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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja blanca, magia negra (45 page)

BOOK: Bruja blanca, magia negra
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Justo lo que necesitaba.

17.

—Ignórame, ¿vale? —mascullé intentando parecer enfadada en vez de asustada mientras dejaba reposar el espejo y las galletas sobre la encimera y le daba una patada a la bolsa para meterla debajo de la mesa, donde no molestara. El saco de lona chirrió al pasar por encima de una delgada capa de sal, dejando un restregón de nieve y barro, y me volví hacia los armarios. Sal. No sabía cómo saltar una línea, pero iba a utilizar el espejo adivinatorio para conectar con Al y quería encontrarme dentro de un círculo y saltar primero. De un modo u otro, nos veríamos las caras.

Desde lo alto del frigorífico, Bis agitó las alas nerviosamente. Ni siquiera lo había visto entrar conmigo. El sensible muchacho sabía que estaba asustada, pero si Al no venía a mí, yo iría a buscarlo. Había arrojado el guante al burlarse de mi inexperiencia y diciéndome que no tenía nada que hacer. Me había fiado de él durante tres meses, cada vez. Tenía una idea bastante clara de cómo viajar a través de las líneas. No podía permitir que se saliera con la suya o tendría que soportar que me pisoteara durante el resto de mi vida. Había traspasado los límites, y me correspondía a mí obligarle a retroceder.

Un susurro me anunció la presencia de alguien a mi alrededor y me sacó de mis elucubraciones y, con un respingo, me volví y descubrí a Ivy en el pasillo, con una mano en el arco y una expresión interrogante en los ojos.

—Tenía entendido que te ibas. ¿Todavía estás aquí?

—Se ha llevado a Pierce —le expliqué con amargura. Su boca se entreabrió—. Lo sacó de la línea de un tirón. ¡Maldita sea! No creí que fuera posible.

Sus ojos se dirigieron a las galletas aplastadas y regresaron a mí.

—¿Pierce estaba en la línea luminosa? —preguntó dirigiéndose al frigorífico y regresando con un zumo de naranja—. ¿Lo viste? ¿Viste su espíritu?

Asentí con la cabeza mientras paseaba la mirada por la cocina en busca de mi tiza.

—Era de carne y hueso y Al se lo llevó. ¡Estoy tan cabreada!

El chasquido de las alas de libélula se hizo cada vez más evidente y Jenks entró como una exhalación, seguido por tres de sus hijos, que se divertían intentando alcanzarlo. Apenas me vio, se detuvo en seco mientras los pequeños corrían a esconderse en lo alto del frigorífico, detrás de Bis, entre risas.

—¡Rachel! —exclamó claramente sorprendido—. ¿Ya has vuelto?

—En realidad, ni siquiera me he ido —respondí con acritud—. ¿Dónde está mi tiza magnética? —pregunté abriendo un cajón y rebuscando en su interior. Había descartado lo del círculo de sal. El suelo estaba lleno de nieve derretida. La sal iba muy bien, pero el agua salada, fatal—. Tengo que ir a hablar con Al.

La mirada del pixie recayó sobre el espejo adivinatorio.

—¿Ir? ¿Adónde?

En aquel momento cerré el cajón de golpe y Bis dio un respingo.

—A siempre jamás.

Ivy, que se estaba sirviendo un vaso de zumo, se volvió con los ojos muy abiertos. Jenks, por su parte, chasqueó las alas y se acercó lo suficiente para que pudiera percibir el olor a ozono.

—¡No me hagas reír! —exclamó—. ¡Por los zapatitos rojos de Campanilla! ¿Se puede saber de qué estás hablando? No sabes cómo saltar las líneas.

Furiosa, me quité el abrigo y lo tiré encima de mi silla.

—Al se ha llevado a Pierce. Estaba hablando con él y se lo ha llevado. He intentado hablar con él, pero no ha querido escucharme, así que iré a buscarlo. Fin de la historia.

—¡Y que lo digas! ¡Fin de la historia! ¿Has estado esnifando pedos de hada? —gritó Jenks en el mismo momento en que Matalina entraba en la cocina y, tras reunir a sus alucinados niños y a Bis, los animaba a abandonar el lugar, cosa que hicieron formando un remolino de seda y de alas coriáceas—. ¿Vas a jugarte la vida por ese tipo? Deja que se lo quede, Rachel. ¡No puedes rescatar a todo el mundo! Ivy, dile que acabará muerta.

Cerré otro cajón de golpe y abrí un tercero.

—No lo hago por rescatar a Pierce —dije removiendo la cubertería de plata y las velas bendecidas—. Lo hago porque Al es un capullo. Ha utilizado la excusa de venir a recogerme para raptar a alguien. Si no le obligo a respetar los límites, me pisoteará una y otra vez. ¡Y dónde demonios está mi tiza magnética!

En estado de choque, Jenks retrocedió aproximadamente un metro. Ivy se puso en marcha y, tras abrir el cajón de los trastos, colocó un trozo de tiza en la palma de mi mano y reculó. Los dedos de la mano con los que sujetaba el zumo estaban blancos por la presión.

Mi enfado se esfumó bruscamente mientras observaba cómo regresaba a su esquina de la cocina. Caminaba despacio con aire seductor y los ojos casi negros. Sabía que mi mal humor tenía un fuerte efecto en sus instintos y exhalé intentando tranquilizarme. No quería que se marchara de allí. Podía hablar a solas con Al en el jardín sin correr ningún riesgo, pero aquello podía resultar peligroso y tendría que hacerlo con ellos cerca.

—¿Por qué no te limitas a llamar a Dali y quejarte? —sugirió Jenks.

Un atisbo de preocupación se apoderó de mí y se esfumó.

—Podría —comenté mientras me agachaba para trazar una gruesa capa de tiza brillante sobre la línea grabada en el suelo de la cocina—, pero entonces me comportaría como una llorica que busca que le solucionen los problemas. Al seguiría sin tomarme en serio y le debería un favor a Dali. Si no lo obligo a tratarme con respeto, nunca lo hará. Ha estado mangoneándome durante semanas. Ahora me doy cuenta.

Al dejar la tiza sobre la encimera, junto al espejo adivinador, las manos me temblaban. ¿
Cómo voy a hacer esto
?

Las alas de Jenks empezaron a moverse a toda velocidad hasta ser casi imperceptibles, pero él no se movió de la encimera. Preocupada, me apoyé en el fregadero y me quité las botas. Nadie dijo nada cuando les di una patada, primero a una y luego a la otra, lanzándolas hacia la mesa hasta que se detuvieron junto a mi bolsa de lona. La sal arenosa se percibía a través de mis calcetines, y me estremecí cuando sentí el linóleo. Si conseguía averiguar cómo hacerlo, sería libre. Y cuando me presentara en la cocina de Al, tendría que negociar conmigo. Tenía que estarle agradecida por haberme obligado a hacerlo.

Si es que lo lograba. Inspirando profundamente, me situé en el interior del círculo.

Jenks se elevó en el aire, despidiendo chispas de color rojo.

—Ivy, dile que esto es una mala idea.

Con el zumo de naranja sin probar junto a ella, Ivy sacudió la cabeza.

—Si consigue hacerlo, correrá menos peligro y no tendrá que depender tanto de nosotros. Opino que no pasa nada por intentarlo.

El pixie soltó un sonoro bufido, y sus hijos, que se arremolinaban junto a la puerta, se desvanecieron.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo; nerviosa, me acerqué el espejo adivinador y coloqué la mano en la cavidad del pentáculo. Los dedos se me quedaron helados y el frío que ascendía desde el cristal tintado casi hizo que se me agarrotaran.

—Puedo hacerlo —dije, intentando convencerme a mí misma—. Dijiste que las líneas eran tiempo desplazado. He visto hacerlo a Al miles de veces.
Quod erat demonstrandum
.

Piensa en cosas agradables. En la cocina de Al. En el olor a ozono. La paz. El señor Pez
.

Jenks cambió de lugar llenando de polvo rojo mi círculo de invocación. Si se quedaba donde estaba, quedaría atrapado en el círculo conmigo.

—Jenks, ve a sentarte con Ivy.

Él sacudió la cabeza y cruzó los brazos por encima del pecho.

—No. Tu aura no es lo bastante gruesa. Podrías morir. Espera a que se haya recuperado.

Retiré el polvo rojo del espejo con un soplido y aumenté la presión de la mano.

—No tengo tiempo. Tengo que solucionarlo ahora o tendré que soportar que me pisotee durante el resto de mi vida. Apártate.

Las piernas me temblaban y me alegré de que la encimera se interpusiera entre Ivy y yo.

—No. No voy a dejar que lo hagas. ¡Ivy! ¡Dile que es una mala idea!

—Sal del círculo, Jenks —le ordené con firmeza—. ¿Qué pasaría si de pronto Al decidiera que quiere un pixie? ¿O si a alguien que conoce empezaran a gustarle las vampiresas? ¿Qué le impediría presentarse sin avisar durante la cena y raptarte a ti o a uno de tus hijos? Creí que tenía ciertos escrúpulos al respecto, pero me equivocaba. Y, como que me llamo Rachel, voy a hacer que me trate con un mínimo respeto. La única razón por la que no lo había hecho antes es porque hasta ahora no me había visto con nadie que le resultara interesante. Pero ahora está arruinado, y empezará a raptar gente a diestro y siniestro. Y ahora, ¡sal de mi círculo!

Jenks emitió un sonido de frustración y, con una explosión de polvo que iluminó la cocina, se marchó. Desde el santuario se escuchó una breve algarada de gritos de pixie y después nada.

La presión de la sangre me bajó de golpe e Ivy abrió los ojos cuando la miré. Estaban negros por el miedo.

—¿Cuánto tiempo quieres que espere hasta hacer que Keasley te invoque de vuelta?

Miré hacia la ventana y luego al reloj.

—Justo antes del amanecer.

Me dolía la cabeza y obligué a mi mandíbula a relajarse. Aquello iba a ser la cosa más complicada que había hecho en toda mi vida. Y ni siquiera sabía si era capaz de ello. Miré el reloj que estaba colgado sobre el fregadero y, exhalando lentamente, intercepté la línea que tenía justo detrás.

Me estremecí cuando penetró en mi interior con esa nueva y cortante frialdad de metal dentado que serraba mis nervios. La sensación me pareció peor que antes, y la nauseabunda irregularidad hizo que sintiera ganas de vomitar.

Las alas de Jenks emitieron un zumbido cuando volvió a entrar, suspendido junto a Ivy despidiendo chispas de color negro. Todavía no había alzado el círculo, pero permaneció junto a Ivy. Parpadeando y temblando, esperé a que regresara la sensación de equilibrio.

—Mareada —dije recordando la sensación—, pero estoy bien.
Puedo hacerlo. No puede ser tan difícil. Tom es capaz de hacerlo
.

—Es por la delgadez de tu aura —dijo el pixie—. Rachel. Por favor.

Con la mandíbula apretada y notando cómo aumentaba la sensación de vértigo, sacudí la cabeza, cada vez más mareada. Me obligué a mantenerme erguida y, cuando Ivy me hizo un gesto de asentimiento con la cabeza, me quité torpemente el calcetín del pie izquierdo y apoyé el dedo gordo sobre el suave olor de la tiza magnética.

Rhombus
, pensé con decisión. La palabra mágica alzaría el círculo en un abrir y cerrar de ojos.

El miedo me partió en dos y aparté la mano del espejo, doblándome cuando la energía de la línea entró en mí con un estruendo, sin filtro alguno y sin que mi aura pudiera amortiguarla.

—¡Oh, Dios…! —gimoteé justo antes de derrumbarme sobre el frío linóleo cuando una nueva oleada me golpeó. Y dolía. Mantener el círculo dolía, y mucho, pues las vertiginosas pulsaciones penetraban en mi interior con la fuerza de un tráiler. Se podía sobrevivir al impacto de un tráiler. Yo lo había hecho. Pero no sin la protección de un
airbag
y un hechizo de inercia. Mi aura había hecho de
airbag
, pero en aquel momento era tan delgada que casi no servía de nada.

—¡Ivy! —estaba gritando Jenks en el preciso instante en que mi mejilla aterrizó sobre el linóleo cubierto de sal cuando sufrí otro espasmo—. ¡Haz algo! ¡No puedo llegar hasta ella!

En lugar de soltar la línea, la empujé lejos de mí. Una silenciosa oleada de fuerza explotó desde mi
chi
y, aliviada, emití un grito ahogado cuando el dolor se desvaneció. Justo entonces, la luz se fue y un inesperado chasquido retumbó en toda la iglesia.

—¡Al suelo! —gritó Jenks, y un agudo estallido hizo que me dolieran los oídos.

—Mierda —susurró Ivy, y mi mejilla arañó el suelo cubierto de sal cuando alcé la vista cansadamente al oír sus pasos apresurados hacia la despensa que había detrás de mí. Mis ojos, sin embargo, no se apartaban del frigorífico. Estaba ardiendo y el fantasmal brillo dorado y negro de mi magia iluminaba la cocina a oscuras mientras la puerta estaba abierta de par en par sujeta solo por un perno. ¡
Me he cargado el frigorífico
!

—¿Jenks? —lo llamé en voz baja, recordando la fuerza de la línea que había alejado de mí de un empujón.
Me parece que he fundido todos los plomos de la iglesia
.

Escuché el zumbido de las alas de pixie sobre mí mientras Ivy usaba el extintor contra el fuego inducido por medio de magia. Detrás de mí, podía oír a los otros pixies, pero cerré los ojos, feliz de encontrarme en el suelo en posición fetal cuando las luces se encendieron de nuevo. El silbido ahogado del extintor cesó y lo único que quedó fue mi respiración entrecortada. Nadie se movió.

—¡Maldita sea, Ivy! ¡Haz algo! —exclamó Jenks mientras la corriente de aire de sus alas me hacía daño en la piel—. ¡Levántala! Yo no puedo ayudarla. ¡Soy demasiado pequeño, maldita sea!

En los límites de mi conciencia, las botas de Ivy molieron la sal con movimientos repetitivos debidos a los nervios.

—No puedo —susurró—. ¡Mírame, Jenks! ¡No puedo tocarla!

Inspiré de nuevo, agradecida porque el dolor hubiera desaparecido. Entonces me senté, me abracé las piernas a la altura de las pantorrillas y apoyé la cabeza sobre las rodillas, temblando por el persistente recuerdo del dolor y la conmoción. ¡
Maldita sea
!
Me he cargado el frigorífico
.

No me extrañaba que Al se hubiera mostrado tan seguro de sí mismo. Me había dicho que no había nada que pudiera hacer y tenía razón. Y allí sentada, apaleada, sentí cómo la primera lágrima de frustración me bajaba por la mejilla. Si no conseguía que Al me tratara con más respeto, me quedaría sola. No podría profundizar en mi relación con Marshal porque se convertiría en un posible objetivo. Pierce ni siquiera estaba vivo y, después de que lo raptara de mi jardín trasero, se pasaría el resto de la eternidad en siempre jamás. Al acabaría fijándose en Jenks y en Ivy. A menos que lo obligara a adaptarse a las normas del civismo más elemental, todos los que me rodeaban vivirían a merced de los caprichos de un demonio.

No parecía que hubiera manera de poder tomarme un respiro.

Deprimida, me senté en el suelo de la cocina intentando no temblar. Necesitaba que alguien me abrazara, que me rodeara con una manta y cuidara de mí hasta que descubriera cómo resolver aquello. Y al no tener a nadie, me abracé yo misma, conteniendo la respiración para evitar que se me escaparan más lágrimas. Sentía un profundo dolor, tanto en el cuerpo como en el alma. ¡Maldita sea! ¡Podía llorar si me daba la gana!

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