—Mierda —musitó Jenks en el mismo instante en el que me detuve en seco. Se oían voces al fondo del pasillo. Mi pulso se disparó—. ¡Corre! No, a la derecha, detrás de esa silla y de la maceta —me ordenó Jenks.
Di un salto hacia allí. El olor a cítricos y terracota era intenso. Me escondí tras la maceta, oyendo cómo se acercaban las pisadas amortiguadas por la moqueta. Jenks se escondió entre las ramas de la planta.
—¿Tanto? —resonó la clara voz de Trent en mis sensibles oídos al aparecer por al esquina acompañado por otra persona—. Averigua qué está haciendo Hodgkin para obtener semejante aumento de productividad. Si es algo que crees que se pueda aplicar a otros lugares, quiero un informe.
Contuve la respiración cuando Trent y Jonathan pasaron junto a nosotros.
—Sí, Sa'han —dijo Jonathan mientras garabateaba en una agenda electrónica—. He terminado de revisar a los posibles candidatos para el puesto de secretario. Sería relativamente fácil hacer un hueco en su agenda mañana por la mañana. ¿A cuántos le gustaría ver?
—Oh, limítalo a los tres que creas más adecuados y otro que no te lo parezca. ¿Hay alguien a quien conozca?
—No, he tenido que buscarlos fuera del estado en esta ocasión.
—¿No era hoy tu día libre, Jon?
Hubo una pausa.
—He preferido trabajar, teniendo en cuenta que todavía no tiene secretario.
—Ah —dijo Trent con una risa relajada mientras giraban en la esquina—, por eso tanta prisa por concertar las entrevistas.
La tímida negativa de Jonathan fue lo último que oí débilmente conforme se alejaban y desaparecían de nuestra vista.
—Jenks —chillé. No hubo respuesta—. ¡Jenks! —volví a chillar, preguntándome si habría hecho algo estúpido como seguirlos.
—Sigo aquí —refunfuñó y me sentí aliviada. El arbolito se sacudió al deslizarse él por el tronco. Se sentó en el borde de la maceta y balanceó las piernas—. He podido olerlo bien —dijo, y me senté expectante—. Y no sé qué es. —Las alas de Jenks adoptaron un apagado tono azul, batían lentamente y su estado de ánimo en general decayó—. Huele como a pradera, pero no como los brujos. No tenía ni pizca de hierro, así que no es un vampiro —continuó Jenks arrugando el ceño en un gesto de confusión—. He podido oler sus biorritmos ralentizados, lo que significa que normalmente duerme de noche. Eso descarta que sea un hombre lobo o cualquier otra criatura nocturna. O sea, que no huele a nada que yo reconozca. ¿Y sabes lo más raro? Ese tío que iba con Trent huele exactamente igual. Tiene que ser por algún hechizo.
Sacudí mis bigotes. Raro no era la palabra. Solté un chillido que quería decir «lo siento».
—Sí, tienes razón. —Se elevó lentamente con sus alas de libélula y voló hasta el centro del pasillo—. Deberíamos acabar la misión y largarnos de aquí.
Me recorrió un estremecimiento.
Largarnos de aquí
, pensé saliendo de la seguridad del limonero. Apostaría a que no podríamos salir por el mismo sitio por el que habíamos entrado. Pero ya me preocuparía de eso después de robar en la oficina de Trent. Ya habíamos hecho lo imposible, salir sería pan comido.
—Por aquí —chillé girando por un pasillo que reconocí justo antes de llegar al vestíbulo. Olía la sal de la pecera de la oficina de Trent. Las puertas de cristal traslúcido por las que pasamos estaban oscuras y vacías. Nadie estaba trabajando horas extra. La puerta de madera de Trent estaba cerrada, como era de prever.
Rápido y en silencio Jenks se puso manos a la obra. La cerradura era electrónica y tras manipular unos segundos el panel junto a la puerta, la cerradura cedió y la puerta se abrió con un chasquido.
—Un trabajo rutinario —dijo Jenks—, incluso Jax podría haberlo hecho.
El suave gorgoteo del agua de la fuente en el escritorio llenaba la habitación. Jenks entró primero para encargarse de la cámara antes de que yo lo siguiese.
—No, espera —chillé al ver que se dirigía a pulsar el interruptor de la luz con los pies. La habitación se iluminó con un molesto resplandor—. ¡Ay! —chillé escondiendo la cara entre mis zarpas.
—Lo siento —dijo Jenks apagando la luz.
—Enciende la luz de la pecera —intenté decir, recuperándome de la cegadora luz—. La pecera —repetí inútilmente señalándola.
—Rachel, no seas caprichosa. No tenemos tiempo para comer ahora. —Entonces titubeó y descendiendo unos centímetros cayó en la cuenta—. ¡Ah, la luz! Je, je. Buena idea.
La luz parpadeó e iluminó la oficina de Trent con un suave resplandor verde. Trepé a su silla giratoria y luego a la mesa. Trabajosamente pude pasar las hojas de su agenda unos meses atrás y arranqué una página. Tenía el pulso acelerado cuando la tiré al suelo siguiéndola con la vista.
Moviendo nerviosamente los bigotes abrí el cajón y encontré los discos. No me habría extrañado nada que Trent hubiese cambiado todo de sitio. Quizá, pensé orgullosa, no pensó que yo fuese una amenaza real. Cogí el disco titulado alzhéimer, bajé hasta el suelo y empujé con todo mi peso para cerrar el cajón. La mesa estaba hecha de una lujosa madera de cerezo. Pensé avergonzada en lo deprimentes que se verían mis muebles de conglomerado junto a los de Ivy.
Sentándome sobre mis cuartos traseros le hice un gesto a Jenks para que me pasase la cuerda. Mientras tanto, él ya había doblado la hoja de la agenda para poder transportarla y en cuanto tuviese el disco atado a mi cuerpo, habríamos terminado.
—¿Quieres la cuerda? —dijo metiendo la mano en el bolsillo.
La luz del techo se encendió de repente y me quedé clavada en el sitio, agazapada. Contuve la respiración y me asomé para mirar por debajo de la mesa hacia la puerta. Había dos pares de zapatos: unas suaves zapatillas y unos incómodos zapatos de piel, enmarcados por la luz que iluminaba el pasillo.
—Trent —musitó Jenks posándose junto a mí con la hoja doblada.
La voz de Jonathan sonó enfadada.
—Se han ido, Sa'han. Avisaré a los guardas.
Hubo un tenso suspiro.
—Ve, comprobaré qué se han llevado.
El pulso me martilleaba en las sienes y me guarecí bajo el escritorio. Los zapatos de piel dieron media vuelta y avanzaron por el pasillo. Mi nivel de adrenalina se disparó cuando consideré la posibilidad de echar a correr, pero no podía hacerlo con el disco entre las patas delanteras, y tampoco pensaba dejarlo atrás.
La puerta de la oficina de Trent se cerró y maldije mi indecisión. Me pegué al panel frontal del escritorio. Jenks y yo cruzamos miradas. Le hice la señal para que se fuese a casa y asintió enfáticamente. Nos acurrucamos cuando Trent dio la vuelta y se puso delante de su pecera.
—Hola,
Sófocles
—susurró—. ¿Quién ha sido? Ojalá pudieses decírmelo.
Se había quitado la chaqueta del traje, adoptando un aire mucho más informal. No me sorprendió la definición de sus hombros al mover los músculos bajo la fina camisa. Con un suspiro se sentó en su silla. Alargó la mano hacia el cajón con los discos y noté que me flojeaban las patas. Tragué saliva al oír que estaba tarareando la primera canción del disco de Takata. Maldita sea, me había delatado yo misma.
—«A nadie le extraña que lloren los recién nacidos» —canturreaba Trent, susurrando la letra—. «La elección era real. La oportunidad es una mentira».
Dejó de cantar y recorrió con el dedo los discos. Lentamente cerró el cajón con el pie. El leve chasquido me hizo dar un respingo. Se acercó más a la mesa y oí el sonido de las hojas de su agenda al pasar. Estaba tan cerca que podía percibir el olor del jardín en él.
—Oh —exclamó con ligera sorpresa—, quien lo hubiera imaginado. ¡Quen! —dijo en voz alta.
Miré a Jenks confusa hasta que una voz masculina resonó en la habitación desde un altavoz oculto.
—¿Sí, Sa'han?
—Suelta a los perros —dijo Trent. Su voz reverberó, poderosa, y me hizo estremecerme.
—Pero no es…
—He dicho que sueltes a los perros, Quen —repitió Trent sin levantar más la voz pero con tono más colérico. Bajo la mesa su pie se movía rítmicamente.
—Sí, Sa'han.
El pie de Trent se detuvo en seco.
—Espera. —Lo oí respirar profundamente por la nariz como si olfatease algo.
—¿Señor? —dijo la voz.
Trent volvió a olfatear. Lentamente separó la silla del escritorio. Mi corazón latía a toda velocidad y contuve la respiración. Jenks se elevó para ocultarse tras un cajón. Yo me quedé inmóvil mientras Trent se retiraba de la mesa y se agachaba. No tenía escapatoria. Sus ojos se encontraron con los míos y sonrió. El miedo me había paralizado.
—Anúlalo —dijo en voz baja.
—Sí, Sa'han. —El altavoz se quedó mudo con un suave chasquido.
Miré a Trent con el corazón a punto de estallar.
—¿Señorita Morgan? —dijo Trent inclinando la cabeza cordialmente y no pude evitar estremecerme—. Ojalá pudiese decir que es un placer verla de nuevo. —Seguía sonriendo cuando se inclinó hacia mí. Le enseñé los dientes y solté un bufido. Retiró la mano y frunció el ceño—. Salga de ahí. Tiene algo que me pertenece.
Recordé el disco junto a mí. Al ser descubierta había pasado en un segundo de ladrona de éxito a tonta del pueblo. ¿Cómo podía haber creído que me saldría con la mía? Ivy tenía razón.
—Vamos, señorita Morgan —dijo, metiéndose bajo la mesa.
Salté hacia el hueco libre tras los cajones intentando escapar. Trent alargó el brazo tras de mí. Chillé cuando me agarró fuertemente por la cola. Arañé la madera con las uñas mientras él tiraba. Aterrorizada me retorcí y hundí mis dientes en la parte blanda de su mano.
—¡Canina! —gritó tirando de mí y sacudiendo la mano desesperado. El mundo giró a mi alrededor cuando se levantó. Violentamente sacudió la mano y me golpeó contra el escritorio. Todo se volvió negro con estrellitas mezcladas con el sabor a canela de su sangre. El golpe en la cabeza aflojó mis mandíbulas y me retorcí sujeta por la cola.
—¡Suéltala! —oí que gritaba Jenks.
El mundo seguía dando vueltas.
—Te has traído a tu bicho —dijo Trent con tono tranquilo para inmediatamente dar una palmada sobre un panel de su escritorio. Un ligero olor a éter me cosquilleó en la nariz.
—¡Vete, Jenks! —chillé reconociendo el olor de la seda pegajosa.
Jonathan entró como un ciclón por la puerta. Se detuvo en el umbral con los ojos abiertos de par en par.
—¡Sa'han!
—Cierra la puerta —le ordenó Trent.
Me revolví frenéticamente para escapar. Jenks salió disparado justo cuando mis dientes volvieron a clavarse en el pulgar de Trent.
—¡Maldita seas, bruja! —gritó Trent lanzándome contra la pared. De nuevo aparecieron las estrellas que se convirtieron en ascuas negras mientras yo las miraba aturdida. Lentamente me cegaron hasta que no vi nada más. Tenía calor y no podía moverme. Me estaba muriendo. Tenía que estar muriéndome.
—Entonces, señorita Sara Jane, ¿la jornada partida no es un inconveniente para usted?
—No, señor. No me importa trabajar hasta las siete si puedo tener tiempo libre a medio día para hacer recados y esas cosas.
—Le agradezco su flexibilidad. La sobremesa es para la contemplación. Yo trabajo mejor por las mañanas y por las tardes. Solo se queda un pequeño grupo de empleados después de las cinco y la ausencia de distracciones me ayuda a concentrarme.
El sonido del amable personaje público de Trent me devolvió a la consciencia, despertándome de golpe. Abrí los ojos sin entender por qué todo era en blanco y negro. Entonces lo recordé. Seguía siendo un visón, pero estaba viva. Apenas.
Las voces alternativamente grave y aguda de Trenton y Sara Jane continuaron mientras me incorporaba temblorosa y descubría que estaba en una jaula. El estómago me dio un vuelco y sentí náuseas. Me volví a tumbar, esforzándome por no vomitar.
—Estoy agotada —musité. Trent me miraba de reojo a través de sus gafas metálicas mientras hablaba con una delgada joven con un traje claro.
Me dolía la cabeza. Si no tenía una conmoción, me faltaba poco. También tenía dolorido el hombro derecho, con el que había golpeado contra el escritorio, y me dolía al respirar. Me pegué la pata derecha al cuerpo e intenté no moverme. Miré fijamente a Trent e intenté comprender qué había pasado. No veía a Jenks por ninguna parte.
Eso es
, recordé aliviada.
El logró salir. Se habrá ido a casa a por Ivy, aunque no creo que puedan hacer nada por mí
.
En la jaula había una botella con agua, un cuenco con pienso, una casita lo suficientemente grande para poder acurrucarme dentro y una rueda giratoria. Como si fuese a tener ganas de usarla, pensé amargamente.
La jaula estaba colocada sobre una mesa, al fondo de la oficina de Trent. Según la luz de la falsa ventana, solo habían pasado unas horas desde el amanecer. Demasiado temprano para mí, así que pensaba meterme en la casita a dormir. Me daba igual lo que pensase Trent. Con un profundo suspiro, hice un esfuerzo por levantarme.
—
Hi, hi
—chillé con una mueca de dolor.
—Oh, tiene usted un hurón de mascota —exclamó Sara Jane.
Cerré los ojos abatida.
No soy un hurón, soy un visón. Que te quede claro, señorita
.
Oí que Trent se levantaba de su asiento y percibí más que vi a ambos acercarse. Parecía que la entrevista había terminado y era la hora de observar al visón enjaulado. Sus cuerpos me taparon la luz y abrí los ojos. Estaban los dos sobre la jaula, mirándome.
Sara Jane tenía un aspecto muy profesional con su traje de corte clásico, perfecto para una entrevista de trabajo. Tenía el pelo rubio y largo hasta el pecho con un corte recto. La mujercita era mona como una muñequita y me imaginé que mucha gente no la tomaría en serio por su nariz respingona, su aguda vocecita de niña y su baja estatura, pero podía adivinar por la mirada inteligente de sus ojos que estaba acostumbrada a trabajar en un mundo de hombres y sabía cómo obtener resultados. Me imagino que si alguien la juzgaba incorrectamente no se opondría a usarlo en su propio beneficio. Llevaba un perfume fuerte que me hizo estornudar y me dolió todo el cuerpo.
—Esta es…
Ángel
—dijo Trent—. Es un visón.
Su sarcasmo fue sutil, pero no se me escapó. Se masajeaba la mano derecha con la izquierda. La llevaba vendada.
Tres hurras para el visón
, pensé.
—Parece enferma —dijo Sara Jane. Me fijé en que sus esmaltadas uñas estaban completamente gastadas y en que sus manos parecían demasiado fuertes, como las de un obrero.