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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja mala nunca muere (28 page)

BOOK: Bruja mala nunca muere
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—Tienes razón. Si no logras esto rápido no vivirás otra semana más.

Capítulo 17

—Tú no vas, querido —dijo la señora Jenks con tono serio. Tiré mi último trago de café por el fregadero, mirando incómoda hacia el jardín iluminado por el sol de media tarde. Preferiría estar en cualquier otro sitio ahora mismo.

—Y un cuerno que no —farfulló Jenks.

Me giré, demasiado cansada por la falta de sueño como para disfrutar de ver a Jenks ejerciendo de calzonazos. Estaba de pie en la isla de acero inoxidable con los brazos agresivamente en jarras. Detrás de él, Ivy se afanaba sobre la mesa planeando tres rutas para llegar a la mansión de Kalamack. La señora Jenks estaba junto a ella. Su gesto tenso lo decía todo. No quería que su marido viniese y yo no pensaba llevarle la contraria.

—He dicho que no vas —dijo la mujercita, con un tono duro como el acero en la voz.

—No te metas, mujer —dijo. El tono de súplica arruinó su actitud de tipo duro.

—Claro que me meto —dijo ella con voz severa—. Todavía estás herido. Se hará lo que yo diga. Así son nuestras leyes.

Jenks gesticuló lastimeramente.

—Estoy bien. Puedo volar. Puedo luchar. Voy a ir.

—No lo estás. No puedes. No vas. Y hasta que yo lo diga eres jardinero, no cazarrecompensas.

—¡Sí que puedo volar! —exclamó agitando las alas. Se elevó un dedo de altura sobre la encimera y volvió a posarse—. Lo que pasa es que tú no quieres que vaya.

—No pienso permitir que me digan que te mataron por mi culpa. Es mi responsabilidad mantenerte con vida y yo digo que estás herido.

Le eché un pellizco de comida al
señor Pez
. Esto era embarazoso. Si dependiese de mí dejaría que Jenks viniese, pudiese volar o no.

Se estaba recuperando más rápido de lo que había imaginado. Aun así, habían pasado menos de diez horas desde que había estado recitando poesía. Miré a la señora Jenks con una ceja arqueada inquisitivamente. La guapa mujer pixie negó con la cabeza. No había más que hablar.

—Jenks —dije—, lo siento, pero hasta que no tengas su visto bueno, te quedas en el jardín.

Dio tres pasos y se detuvo en el borde de la encimera con los puños apretados.

Sintiéndome incómoda me acerqué a la mesa de Ivy.

—Entonces —dije titubeante—, ¿me decías que tenías una idea para entrar?

Ivy se sacó el boli de entre los dientes.

—He estado investigando esta mañana en Internet…

—¿Después de que yo me fuese a dormir? —la interrumpí.

Levantó la vista y me miró con sus ilegibles ojos marrones.

—Sí. —Apartándose hojeó entre sus mapas y sacó un folleto a todo color—. Toma, he imprimido esto.

Lo cogí y me senté. No solo lo había imprimido, sino que lo había doblado como suelen venir los folletos. El colorido panfleto era una publicidad para las visitas guiadas por los jardines botánicos Kalamack.

—«Venga a pasear por el espectacular jardín privado del concejal Trenton Kalamack» —leí en voz alta—. «Llame con antelación para consultar precios y disponibilidad de entradas. Cerrado durante la luna llena por trabajos de mantenimiento.» —Decía más, pero ya había encontrado la forma de entrar.

—Tengo otro para los establos —dijo Ivy—. Organizan visitas durante todo el año excepto en primavera, cuando nacen los potrillos.

—¡Qué considerados! —dije, acariciando con el dedo el brillante dibujo de los jardines. No tenía ni idea de que a Trent le interesase la jardinería. Quizá fuese brujo.

Jenks no pudo reprimir un fuerte gemido al volar la corta distancia que lo separaba de la mesa. Podía volar, pero a duras penas.

—Esto es fantástico —dije ignorando al beligerante pixie que caminaba sobre los papeles para colocarse justo en mi línea visual—. Creía que me dejarías en cualquier sitio en el bosque para que pudiese colarme andando, pero esto es genial. Gracias.

Ivy me dedicó una sincera sonrisa con los labios cerrados.

—Un poco de investigación puede ahorrarte mucho tiempo.

Contuve un suspiro. Si por Ivy fuese tendríamos un plan de seis pasos colgado sobre el váter para saber qué hacer en caso de que se atascase.

—Yo podría esconderme en un bolso —dije contemplando la idea.

Jenks resopló.

—Un bolso muy grande tendrá que ser.

—Conozco a alguien que me debe un favor —dijo Ivy—. Si mi amiga me compra la entrada, mi nombre no saldrá en la lista y podría ir disfrazada.

Ivy sonrió dejando entrever sus dientes. Yo le devolví la sonrisa tímidamente. Parecía totalmente humana bajo la luz brillante de media tarde.

—Eh —dijo Jenks mirando a su mujer—. Yo también quepo en un bolso.

Ivy se dio golpecitos en los dientes con el bolígrafo.

—Haré la visita y me dejaré el bolso olvidado en algún sitio.

Jenks se puso sobre el folleto moviendo las alas con abruptas sacudidas.

—Yo voy.

Tiré del panfleto y se tambaleó hacia atrás.

—Podemos vernos mañana tras la verja principal en el bosque. Allí podrás recogerme sin ser vista.

—Yo voy —dijo Jenks más alto al ver que lo ignorábamos.

Ivy se reclinó en su silla con aire satisfecho.

—Ahora esto sí parece un plan de verdad.

Qué raro. La noche anterior Ivy casi me había arrancado la cabeza cuando le sugerí algo muy parecido. Lo único que ella necesitaba eran algunos datos. Satisfecha por haber comprendido un poquito a Ivy, me levanté y abrí el armario de mis amuletos.

—Trent sabe quién eres —dije mientras revisaba mis amuletos—. Solo Dios sabe cómo lo ha averiguado. Definitivamente necesitas un disfraz. Veamos… podría hacerte parecer más vieja.

—¿Es que nadie me está escuchando? —gritó Jenks con las alas rojas de rabia—. Yo voy, Rachel. Díselo a mi mujer. Estoy bien para salir.

—Un momento —dijo Ivy—, no quiero que me hechices. Ya tengo mi propio disfraz. Me giré sorprendida.

—¿No quieres uno de los míos? No duele. Es solo una ilusión, no tiene nada que ver con un hechizo de transformación.

No quiso mirarme a los ojos.

—Ya he pensado en algo.

—He dicho que yo voy —gritó Jenks. Ivy se frotó los ojos con una mano.

—Jenks… —empecé a decir.

—Díselo —me interrumpió él mirando a su mujer—. Si tú dices que puedo ir ella me dejará. Ya podré volar bien para cuando vayamos.

—Mira —dije—, ya habrá otras ocasiones…

—¿Para entrar en la mansión de Kalamack? —chilló—. No creo. O voy ahora o nunca. Esta es mi única oportunidad para averiguar a qué huele Kalamack. Ningún pixie ni ningún hada ha sido capaz de decir qué es y ni tú ni nadie me va a negar esa oportunidad. —Un tono de desesperación se había apoderado de su voz—. Ninguna de vosotras sois lo suficientemente grandes como para impedírmelo.

Miré a la señora Jenks con ojos suplicantes. Tenía razón, no habría otra oportunidad. Sería muy arriesgado y no me jugaría la vida si no estuviese ya metida en la picadora esperando a que alguien apretase el botón. La guapa pixie cerró los ojos y se cruzó de brazos. Con aire de reproche, asintió.

—Está bien —dije dirigiéndome a Jenks—, puedes venir.

—¿Qué? —exclamó Ivy y tuve que encogerme de hombros con impotencia.

—Ella le ha dado permiso —dije señalando a la señora Jenks—, pero solo si promete quitarse de en medio en el momento en que yo se lo diga. No pienso dejar que te arriesgues mientras no puedas volar bien.

Jenks agitó sus alas moradas por la excitación.

—Me iré cuando yo lo decida —dijo.

—Ni hablar. —Estiré los brazos en la mesa y coloqué los puños a ambos lados del pixie mirándolo fijamente—. Vamos bajo mis órdenes y nos iremos cuando yo lo diga. Esto es una brujocracia, no una democracia, ¿entendido?

Jenks abrió la boca para protestar, pero luego miró a su mujer, quien daba golpecitos con el pie en la mesa.

—Vale —dijo sumiso—, pero solo por esta vez.

Asentí y retiré los brazos.

—¿Encaja esto en tu plan, Ivy?

—¿Qué más da? —Arrastró la silla y se puso de pie—. Llamaré para lo de la entrada. Tenemos que salir con tiempo para pasarnos por casa de mi amiga y estar en la estación de autobuses a las cuatro. La visita parte de allí.

Sus andares iban cambiando hacia una actitud más vampírica conforme salía de la cocina.

—Jenks, cariño —dijo la mujer pixie en voz baja—, estaré en el jardín por si…

Sus últimas palabras quedaron ahogadas y salió volando por la ventana. Jenks reaccionó un segundo tarde.

—Matalina, espera —gritó moviendo frenéticamente las alas, pero no pudo despegar y alcanzarla a tiempo—. ¡Maldita sea! Es mi única oportunidad.

Oí la voz amortiguada de Ivy en la salita discutiendo con alguien al teléfono.

—Me da igual que sean las dos de la tarde. Me debes un favor. —Hubo un breve silencio—. Puedo pasarme por tu casa y arrancarte de la piel, Carmen, no tengo nada que hacer esta noche.

Entonces algo golpeó la pared y Jenks y yo dimos un respingo. Creo que era el teléfono. Parecía que todo el mundo estaba pasando una tarde estupenda.

—¡Todo arreglado! —gritó Ivy con un forzado tono de alegría—. Podemos recoger la entrada dentro de media hora, lo que nos deja tiempo suficiente para cambiarnos.

—Estupendo —dije con un suspiro levantándome para coger la poción de visón del armario. No podía imaginarme que un simple cambio de ropa sirviese para disfrazar a una vampiresa—. Oye, Jenks —dije bajito mientras rebuscaba en el cajón de los cubiertos una aguja digital—, ¿a qué huele Ivy?

—¿Qué? —dijo con un gruñido; obviamente estaba aún enfadado con su mujer.

Señalé con la mirada el pasillo vacío.

—Ivy —dije aun más bajo para que no me oyese—, antes del ataque de las hadas salió hecha una furia de aquí como si fuese a arrancarle el corazón a alguien. No pienso meterme en su bolso hasta que no sepa si… —titubeé un momento y luego susurré—, si ha vuelto a ser practicante.

Jenks se puso serio.

—No. —Se armó de valor y emprendió el vuelo para cubrir la corta distancia hasta mí—. Envié a Jax a vigilarla, solo para asegurarme de que nadie le pusiese un hechizo dirigido a ti. —Jenks se hinchó de orgullo paternal—. Lo hizo muy bien en su primera misión. Nadie lo vio. Ha salido a su padre.

Me acerqué más a él.

—¿Y adonde fue?

—A un bar de vampiros junto al río. Se sentó en una esquina gruñendole a cualquiera que se le acercase y bebiendo zumo de naranja toda la noche. —Jenks sacudió la cabeza—. Es muy rara, si te digo la verdad.

Oímos un ruido en el pasillo y ambos nos incorporamos con un repentino sentimiento de culpabilidad. Miré hacia la puerta, parpadeando sorprendida.

—¿Ivy? —tartamudeé.

Sonrió ligeramente, con una mezcla de satisfacción y vergüenza.

—¿Qué te parece?

—Eh, ¡fantástico! —logré decir finalmente—, estás genial. No te habría reconocido nunca.

Y era cierto. Ivy estaba enfundada en un vestido ajustado de tirantes amarillos. Los finos tirantes resaltaban sobre su blanquísima piel. Su pelo negro era una onda de ébano. El rojo intenso de su pintalabios era el único color que se apreciaba en su cara, haciéndola parecer más exótica que de costumbre. Llevaba gafas de sol y un sombrero de ala ancha también amarillo a juego con los zapatos de tacón alto. En el hombro colgaba un bolso lo suficiente ente grande como para esconder a un poni. Se dio una vueltalentamente, como si fuese una estoica modelo en la pasarela. Los tacones hicieron un
clic-clac
contra el suelo y no pude evitar mirarla de arriba abajo. Me hice una promesa a mí misma:
se acabo comer chocolate
. Deteniéndose, Ivy se quitó las gafas de sol.

—¿Crees que servirá?

Asentí con incredulidad.

—Eh, sí, claro, ¿de verdad te pones esa ropa? —le pregunté.

—Antes sí. Además, esto no activará ninguna alarma antihechizos.

Jenks puso mala cara al elevarse hasta el alféizar.

—Por mucho que esté disfrutando con este tremendo derroche de estrógenos, voy a despedirme de mi mujer. Avisadme cuando estéis listas. Estaré en el jardín… probablemente junto a las plantas venenosas.

Despegó tambaleante y salió por la ventana. Me volví de nuevo hacia Ivy, aún atónita.

—Me sorprende que aún me entre —dijo Ivy mirándose—. Era de mi madre. Me lo quedé cuando murió. —Me miró muy seria y añadió—: Y si aparece por aquí, no se te ocurra decirle que lo tengo yo.

—Claro que no —dije débilmente.

Ivy dejó el bolso en la mesa y se sentó cruzando las piernas.

—Ella cree que se lo robó mi tía abuela. Si supiese que lo tengo yo me obligaría a devolvérselo —dijo haciendo un mohín—, como si ella pudiese ponérselo. Los vestidos playeros quedan tan chabacanos de noche.

Se giró hacia mí con una amplia sonrisa. Intenté reprimir un escalofrío. Parecía casi humana. Una adinerada y deseable humana. Entonces caí en la cuenta de que ese era un vestido para salir de caza.

Ivy se quedó callada ante mi mirada horrorizada. Sus pupilas se dilataron acelerándome el pulso. La terrible sombra negra se cernió sobre ella al dispararse sus instintos. La cocina desapareció de mi vista. Aunque Ivy estaba al otro lado de la habitación, parecía que la tuviera justo enfrente. Me entró calor y luego frío. Estaba proyectando su aura en mitad de la tarde.

—Rachel… —dijo, provocándome un escalofrío con su ronca voz—, deja de estar asustada.

Mi respiración se volvió rápida y superficial. Aterrada, me obligué a mi misma a darle la espalda. ¡Maldición, maldición, maldición! No era culpa mía. ¡Yo no había hecho nada! Ivy estaba siendo tan normal… y ahora se ponía así. Por el rabillo del ojo la vi controlándose, luchando contra su instinto de salir de allí. Si se movía, yo podía saltar por la ventana.

Pero no se movió. Lentamente mi respiración se normalizó, el pulso se ralentizó y la tensión de Ivy se relajó. Respiré hondo y comprobé que la sombra negra de sus ojos desaparecía. Me aparté el pelo de la cara y fingí estar lavándome las manos. Ivy se acomodó en su silla. El miedo era un afrodisíaco para su hambre y yo había estado alimentándola sin ser consciente de ello.

—No tendría que haberme puesto esto —dijo en voz baja y tensa—. Te espero en el jardín mientras invocas tu hechizo. —Asentí y ella se dirigió hacia la puerta, obviamente haciendo un esfuerzo por moverse a velocidad normal. No me había dado cuenta de que se había levantado, pero allí estaba, caminando hacia el pasillo—. Y Rachel —dijo pausadamente, deteniéndose en el umbral de la puerta—, si vuelvo a ser practicante, tú serás la primera en saberlo.

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