Read Asesinato en el Comité Central Online
Authors: Manuel Vázquez Montalbán
Tags: #Intriga, Policíaco
—¿En qué lío te has metido?
—El asesinato de Garrido. Yo investigo por encargo del partido.
—Prosperas, Pepe. Acabarás actuando de extra en una novela de Le Carré.
—¿Qué piensas del asunto?
—Puede haber quinientos o seiscientos motivos y unos dos millones de candidatos a asesino.
—Una habitación cerrada con los accesos guardados por el servicio de orden. Dentro de la habitación ciento cuarenta miembros del Comité Central de los que ciento treinta y nueve pueden ser el asesino. Ese es todo el planteamiento del problema. A no ser que alguien consiguiera burlar la vigilancia, entrar, matarle y volver a salir. Lo más realista es que el asesino estuviera dentro y utilizara cómplices para apagar la luz.
—¿Qué dice el partido?
—Se niega a admitir que el asesino estuviera dentro.
—Parece un caso de novela inglesa.
—El caso típico del asesinato en una habitación cerrada por dentro y sin salida. Pero en las novelas inglesas el asesinado es lo único que aparece en la habitación. En este caso aparece acompañado de ciento treinta y nueve acompañantes. Más parece un chiste de chinos o gallegos que una novela policíaca inglesa.
Salvatella apretó el timbre con la misma educación con que ofreció a Carvalho el obsequio, a su decir modesto pero interesante, de la reproducción facsímil de los primeros números de
Horitzons
, una revista cultural de aparición clandestina bajo el franquismo. Carvalho se prometió quemarla hacia 1984 en compañía de la obra de Orwell. Mientras ganaban la puerta a través del jardín engravillado le advirtió de la presencia de Fuster.
—No se preocupe. Es mi socio. No tengo secretos para él. Secretos profesionales, se entiende.
Subrayó la palabra socio cuando hizo las presentaciones, y las cejas rubias de Fuster se angularon mefistofélicamente tras las gafas caedizas que le permitían conservar el aire de estudiante sorboniano maltratado por una calvicie frailuna. Ignoró lo que hablaron Fuster y Salvatella mientras él recalentaba el arroz rehogado en la cebolla, le añadía el caldo dejado por las almejas y el suficiente caldo de pescado para que la masa de arroz quedara superada por un dedo de líquido. Esperó a que arrancara fuerte el hervor, mantuvo la intensidad del fuego diez minutos, luego la bajó y a continuación repartió las almejas sobre la superficie del arroz, para ofrecerles finalmente la ofrenda floral del picadillo de ajo y perejil. Fuster mientras tanto hacía los honores a Salvatella a base de jerez frío y aceitunas rellenas de almendras. La conversación se adentraba por las profundidades de la raya entre Castellón y Aragón, privilegiado rincón del mundo donde había nacido Fuster y de donde había salido para estudiar en Barcelona, París y Londres en un viaje que deseaba fuera de ida y vuelta. Salvatella hacía preguntas muy interesadas sobre el valencianismo anticatalanista. Diríase que tomaba apuntes de no tener las manos ocupadas en retener el vaso que Fuster alimentaba con el celo de un camarero de postín y en cazar las huidizas aceitunas con diente de almendra. Luego elogió la elección del Viña Esmeralda, demostrando erudición sobre el tema al mencionar el libro sobre vinos escrito por el fabricante y se quedó extasiado tras llevarse a la boca el tercer tenedor cargado con el arroz aromatizado por las almejas y la picada de ajo y perejil.
—Es la antítesis del arroz a la valenciana. Sencillez frente a barroco —concluyó Salvatella, y las cabezadas de Fuster significaron que elevaba las conclusiones a definitivas.
—¿Ustedes los comunistas siempre son comunistas? Ahora, por ejemplo, en plena digestión de una cena, supongo que agradable, ¿es usted comunista?
—Probablemente sí, pero no como usted se lo imagina. Estoy aquí porque soy comunista. La circunstancia de serlo me ha traído aquí. Me encuentro a gusto con ustedes. Nos une una agradable experiencia compartida. La posibilidad de conversar. Pero en cuanto usted empiece a hacerme preguntas sobre el partido reaccionaré como lo que soy, un hombre de partido.
—Y usted me contestará lo que considere que interesa al partido.
—Al partido le interesa descubrir al asesino de Garrido. Ha sido un asesinato contra el partido, contra la clase obrera, contra la democracia. Por lo tanto, no hay antagonismo entre lo que usted quiere saber y lo que yo debo decirle, aunque le advierto que yo no podré serle tan útil como mis camaradas del PCE. Es un partido hermano del nuestro, pero otro partido. Se corresponde a otras realidades.
—Supongamos que no ha sido un crimen emocional. Una venganza personal, por ejemplo. Supongamos que ha sido un crimen político. ¿Por qué? ¿Para qué?
—Desacreditar al partido. Dejarle sin un dirigente histórico que lo ha encabezado durante casi treinta años. ¿Le parece poco?
—Me parece insuficiente, a no ser que sea el primer paso de un proceso de desestabilización, como ustedes dicen, para cambiar el sistema político. Eso si el asesinato viene de la derecha. Si no hay esa finalidad, me parece un acto desmesurado. Sin sentido. Ustedes no son hoy por hoy una amenaza para la derecha, son una amenaza potencial, latente, pero no necesitan exterminarles. Ni siquiera son una alternativa de poder.
—Nos subestima. Tal vez no tengamos una presencia relevante cuantitativamente hablando. Pero sí tenemos una importante presencia cualitativa. Cuando se sale de una dictadura en general, sólo están realmente organizados los que han combatido sistemáticamente contra esa dictadura. En el caso de España éramos los comunistas. Eso nos hace imprescindibles en cualquier estrategia de izquierdas —y para cualquier proceso de consolidación democrática. Lógicamente los socialistas se hinchan de votos que corresponden a tendencias sociales invertebradas. Nuestros votos se corresponden a tendencias sociales vertebradas. Es un voto difícil, poco rentable a la corta, implica un alto nivel de conciencia política y, por lo tanto, una capacidad de acción política superior a la del voto socialista, aunque sea cuantitativamente mayor. Eso por una parte. Por otra, no olvide que respaldamos e influimos sobre la primera fuerza sindical del país.
—De momento.
Salvatella aceptó amablemente la apostilla de Fuster:
—En efecto, de momento. Se han convocado las elecciones sindicales y la batalla entre Comisiones Obreras y UGT va a ser encarnizada.
—Podían haber atentado contra Garrido en la calle o podían haber tratado de desacreditarle orquestando una campaña o creando problemas internos. No sería el primer caso. ¿Por qué el asesinato, que coloca al país entero al borde del abismo? ¿Por qué en un escenario que culpabiliza al partido como colectivo?
—¿Ha leído la prensa de hoy?
—Por encima.
—Lea la prensa madrileña. Es una prensa directamente conectada con grupos de presión políticos y económicos. Ya dan por sentada la culpabilidad de los comunistas en este parricidio; exactamente «Parricidio comunista», titula
Ya
, diario de la derecha democristiana y de la Iglesia.
ABC
, diario conectado con el capital bancario y con la mismísima Casa real: «Ajuste de cuentas en el Comité Central.»
Cambio 16
, una revista muy influyente y conectada con sectores determinantes de las modas políticas del palacio real: «La lucha por el poder.»
El País
intenta racionalizar los hechos, no en balde uno de sus editorialistas es un conocidísimo ex comunista, pero tampoco prescinde de una cierta morbosidad entre líneas: «La oposición a Garrido crecía en el interior del partido», dicen.
—¿Crecía esa oposición?
—Garrido era tan discutido como indiscutible.
—Como un Papa de Roma.
—O como un secretario general del PSOE o como un presidente de UCD o de la SPD o del Partido Conservador británico. Los líderes no son caprichos arbitrarios impuestos por la moda o por sorteo. Son el resultado de una selección natural en consonancia con las necesidades de cada partido.
—Usted asistió a la reunión del Comité Central.
—Sí.
—Todo fue normal hasta el momento del asesinato.
—Normal.
—¿Y después? ¿Qué pensó usted, cuando vio el cadáver de Garrido sobre la mesa?
—Todo, menos que había sido asesinado. Luego formé parte de un piquete para que nadie saliera de la sala y nadie entrara. Comprobamos que todos los que estábamos allí en aquel momento éramos miembros del Comité Central.
—¿Entonces?
—Eso ya empieza a ser problema suyo.
—Usted fue juzgado en Barcelona hacia fines de los cincuenta. Condenado a más de un siglo de cárcel. Salió a la calle a fines de los sesenta. ¿Y luego?
—Pasé a la clandestinidad y allí estuve hasta la legalización en 1977. Es una historia casi vulgar en nuestro partido. Cuando se reúne un Comité Central se reúnen más de cinco siglos de condenas.
—Usted ha sido siempre un profesional.
—Siempre no. Lo soy desde 1941, cuando organicé el maquis en el Rosellón. Soy un profesional en el sentido leninista de la palabra. Mi trabajo es hacer la revolución. Primero en las montañas, luego en la cárcel, después en las esquinas de la ciudad, con el cuello de la gabardina subido. Ahora sentado tras de una mesa, preparando una enmienda a la totalidad a un proyecto de ley electoral.
—¿Acumula usted agravios contra el partido?
—¿Contra mí mismo?
—Hay quien manda más que usted.
—Más que yo manda el Comité Central, que decide como un colectivo. Tanto el ejecutivo como el secretario general no hacen más que interpretar las decisiones del Comité Central.
—Me suena a cuento de hadas.
—Usted ya sabe que los cuentos de hadas a veces son cuentos de brujas.
Reía Salvatella la broma, incontenible, como si se liberara de un lenguaje colectivo y recuperara su propia capacidad de hablar.
—La comunión de los santos, el perdón de los pecados, la redención de la carne, la vida perdurable… —rezó Fuster.
—Amén —concluyó Salvatella y era evidente que daba por concluida la reunión porque tendía la mano, agradecía la cena, advertía que «los camaradas» irían a esperar a Carvalho al aeropuerto, llegara a la hora que llegara.
—¿Cómo les conoceré? ¿Vendrá Santos?
—Cuanto menos le vean junto a Santos, mejor. Montarán guardia en el puente aéreo.
Carvalho dejó para el final el golpe de efecto:
—Me han amenazado por teléfono. Me han dicho que o dejo el caso o me matarán. Que yo sepa, esta vinculación sólo la conocíamos Santos Pacheco, usted y yo.
Salvatella tardó en contestar:
—Pueden habernos seguido.
—Eran más eficaces en la clandestinidad.
—A veces. No siempre.
Había leído sobre el tema, como el enfermo que devora libros de medicina sobre su mal o el condenado a muerte que acaba sabiendo el Código Penal mejor que su abogado. Nada tan parecido a un ex comunista como un ex cura. Pecar contra la Historia o pecar contra Dios. ¿Qué diferencia había? La literatura se había aplicado a hacer una tipificación de casos posibles. Koestler o el renegado. Orwell o el apóstata. Bujarin o el autoinmolado. El caso de Carvalho nunca sería motivo de estudio, tal vez porque suponía que era el caso más normal en períodos en que la Historia se vive sin dramatismos excesivos y además uno rompe con su mundo y orienta su vida en función de puntos cardinales diferentes. Dejar el partido para ser lector de español en una Universidad mediocre del
Middle West
, entrar como traductor en una oficina de información del Departamento de Estado, recibir un día la oferta de trabajar en misiones especiales de información y contemplarse de pronto ante el espejo para descubrir allí a un agente de la CÍA que va a viajar por medio mundo, sumar quinquenios y volver, quizás, algún día a casa a vivir como un jubilado. Durante los interrogatorios en la Brigada Social jamás le pareció ser el héroe de su propia historia, sino una pieza del engranaje que debía resistir y cumplir la misión de que no se rompiera el engranaje. Cuando recibía golpes y le asomaban a la ventana amenazándole con el vacío mientras Fonseca musitaba desde el fondo de la habitación: «Merecerías que te tirasen», actuaba con la seguridad que le daba su propia poca importancia. Los gritos que se colaban desde otros despachos cuando se abría la puerta le sumergían en la fatalidad de una situación que escapaba a su posibilidad de elegir. Luego, mientras le conducían a la cárcel en el coche celular, aceptó el cigarrillo que le ofrecía Cerdán y al ver sus manos esposadas fue cuando se dio cuenta de que él también las llevaba esposadas, y una angustia de guillotina le seccionó las muñecas. Cerdán era un líder. Un prometedor líder que había asimilado el lenguaje del partido y permitía que el partido se reconociese en él.
—Al menos me he librado del juicio por indisciplina — dijo Carvalho cuando pudo tumbarse en el jergón de la celda que compartía con Cerdán y un obrero de la Maquinista al que le habían roto la clavícula durante los interrogatorios.
—Olvídalo. Ha sido un malentendido.
—¿A qué me habríais condenado?
—Son tiempos duros, Pepe. Si juzgas duramente la incomprensión de los demás, juzga también duramente tu propia incomprensión.
La madre que le parió. Siempre tenía respuesta para todo. Seis semanas antes de la condena de Stalin en el XX Congreso le había rebatido punto por punto todas las críticas que Carvalho hacía del estalinismo. Luego olvidó su inmediato pasado estalinista con la velocidad con que los niños olvidan sus pequeños pecados. Que florezcan las mil flores y por un realismo sin fronteras. Mientras Carvalho veía en el techo de la celda la prolongación del cielo enmarcado por las tapias y en el cielo enmarcado por las tapias la prolongación del techo de la celda, Cerdán organizaba un cursillo sobre la influencia de Ricardo en Marx y explicaba a los obreros qué papel desempeñaba la «huelga nacional pacífica de veinticuatro horas» en la caída del fascismo, en el «… asalto a la contradicción de primer plano», como estaba de moda decir entonces. Cerdán hablaba con la nariz cuando se dirigía a otros sacerdotes del espíritu y cuando lo hacía a la clase obrera parecía una maestra de primera enseñanza explicando que las mesas tienen cuatro patas y las pelotas son redondas.
—Cuando salga de la cárcel pediré ser «liberado» y tal vez entre a trabajar en una fábrica. Marx dice que no puedes entender los problemas de la gente si no comes su pan y bebes su vino. ¿Tú qué harás? Hacer carrera universitaria me parece una muestra de egoísmo individualista, una manifestación de personalismo evasivo. ¿Tú que harás?