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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja blanca, magia negra (49 page)

BOOK: Bruja blanca, magia negra
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No quería que aquello fuera un error. Llevábamos viéndonos durante dos meses y habíamos demostrado que ninguno de los dos estaba allí por pura atracción física, de manera que, ¿por qué no ver si funcionaba?

Una descarga eléctrica me recorrió de arriba abajo como un sonido metálico, poniendo en alerta todos mis pensamientos, presentando ante mí una posibilidad que casi había olvidado. A pesar de que nuestra relación había sido platónica, o quizás precisamente por eso, no estaba preparada para acostarme con él. Hubiera sido muy extraño, y Jenks me habría acusado de intentar compensar alguna carencia. Sin embargo, era un brujo de líneas luminosas (y yo tampoco era ninguna principiante), y aunque la ancestral técnica de traspasar energía de un brujo a otro en su origen tenía como finalidad asegurar que los brujos más poderosos procrearan con brujas fuertes para impulsar la mejora de la especie, en la actualidad se habían convertido en unos preliminares muy excitantes. Por desgracia, había un pequeño problema.

—Espera —dije cuando nuestro beso se interrumpió y recuperé el raciocinio.

Sus manos comenzaron a soltarse hasta interrumpir por completo el contacto con mi piel.

—Tienes razón. Debería irme. Ha sido una pésima idea. Ya te llamaré… si quieres. Dentro de un año, quizás.

Sonaba avergonzado y le puse una mano sobre el brazo.

—Marshal. —Alzando la vista, me acerqué a él hasta que nuestros muslos se tocaron—. No te vayas. —Tragué saliva—. Esto… Hace años que no estoy con un brujo —le confesé en voz baja, incapaz de mirarle a los ojos—. Me refiero a uno capaz de trazar una línea. Me gustaría… ya sabes, pero no sé si me acuerdo de cómo se hace.

Sus ojos se abrieron enormemente cuando entendió lo que intentaba decirle y la desilusión por mi supuesto rechazo fue reemplazada por algo más antiguo y profundo, la pregunta escrita en nuestro ADN que suplicaba ser contestada: ¿quién era el brujo más avezado y cuánto podíamos divertirnos intentando averiguarlo?

—Pero ¡Rachel! —dijo con una tierna risa que provocó que me sonrojara—. ¡Eso no se olvida!

Mi rubor aumentó, pero su mirada estaba cargada de comprensión, y aquello me dio fuerzas.

—Por aquel entonces no practicaba mucho con las líneas luminosas. Ahora… —continué encogiéndome de hombros, azorada—. No conozco mis límites. Y con el aura dañada… —añadí, dejando la frase en el aire.

Marshal apoyó su frente sobre la mía y las manos sobre mis hombros.

—Tendré cuidado —susurró—. ¿Prefieres tirar en vez de empujar? —preguntó quedamente, dubitativo.

Mi rostro se encendió, pero asentí con la cabeza, aunque sin mirarle a la cara. Tirar era más íntimo, más arrebatador, más tierno y más peligroso en la medida en que podía confundirse con el amor, pero resultaba más seguro cuando las dos personas no conocían los límites de las líneas luminosas del otro.

Él se inclinó lentamente para darme un beso inquisitivo. Cerré los ojos en el mismo instante en que nuestros labios se juntaron y exhalé en él, apretando sus hombros con más fuerza. Me moví para situar mi rostro frente al suyo. Marshal respondió colocando su mano en la parte posterior de mi cabeza, con un gesto posesivo pero dubitativo. Su olor a secuoya hizo saltar chispas en mi interior, provocando un aumento de la emoción, sin rastro del miedo que siempre me había acechado con Kisten. El beso carecía de la subida de adrenalina provocada por el temor, pero resultaba igual de profundo, tocando una emoción que nacía de nuestros orígenes. Había un peligro en aquel beso no tan inocente. Poseía el potencial del éxtasis o una idéntica cantidad de dolor, y la danza sería muy cautelosa, puesto que la confianza era solo una promesa entre nosotros.

El corazón me dio un vuelco ante la posibilidad de llevarlo a cabo. El intercambio de energía no tenía por qué incluir sexo, pero probablemente era la razón por la que las brujas siempre regresaban después de jugar con los humanos mejor dotados. Incluso aunque hubiera humanos que podían utilizar las líneas, no podían succionar su energía. Mi única preocupación, aparte de la vergüenza, era mi maltrecha aura… Existía la posibilidad de que resultara doloroso. Era, básicamente, lo mismo que utilizaba Al para castigarme, empujando una línea en mi interior para causarme dolor, pero era como comparar un beso de amor con una violación.

Un estremecimiento de impaciencia me recorrió de arriba abajo y desapareció. ¡
Oh, Dios
!
Espero acordarme de cómo se hace, porque lo deseo fervientemente
.

Tiré de él hacia mí incluso mientras interrumpía nuestro beso. La respiración se me aceleró y, con los ojos todavía cerrados, apoyé la cabeza sobre su hombro, con los labios abiertos mientras inhalaba su aroma. Una de sus manos me sujetaba la cintura, mientras que la otra se enredaba en mi pelo. Me tensé al notar el tacto de sus dedos. Él sabía que no iba a golpearlo con una explosión de energía de líneas luminosas para repelerlo a él y sus acercamientos, pero resultaba difícil superar varios milenios de instintos con solo una vida de experiencia, de manera que iríamos despacio.

Cambié de posición, obligándole a abrir las piernas y a apoyar la espalda en el respaldo del sofá. Una punzada de impaciencia se abrió paso hasta lo más profundo de mi ser, seguida por la preocupación. ¿Qué pasaría si no conseguía relajarme lo suficiente? Respiraba aceleradamente y, entrelazando las manos detrás de su nuca, abrí los ojos para buscar los suyos. El color marrón estaba cargado de un deseo tan intenso como el mío. Me removí, sintiéndolo debajo de mí.

—¿Alguna vez has hecho esto con una amiga? —le pregunté.

—No, pero siempre hay una primera vez para todo —dijo dejando entrever una sonrisa tanto en su voz como en su rostro—. Tienes que estar callada.

—Yo… —acerté a decir justo antes de que introdujera las manos por debajo de mi camisa y volviera a besarme. El corazón estaba a punto de salírseme del pecho y, mientras la rugosa suavidad de sus manos exploraba mi diafragma y ascendía lentamente, la presión de su boca sobre la mía se hizo más intensa. Correspondí a su embestida con la mía, rodeándole la cintura con las manos, e introduciendo un dedo bajo sus vaqueros para demostrar que, en un futuro, sería capaz de ir más allá.

Me presioné contra su calor decidiendo dejar de pensar y dejarme llevar. Mi
chi
estaba dolorosamente vacío, de manera que, con la suave indecisión de un beso virginal, extendí mi conciencia y encontré la energía latente que se encontraba en el interior del suyo. Marshal lo sintió. Sus manos me apretaron con más fuerza y luego se relajaron, pidiéndome que la tomara, que encendiera todo su cuerpo con la oleada de adrenalina y el éxtasis de las endorfinas al arrancársela violentamente.

Yo exhalé, deseando que viniera.

El calor de sus manos sobre mí empezó a soltar chispas provocándome un intenso hormigueo. De pronto, a una velocidad que nos desconcertó a ambos, las fuerzas se equilibraron y los niveles de adrenalina se descontrolaron. Marshal soltó un gemido y, atemorizada, tensé mi conciencia. De pronto, las barreras se alzaron y sentí que las mejillas me ardían por la vergüenza. Pero la energía había entrado de forma suave y pura, sin rastro de la sensación de náusea que me había provocado anteriormente la línea luminosa. Al provenir de una persona, había perdido sus bordes cortantes.

—Marshal —conseguí decir, sintiéndome profundamente desdichada—. Lo siento. Esto no se me da bien.

Marshal se estremeció y abrió un ojo para mirarme. Bajo mi cuerpo, había adoptado una posición de lo más sumisa, de un modo escalofriante.

—¿Y eso quién lo dice? —susurró sentándose algo más derecho para acercarme aún más a su regazo.

Estaba dispuesta a tirarme por la ventana. Podía sentir la energía que había tomado de él en mi
chi
, centelleando y despidiendo un sabor a masculinidad en mis pensamientos. Quería volver a él, pero tenía miedo. Me había cerrado a él y, como consecuencia, iba a resultar mucho más complicado.

—Rachel —dijo Marshal intentando apaciguarme mientras deslizaba la mano una y otra vez por mi brazo—. Tienes que relajarte. Llevas mucho tiempo cargando con pedazos de siempre jamás con la intención de hacer daño a la gente que te pudiera atacar y, por esa razón, has construido un muro inexpugnable.

—Sí, pero…

—Cállate… —susurró, dándome una serie de pequeños besos que me distrajeron y que, poco a poco, empezaron a reavivar mi deseo—. No pasa nada.

—Marshal…

¡
Esto es tan extraño
!
Estoy besándolo
, y construí un muro alrededor de aquella idea.

—Usa tus labios para otra cosa que no sea hablar, ¿vale? Si no funciona, no funciona. Tampoco es para tanto.

—Mmm… —mascullé, sorprendida cuando me rodeó con sus brazos y me acercó aún más a él, silenciando mis protestas con su boca. Claudicando, lo besé, sintiendo cómo me relajaba y me tensaba al mismo tiempo.

La respiración se me aceleró cuando las manos de Marshal comenzaron a explorar mi cuerpo, pasándolas por encima de mis vaqueros para situarme en un lugar donde pude sentir cómo presionaba contra mí. Le cogí la boca con la mía, encontrando un beso, saboreándolo lentamente mientras su olor a secuoya me invadía. Su lengua se deslizó entre mis labios y retrocedí. Aquello fue mi perdición.

Emitiendo un grito ahogado, apoyé las manos sobre sus hombros para apartarlo de un empujón cuando tiró de mi
chi
. Con un delicioso sonido metálico de adrenalina, forcejeé con él, incluso cuando me agarró con más fuerza, obligándome a quedarme. La conmoción resultó embriagadora, y con un sonido de desesperación, interrumpí nuestro beso. Jadeando, me quedé mirándolo, sin aliento, en la fría tarde invernal. ¡
Maldición
!
Eso ha sido fantástico
.

—Lo siento, lo siento —acerté a decir, mientras el deseo sexual me aporreaba desde el interior.

—¿Qué sientes? —preguntó Marshal, con la mirada llena de calor.

—La he soltado —dije.

Él esbozó una sonrisa.

—Pues vuelve a cogerla —susurró, burlándose de mí. Sus dedos me tocaban por todas partes, recorriéndome con dulzura y haciendo que me estremeciera bajo la tenue luz que entraba a través de las tablillas. Aquí, allí, sin detenerse demasiado en ningún sitio, haciendo que casi me volviera loca. ¡
Oh, Dios
!
Voy a hacer que me suplique que lo haga
.

Temblando por la emoción y el deseo, me recosté sobre él. El aroma de Marshal lo impregnaba todo. Inspiré para llenarme de él y bloqueé mis pensamientos. Tenía sus manos sobre mi cintura y, a medida que me fui sintiendo más cómoda con nuestra nueva cercanía, exhalé emitiendo un suave sonido de placer cuando encontró mis pechos, acariciando primero uno, y luego el otro, por encima de la camisa, provocando que me pusiera rígida por la impaciencia hasta que no pude soportarlo más. Quería esperar, para que me lo pidiera con su cuerpo y no con sus palabras, pero, en vez de eso, exhalé, arrancándole hasta el último ergio de energía de su
chi
.

Marshal gimió cuando aquella deliciosa consecución entró rodando en mi interior, mezclada con la perversa sensación de dominación y posesión. Él abrió los ojos y el ardiente deseo que mostraban hizo que el corazón empezara a latirme con más fuerza. Se la había arrebatado, y ahora él iba a recuperarla.

No esperó. Con una mano en mi cuello, tiró de mí hacia abajo para que lo besara. Sabía lo que iba a pasar, pero no pude evitar el suave gemido cuando tocó mi
chi
con su conciencia y me lo extrajo por completo, tirando de él a través de mi cuerpo y dejando un brillante rastro de pérdida y calor girando en espiral a través de mí como el humo de una vela después de apagarla.

No me resistí. Era capaz de compartir aquello y, sin dejar de besarlo, me sujeté con fuerza para recibir el envite. Le presioné los muslos con las rodillas, pidiéndoselo, tomándolo, y haciéndolo mío.

La energía lo atravesó con el chasquido de un látigo y soltó un grito ahogado, estirando los brazos para aprisionarme. Yo inspiré su olor, sintiendo que me llenaba de él. Podía saborearlo en mi mente, en mi alma. Era una sensación maravillosa y apenas podía soportarla.

—Tómala —suspiré deseando sentir cómo hacía lo mismo, pero él se negó con un gruñido. Mi gemido se transformó en un jadeo de ardiente deseo e, incitándome, me aferró con mayor intensidad hasta que volvió a tocar mi
chi
, tomándolo todo con una estela centelleante, dejando solo un rastro de chispas en mi mente y un doloroso vacío.

Me tocaba arrebatárselo de nuevo, pero él asumió el mando. En una especie de pulso que me entumeció la mente y empujó la energía a mi interior. Aspiré el aire estupefacta, agarrándolo con todas mis fuerzas.

—¡Oh, Dios! ¡No pares! —jadeé.

Era como si pudiera sentirlo en mi interior, fuera de mí, y a mi alrededor. Y entonces me lo arrancó de nuevo, dejándome casi suplicándoselo a lágrima viva.

—Marshal —jadeé—. Marshal, por favor.

—Todavía no —gimió.

Me aferré a sus hombros, deseándolo todo. Y en ese momento.

—Ahora —le pedí, fuera de mí, con una necesidad que se retroalimentaba. Tenía la energía de mi línea, tenía mi satisfacción. Su boca encontró la mía y supliqué. No con palabras, sino con mi cuerpo. Me retorcí de deseo, apreté su cuerpo contra el mío, hice de todo menos cogerla, encontrando el delicioso dolor que producía en mi interior de una necesidad no satisfecha, llevándome hasta un punto febril.

Fue entonces cuando él gimió, incapaz de seguir negándomelo. Yo solté un quejido de alivio cuando la energía de su
chi
colmó el mío y ambos alcanzamos el clímax. Una ráfaga de endorfinas cayó sobre nosotros como una cascada, haciendo que me detuviera, boqueando y arqueando la espalda. Las manos de Marshal me dieron una sacudida, y yo me estremecí mientras oleada tras oleada me tranquilizaba, llevándome a un estado de máxima alerta en el que nada era real.

En aquel momento escuché un gemido jadeante y, tras unos instantes, me di cuenta, avergonzada, de que había sido yo. Desplomándome sobre él, sentí que recobraba los sentidos. Marshal respiraba fuertemente, y su pecho se elevaba y descendía debajo de mí mientras su mano reposaba sobre mi espalda, por fin quieta. Yo exhalé, sintiendo el flujo de energía filtrándose entre nosotros, hacia delante y hacia atrás, sin encontrar el más mínimo obstáculo, dejando un suave cosquilleo que se desvanecía conforme las fuerzas se equilibraban a la perfección.

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