Bajo el hielo (67 page)

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Authors: Bernard Minier

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

BOOK: Bajo el hielo
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Cuando se irguió, se encontraba ya mucho mejor. Los efectos de la droga comenzaban a disiparse. Además, la urgencia le fustigaba la sangre, combatiendo el sopor. Debían actuar… Deprisa…

—¿Dónde está… Cath…?

—Nos esperan en la gendarmería.

Ziegler lo miró.

—Bueno. Vamos —resolvió—. No hay tiempo que perder.

* * *

Lisa Ferney desconectó el móvil. En la otra mano, empuñaba un arma. Aunque no sabía gran cosa de armas, Diane había visto suficientes películas para saber que el grueso cilindro de la punta del cañón era un silenciador.

—Me temo mucho que nadie vaya a venir a socorrerla, Diane —dijo la enfermera jefe—. Dentro de media hora o menos, ese policía con el que ha hablado estará muerto. Ha sido una suerte que mi velada se haya ido al traste por culpa de ese poli.

—¿Sabe utilizar eso? —preguntó la psicóloga señalando el arma.

Lisa Ferney esbozó una sonrisa.

—Aprendí. Soy miembro de un club de tiro. Fue Éric quien me inició, Éric Lombard.

—Su amante —comentó Diane—, y su cómplice.

—No está bien eso de fisgar en los asuntos de los otros —ironizó la enfermera jefe—. Sé que le costará creerlo, Diane, pero Wargnier podía elegir entre varias candidaturas cuando se le metió en la cabeza que necesitaba un adjunto… De paso diré que me ofendió al considerar que yo no tenía las cualificaciones necesarias… y fui yo quien la eligió, fui yo quien lo presionó para que le diera el puesto.

—¿Por qué?

—Porque es suiza.

—¿Cómo?

Lisa Ferney abrió la puerta y lanzó una ojeada en dirección al silencioso pasillo sin dejar de apuntarla con la pistola.

—Como Julian… Cuando vi su candidatura entre las otras, me dije que era una señal muy favorable para nuestros proyectos.

Diane comenzaba a entrever una explicación que le producía escalofríos.

—¿Qué proyectos?

—Matar a esos cerdos —respondió Lisa.

—¿Quiénes?

—Grimm, Perrault y Chaperon.

—Por lo que hicieron en la casa de colonias —aventuró Diane, recordando la nota que había visto en la oficina de Xavier.

—Exacto. En las colonias y en otras partes… Este valle era su territorio de caza…

—Yo vi a una persona en la casa de colonias… Alguien que gritaba y que sollozaba… ¿Era una de sus antiguas víctimas?

Lisa le dirigió una penetrante mirada con la que dejó entrever una duda con respecto hasta dónde sabía Diane.

—Sí, Mathias. El pobre no lo superó nunca. Perdió la cabeza, pero es inofensivo.

—Sigo sin ver qué relación guarda eso conmigo.

—Da igual —contestó Lisa Ferney—. Usted va a ser la persona que vino de Suiza para ayudar a huir a Hirtmann, Diane, la persona que prendió fuego en el Instituto y lo acompañó hacia la salida. Aunque su mala suerte hará que, una vez fuera, ese ingrato de Julian no consiga contener las pulsiones tanto tiempo reprimidas. No resistirá a la tentación de matar a su compatriota y cómplice, usted. Y así acaba la historia.

Diane se quedó petrificada, presa de terror.

—Al principio planteamos diversas maneras de confundir las pistas, pero yo pensé enseguida en Julian. Al final resultó un error. Con alguien como Hirtmann siempre hay que pagarlo todo. A cambio de su saliva y de su sangre, quiso saber para qué lo necesitábamos. Sus exigencias no se acabaron ahí, sin embargo. Tuve que prometerle otra cosa, y ahí es donde interviene usted, Diane…

—Es absurdo. Mucha gente me conoce en Suiza y nadie va a creer algo así.

—Pero no es la policía suiza la que se va ocupar de la investigación. Además, todo el mundo sabe que este sitio es muy perturbador para las psiques frágiles. El doctor Wargnier tenía una duda con respecto a usted. Percibía una «vulnerabilidad» en su voz y en sus e-mails. En el momento oportuno, yo me encargaré de indicarlo a la policía… que a su vez interrogará a Wargnier. Y no será Xavier, que no deseaba su presencia aquí, el que me contradiga. Ya ve que se van sumando muchos testimonios en su contra… No debería haberse atravesado en mi camino, Diane. Estaba decidida a perdonarle la vida. Solo habría pasado unos cuantos años en la cárcel.

—Pero no puede achacarme a mí lo del ADN —aventuró Diane como último recurso.

—Es cierto. Por eso hemos previsto otro candidato. Desde hace varios meses estamos ingresando dinero al señor Mundo. A cambio de ello, cierra los ojos con respecto a mis idas y venidas en la unidad A y mis chanchullos con Hirtmann. Lo malo es que ese dinero se va a volver en contra suya cuando la policía descubra los ingresos que se han efectuado desde Suiza y también una jeringa con restos de sangre de Julian que dejó en su casa.

—¿También lo va a matar a él? —preguntó Diane con una sensación de vértigo, como si cayera por un pozo sin fondo.

—¿A usted qué le parece? ¿Cree que tengo ganas de pasarme el resto de la vida en la cárcel? Venga —añadió Lisa—. Ya hemos perdido bastante tiempo.

27

—¿Me esperaban?

Cathy d'Humières dio un respingo al oír la voz. Se volvió hacia la puerta y mantuvo un momento la mirada fija en Servaz antes de desplazarla hacia Ziegler y Maillard para volver a posarla en él.

—¡Dios santo! ¿Qué le ha pasado?

Cerca de la puerta había una foto enmarcada. Servaz vio su reflejo: las ojeras negras, los ojos inyectados en sangre y la expresión azorada.

—Explícaselo —pidió a Ziegler al tiempo que se dejaba caer en una silla, porque el suelo se movía todavía un poco.

Irène Ziegler refirió lo que acababa de ocurrir. D'Humières, Confiant y las dos máscaras de cera de la gendarmería escucharon en silencio. Había sido la fiscal quien había decidido soltar a la gendarme justo después de la llamada de Espérandieu. La intuición de Ziegler de que Servaz se encontraba en casa del juez lo había salvado. Eso y el hecho de que solo había cinco minutos en coche de la gendarmería al molino.

—¡Saint-Cyr! —exclamó D'Humières sacudiendo la cabeza—. ¡No me lo puedo creer!

Servaz estaba disolviendo una aspirina efervescente en un vaso de agua. De pronto, las brumas de su cerebro acabaron de disiparse y pudo repasar íntegramente la escena del molino.

—¡Mierda! —rugió con los rojos ojos desorbitados—. Mientras yo estaba atontado, Saint-Cyr ha llamado a esa… Lisa al Instituto. Le ha dicho que la psicóloga solo había hablado conmigo… que tenía controlada la situación justo antes de que intentara…

La fiscal se puso pálida.

—¡Eso quiere decir que esa chica corre peligro! Maillard, ¿todavía tiene un equipo allá arriba vigilando el Instituto? ¡Ordene a sus hombres que intervengan ahora mismo!

Cathy d'Humières sacó el teléfono y marcó un número. Volvió a colgar al cabo de unos segundos.

—El doctor Xavier no responde.

—Hay que interrogar a Lombard —dijo Servaz con esfuerzo— y ponerlo en prisión preventiva. Claro que no es seguro que podamos. Puede encontrarse en cualquier sitio, en París, en Nueva York, en un remoto islote de su propiedad o aquí… aunque dudo que nos lo digan por voluntad propia.

—Está aquí —afirmó Confiant.

Todas las miradas se concentraron en él.

—Antes de venir, he ido a su casa a petición suya para informarle de los progresos de la investigación. Justo antes de que llamara su ayudante —precisó a Servaz—. No me ha dado… eh… tiempo de hablar de ello. Después han sucedido demasiadas cosas…

Servaz se preguntó cuántas veces se habría desplazado el joven juez a la mansión de Lombard desde el inicio de la encuesta.

—Hablaremos más tarde de eso —dijo con severidad D'Humières—. ¿Hay controles en todas las carreteras? Muy bien. Vamos a contactar con la dirección de la policía. Quiero que se efectúe un registro en el domicilio de París de Lombard al mismo tiempo que llevamos a cabo el de la mansión de aquí. El dispositivo debe estar perfectamente coordinado y hacerse con discreción. Solo se pondrán al corriente las personas estrictamente necesarias. Ha cometido un error agrediendo a uno de mis hombres —añadió mirando a Servaz—. Por más Lombard que sea, ha rebasado los límites, y quien los rebasa tiene que vérselas conmigo. —Se puso en pie—. Tengo que llamar al Ministerio de Justicia. Disponemos de poco tiempo para desplegar el dispositivo y concretar los detalles. Después pasaremos a la acción. No hay ni un minuto que perder.

En torno a la mesa estalló al instante una discusión. Había opiniones divergentes. Los mandos de la gendarmería vacilaban, aduciendo que Lombard era un pez gordo, que había carreras en juego, cuestiones jerárquicas, aspectos colaterales…

—¿Cómo se enteró Vincent de que Lombard no estaba en Estados Unidos? —preguntó Servaz.

Ziegler se lo explicó. Habían tenido suerte. La brigada financiera de París estaba comprobando la contabilidad de diversas filiales del grupo, a consecuencia de una denuncia anónima. Por lo visto, había un gran escándalo en ciernes. Unos días atrás, mientras examinaban los libros de cuentas de Lombard Media, habían detectado una nueva irregularidad: una transferencia de 135.000 dólares de Lombard Media a una sociedad de producción de reportajes de televisión y unas facturas. Después de realizar una comprobación automática en la sociedad de producción, había quedado claro que ese reportaje no se había filmado nunca y que las facturas eran falsas. Aquella sociedad de producción trabajaba de forma regular para Lombard Media pero, en ese caso, no les habían encargado ningún reportaje que correspondiera a esa suma. La brigada financiera se había planteado entonces a qué correspondía aquel importe y, sobre todo, por qué habían tratado de camuflarlo. ¿Por un soborno? ¿Un desvío de fondos? Habían recabado una nueva comisión rogatoria, esa vez para el banco que había efectuado la transferencia, exigiendo que se les comunicara quién era el verdadero beneficiario. Por desgracia, los autores de aquella manipulación habían tomado toda clase de precauciones: el dinero había sido transferido en unas horas a una cuenta de Londres, de esta a otra de las Bahamas y después a una tercera cuenta del Caribe… A continuación, se perdía el rastro. ¿Con qué objetivo se habían tomado tantas molestias? 135.000 dólares constituía una buena suma para según quien, pero para el imperio Lombard era una mera gota de agua. Entonces convocaron al presidente ejecutivo de Lombard Media y lo amenazaron con inculparlo por falsedad en documento. Amedrentado, el hombre acabó confesando: aquella falsificación se había realizado a petición del propio Éric Lombard, con toda urgencia. Asimismo, juró que ignoraba a qué iba destinado ese dinero. Puesto que Vincent había pedido a la brigada financiera que lo tuvieran al corriente de cualquier irregularidad que se hubiera producido en época reciente, su contacto le había transmitido la información, aunque no tuviera nada que ver en apariencia con la muerte del caballo.

—¿Y qué relación tenía? —preguntó uno de los jefes de la gendarmería.

—Pues bien, al teniente Espérandieu se le ocurrió una cosa —explicó Ziegler—. Llamó a una compañía aérea que fleta aviones para empresarios ricos y resultó que una suma así podía corresponder perfectamente al precio de un vuelo transatlántico de ida y vuelta efectuado a bordo de un jet privado.

—Éric Lombard tiene sus propios aviones y sus propios pilotos —objetó el mando—. ¿Para qué iba a recurrir a otra compañía?

—Para que no quedara ningún registro de ese vuelo, para que no apareciera en ninguna parte en la contabilidad del grupo —respondió Ziegler—. Luego solo había que disimular de alguna manera ese gasto.

—Y lo justificaron con ese reportaje inexistente —intervino D'Humières.

—Exactamente.

—Interesante —concedió el mando—, pero no son más que suposiciones.

—No. El teniente Espérandieu pensó que si Éric Lombard había regresado en secreto de Estados Unidos la noche en que murió el caballo, debió de aterrizar no lejos de aquí. Por eso llamó a los diferentes aeródromos de la zona, comenzando por el más cercano y alejándose de forma progresiva: Tarbes, Pau, Biarritz… En el tercero, obtuvo la confirmación de que un jet privado de una compañía aérea americana había aterrizado en Biarritz-Bayona la noche del martes 9 de diciembre. Según las informaciones de que disponemos, Éric Lombard entró en el territorio con un nombre falso y documentos falsos. Nadie lo vio. El avión permaneció en tierra una decena de horas y volvió a despegar de madrugada. Tuvo tiempo para realizar el trayecto de Bayona a Saint-Martin en coche, desplazarse al centro ecuestre, matar a
Freedom
, colgarlo en lo alto del periférico y volverse a ir.

Para entonces, todas las miradas convergían en la gendarme.

—Y eso no es todo —continuó—. En el aeropuerto de Biarritz conservaron las referencias de la compañía aérea americana en el registro de los vuelos nocturnos y en los impresos de los movimientos del aeropuerto. Vincent Espérandieu recurrió entonces a uno de sus contactos en Interpol, que a su vez se puso en contacto con el FBI americano. Hoy mismo han ido a ver al piloto, el cual reconoció sin margen de duda a Éric Lombard y está dispuesto a testificar. —Dirigió la vista hacia Servaz—. Es posible que Lombard ya esté al corriente de nuestras intenciones —señaló—. Probablemente dispone de sus propios contactos en el FBI o en el Ministerio de Interior.

Servaz levantó la mano.

—Tengo dos de mis hombres montando guardia delante de su casa desde el anochecer —les avisó—, desde que he empezado a sospechar lo que ocurría. Si el señor juez está en lo cierto, Lombard sigue allá dentro. A propósito, ¿dónde está Vincent?

—Ahora viene. Llegará dentro de unos minutos —respondió Ziegler.

Servaz se puso en pie, aunque apenas le sostenían las piernas.

—Tú tienes que estar en una unidad antiveneno —intervino Ziegler—. No estás en condiciones de participar en una intervención. Necesitas un lavado de estómago y vigilancia médica. Ni siquiera sabemos qué droga te ha hecho tragar Saint-Cyr.

—Iré al hospital cuando todo haya terminado. Esta investigación es también la mía. Me quedaré atrás —añadió—. Salvo si Lombard acepta dejarnos entrar sin poner inconvenientes… cosa que me extrañaría.

—Suponiendo que aún esté allí —observó D'Humières.

—Algo me dice que sí.

* * *

Hirtmann escuchaba los gélidos copos que acribillaban la ventana impulsados por el viento. «Una auténtica tormenta de nieve», se dijo sonriendo. Aquella noche, sentado en la cabecera de la cama, se disponía a concretar qué haría en primer lugar si un día recobraba la libertad. Se trataba de una hipótesis que se planteaba a menudo y, cada vez, lo transportaba en alas de largas y deliciosas ensoñaciones.

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