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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja mala nunca muere (26 page)

BOOK: Bruja mala nunca muere
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—No ha sido culpa mía, era por Denon. Él mismo lo admitió. Y si tan mal lo hago, ¿por qué me suplicaste que te dejase venir conmigo?

—No te supliqué —dijo Ivy. Entornó los ojos y sus mejillas enrojecieron de rabia.

No quería discutir con ella así que me giré para meter la pizza en el horno. La ráfaga de aire caliente me dio en la cara y me metió la punta del pelo en los ojos.

—Sí que lo hiciste —murmuré sabiendo que podía oírme—. Sé exactamente lo que voy a hacer —dije luego más alto.

—¿En serio? —dijo justo detrás de mí. Contuve un grito de sorpresa e hice unos aspavientos con las manos. Jenks seguía sentado en el alféizar junto al
señor Pez
, un poco pálido—. Entonces cuéntame —dijo con tono cargado de sarcasmo—, ¿cuál es tu plan perfecto?

No quería que notase que me había asustado así que pasé rozándola y deliberadamente le di la espalda para raspar la harina pegada a la encimera con el cuchillo grande. Se me erizó el pelo de la nuca y me volví para encontrarla exactamente donde estaba antes, aunque ahora tenía los brazos cruzados y una sombra oscura empañaba sus ojos. Se me aceleró el pulso. Sabía que no debía discutir con ella.

Jenks pasó volando entre Ivy y yo.

—¿Cómo vamos a entrar, Rachel? —preguntó, posándose junto a mí en la encimera.

Me sentía más segura con él vigilándola y volví a darle la espalda intencionadamente.

—Voy a entrar convertida en visón. —Ivy repitió su bufido de incredulidad y me puse tensa. Recogí la harina con la mano y la tiré a la basura—. Aunque me vieran no sabrían que soy yo. Será visto y no visto. —Las palabras de Trent acerca de mis actividades resonaron en mi cabeza y me sorprendí.

—Colarse en la oficina de un concejal no es un simple visto y no visto —dijo Ivy rezumando tensión—, es un delito mayor.

—Con Jenks entraré y saldré de la oficina en dos minutos. Y del edificio en diez.

—Y estarás enterrada en el sótano de la torre de la SI en una hora —dijo Ivy, y la tensión emanaba palpablemente de ella—. Estás loca. Los dos estáis locos perdidos. Es una fortaleza en mitad del maldito bosque. Y eso no es un plan, es una idea. Los planes se ponen por escrito.

Su tono se había vuelto desdeñoso y me hizo ponerme aún más tensa.

—Si planificase las cosas ya me habrían matado tres veces —dije—. No necesito un plan. Uno aprende todo lo que puede y luego simplemente se hace. Los planes no pueden prever las sorpresas.

—Si usases un plan, no te encontrarías con sorpresas.

Ivy se me quedó mirando y tragué saliva. Tenía algo más que una sombra negra en los ojos y eso me quitó el apetito.

—Tengo opciones mucho más placenteras si lo que buscas es suicidarte —susurró.

Jenks aterrizó en mi pendiente, haciendo que apartase los ojos de Ivy.

—Esta es la primera cosa inteligente que hace en toda la semana —dijo—, así que déjala ya, Tamwood.

Ivy entornó los ojos y di un rápido paso atrás mientras ella estaba distraída.

—Eres igual que ella, pixie —dijo enseñando los dientes. Los dientes de los vampiros eran como las pistolas: no se debían desenfundar a menos que fueses a usarlos.

—¡Déjala hacer su trabajo! —le gritó Jenks.

Ivy se crispó. Una corriente fría me pasó por la nuca mientras Jenks agitaba las alas como si fuese a echar a volar.

—¡Basta! —grité antes de que se fuese. Quería que se quedase donde estaba—. Ivy, si tienes una idea mejor, dímela, si no, cállate.

Ambos miramos a Ivy, pensando estúpidamente que juntos éramos más fuertes que por separado. Sus ojos se volvieron completamente negros. Se me secó la boca. Ivy no parpadeaba, sus ojos brillaban con una promesa que por ahora era solo una insinuación. Un hormigueo me subió desde la barriga hasta la garganta. No sabría decir si era miedo o expectación. Me miró a los ojos sin respirar.
No me mires el cuello
, pensé aterrorizada.
Ay, Dios, no me mires el cuello
.

—¡Sapos y culebras! —susurró Jenks.

Pero de pronto Ivy se estremeció, girándose para inclinarse sobre el fregadero. Yo temblaba y juraría que oí un suspiro de alivio de Jenks. Me acababa de dar cuenta de que esto podía haber acabado muy, muy mal.

La voz de Ivy parecía de ultratumba cuando volvió a hablar.

—Vale —dijo hacia el fregadero—, ve a que te maten. Id los dos.

Se movió bruscamente y yo di un respingo. Encorvada y apesadumbrada salió dando zancadas de la cocina. Demasiado rápido para ser verdad nos llegó el sonido del portazo de la puerta principal y luego el silencio. Alguien iba a pasarlo mal esta noche.

Jenks echó a volar desde mi pendiente y se posó en el alféizar.

—¿Qué le pasa a esta? —preguntó combativo en el repentino silencio—. Casi parecía que se preocupaba por nosotros.

Capítulo 16

Desperté de mi profundo sueño sobresaltada por el ruido de cristales rotos. Olía a incienso y madera. Abrí los ojos de golpe. Ivy estaba inclinada sobre mí con su cara a centímetros de la mía.

—¡No! —grité lanzando los puños en un ataque de pánico ciego. Mi puño la alcanzó en el estómago. Ivy se dobló por la mitad y cayó al suelo, luchando por respirar. Me revolví para agazaparme en la cama. Mis ojos volaban de la ventana a la puerta. Mi corazón daba saltos en mi pecho y me quedé helada por la dolorosa oleada de adrenalina. Ivy estaba entre mi única salida y yo.

—Espera —dijo entrecortadamente. La manga de su bata cayó hasta el codo cuando levantó el brazo para alcanzarme.

—¡Maldita vampiresa chupasangre traidora! —dije entre dientes.

Me sobresalté al ver a Jenks, no, Jax, venir volando desde el alféizar y acercarse a mí.

—Señorita Rachel —dijo distraído y tenso—. Nos atacan. Hadas —dijo, casi escupiendo la última palabra.

Hadas
, pensé, dejándome llevar por el pánico. Miré mi bolso. No podía luchar contra las hadas con mis amuletos. Eran demasiado rápidas. Lo mejor que podía hacer era intentar aplastar a una. Oh, Dios mío. Nunca había matado a nadie en toda mi vida. Ni accidentalmente. Era una cazarrecompensas, maldita sea. La idea era entregarlos con vida, no muertos. Pero las hadas…

Volví la vista hacia Ivy y me puse roja al darme cuenta de lo que hacía en mi habitación. Con toda la gentileza que pude reunir salí de la cama.

—Lo siento —susurré ofreciéndole la mano.

Inclinó la cabeza para verme a través de su pelo. El dolor apenas si ocultaba su enfado. Estiró una mano blanca y tiró de mí. Golpeé el suelo con un grito, entrándome de nuevo el pánico cuando cubrió mi boca con mano firme.

—Cállate —resolló junto a mi mejilla—, ¿quieres que nos maten a todos? Ya están dentro.

Abrí los ojos de par en par y susurré entre sus dedos:

—No pueden entrar, es una iglesia.

—Las hadas no reconocen los lugares sagrados —dijo—, les trae sin cuidado.

¡Ya estaban dentro! Viendo mi miedo, Ivy retiró la mano de mi boca. Levanté la vista hacia el conducto de la calefacción. Estirando despacio el brazo lo cerré, haciendo una mueca al oír el chirrido.

Jax aterrizó en mi rodilla cubierta por el pijama.

—Han invadido nuestro jardín —dijo con una mirada asesina impropia para su cara de niño—. Lo van a pagar caro. Y yo aquí, atrapado cuidando de vosotras dos.

Voló hasta la ventana, indignado.

Sonó un golpe en la cocina e Ivy tiró de mí cuando intenté levantarme.

—Quédate quieta —dijo bajito—, Jenks se encargará de ellas.

—Pero… —Me tragué mi protesta cuando Ivy se giró hacia mí con los ojos negros en la penumbra del amanecer. ¿Qué podía hacer Jenks contra hadas asesinas? Estaba entrenado para dar apoyo, no para la guerrilla—. Lo siento —susurré—. Por el golpe, quiero decir.

Ivy ni se movió. Un torbellino de emociones se guarecía tras sus ojos e intenté recobrar el aliento.

—Si te quisiera, brujita —dijo—, no podrías impedírmelo.

Helada, tragué saliva. Eso parecía una promesa.

—Ha cambiado algo —dijo prestando toda su atención a la puerta cerrada—, no esperaba que sucediese esto hasta dentro de otros tres días.

Una sensación preocupante me invadió. La SI había cambiado de táctica.
Yo solita me lo he buscado
.

—Francis —dije—. Es culpa mía. La SI ya sabe que puedo burlar su vigilancia.

Me masajeé las sienes con la punta de los dedos. Keasley, el anciano del otro lado de la calle me lo había advertido.

Se oyó un tercer golpe más fuerte que el anterior. Ivy y yo miramos fijamente hacia la puerta. Podía oír mis latidos. Me preguntaba si Ivy los oiría también. Tras un buen rato, sonaron unos golpecitos en la puerta. La tensión me invadió y oí a Ivy respirar hondo, concentrándose.

—¿Papá? —dijo Jax en voz baja. Sonó una vocecita en el pasillo y Jax se precipitó hacia la puerta—. ¡Papá! —gritó.

Me puse en pie tambaleante y con los hombros hundidos. Encendí la luz, arrugando los ojos por la repentina claridad y mirando el reloj que Ivy me había prestado. Las cinco y media. Solo llevaba durmiendo una hora.

Ivy se levantó con asombrosa rapidez, abrió la puerta y se asomó afuera, el borde de su bata flotando tras ella. Me estremecí cuando se marchó. No había sido mi intención pegarle. No, eso no era cierto. Sí había sido mi intención, pero era porque pensaba que me quería convertir en su aperitivo de madrugada.

Jenks entró como un ciclón y casi se estrelló contra la ventana al intentar aterrizar.

—¿Jenks? —dije, decidiendo que mis disculpas a Ivy podían esperar—, ¿estás bien?

—Bueeeeeno —dijo arrastrando las vocales como si estuviese borracho—. No tendremos que preocuparnos por las hadas en una temporada.

Miré sorprendida el pincho de acero que tenía en una mano. Tenía una empuñadura de madera y era del tamaño de un palillo de dientes, se tambaleó y cayó de culo, doblándose accidentalmente las alas inferiores. Jax ayudó a su padre a ponerse de pie.

—¿Papá? —dijo preocupado.

Jenks estaba hecho un desastre. Una de sus alas superiores estaba hecha jirones. Sangraba por varios arañazos, uno justo bajo un ojo. El otro estaba cerrado por la hinchazón. Se apoyó pesada mente en Jax, quien a duras penas conseguía mantenerlo en pie.

—Aquí —dije colocando la mano detrás de Jenks y obligándolo a sentarse en mi palma—, vamos a la cocina. La luz allí es mejor. Quizá pueda vendarte el ala.

—Ya no hay luz —balbuceó Jenks—, la rompí. —Guiñó el ojo, esforzándose por enfocar—. Lo siento.

Preocupada, ahuequé la otra mano sobre él, ignorando sus ahogadas protestas.

—Jax, ve a buscar a tu madre —le ordené. Cogió la espada de su padre y salió disparado a ras del techo—. ¿Ivy? —grité asomándome al oscuro pasillo—. ¿Qué sabes de pixies?

—Aparentemente, no lo suficiente —dijo justo detrás de mí y di un respingo.

Encendí la luz con el codo y entré en la cocina. Nada. Las luces estaban rotas.

—Espera —dijo Ivy—, hay cristales por todo el suelo.

—¿Cómo lo sabes? —dije incrédula, pero dudé. No quería arriesgarme a andar con los pies descalzos en la oscuridad. Ivy despejó el camino delante de mí moviéndose como una ráfaga negra y me estremecí al notar la fría brisa de sus movimientos. Se estaba volviendo más vampírica. Oí el crujir de cristales y luego el tubo fluorescente sobre el horno parpadeó hasta encenderse, iluminando la cocina con una desagradable frialdad.

El fino cristal de los tubos fluorescentes del techo cubría ahora el suelo. Había una especie de bruma acre en el aire. Arqueé las cejas sorprendida al darme cuenta de que se trataba de una nube de polvo de hadas. Se me pegó a la garganta y dejé a Jenks en la encimera antes de que el polvo me hiciese estornudar y se me cayese accidentalmente.

Conteniendo la respiración fui a la ventana para abrirla del todo. El
señor Pez
se sacudía impotente en el fregadero. Su pecera se había roto. Con cuidado lo rescaté de entre los gruesos trozos de cristal, llené un vaso de plástico de agua y lo eché dentro. El
señor Pez
se contoneó, se estremeció y se hundió hasta el fondo. Lentamente sus agallas comenzaron a abrirse y cerrarse. Estaba bien.

—¿Jenks? —dije volviéndome hacia él. Estaba de pie justo donde lo había dejado—. ¿Qué ha pasado?

—Les ganamos —dijo en un volumen apenas audible y escorándose hacia un lado.

Ivy sacó la escoba de la despensa y empezó a barrer los cristales formando un montoncito con ellos.

—Se pensaban que yo no sabía que estaban aquí —continuó Jenks mientras yo revolvía los cajones en busca de esparadrapo y me sobresaltaba al encontrarme con el ala cortada de un hada. Se parecía más al ala de una mariposa luna que a la de una libélula.

Dejó un polvillo verde y morado en mis dedos. Con cuidado la aparté a un lado. Había varios hechizos muy complicados que requerían polvo de hadas. Dios mío, pensé volviendo la cara. Iba a vomitar. Alguien había muerto y yo estaba pensando en utilizar una parte de su cuerpo para hacer un hechizo.

—El pequeño Jacey fue el primero en verlas —dijo Jenks con una cadencia inquietante en la voz—. Estaban al otro lado de las tumbas. Con las alas rosadas bajo la luna a punto de ocultarse por el giro de la Tierra alrededor de su luz plateada. Llegaron hasta nuestro muro. Mantuvimos nuestras líneas. Defendimos nuestra tierra. Se ha cumplido lo prometido.

Desconcertada miré a Ivy de pie en silencio e inmóvil con la escoba en la mano. Tenía los ojos abiertos como platos. Esto era muy extraño. Jenks no estaba maldiciendo, más bien sonaba poético. Y no había terminado todavía.

—La primera cayó tras el roble, espoleada por el sabor del acero en su sangre. La segunda en campo santo vino a caer, teñida por los gritos de su insensatez. La tercera cayó entre el polvo y la sal, de vuelta con su señor con una advertencia silenciosa. —Jenks levantó la vista sin verme—. Esta tierra es nuestra. Así lo hemos demostrado con alas rotas, sangre envenenada y nuestros muertos insepultos.

Ivy y yo nos miramos bajo la fea luz.

—¿Pero qué le pasa? —susurró Ivy. Entonces los ojos de Jenks se despejaron, se volvió hacia nosotras, se llevó la mano a la sien a modo de saludo y lentamente se desmayó.

—¡Jenks! —gritamos al unísono Ivy y yo dando un salto hacia él. Ivy llegó primero. Recogió a Jenks en sus manos y se giró hacia mí con ojos llenos de pánico.

—¿Qué hago? —gritó.

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