Bruja blanca, magia negra (47 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: Bruja blanca, magia negra
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Tras vestirme con prisa, me di unos cuantos golpes de cepillo en el pelo húmedo y lo dejé para que se secara al aire. La voz de Jenks se escuchaba claramente cuando abrí la puerta y me dirigí hacia la cocina con los pies cubiertos tan solo por unos calcetines. Lo primero que vi al entrar en la estancia, iluminada por el sol, fue el frigorífico que, excepto por los trozos de cinta aislante que mantenían la puerta cerrada, presentaba un aspecto bastante normal. Jenks estaba en la mesa con Marshal y el hombre alto parecía encontrarse en su propia casa, sentado con el pixie y uno de sus hijos, que se resistía a dormir la siesta.

Marshal me buscó los ojos con la mirada y mi sonrisa se desvaneció.

—Hola, Marshal —dije recordando cómo nos había ayudado a Jenks y mí en Mackinaw cuando realmente lo necesitábamos. Siempre le estaría agradecida por aquello.

—Buenos días, Rachel —saludó el brujo poniéndose en pie—. ¿Os habéis puesto a dieta?

Seguí su mirada hasta el frigorífico, resistiéndome a decirle que lo había hecho saltar por los aires.

—Ehh, sí —respondí dubitativa. A continuación, recordé su visita al hospital y le di un rápido abrazo, casi sin tocarlo. Jenks se alzó con su hijo y se trasladó al fregadero para aprovechar una franja de sol—. ¿Has sabido algo de mis clases?

Los amplios hombros de Marshal se alzaron y descendieron.

—Hoy todavía no he mirado mi correo electrónico, pero tengo que pasarme por allí más tarde. Estoy seguro de que se trata de algún error informático.

Esperaba que tuviera razón. Nunca había oído de ninguna universidad que rechazara dinero.

—Gracias por el desayuno —dije mirando la caja de dónuts abierta que reposaba sobre la encimera—. Eres muy amable.

Marshal se pasó la mano por su corto pelo negro.

—Solo he pasado para ver cómo estabas. Hasta ahora no conocía a nadie que se hubiera fugado del hospital. Por cierto, Jenks me ha dicho que anoche tuviste un pequeño altercado con Al.

—¿Has hecho café? —pregunté. No me apetecía nada hablar de Al—. Gracias, huele genial —añadí dirigiéndome hacia la jarra que estaba junto al fregadero.

Marshal entrelazó las manos a la altura de las caderas y luego las separó, como si se hubiera dado cuenta de lo vulnerable que parecía en aquella posición.

—Lo ha preparado Ivy.

—Antes de irse —aclaró Jenks sentándose en el grifo con su hijo dormido en su regazo.

Me apoyé en el fregadero y bebí un trago de café, observando a los dos hombres en extremos opuestos de la cocina. No me gustaba que mi madre se empeñara en buscarme novio, pero aún me gustaba menos que lo hiciera Jenks.

Marshal volvió a sentarse. Parecía incómodo.

—Entonces, ¿tu aura está mejorando?

Dejé escapar un suspiro y me calmé. Había sido todo un detalle que viniera a visitarme al hospital.

—Poco a poco —respondí con amargura—. En realidad, ese es el motivo por el que quería que Al me diera el día libre. Por lo visto mi aura es demasiado delgada para viajar por las líneas sin peligro. Ni siquiera puedo trazar un círculo. Me mareo.
Y me produce tanto dolor que casi no puedo respirar, pero
¿
qué necesidad hay de mencionarlo
?

—Lo siento. —Marshal cogió un dónut y me tendió la caja—. Verás como al final se arregla.

—Eso dicen. —Me acerqué y me apoyé en la encimera central para coger uno de los glaseados—. Creo que, para la semana que viene, habrá vuelto a la normalidad.

Marshal echó un vistazo a Jenks antes de decir quedamente:

—Me refería a lo de Pierce. Jenks me ha contado que lo viste en la línea y que Al se lo llevó. ¡Dios, Rachel! Lo siento de veras. Debes de estar muy disgustada.

En ese momento sentí que la sangre se me helaba. Jenks tuvo la decencia de parecer desconcertado y yo dejé el dónut sobre una servilleta.

—La palabra disgustada se queda corta para definir cómo me siento. No esperaba tener que ocuparme de eso; una cosa más que debe arreglar la señorita Rachel.
Además de encontrar al asesino de Kisten. Soy el jodido albatros
.

El brujo se pasó la mano por su corto pelo, que había empezado a crecerle tan solo dos meses antes.

—Te entiendo perfectamente. Cuando alguien que te importa está en peligro, revuelves cielo y tierra por ayudarle.

La presión de mi sangre se disparó y, lanzándole una mirada asesina a Jenks, me llevé la mano a la cadera.

—Jenks, tu gata está en la puerta.

El pixie abrió la boca, miró mi gesto de desagrado y pilló la indirecta. Intercambió con Marshal una mirada masculina que no supe interpretar y, con el niño dormido en su cadera, salió de la estancia. Tenía un aspecto muy agradable y me pregunté qué tal se encontraría Matalina. Últimamente Jenks se había mostrado muy reservado en todo lo que tenía que ver con ella.

Esperé hasta que el zumbido de sus alas había desaparecido y me senté frente a Marshal.

—Conozco a Pierce solo de un día —dije sintiéndome como si le debiera una explicación—. Tenía dieciocho años. Jenks piensa que busco hombres con los que no puedo tener una relación de verdad para no sentirme culpable por no tener una en mi vida, pero te aseguro que no hay nada entre Pierce y yo. Es solo un buen tipo que necesita ayuda.
Porque tuvo la mala suerte de conocerme
.

—No pretendo ser tu novio —dijo Marshal con la vista puesta en el suelo—. Solo intento ser tu amigo.

Sus palabras consiguieron despertar todos y cada uno de mis sentimientos de culpa y cerré los ojos, pensando cómo podía responder a aquello. ¿Marshal como amigo? Era una idea agradable, pero nunca había sido capaz de ser amiga de un hombre sin acabar llevándomelo a la cama. Por todos los demonios, me había comido la cabeza sobre Ivy por esa misma cuestión. Mi relación con Marshal era la más larga que había tenido con un tipo sin que se convirtiera en algo sexual. Pero, en realidad, tampoco se podía decir que estuviéramos saliendo. ¿
O sí
?

Confundida, exhalé lentamente. Me pregunté cómo iba a gestionar aquello y le miré la mano. Era muy bonita, fuerte y bronceada.

—Marshal —empecé a decir.

El teléfono sonó en la sala de estar y parpadeó el piloto de la extensión de la cocina, con el timbre desactivado desde la noche anterior. Jenks gritó que ya respondía él y yo me dejé caer de nuevo sobre la silla.

—Marshal —repetí cuando Rex entró sin hacer ruido ya que su dueño ya no estaba espiándonos desde el pasillo—, me siento muy halagada por lo que estás intentando hacer, y no es que no te encuentre atractivo —dije sonrojándome y empezando a tartamudear—, pero estudio con demonios. Mi alma está cubierta de su mácula, y tengo el aura tan delgada que ni siquiera puedo interceptar una línea. Te mereces algo mejor que mi mierda. Lo digo en serio. No merezco la pena. Nada lo merece.

Alcé la mirada de golpe cuando Marshal se inclinó y me tomó la mano.

—Nunca dije que fuera fácil estar contigo —dijo en voz baja, mirándome seriamente con sus ojos marrones—. Lo supe desde el momento en que entraste en mi tienda con un pixie de un metro ochenta y compraste una inmersión con una tarjeta de crédito de Encantamientos Vampíricos. Pero sí que mereces la pena. Eres una buena persona. Y me gustas. Quiero ayudarte siempre que pueda, y cada vez se me da mejor mantenerme al margen y no sentirme culpable cuando no me es posible.

La mano con la que sujetaba la mía estaba cálida, y me quedé mirándola.

—Necesitaba oírlo —dije en un susurro para que no se me quebrara la voz—, gracias, pero no merece la pena morir por mí, y las probabilidades son altas.

El chasquido de las alas de pixie se abrió paso y, cuando Jenks entró volando, Marshal se apartó. Sentí calor en las mejillas y escondí las manos bajo la mesa.

—Rachel —dijo Jenks mirándonos alternativamente—. Es Edden.

Vacilé. Mi primer impulso había sido decirle que llamara más tarde, pero era posible que tuviera noticias sobre Mia.

—Es sobre una banshee —continuó Jenks—. Dice que si no coges el teléfono, enviará un coche a buscarte.

Me puse en pie y Marshal sonrió y se sirvió otro dónut.

—¿Se trata de Mia? —pregunté al levantar el auricular. Mis ojos se dirigieron a las inservibles pociones localizadoras alineadas sobre la encimera y parpadeé. Ya no estaban.

—¿Dónde están mis…? —empecé a decir, y Marshal agitó una mano para llamar mi atención.

—Colgadas en tu armario. Las invoqué para ti. —Sus ojos se abrieron ante mi repentino gesto de preocupación—. Lo siento. Debería haberte preguntado, pero dijiste que estaban acabadas. Pensé que podía ser útil…

—No te preocupes. No pasa nada —respondí, y oí a Edden a través del teléfono—. Ummm, gracias —añadí, sonrojándome. Genial. Ahora sabía que los había echado a perder. Él hacía sus propios hechizos y, por la ausencia de olor a secuoya, se habría dado cuenta de que eran un fiasco.

Muerta de vergüenza, hablé por teléfono.

—¿Edden? —dije, abochornada—. ¿La habéis encontrado?

—No, pero me gustaría que me ayudaras esta tarde con una de esas banshees —dijo sin más preámbulos, con un tono entre agradecido y preocupado en su grave voz; sonaba extraña porque el teléfono de la sala de estar seguía descolgado—. Esta se llama Walker. Es la mujer más fría con la que he hablado, más que mi suegra, y eso que solo hemos conversado por teléfono.

Eché un vistazo a Marshal y después le di la espalda. Jenks estaba sentado en su hombro y probablemente había llevado a su hijo al escritorio.

—Ha llamado al departamento esta mañana —siguió diciendo Edden, consiguiendo que volviera a prestarle atención—, y esta tarde llega en avión desde San Diego para ayudarme a encontrar a la señora Harbor. ¿Podrías estar presente cuando hable con ella? Las banshees se vigilan unas a otras, al igual que los vampiros, y quiere colaborar con nosotros; visto que la SI no va a hacer nada al respecto.

Sus últimas palabras estaban cargadas de amargura, y asentí con la cabeza olvidando que él no podía verme. Aquello tenía sentido, pero no me apetecía encontrarme con aquella mujer después de que una niña de su especie estuviera a punto de matarme.

—Esto… —contesté con inquietud preguntándome cómo salir de aquella—. Me gustaría mucho ayudarte, pero mi aura sigue demasiado delgada. No creo que hablar con otra banshee sea una buena idea.
Además, tengo que idear algo para que Al se comporte como es debido
.

Jenks agitó las alas en señal de aprobación, pero Edden no se daba por vencido.

—Quiere conocerte —dijo—. Ha preguntado por ti. Te usó como condición indispensable para encontrarse conmigo. Te necesito.

Suspiré, preguntándome si Edden estaba modificando la realidad para conseguir lo que buscaba. Llevándome una mano a la cabeza, reflexioné durante unos instantes.

—¿Jenks? —pregunté, sin estar del todo segura—. ¿Tú podrías avisarme si empieza a absorberme el aura?

Las alas del pixie se iluminaron.

—¡Y tanto! —respondió alegrándose de poder ser útil.

Me mordí el labio inferior y escuché el eco del teléfono descolgado mientras sopesaba los riesgos. Quería vengarme de Mia por dejar que su hija intentara matarme, y la señora Walker podía ayudarnos.

—De acuerdo… —dije arrastrando las palabras, y Edden hizo un ruidito de satisfacción—. ¿Dónde y cuándo?

—Su avión aterriza a las tres, pero teniendo en cuenta que vendrá con el horario de la Costa Oeste, nos veríamos para un almuerzo tardío —propuso Edden con seguridad—. En la AFI.

—¿Te refieres a tu almuerzo o al mío? —pregunté poniendo los ojos en blanco.

—Ummm, digamos a las cuatro en Carew Tower.

¿
Carew Tower
?
Cómo se notaba que no era una mujer
.

—Mandaré a alguien a recogerte —continuó diciendo Edden—. ¡Ah! Y buen trabajo con lo del alta voluntaria. ¿Cómo la conseguiste tan pronto?

Miré a Jenks, que seguía sentado en el hombro de Marshal.

—Rynn Cormel —dije con la esperanza de que Marshal empezara a entender lo arriesgado que era estar cerca de mí.

—¡Caramba! —exclamó Edden—. A eso lo llamo yo influencias. Nos vemos esta tarde.

—¡Oye! ¿Cómo está Glenn? —pregunté. Desgraciadamente, ya había colgado.
A las cuatro en Carew Tower
, pensé repasando mentalmente mi armario en busca de algo que ponerme mientras dejaba el auricular en su sitio.
Puedo hacerlo. Lo que no sé es cómo
. Estaba agotada y eso que acababa de levantarme.

Mi mirada se dirigió a la encimera central, donde antiguamente tenía mis libros de hechizos. Ivy se los había llevado al campanario mientras estuve en el hospital, y suspiré ante la idea de volver a bajarlos. Al había dicho que no existía ningún hechizo para completar el aura de una persona, pero tal vez había algo que me pudiera proteger del ataque de una banshee.

Me puse en pie con intención de ir a comprobarlo y desde la sala de estar me llegó el pitido del teléfono descolgado. Jenks salió disparado para ocuparse y yo me quedé helada, recordando que tenía compañía.

—¡Oh! Lo siento —dije mirando la expresión divertida de Marshal, que se había situado cómodamente en una silla y masticaba un dónut—. Tengo que subir al ático a coger unos libros. Para buscar un… hechizo.

—¿Quieres que te ayude a bajarlos? —preguntó, haciendo amago de levantarse.

—Son solo un par de volúmenes —me justifiqué pensando en los libros demoníacos que guardaba junto al resto.

—No pasa nada —respondió dirigiéndose hacia el santuario con paso firme y confiado; yo intenté echar a andar tras él.
Mierda
. ¿
Cómo voy a explicarle lo de los textos demoníacos
?

El santuario estaba en silencio, y la temperatura era muy agradable gracias al climatizador, que estaba encendido para los pixies. Jenks había colgado el teléfono y se encontraba en las vigas del techo haciendo guardia con dos de sus hijos mayores.

—Puedo hacerlo sola —dije cuando alcancé a Marshal, y él me miró de reojo.

—Son solo un par de volúmenes —dijo antes de pegarle un bocado al dónut que llevaba en la mano—. Te los bajaré y, si después quieres que me vaya, lo haré —añadió con la boca llena—. Sé que tienes trabajo. Solo quería saber cómo estabas.

Sus palabras dejaban entrever que estaba dolido, y me sentí mal mientras lo seguía por el frío vestíbulo y nos adentrábamos en la escalera circular que conducía al campanario. En una ocasión, durante la noche de Halloween, cuando me escondía de los demonios, había estado preparando hechizos allí arriba. Por aquel entonces, Marshal acababa de llegar a la ciudad y estaba buscando un apartamento. ¡Cáspita! ¿Hacía solo dos meses que nos veíamos? Parecía que hubiera pasado mucho más tiempo.

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