Y entonces, una de las estrellas comenzó a moverse.
Schofield parpadeó y volvió a mirar.
Una de las estrellas estaba moviéndose.
—Dios mío… —musitó.
No era una estrella.
Era un transbordador, idéntico en tamaño y forma a los modelos estadounidenses.
Ascendió sin esfuerzo por la ingravidez del espacio, trazando una línea recta hacia ellos. La bandera amarilla y roja de la cola era inconfundible.
Era el transbordador espacial chino.
Schofield cambió al canal 05 justo a tiempo para oír a la voz de Cobra decir:
—
Estrella amarilla
, aquí
Águila a la fuga
, tenemos contacto visual en estos momentos. Estamos reduciendo la propulsión para iniciarla órbita de estacionamiento. Pueden comenzar su acercamiento en treinta segundos.
Justo entonces, la puerta de la cabina de pilotaje se abrió y dos de los pilotos del X-38 salieron.
Schofield se volvió para mirarlos.
Ahora que estaban en órbita baja, podían moverse por la cabina. Había gravedad cero, así que se desplazaban con gran ligereza, valiéndose de puntos de sujeción dispuestos en el techo.
Los dos pilotos seguían llevando los cascos tintados de dorado y los maletines con las unidades. Pasaron junto a Schofield y el presidente en dirección a la popa para preparar el acoplamiento con el transbordador chino.
Otros dos hombres con traje espacial del compartimento de carga también comenzaron a soltarse los cinturones y se pusieron de pie para ayudar.
Schofield vio la oportunidad y cambió al canal 03.
—De acuerdo. —Se volvió hacia el presidente—. Ahora. Sígame.
Con toda la discreción de que fue capaz, Schofield volvió a conectar su toma de aire al maletín y comenzó a soltarse los cinturones de seguridad.
El presidente hizo lo mismo.
Schofield sintió de inmediato que la ingravidez se apoderaba de él. Se agarró a uno de los puntos de sujeción del techo y antes de que nadie pudiera detenerlo (o preguntarle qué estaba haciendo), pasó junto a Kevin y comenzó a reconectar su toma de aire al maletín del crío y a soltarlo del asiento.
Un par de astronautas de la unidad Eco miraron hacia allí con curiosidad.
Schofield señaló a la cabina: «¿Quieres echar un vistazo?».
Kevin asintió.
Los hombres de Eco regresaron al trabajo.
Con el presidente en fila tras él, agarrándose a las sujeciones del techo, Schofield llevó a Kevin hasta la cabina de pilotaje del transbordador.
Las vistas desde allí eran más increíbles incluso.
A través del parabrisas panorámico delantero, la Tierra conformaba una imagen increíble. En esos momentos se estaba alejando de ellos como una enorme lente convexa azul marina.
El último piloto que quedaba allí se volvió sobre su asiento cuando entraron.
Canal 05:
—Queríamos contemplar las vistas —dijo Schofield, tosiendo para enmascarar su voz.
—No está nada mal, ¿verdad? Tan solo asegúrense de tener los visores puestos. La radiación es letal, y el sol casi cegador.
Schofield puso a Kevin en el asiento vacío del copiloto. A continuación se volvió hacia el presidente y cambió de nuevo al canal 03.
—Usted le desabrocha los cinturones y los usa para inmovilizarlos. Yo me encargaré de la toma de aire de su sistema de soporte vital.
—¿Eh? ¿Cómo? ¿Cuándo?
—Después de que haga esto… —dijo Schofield.
Y entonces se inclinó hacia delante, agarró el visor dorado del piloto y lo abrió.
—¡Argh! —gritó el piloto cuando la abrasadora luz del sol le golpeó en los ojos. Debajo del visor tintado había una burbuja de vidrio transparente que no ofrecía protección alguna ante la luz solar.
Schofield le desconectó a continuación el sistema de soporte vital de la toma de la pared mientras que, al mismo tiempo, el presidente le soltaba los cinturones de seguridad y le inmovilizaba los brazos a ambos lados del asiento con estos.
Privado de su soporte vital e inmovilizado en el asiento, el piloto comenzó a boquear desesperadamente. Se estaba ahogando.
Schofield corrió a la puerta de la cabina de pilotaje y golpeó con el puño un interruptor situado junto a la entrada. La puerta se cerró, encerrándolos a los tres en el interior de la cabina.
El presidente se volvió.
—¿Y ahora…?
Pero Schofield seguía moviéndose.
Sabía que disponía de tres segundos antes de que alguien volviera a abrir la puerta de la cabina de pilotaje desde el compartimento de carga.
Había un teclado numérico junto a la puerta, idéntico al que había al otro lado.
Schofield corrió hacia él.
Además de las teclas numéricas habituales y los interruptores para abrir y cerrar, había un botón largo, rojo y rectangular en el panel, oculto tras una carcasa de seguridad de plástico transparente. Decía:
UTILIZAR SOLO EN CASO DE EMERGENCIA:
CIERRE DE SEGURIDAD CABINA DE PILOTAJE
Schofield levantó la carcasa de plástico y pulsó el botón rojo.
Inmediatamente los cinco cerrojos de emergencia sellaron la cabina de vuelo como si de la cámara acorazada de un banco se tratara.
Un segundo después, Schofield oyó un débil golpe sordo proveniente del otro lado: el sonido de los hombres de la unidad Eco aporreando con enfado la puerta.
En la ventana de la pared divisoria se agolpaban cascos dorados reflectores y puños iracundos.
A Schofield poco le importó.
Ahora el transbordador estaba en su poder.
Se inclinó hacia Kevin, en el asiento del copiloto, mientras la Tierra y las estrellas se extendían ante ellos.
Además de tan espectacular vista, se topó con otra un tanto intimidadora: la consola de vuelo del X-38 (con un millón de diminutos interruptores, botones y monitores). Parecía la cabina de pilotaje de un avión comercial… solo que mucho más compleja.
El presidente se sentó en el asiento del copiloto y cogió a Kevin en su regazo.
—¿Y ahora qué? —preguntó—. No me diga que también sabe pilotar un transbordador espacial, capitán.
—Por desgracia, no —dijo Schofield. Se volvió para mirar al piloto, amordazado e inmovilizado—. Pero él sí.
Schofield sacó la SIG-Sauer del bolsillo del muslo y la colocó delante del visor del piloto, que tosía ante la falta de aire. El presidente reconectó la toma del sistema de soporte vital. El piloto dejó de boquear y Schofield cambió su intercomunicador al canal 03.
—Necesito que me ayudes a bajar esta cosa de nuevo a la Tierra —dijo Schofield. —Que te jodan… —dijo el piloto.
—Mmm —dijo Schofield. A continuación asintió hacia el presidente, que arrancó la toma de aire de nuevo. El piloto comenzó a boquear. Schofield lo intentó de nuevo.
—¿Qué tal si lo expongo de otra manera? O me dices cómo pilotar esta cosa de regreso a Utah o lo haré sin tu ayuda. Y, dado lo bien que piloto, o bien salimos ardiendo al reingresar o nos estampamos contra una montaña. Moriremos de uno u otro modo. Así que o me dices cómo hacerlo o mueres viendo cómo lo intento.
El presidente volvió a conectar la toma de aire. El rostro del hombre estaba casi azul.
—De acuerdo —acertó a decir—. De acuerdo.
—Genial —dijo Schofield—. Ahora lo primero que necesito…
Paró de hablar cuando unas palabras iluminadas en verde aparecieron en la pantalla de visualización frontal del parabrisas:
ÁGUILA A LA FUGA, AQUÍ ESTRELLA AMARILLA.
HA ALTERADO SU TRAYECTORIA.
VUELVA AL VECTOR TRES-CERO-CERO.
Schofield contempló las palabras de la pantalla de visualización frontal. Parecían flotar en el aire, delante del cielo estrellado.
Entonces, tras la pantalla transparente, vio el transbordador chino, mucho más cerca de ellos en esos momentos.
Planeaba sin esfuerzos en dirección a la nave, a unos doscientos setenta metros y acercándose con rapidez.
ÁGUILA A LA FUGA, CONFIRME POR FAVOR.
—Confirme, por favor… —murmuró Schofield mientras contemplaba la ingente cantidad de interruptores hasta dar con la sección de armas—. Confirma esto.
Levantó una carcasa de seguridad que contenía dos botones rojos marcados con «LNZMNT MSL».
—Esto por Madre —dijo mientras apretaba ambos botones.
Los dos transbordadores estaban uno frente a otro en el espacio (flotando sobre la atmósfera exterior, iluminados desde abajo por la brillante luz de la Tierra): el compacto X-38 y el transbordador chino, mucho más grande.
Y entonces, de repente, dos rayos blancos salieron disparados de las alas del X-38 (dos misiles, AMRAAM, de gravedad cero). Abandonaron las alas del X- 38 y recorrieron el vacío entre los dos transbordadores.
Los misiles avanzaron a una velocidad increíble, convergiendo en el transbordador chino como si de un par de agujas aladas se tratara.
No dejaron estelas de humo tras de sí. Ni humo, ni llamas, ni fuego, pues nada sobrevive en el vacío. Sus propulsores de cola simplemente refulgieron con un brillante color naranja (en claro contraste con el oscuro cielo estrellado).
No había nada que el transbordador espacial chino pudiera hacer. Allí arriba no había medidas defensivas que pudieran emplearse.
Los dos AMRAAM impactaron en la nave china a la vez, uno en el medio y el otro en el morro.
El transbordador se resquebrajó.
Se produjo un destello de luz blanca casi de inmediato y el transbordador chino estalló en pedazos que, tras la explosión inicial, irradiaron hacia el exterior en acentuada cámara lenta.
El
Estrella amarilla
no regresaría a la Tierra.
* * *
Los hombres de la unidad Eco seguían aporreando la puerta de la cabina de pilotaje mientras que, de acuerdo con las instrucciones del piloto inmovilizado, Schofield iniciaba los procedimientos automatizados de reingreso del X-38.
No había nada que los hombres de la unidad Eco pudieran hacer.
La puerta de la cabina de pilotaje era de titanio, de más de siete centímetros de grosor. Y disparar a la ventana, de doce centímetros de grosor, no parecía una opción muy inteligente.
Cuando el X-38 comenzó su descenso controlado, alcanzó la atmósfera y activó sus pantallas térmicas frente a la temperatura exterior (de más de dos mil doscientos grados), lo único que pudieron hacer fue volver a sus asientos y agarrarse bien.
El transbordador descendió como una bala con el piloto automático. Mientras lo hacía, Schofield observó que el cielo estrellado comenzaba a desvanecerse y era reemplazado de nuevo por un aura púrpura y neblinosa antes de irrumpir repentinamente en el deslumbrante cielo azul.
El X-38 en órbita había ido en dirección este, pero eso se debía a que no había ascendido demasiado, más o menos la mitad del trayecto a Colorado. Al mirar hacia abajo, ya rumbo al oeste, Schofield vio grises montañas y valles de un verde brillante. Tras ellos, en el curvado horizonte, contempló el desierto amarillento de Utah.
Miró el reloj. 10.36.
No habían estado mucho tiempo en órbita. Unos doce minutos, para ser más exactos. En esos momentos estaban descendiendo a velocidad supersónica, por lo que estarían de regreso a Utah en tan solo un par de minutos.
De repente, la pantalla de visualización frontal cobró vida de nuevo.
SEÑAL CAMPO DE AVIACIÓN DETECTADA
CAMPO DE AVIACIÓN IDENTIFICADO: FUERZA AÉREA EE. UU.
ÁREA ESPECIAL 8 (RESTRINGIDA)
PROCEDIENDO HACIA EL CAMPO DE AVIACIÓN
Área 8
, pensó Schofield.
No.
No quería ir allí.
Por lo que a él respectaba, la única manera de poner fin a aquello de una vez por todas era alejarse de esas bases con el presidente y el balón.
Pero, para hacer eso, necesitaba el balón.
Y el balón (cuya interminable cuenta atrás concluía a las 11.30) había sido visto por última vez en el Área 7, en poder de Seth Grimshaw.
Schofield se volvió hacia el piloto cautivo.
—Necesitamos llegar al Área 7.
El X-38 descendió rápidamente, en dirección oeste, sobrevolando como un bólido el yermo desierto de Utah.
El transbordador descendió hacia el Área 8, cortando el aire, pero a medida que fue acercándose, Schofield desactivó el piloto automático y, volando ya de manera manual como si de un avión estándar se tratara, hizo que el transbordador sobrepasara la base.
Cubrieron los treinta kilómetros de distancia hasta el Área 7 en menos de un minuto, y al poco tiempo, vieron la montaña baja y el grupo de hangares y edificios, así como la pista de aterrizaje en la arena. A más distancia, hacia el horizonte, vio la vasta extensión del lago Powell, con su serpenteada red de cañones llenos de agua.
Volando bajo, se dirigió hacia la pista de aterrizaje. Al ir en dirección oeste desde el este, iban directos hacia ella.
El X-38 resonó por todo el complejo del Área 7, sacudiendo sus paredes, antes de aterrizar sin percances en la pista de aterrizaje de asfalto negro.
Pero lo hizo con rapidez. Con mucha rapidez.
Razón por la que Schofield no vio a los dos Penetrator silenciosamente estacionados junto a los hangares del Área 7.
Razón por la que no vio que uno de ellos cobraba vida y se elevaba en el aire tan pronto como las ruedas del transbordador tocaban la pista.
* * *
El X-38 recorrió la pista de aterrizaje mientras sus llantas despedían una gran humareda.
Schofield intentó controlar la nave espacial activando un paracaídas de frenado. El transbordador comenzó a aminorar la velocidad.
Cuando el transbordador perdió finalmente todo su impulso, Schofield tocó algunos interruptores para llevarlo de regreso al hangar principal.
Pero no llegó a hacerlo girar.
Pues, en el mismo instante en que lo detuvo, vio que un Penetrator se cernía amenazante delante de él, como si de una maléfica ave de presa se tratara.
El transbordador espacial y el helicóptero de ataque se cuadraron cual pistoleros del lejano Oeste: el transbordador en la pista de aterrizaje y el Penetrator en el aire, delante de él.
En el interior de la cabina de pilotaje, Schofield se quitó el casco. El presidente hizo lo mismo.
—¡Mierda! ¿Qué hacemos? —preguntó el presidente.
¡Bang!
La puerta de la cabina se sacudió.