueso le miró atónito. Todos lo hicieron. Ése sí que era un rumor nefasto.

—¿Con los Cabezas Planas? ¿Cómo?

—¿Quién sabe? Puede que la bruja esa haya encontrado una forma de comunicarse con ellos. Los tiempos cambian a toda velocidad, y eso no está bien, nada bien. Hay muchos camaradas por ahí que no están nada contentos. Pero a ver quién se atreve a meterse con el cabrón del Temible.

Dow frunció el ceño.

—¿El Temible? Nunca he oído hablar de él.

—¿Dónde habéis estado metidos? ¿Debajo del hielo?

Todos se miraron.

—Poco más o menos —dijo el Sabueso—. Poco más o menos.

Un precio barato

—Tiene visita, señor —dijo Barnem. Su rostro, por alguna extraña razón, tenía una palidez cadavérica.

—Obviamente. Supongo que por eso llamaban a la puerta, ¿no? —Glokta dejó caer la cuchara en el cuenco de sopa, que seguía casi intacto, y se chupó con gesto agriado las encías.
Una excusa como otra cualquiera para librarme de una cena particularmente repulsiva. Echo de menos la cocina de Shickel, aunque no tanto sus intentos de asesinarme
—. Venga hombre, dígame quién es.

—Es... esto... ejem... es...

Agachándose para que su impecable melena blanca no rozara el dintel, el Archilector Sult traspasó el umbral.
Ah, ya veo
. Sus ojos inspeccionaron con una expresión de desdén el estrecho comedor mientras fruncía los labios como si acabara de toparse con una cloaca abierta.

—No se levante —le escupió a Glokta.
No tenía intención de hacerlo
.

Barnem tragó saliva.

—¿Quiere su Eminencia que le traiga algo de...?

—¡Largo de aquí! —le gritó Sult, y el viejo sirviente estuvo a punto de irse al suelo en sus prisas por llegar a la puerta.

El Archilector le vio marchar con un mordaz gesto de desprecio.
El buen humor de nuestro anterior encuentro parece un sueño del que ya sólo quedara un vago recuerdo
.

—Malditos campesinos —bufó mientras se deslizaba detrás de la estrecha mesa de comedor—. Se ha producido otra revuelta cerca de Keln, y otra vez estaba el Curtidor ese metido hasta el cuello. Lo que no era más que un simple desahucio impopular ha desembocado en una sangrienta algarada. El tarado de Lord Finster interpretó mal el estado de ánimo de la población y lo único que consiguió fue que mataran a tres de sus guardias y que una turba furiosa asediara su mansión. Por fortuna no lograron entrar, así que se conformaron con quemar media aldea —Sult resopló con desdén—. ¡Su propia aldea de mierda! Eso es lo que hacen esos idiotas cuando se enfurecen. ¡Destruyen lo que les pille más a mano, aunque sea su propia casa! Como cabía esperar, el Consejo Abierto pide a gritos que se lave la ofensa con sangre. Con una buena cantidad de sangre campesina. Ahora resulta que tenemos que enviar allí a la Inquisición para que capture a los cabecillas, o a cualquier imbécil que pueda pasar por serlo, cuando lo que habría que hacer sería ahorcar al idiota de Finster, pero eso, claro está, no podemos hacerlo.

Glokta carraspeó.

—Me prepararé de inmediato para partir hacia Keln.
Ir a hacerles cosquillas a los campesinos está lejos de ser mi misión favorita, pero en fin
.

—No, le necesito para otra cosa. Dagoska ha caído.

Glokta arqueó una ceja.
Tampoco es que me sorprenda mucho. Bastante más asombroso es que su Eminencia se las haya ingeniado para hacerse un hueco en mis estrechos aposentos
.

—Al parecer, previamente se había llegado a un acuerdo para dejar entrar a los gurkos. Un acto de traición, por supuesto, aunque nada sorprendente dadas las circunstancias. Las tropas de la Unión fueron masacradas al instante, pero a muchos de los mercenarios simplemente se los tomó como esclavos y en términos generales se respetó la vida de la población nativa.

Clemencia gurka, quién lo habría pensado. Va a resultar que después de todo sí que existen los milagros.

Sult se quitó de un furioso papirotazo una mota de polvo que ensuciaba uno de sus impolutos guantes.

—Según se me ha informado, cuando los gurkos irrumpieron en la Ciudadela, el general Vissbruck optó por suicidarse para no ser capturado.
Jamás lo habría imaginado. Pensé que no tendría agallas
. Ordenó que quemaran su cuerpo para que el enemigo no pudiera profanar sus restos mortales y luego se degolló. Un valiente. Un acto como ése es toda una declaración de principios. Mañana será honrado en el Consejo Abierto.

Cuánto me alegro por él. Una muerte atroz con honor es mil veces preferible a una larga vida en el anonimato.

—Por supuesto —dijo Glokta en voz baja—. Un valiente.

—Hay algo más. Casi al mismo tiempo que nos llegaban esas noticias, se ha presentado aquí un enviado. Un enviado del Emperador de Gurkhul.

—¿Un enviado?

—En efecto. Al parecer, trae una propuesta de... paz —el Archilector pronunció la última palabra con auténtica repugnancia.

—¿Paz?

—Me parece que esta habitación es demasiado pequeña para que haya eco.

—Lo siento, Eminencia, pero...

—¿Qué tiene de raro? Han conseguido lo que querían. Tienen Dagoska y ya no pueden ir más lejos.

—No, Archilector.
Como no sea, tal vez, cruzando el mar...

—Paz. Me repugna tener que cederles algo, pero lo cierto es que Dagoska nunca valió gran cosa. Nos costó más que lo que obtuvimos de ella. No era más que un trofeo para el Rey. Me parece que estamos mucho mejor sin ese peñón inútil.

Glokta inclinó la cabeza.

—Sin lugar a dudas, Eminencia.
Aunque no puedo evitar preguntarme para qué nos molestamos en luchar por él entonces
.

—Por desgracia, al haber perdido la ciudad, ya no hay un lugar del que pueda usted ser Superior —la circunstancia casi parecía satisfacerle.
Así que vuelvo a ser un vulgar Inquisidor, ¿eh? Me imagino que ya no seré bien recibido en las fiestas de la alta sociedad
—. Pero he decidido dejar que siga conservando el título. Como Superior de Adua.

Glokta hizo una pausa.
Un notable ascenso, sólo que...

—Pero, Eminencia, ése es el cargo del Superior Goyle.

—Lo es y lo seguirá siendo.

—Entonces...

—Se repartirán las responsabilidades. Goyle es quien cuenta con más experiencia de los dos, de modo que tendrá una posición preeminente y continuará dirigiendo el departamento. Buscaré para usted unas tareas que se adecúen a sus talentos específicos. Confío en que un poco de sana competencia contribuya a sacar lo mejor de ustedes.

Parece más probable que una situación como ésa acabe con la muerte de uno de los dos, y todos sabemos quién tiene todas las papeletas para ser el elegido
. Sult esbozó una sonrisa, como si supiera exactamente qué era lo que estaba pensando Glokta.

—O tal vez sirva para demostrar que uno de ustedes es claramente
superior
al otro —se rió de su propio chiste prorrumpiendo en una carcajada sin alegría, y Glokta le acompañó con una desganada sonrisa desdentada—. De momento lo que quiero es que se ocupe de ese enviado. Parece que no se le da mal tratar con los kantics, aunque convendrá en que a éste no lo mande decapitar, al menos por ahora —el Archilector se permitió esbozar otra sonrisa minúscula—. Quiero que emplee su olfato para descubrir si busca algo más que la paz. Y también quiero, por supuesto, que utilice su olfato para averiguar si podemos obtener de él algo más que la paz. No perdemos nada, siempre y cuando no parezca que nos estamos dejando dar de latigazos.

Se levantó con un movimiento desmañado y salió trabajosamente de detrás de la mesa, sin dejar de fruncir el ceño ni un solo instante, como si la estrechez de la habitación constituyera una deliberada afrenta hacia su persona.

—Y, por lo que más quiera, Glokta, búsquese unos aposentos más amplios. ¿Cuándo se ha visto que un Superior de Adua viva así? ¡Es una vergüenza!

Glokta hizo una humilde inclinación de cabeza que le provocó un desagradable pinchazo que le llegó hasta la rabadilla.

—Desde luego, Eminencia.

El enviado del Emperador era un hombre fornido, con una poblada barba negra, que vestía una túnica blanca con ribetes dorados y se cubría con un solideo de ese mismo color. Cuando Glokta cruzó cojeando el umbral, se puso de pie e hizo una humilde reverencia.
Una apariencia tan terrenal y humilde como arrogante y etérea era la del anterior enviado. Otro tipo de hombre para cumplir otro tipo de misión, supongo
.

—Ah, pero si es el Superior Glokta, debería haberlo imaginado —tenía una voz modulada y profunda y, como era de esperar, dominaba a la perfección la lengua común—. Al otro lado del mar, muchos de los nuestros se sintieron hondamente decepcionados al comprobar que su cadáver no era uno de los que se hallaron en la Ciudadela de Dagoska.

—Me hará el favor de transmitirles mis más sinceras disculpas.

—Así lo haré. Mi nombre es Tulkis y soy uno de los consejeros del Uthman-ul-Dosht, el Emperador de Gurkhul —el enviado sonrió y un semicírculo de dientes de un blanco inmaculado asomó en medio de su barba negra—. Espero salir mejor parado de esta entrevista que el último embajador que le envió mi nación.

Glokta se tomó unos instantes para responder.
¿Sentido del humor? No me lo esperaba
.

—Supongo que eso dependerá de cuál sea el tono que emplee.

—Desde luego. Shabbed al Islik Burai siempre fue un hombre muy... agresivo. Por otro lado, sus lealtades era un poco... ambivalentes —la sonrisa de Tulkis se ensanchó—. Era un devoto creyente. ¿Un poco más inclinado hacia la iglesia que hacia el estado quizás? Yo, por supuesto, honro a Dios —y se tocó la frente con la punta de los dedos—. Como honro al Gran Profeta Khalul, bendito sea su nombre —volvió a llevarse la mano a la frente—. Pero, a la hora de servir... —añadió desviando la vista hacia Glokta— sólo sirvo a mi Emperador.

Interesante.

—Creía que en su nación el estado y la iglesia hablaban con una sola voz.

—A menudo ha sido así, pero entre nosotros también hay quienes piensan que los sacerdotes deben ocuparse de los rezos y dejar que sean el Emperador y sus consejeros quienes se encarguen de las tareas del gobierno.

—Entiendo. ¿Y se puede saber qué es lo que quiere comunicarnos el Emperador?

—El trabajo que nos ha costado capturar Dagoska ha conmocionado a nuestro pueblo. Los sacerdotes le habían hecho creer que la campaña sería muy fácil, porque Dios estaba de nuestro lado, nuestra causa era justa y todo ese tipo de cosas. Dios, qué duda cabe, es grande —añadió alzando la mirada al techo—, pero nada puede reemplazar a una buena planificación. El Emperador quiere la paz.

Glokta permaneció un instante en silencio.

—¿El gran Uthman-ul-Dosht? ¿El poderoso? ¿Quiere la paz?

El enviado no pareció sentirse ofendido.

—Estoy seguro de que entiende la utilidad de labrarse la reputación de ser un hombre despiadado. La primera necesidad de un gran gobernante, sobre todo cuando lo es de un territorio tan extenso y diverso como Gurkhul, es la de ser temido. También le agradaría ser amado, por supuesto, pero eso ya es un simple lujo. El miedo, en cambio, es esencial. No sé lo que habrá usted oído, pero le puedo asegurar que Uthman no es ni un hombre de guerra ni un hombre de paz. Es un hombre... ¿cómo lo llamarían ustedes? Pragmático. Un hombre que considera que hay que emplear la herramienta más adecuada para cada ocasión.

—Muy prudente —observó Glokta.

—Ahora es el momento de la paz. La clemencia. El compromiso. Ésas son las herramientas más adecuadas para sus propósitos, por mucho que no lo sean para los propósitos... de otros —y, dicho aquello, se llevó los dedos a la frente—, Y me ha enviado para saber si se adecúan también a los suyos.

Other books

Beauty Rising by Mark W. Sasse
Reward for Retief by Keith Laumer
The Dead Survive by Lori Whitwam
Guys Like Me by Dominique Fabre
Mystery of the Stolen Sword by Charles Tang, Charles Tang
A Killer Column by Casey Mayes
The Quick and the Dead by Gerald Bullet
T'on Ma by Magnolia Belle