Bruja blanca, magia negra (55 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: Bruja blanca, magia negra
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—Bien —dije. Aquello confirmaba que conocía lo de mi exclusión. Tal vez nos dejaba entrar juntas con la esperanza de que nos matáramos entre nosotras—. Pues diles que soy una bruja blanca y que cierren el caso.

Pareció que Miltast no sabía qué decir y, dándome un último apretón, me soltó. Con las rodillas temblorosas, atravesé el umbral. La puerta se cerró con un silbido y hubiera jurado que la sellaban al vacío. Supuse que era la mejor manera de contener las feromonas.

La estancia de color blanco estaba a medio camino entre una sala de interrogatorios y una habitación para los vis a vis. No es que conociera el aspecto de esta última, pero podía imaginármelo. En la parte posterior había una segunda puerta, maciza, con una mirilla. Un sofá blanco ocupaba toda una pared lateral, mientras que, al otro lado, había una mesa y dos sillas. Había espacio de sobra para tocarse; espacio de sobra para cometer errores. Lo que menos me gustaba era la puerta trasparente que acabábamos de atravesar y la cámara del techo. Olía como a papel quemado, y me pregunté si serviría para enmascarar las feromonas.

Skimmer estaba sentada en una esquina, con coqueta timidez, sobre una silla blanca. Llevaba un chándal blanco muy favorecedor que hacía que pareciera pequeña y perversa. De pie, en mitad de la habitación, Ivy era el polo opuesto. Skimmer se mostraba segura de sí misma, mientras que mi amiga tenía aspecto indeciso. La rubia vampiresa se mostraba remilgada mientras que Ivy suplicaba su compresión. Skimmer quería arrancarme la cara, e Ivy quería salvarla.

Nadie pronunció ni una sola palabra, y me di cuenta de que podía oír el ruido del sistema de ventilación. Skimmer siguió sin decir nada, sabiendo, por su pasado en los tribunales, que generalmente el que hablaba primero era el más necesitado.

—Gracias por acceder a verme —dijo Ivy, y yo suspiré.
Allá vamos
.

Skimmer descruzó las piernas y volvió a cruzarlas en sentido inverso. Su pelo rubio le colgaba alrededor del rostro y tenía la piel llena de manchas. No les permitían muchos caprichos allí dentro.

—No quería verte a ti —dijo. Sonriendo maliciosamente, se puso en pie, mostrando que había perdido algo de peso. Nunca había tenido un físico potente, y en aquel momento estaba casi en los huesos—. Quería verla a ella —concluyó.

Me humedecí los labios y me aparté de la puerta cerrada.

—Hola, Skimmer.

Las pulsaciones se me estaban acelerando y me obligué a respirar lentamente, consciente de que la tensión tenía la capacidad de provocar ciertas reacciones.

—Hola, Rachel —se burló la pequeña vampiresa mientras se acercaba pavoneándose. Ivy levantó el brazo de golpe y me caí hacia atrás, estupefacta, al ver borrosamente cómo bloqueaba el brazo de Skimmer, que arremetía contra mí. Sus delgados dedos de largas uñas pasaron a escasos centímetros de donde había estado mi cara y apoyé la espalda contra la pared. Mierda. No quería salir de allí con un arañazo o un mordisco. Iba a cenar con mi madre y con Robbie y él me lo echaría en cara durante el resto de mi vida.

—Ni se te ocurra —dijo Ivy, y me aparté de la pared. Aquello no pintaba nada bien. Los ojos de Skimmer habían retrocedido, y una señal de alarma me recorrió de arriba abajo; los músculos se me tensaron cuando comprobé que las pupilas de Ivy se habían dilatado hasta ponerse como las de ella. ¡
Maldición
!

Ivy soltó el brazo de Skimmer y la vampiresa vestida de blanco retrocedió, olfateando el olor de Ivy en su muñeca y sonriendo. ¡
Doble maldición
!

—Vaya, vaya, querida Ivy —dijo Skimmer, contoneando de forma insinuante su cuerpo embutido en aquel ajustado chándal—. Veo que sigue manejándote como si fueras una marioneta.

Ivy dio un respingo cuando avancé un paso hacia delante.

—¿Podrías comportarte decentemente por una vez en tu vida? —le reprochó mi compañera de piso—. Necesito saber quién visitó a Piscary sin que su nombre apareciera en la lista oficial. Consiguió sangre de alguien.

—¿Además de ti? —se burló Skimmer, y el pulso se me aceleró de nuevo—. Duele, ¿verdad? —dijo acomodándose en la silla como si fuera un trono desde el que ejercer su poder—. Tener delante de las narices lo que tanto deseas y saber que no le importas una mierda.

Inspiré profundamente, incapaz de dejar las cosas de aquel modo.

—Sí que me importa.

—No discutas con ella —dijo Ivy—. Es lo que está buscando.

Skimmer sonrió mostrando sus colmillos; lo que, junto con sus oscuros ojos, me provocó un profundo escalofrío. Todavía no estaba muerta, de manera que no podía proyectar un aura vampírica completa, pero le faltaba poco.

—El caso es que estás aquí —dijo en una especie de ronroneo—, pidiéndome que te cuente lo que sé. ¿Hasta qué punto lo deseas, pequeña Ivy?

—No me llames así.

Ivy se había puesto pálida. Así era como solía llamarla Piscary y lo odiaba. Empecé a sentir un hormigueo en la cicatriz, y apreté la mandíbula, negándome a que los vestigios de aquel sentimiento penetraran todavía más en mi interior. Skimmer debió de notar mi expresión de pánico.

—Da mucho gusto, ¿verdad? —dijo con coquetería—. Es como cuando te toca un amante que ha estado mucho tiempo ausente. Si supieras cómo fue golpear a Ivy en esta pequeña habitación cerrada a cal y canto, te cagarías de miedo.

En un arrebato de despecho, la vampiresa se puso en pie. Di un paso atrás de forma involuntaria antes de conseguir detenerme. Aquello no me gustaba ni un pelo. Estaba convencida de que se habían saltado las normas para dejarme entrar con la esperanza de que me matara y resolver así el problema de qué hacer con Rachel Morgan.

Ivy se puso rígida.

—Dijiste que me contarías quién visitó a Piscary.

—Pero no te prometí nada…

La expresión de Ivy se volvió hermética.

—¡Vámonos! —ordenó en un tono crispado, y se volvió hacia la puerta.

—Espera —dijo Skimmer con un gesto petulante, e Ivy se detuvo. Se había notado un atisbo de pánico en la voz de Skimmer, pero en vez de hacerme sentir bien, mi tensión aumentó aún más. Aquello no era nada seguro.

Skimmer se adelantó situándose en el centro de la sala, e Ivy se colocó casi delante de mí con los brazos en jarras.

—No puedo darte nada, Skimmer —dijo mi compañera de piso—. Mataste a Piscary. Aquello fue un error.

—¡Te trataba como a una mierda! —exclamó Skimmer.

Ivy se mostraba serena y contenida.

—Aun así, seguía siendo importante para mí. Lo amaba.

—¡Lo odiabas!

—Pero también lo amaba. —Ivy sacudió la cabeza, balanceando las puntas de su pelo—. Si no vas a contarme quién lo visitó fuera de las listas, hemos acabado.

Una vez más, Ivy dio la espalda a Skimmer. Me tomó del brazo y tiró de mí hacia la puerta. ¿
Nos vamos
?

—Ivy está encantada con su nuevo juguetito —dijo Skimmer con amargura—, y ya no quiere jugar con sus viejas muñecas.

No creía que fuéramos a sacarle ninguna información a Skimmer, pero Ivy se detuvo. Tenía la cabeza gacha mientras ordenaba sus pensamientos y lentamente se giró hacia la furiosa y frustrada vampiresa.

—Tú nunca fuiste un juguete —susurró, suplicándole comprensión.

—No, pero tú sí. —Skimmer recobró la confianza en sí misma y se situó delante de nosotras con gesto de orgullo—. En una ocasión. Cuando nos conocimos. Yo te convertí de nuevo en una persona.

Sus ojos se habían vuelto negros de nuevo, y mis cicatrices, tanto la visible como la que estaba oculta bajo mi piel inmaculada, empezaron a cosquillearme. Retrocediendo, me topé con la pared. Me sentía más segura, pero era una seguridad ficticia.

Al echarme atrás, Skimmer se movió hacia delante y se detuvo justo delante de Ivy.

—Quiero que sufras, Ivy —dijo en un susurro—. Quiero un resarcimiento por lo que me hiciste.

—No te hice nada.

—Esa es la cuestión, amor mío —dijo Skimmer, imitando a la perfección el acento de Kisten.

Ivy inspiró profundamente y contuvo la respiración, petrificada, cuando Skimmer empezó a dar vueltas a su alrededor.

—No tendrás ni una sola cosa buena en tu vida —dijo la pequeña vampiresa, y supe que estaba hablando sobre mí—. Ni una. Y yo voy a arrebatarte la que te queda. ¿Sabes cómo?

—Como se te ocurra tocarla… —amenazó Ivy.

Skimmer soltó una carcajada.

—No me seas estúpida, pequeña Ivy. Soy mucho mejor que eso. Serás tú la que lo haga por mí.

No entendí a qué se refería. Skimmer ya había intentado amenazarme con que debía alejarme de Ivy y no había funcionado. No había nada que pudiera hacer, pero cuando la esquelética mujer se aproximó todavía más a Ivy con actitud insinuante, me pregunté qué estaría tramando la inteligente vampiresa.

El gemido de satisfacción que surgió de lo más profundo de su ser hizo que mis cicatrices se pusieran en guardia, movidas por un recuerdo. Con movimientos lentos y lascivos, Skimmer se detuvo, me miró, con Ivy entre nosotras, y rodeó su cuello con los brazos. Ivy se quedó inmóvil, paralizada, y a mí se me hizo un nudo en la garganta.

—¿Quieres saber quién visitó a Piscary? —preguntó Skimmer, lanzándome una mirada por encima del hombro de Ivy—. Pues muérdeme.

Me quedé helada.

—Ahora mismo —continuó la pequeña mujer—, delante de tu nueva novia. Muéstrale la sangre, tu salvajismo, el monstruo que eres en realidad.

Inspiré profundamente y contuve la respiración. Sabía lo horrible que Ivy podía llegar a ser. Y no quería volver a presenciarlo.

—Te lo dije —susurró Ivy—. He dejado de practicarlo.

Un arrebato de pánico surgió de mi interior y me aparté de la pared de golpe.

—¿Desde cuándo? —exclamé, pues me pillaba totalmente de nuevas—. Quiero que sigas practicándolo. ¡Dios, Ivy! Es lo que eres.

Skimmer se limitó a sonreír, mostrando la punta de sus colmillos.

—Pero no es lo que quiere ser.

Observándome, jugueteó con el pelo de detrás de la oreja de Ivy hasta que el corazón estuvo a punto de estallarme de rabia. Estaba jugando con Ivy y yo no podía hacer nada. Ivy no podía moverse, no lograba reunir las fuerzas para alejarse. Skimmer tenía el control absoluto de la situación.

—Quiero que me muerdas —dijo Skimmer—. De lo contrario, no conseguirás nada.

Las manos de Ivy, fuertemente apretadas, empezaron a temblar.

—¿Por qué me haces esto?

Con los ojos fijos en mí, Skimmer siguió contoneándose alrededor de Ivy, cada vez más cerca, mientras le besaba el cuello.

—¿Disculpa? —susurró con actitud petulante—. Porque ha pasado mucho tiempo, Ivy. Y eres la mejor. Mataría por ti.

Me pegué a la pared, deseando huir de allí. Skimmer posó sus labios sobre una vieja cicatriz bajo la oreja de Ivy y me invadió el recuerdo del éxtasis que había experimentado cuando una atormentada Ivy tomó parte de mi sangre.

—No me hagas esto —susurró Ivy alzando las manos para coger los codos de Skimmer, aunque no logró apartarla. Era demasiado. Sabía que era una sensación maravillosa, y me apoyé de nuevo contra la pared, incapaz de apartar la mirada mientras las feromonas encendían mis propias cicatrices y descendían hasta mi entrepierna.

—No te estoy haciendo nada —dijo Skimmer—. Eres tú la que deseas hacerlo. ¿Hasta qué punto quieres saber quién mató al cabrón de Kisten? ¿Hasta qué punto lo amabas? ¿Era amor verdadero o se trataba de uno más de tus juguetitos?

Apreté la mandíbula con más fuerza aún. Mi cuello estaba en llamas, repartía dosis del éxtasis prometido por mis músculos, haciéndolos temblar.

—Esto no es justo —acerté a decir—. Para.

Skimmer se movió hasta el lóbulo de Ivy.

—La vida raras veces lo es —dijo. La observé, sin poder apartar la mirada, mientras mordisqueaba suavemente la oreja de Ivy con sus blancos dientes—. Apártame —le susurró Skimmer—. No puedes. Eres un monstruo, cariño mío. La pequeña pastorcita perderá su ovejita si su ovejita consigue ver en su interior. Te quedarás sola, Ivy. Yo soy la única que puede amarte.

Exhalé, pero el olor a vampiro que inhalé justo después solo consiguió empeorar aún más las cosas. Mis ojos se cerraron y me contuve, casi meciéndome con el dolor de no querer estar allí. Demasiado tarde, descubrí el plan de Skimmer. Iba a convencer a Ivy para que la mordiera, segura de que si la veía rasgar su garganta para hacer brotar su sangre, yo la abandonaría, o que, si se transformaba en sexo, el resultado sería el mismo. Aquello era ruin. No era amor, era manipulación, utilizando los instintos de Ivy en contra de su voluntad. E Ivy no podía detenerlo.

Los suaves gemidos de Skimmer intentando manipular a Ivy hicieron que se me contrajera el estómago mientras exponía delante de mí momentos privados que formaban parte de su pasado común. La vista se me nubló cuando intenté divorciarme de ello, pero la combinación de mi miedo y de las feromonas vampíricas consiguió echar abajo las barreras que había creado mi mente y, con la brusquedad de una bofetada, me asaltó un recuerdo que tenía que ver con Kisten.

Solté un grito ahogado y contuve la respiración mientras sentía cómo mi rostro se tornaba pálido. Lentamente deslicé la espalda por la pared hasta que encontré un rincón. No era un recuerdo de Kisten, sino de su asesino, uno tan cercano a lo que Skimmer le estaba haciendo a Ivy que había desencadenado un recuerdo de mi propia lucha.

¡
Oh, Dios
!, pensé cerrando los ojos con fuerza, intentando evitar que el recuerdo creciera poco a poco, pero no podía… detenerlo y, allí sentada, con la barbilla apoyada en las rodillas, recordé.

El asesino de Kisten intentó morderme en contra de mi voluntad, exactamente igual a lo que Skimmer intenta hacer con Ivy
. Conteniendo la respiración, me llevé la mano al cuello mientras el recuerdo de él jugando con mi cicatriz se deslizaba hasta mi consciencia. Lo recordé sujetándome contra la pared, cautivándome con su olor. Recordé las oleadas de pasión que enviaba a través de mí con solo tocarme levemente, la pasión mezclada con el rechazo, el asco y el deseo. Sus dedos habían sido ásperos y agresivos, y yo me había sentido confundida. El sonido de la respiración jadeante de Ivy mientras luchaba por resistirse me recordó que yo había hecho lo mismo. Me resultaban tan familiares, tan horrorosamente familiares.

—No —susurró Ivy, y yo sentí cómo mis propios labios formaban la palabra. Yo también había dicho que no, y luego le había suplicado que me mordiera, odiándome a mí misma mientras me retorcía de deseo. Casi podía sentir el balanceo del barco mientras recordaba estar de pie con la espalda contra la pared, las manos agarrándolo con fuerza del mismo modo que, en aquel momento, estaban agarradas a mis rodillas. Las lágrimas empezaron a brotar. Se lo había suplicado, de la misma manera que lo iba a hacer Ivy.

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