Se puso en pie en medio de las protestas de Edden, pero yo me quedé sentada, paralizada por el miedo.
Mirándome desde lo alto, la señora Walker cerró los ojos e inspiró profundamente, succionando mi pavor como una droga. Jenks se elevó chasqueando las alas.
—¡Basta! —entonó situándose entre nosotras, y los ojos de la mujer se abrieron de golpe—. ¡Deja en paz el aura de Rachel o te juro que te mataré!
Los ojos de la señora Walker se volvieron aún más negros y mi miedo se hizo aún más profundo y retorcido. Tenía los ojos de Ivy, llenos de un hambre no saciada. Era una depredadora encadenada por su propia voluntad, y no le importaba dejarse llevar de vez en cuando. Pero no conmigo. No me tendría. Yo no era una presa, sino una cazadora.
Mientras Edden crispaba el gesto, la mujer agarró su pequeño bolso de mano. El periódico del día estaba doblado junto a él, y se me hizo un nudo en la garganta.
Genial, también sabe que me han excluido
. Mientras miraba a Jenks, desahogó todo su desprecio.
—Bicho —dijo simplemente, escondiendo sus ojos detrás de unas gafas oscuras—. ¿No deberías estar durmiendo en un agujero en el suelo?
—¿Y tú no deberías haberte extinguido, como el resto de los dinosaurios? —le respondió—. ¿Necesitas que te ayude a llegar hasta allí? —añadió, y yo me aclaré la garganta a pesar de que sus comentarios racistas me habían enfurecido.
—Señora Walker —estaba diciendo Edden, que se había puesto en pie y se movía hacia el lado de la mesa en que se encontraba ella—. Se lo ruego, a la AFI le sería muy útil su ayuda, y le estaríamos muy agradecidos. Dejando a un lado las opiniones de la señorita Morgan y de su socio, una de ustedes se enfrenta a una acusación de asesinato.
La elegante dama se detuvo a dos pasos del borde del anillo giratorio con los ojos ocultos.
—Ya he visto lo que había venido a ver, pero buscaré a la pequeña Mia esta noche. Es poco probable que haya abandonado la ciudad, y le informaré apenas consiga negociar con ella.
¿
Negociar con ella
? No me gustaba cómo sonaba aquello. Y, a juzgar por la expresión de su rostro, tampoco a Jenks.
—A cambio, cualquier tipo de apoyo que pueda darme para agilizar los trámites de adopción será bienvenido —concluyó, girándose para marcharse y aceptando la mano de un camarero cercano para bajar el escalón hasta el centro inmóvil del edificio.
¿Adopción? Alarmada, me puse en pie.
—¿Cómo? ¡Espera un momento! —dije cáusticamente, y la mujer se giró con las mejillas encendidas por la rabia—. ¿A qué te refieres con adopción? ¿A Holly? Holly tiene una madre.
Edden dejó caer los brazos a lo largo de los costados, adoptando una postura amenazante sin necesidad de hacer ningún movimiento que lo pusiera de manifiesto.
—Señora Walker, en ningún momento hemos hablado de la posibilidad de que se quedara usted con la niña.
La mujer suspiró antes de subir de nuevo a nuestro nivel, desplazándose con movimientos secos y precisos.
—Hasta que no aprenda a controlarse, nadie excepto una banshee puede coger en brazos a la niña —dijo agitando la mano como si fuéramos tontos—. Aproximadamente hasta los cinco años. ¿Qué pensáis hacer? ¿Encerrarla en una burbuja?
—Está infravalorando el control de la niña —dijo Edden—. El padre la coge sin problemas.
Sus cejas se arquearon con interés, y se quitó las gafas.
—¿En serio?
Genial. Ahora sí que querría a Holly a toda costa. Era casi imposible engendrar una niña bajo las leyes de la humanidad, y la señora Walker pensaba que Holly era especial. Mia no sobreviviría a aquella semana, y probablemente Remus moriría intentando defenderlas si no los encontrábamos primero.
—No es por Holly —intervine rápidamente—. Es el padre. Hay un deseo de por medio.
Edden se giró hacia mí con expresión acusatoria y yo me encogí de hombros.
—Me enteré ayer. Iba a decírtelo.
La señora Walker guiñó los ojos por efecto de la intensa luz, evidenciando las patas de gallo, y Jenks sonrió con malicia cuando un fogonazo de preocupación cruzó el semblante de la banshee antes de que lo ocultara.
—Tu propio hijo está en el hospital, capitán Edden —dijo como si aquello fuera a conseguir que le diéramos a la niña—. Usted misma, señorita Morgan, fue atacada y casi pierde la vida. ¿Cuántas vidas están dispuestos a sacrificar antes de aceptarlo? Puedo controlarla. Ustedes no. A cambio, le proporcionaré un hogar a esa niña.
—De forma provisional —dije, y la sonrisa de la señora Walker empezó a temblar.
—Si Mia se decide a cooperar.
¡
Como si eso fuera a suceder
!
—Señora Walker —dijo Edden, sin rastro de su azoramiento anterior, dejando que aflorara su habitual intransigencia—, todos queremos lo mejor para Holly, pero todavía no hay abierto ningún procedimiento legal contra Mia o Remus.
La mujer resopló, era evidente que pensaba que el procedimiento legal nunca se abriría si encontraba a Mia a solas.
—Por supuesto —dijo mientras su voz y su postura recobraban la elegancia y la seguridad en sí misma de antes—. Buenas tardes, señorita Morgan. ¿Capitán Edden? Me pondré en contacto con usted tan pronto como consiga contener a Mia.
Entonces, dedicándonos una mirada glacial, se giró y caminó lentamente hacia el ascensor, con dos camareros tras ella.
Jenks chasqueó las alas mientras escalaba y volaba de vuelta a la mesa. Dejó escapar chispas rojas mientras daba un salto desde donde había aterrizado hasta un pequeño plato de mantequilla de cacahuete que había aparecido como por arte de magia durante la discusión. Sentándose con las piernas cruzadas en el borde del plato, estiró los brazos y se ayudó con el par de palillos chinos de tamaño pixie que tenía escondido en algún sitio.
—Malditas banshees —farfulló—. Son peores que tener el váter lleno de hadas.
Edden me puso una mano en la parte inferior de la espalda y me guió de nuevo hasta mi silla.
—¿Por qué tengo la sensación de que tenemos que encontrar a Mia antes que la señora Walker? —preguntó con gesto de preocupación.
Alguien había depositado un vaso de agua de color rosado junto a mi plato, y tomé asiento. Inclinándome hacia delante, bebí un trago, casi tirándomelo encima cuando el hielo se desplazó.
—Porque las crías de banshee son raras y valiosas —dije, antes de preguntarme si se reirían de mí si pedía una pajita—. Entregarle a Holly a esa mujer sería un error, independientemente de que sea una banshee. No me fío de ella.
Edden soltó una risotada.
—Creo que el sentimiento es mutuo.
—Sí pero, según ella, yo no importo. —Tal vez era mejor no importar a una banshee—. Tenemos que encontrar a Mia antes de que lo haga esa mujer. No dudará en matarla con tal de conseguir a Holly.
Edden me miró con expresión severa.
—Esa es una acusación muy grave.
Estiré el brazo hasta la cesta del pan esperando que nos trajeran la comida a pesar de que nuestra «invitada más ilustre» se hubiera marchado.
—Puedes esperar hasta que Mia esté muerta, o puedes creerme ahora. Pero pregúntate con quién preferirías que se criara Holly —concluí señalándole con el meñique.
Él frunció el ceño.
—¿Tú crees?
Arrancando un trozo de pan de la hogaza, me lo comí, pensando que estaba demasiado duro.
—No lo creo, lo sé.
Edden dirigió la mirada hacia el ascensor y después de vuelta hacia mí.
—Sería mucho más sencillo si tuviéramos un amuleto localizador. ¿Has podido avanzar algo?
Casi me atraganto y, mientras intentaba pensar qué decir, Jenks intervino con despreocupación.
—Sí…
Di un rodillazo a la parte inferior de la mesa y sus alas empezaron a moverse de golpe.
—Solo tengo que terminarlos —respondí.
Edden desvió la mirada desde mis encendidas mejillas al pixie, que en aquel momento me miraba fijamente, en silencio.
—En cuanto estén listos, mandaré un coche a recogerlos —dijo poniéndose en pie—. Sé que no tienes licencia para venderlos pero, si me dices cuánto te han costado, lo añadiré a tu cheque. Estamos tardando una eternidad en encontrarla. De un modo u otro, siempre consiguen escabullirse. —Se balanceó hacia atrás, mirando de nuevo hacia el ascensor—. Enseguida vuelvo.
—De acuerdo —dije, dándole un trago al agua de frambuesa para ver si conseguía tragarme el trozo de pan, pero tenía la cabeza en otro sitio mientras el achaparrado hombre intentaba alcanzar a la señora Walker.
Jenks se rió, acomodándose y con un aspecto más relajado.
—¿Quieres que escuche lo que le dice? —preguntó. Yo negué con la cabeza—. Entonces, ¿te apetecería contarme por qué no quieres que encuentre a Mia? —añadió.
Yo aparté la vista del ascensor.
—¿Disculpa?
—Lo digo por lo de los amuletos —dijo chupándose los restos de mantequilla de cacahuete de los dedos—. Sabes de sobra que Marshal los invocó.
Yo torcí el gesto y empecé a apartar las migas que había juntado en un montoncito.
—Son una birria. Los fastidié. No funcionan.
Jenks abrió mucho los ojos y balanceó los talones hacia delante y hacia atrás.
—¡Y tanto que funcionan!
Sin levantar la vista, empujé las migas hasta mi servilleta.
—¡Y tanto que no funcionan! —respondí, imitando su tono de voz—. Probé uno en el centro comercial y no era más que un pedazo de madera.
Pero Jenks sacudió la cabeza, sumergiendo los palillos en la mantequilla para coger otra pizca.
—Estaba presente cuando Marshal los invocó y me pareció que el olor era el adecuado.
Exhalando, me recliné sobre el respaldo de la silla y sacudí la servilleta por debajo de la mesa. Una de dos, o la lágrima que me había dado Edden era de otra banshee, o el amuleto en el que había puesto la poción estaba mal.
—¿Olía a secuoya?
—No tengo ninguna duda. Incluso se pusieron verdes durante un segundo.
En aquel momento se oyó la campanilla del ascensor y tiré de la silla para acercarme un poco más a la mesa.
—Quizás el amuleto que invoqué era defectuoso —dije quedamente mientras Edden se despedía de la señora Walker y Jenks asentía con la cabeza, satisfecho.
No obstante, una débil sensación de inquietud no quiso abandonarme mientras esperaba a que Edden se reuniera con nosotros. Existía una tercera posibilidad en la que no quería ni pensar. Mi sangre no era en su totalidad sangre de bruja, sino la de una protodemonio. Era posible que existieran algunos hechizos terrestres que no podía invocar. Y si eso era cierto, había más de una prueba que indicaba que no era una bruja, sino un demonio.
Esto cada vez pinta mejor
.
Aparqué el coche en una de las plazas exteriores de la parte posterior del centro penitenciario, justo debajo de una farola, mientras intentaba adivinar dónde estaban las líneas, pues todavía no habían retirado los últimos centímetros de nieve. La calefacción funcionaba a toda potencia debido a que Ivy tenía la ventana entreabierta para que entrara un poco de aire y, tras apagarla, junto a las luces del coche, detuve el motor y dejé caer las llaves en el interior de mi bolso. Lista para enfrentarme a Skimmer, suspiré, con las manos en el regazo, mirando sin moverme los edificios de poca altura que se alzaban delante de nosotras.
Ivy estaba sentada en completo silencio, con la mirada perdida.
—Gracias por hacer esto —dijo con los ojos negros por la escasa luz.
Me encogí de hombros y abrí mi puerta.
—Yo también quiero saber quién mató a Kisten —dije, no queriendo hablar del tema—. Hasta ahora, no he sido de mucha ayuda, pero esto sí lo puedo hacer.
Ella se bajó al mismo tiempo que yo, y el ruido de las puertas al cerrarse se vio amortiguado por los montones de nieve que hacían que el mundo pareciera en blanco y negro bajo los charcos de las luces de seguridad en el atestado aparcamiento. Lo más probable es que se tratara de los coches de los empleados, aunque también hubiera algún visitante, pues era una prisión de baja seguridad. Por supuesto, Skimmer había matado a alguien, pero había sido un crimen pasional. Eso, junto al hecho de que fuera abogada, había favorecido que la internaran allí en lugar de en la cárcel de máxima seguridad que se encontraba a las afueras de Cincinnati.
A algo menos de un kilómetro se divisaba el hospital, envuelto en la neblina a causa de la falta de luz y la nieve que caía. Al ver los pacíficos edificios, me asaltó la idea de llevarles mis peluches a los niños. Sabrían apreciar su valor y los tratarían con cariño. Podría cogerlos esa misma noche, cuando buscara el libro de hechizos. Además, sería una buena excusa para subir allá arriba.
Ivy seguía de pie junto a la puerta cerrada, observando el edificio como si en su interior se encontrara su salvación o su condena. La ropa de cuero negra que solía ponerse para trabajar le daba un aspecto pulcro, aunque acentuaba su delgadez, y llevaba una gorra de ciclista que añadía un toque picante. Al sentir que la observaba con una mirada interrogante, se puso en marcha y nos encontramos en la parte delantera de mi descapotable. Juntas nos dirigimos a través de los coches aparcados en dirección a la acera, de la que sí habían retirado la nieve.
—Siento que tengas que hacer esto —dijo, con la espalda encorvada por un motivo que no era, precisamente, el frío—. Skimmer… va a ser muy desagradable.
Ahogué una carcajada. ¿Desagradable? Sabía de sobra que iba a ser cruel.
—Tú quieres hablar con ella —dije fríamente, intentando empujar mi miedo hasta un lugar en el que esperaba que fuera imperceptible.
Tenía muchas cosas que hacer aquella noche como para hacer una visita a Skimmer, pero era consciente de la valiosa información que podíamos obtener de ella; al menos no tendría que rehacer los hechizos localizadores. El alivio por saber que lo más probable es que el problema tuviera que ver con mi sangre y no con mis habilidades empezaba a vencer a la preocupación por la causa por la que el problema residía en mi sangre. Jenks era el único que sabía que el amuleto que había invocado había fallado, y pensaba que era un amuleto defectuoso. En aquel momento, los hechizos localizadores que Marshal había invocado se encontraban en poder de seis agentes de la AFI que patrullaban por la ciudad. Dudaba que hubieran entrado en el radio de treinta metros necesario para que saltara el amuleto, pero había mejorado enormemente mi prestigio entre ellos.