Caballo de Troya 1 (21 page)

Read Caballo de Troya 1 Online

Authors: J. J. Benitez

Tags: #Novela

BOOK: Caballo de Troya 1
4.59Mb size Format: txt, pdf, ePub

lo mismo había ocurrido con la commiphora myrrha o árbol de la mirra. El áloe, por su parte, había llegado desde la isla de Socotora, en la boca del mar Rojo. En cuanto al preciado bálsamo, cuya hierba es conocida entre los botánicos como commiphora opobalsamum, parecer ser que en un principio fue originaria de Arabia. Sin embargo, como muy bien afirma Ezequiel (27,17), «Judea e Israel suministraban a Tiro perfumes, miel, aceite y bálsamo». La explicación estaba en uno de los libros del historiador judío romanizado, Flavio Josefo. Las semillas de la hierba del bálsamo habían llegado hasta Palestina en tiempos del rey Salomón y fueron, según Josefo, uno de los muchos regalos de la mítica reina de Saba al citado Salomón. Al día siguiente, viernes, 31 de marzo, yo mismo tendría la ocasión de comprobar cómo Jesús entregaba a Marta y a María un preciado obsequio: hierbas de bálsamo, procedente de las fértiles llanuras de Jericó.

Santa Claus me confirmaría igualmente que, en el año 60, Tito Vespasiano ordenarla proteger estas plantaciones de bálsamo de Jericó con una guardia especial. Mil años más tarde, los cruzados que entraron en Israel no hallaron rastro alguno de tan valiosa planta. Los turcos habían talado gran parte de los árboles descuidando también los arbustos que se habían cultivado en las proximidades del río Jordán. (N. del m.) 70

Caballo de Troya

J. J. Benítez

Jesús. En mi calidad de médico, y a pesar de los textos evangélicos y de los numerosos comentarios que había recogido hasta ese momento, me resultaba muy difícil imaginar siquiera que aquel hombre hubiera sufrido lo que hoy conocemos por muerte clínica y que, para colmo, varios días después de su fallecimiento, otro «hombre» le hubiera rescatado del sepulcro.

-¿Qué es lo que deseas conocer? -repuso Lázaro sin dejar de remover el fogón.

Aun a riesgo de parecer impertinente, planteé mi primera duda con la suficiente astucia como para provocar la locuacidad de los allí reunidos.

¿No pudo suceder que estuvieras dormido?

Lázaro olvidó la chimenea y, mirándome con dureza, replicó:

-Es mejor que sean éstos quienes respondan a esa cuestión...

Sus amigos guardaron silencio. Por un momento llegué a pensar que había forzado la situación. Pero, finalmente, uno de ellos, en tono comprensivo, tomó el hilo de la conversación.

-Es natural que dudes. Tú, como otros muchos, no estabas aquí cuando, en los últimos días de febrero, nuestro hermano Lázaro fue presa de intensas fiebres. A pesar de los cuidados de sus hermanas y de las prescripciones de los sangradores venidos de Jerusalén, el mal fue en aumento. Su debilidad llegó a tal extremo que no era capaz de sostener una escudilla de leche entre las manos.

Ni siquiera el médico del templo, Ben Ajía
1
, pudo remediarle. El Maestro no se encontraba en aquellas fechas en Judea y la familia, a la vista de tan grave dolencia, tomó la decisión de enviar un mensajero para rogarle que sanara a su amigo. Sin embargo, a las pocas horas de la partida del jinete, Lázaro murió.

-¿Recordáis la fecha? -intervine.

-¿Cómo olvidar el día del fallecimiento de un amigo? El duelo cayó sobre esta casa en las últimas horas de la tarde del domingo 5
de marzo.

-Eso significa interrumpí de nuevo a mi interlocutor- que el mensajero llegó hasta Jesús cuando Lázaro ya había muerto...

-Efectivamente. El rabí se encontraba entonces en la ciudad de Bethabara, en la Perea
2
y aunque el emisario cabalgó toda la noche, Jesús no recibió la noticia hasta el día siguiente, lunes.

-Hay algo que no entiendo. ¿El mensajero tenía orden de rogar al Maestro que acudiera a Betania?

-No. Las hermanas de Lázaro tienen la suficiente fe en el rabí como para saber que no era necesaria su presencia. Ellas eran conscientes de que Jesús se hallaba predicando y que bastaría una sola palabra suya para sanar a su hermano. Por eso, al morir Lázaro poco después de la partida del mensajero, todo el mundo comprendió y aceptó que era demasiado tarde.

»Lo que sí resultó incomprensible, incluso para Marta y María

-prosiguió mi relator con la voz trémula por el triste recuerdo de aquellos momentos- fue la respuesta de Jesús al emisario. Cuando éste regresó a Betania en la mañana del martes, aseguró una y otra vez que había oído decir al rabí que «aquella enfermedad no llevaba a la muerte». Todos, como te digo, creyentes o no, quedamos desconcertados. Nadie acertaba a comprender por qué Jesús, el gran amigo de la familia, no daba señales de vida.

»Al conocerse la noticia de la muerte de Lázaro, muchos de sus familiares y amigos de las aldeas próximas, así como de Jerusalén, se pusieron en camino y acompañamos a las
1
Eliseo me confirmaría horas después que, según una de las dos listas contenidas en el escrito rabínico
Sheqalim
V, 1-2, el nombre de Ben Ajía, en efecto, correspondía a uno de los «jefes» del Templo, con el cargo específico de médico.

La computadora arrojó la siguiente lectura: »Encargado de los enfermos del vientre. La alimentación de los sacerdotes era extraordinariamente abundante en carnes, no pudiendo beber más que agua. Todo ello ocasionaba frecuentes dolencias estomacales.» Santa Claus nos remitía, para una más completa información, al manuscrito de
Erfurt,
actualmente en Berlín. Dos días después, al asistir a la desconcertante entrada triunfal del Cristo en Jerusalén, tuve la oportunidad de comprobar cómo en la llamada 'ûmman
o artesanos- y allí desempeñaban su oficio, que abarcaba desde la cirugía a la circuncisión, pasando por la receta de hierbas medicinales, extracción de dientes e, incluso, el rasurado y corte del pelo.
(N .del m.)

2
En esta ciudad, en la parte oriental del Jordán, tuvo lugar el bautismo de Jesucristo por Juan. (N. del m.) 71

Caballo de Troya

J. J. Benítez

hermanas en tan triste momento. Cumplida la primera parte de la normativa sobre el luto
1
, nuestro amigo fue sepultado junto a sus padres, en la tumba familiar existente al final del jardín.

-Un momento -intervine de nuevo-. ¿Lázaro fue enterrado, aquí, en su propia casa?

-Si, en el panteón de sus mayores.

Aunque mi pregunta debió parecer intrascendente, para mí encerraba un indudable valor.

Según todos los textos bíblicos por mi consultados antes de la Operación Caballo de Troya, el sepulcro de Lázaro había sido ubicado por los exegetas fuera del pueblo y concretamente en la falda oriental del monte Olivete. A la mañana siguiente, la hermana mayor de Lázaro, a petición mía, me conduciría hasta la gruta natural que se abría al pie de un peñasco de unos diez metros de altura, a poco más de cuatrocientos metros de la parte posterior de la casa y en el fondo del frondoso huerto que formaba la hacienda. Aquella comprobación despejó mis dudas, fortaleciendo mi primera impresión sobre la desahogada posición económica de la familia, que había heredado de sus padres amplias zonas de viñedos y olivos. El hecho indiscutible de disponer, incluso, de su propio panteón familiar dentro del recinto de su casa, hablaba por sí solo de la riqueza de los hermanos.

-¿Qué día fue sepultado Lázaro?

-El jueves 9 de marzo, por la mañana. Al cumplirse los tres días establecidos por la ley, la familia y amigos depositamos los restos de Lázaro en uno de los lechos de piedra excavado en la gruta y procedimos a cerrar la boca con la losa...

Mis informantes se refirieron a continuación a la difícil situación por la que atravesaban las hermanas del fallecido. A pesar de los numerosos amigos y parientes que habían acudido a consolarlas, María y la «señora» se hallaban sumidas en un profundo dolor. Algo, sin embargo, las diferenciaba: mientras María parecía haber perdido toda esperanza, Marta siguió aferrada a una idea: «el Maestro tenía que aparecer de un momento a otro». Y aunque no sabía muy bien qué podía hacer el rabí a estas alturas, con su hermano muerto y amortajado, la «señora» vivió aquellos casi cuatro días con el ferviente deseo de ver aparecer a Jesús. Su fe en el Maestro era tal que aquella misma mañana del jueves, cuando la tumba fue cerrada, pidió a una vecina de Betania que se situara en lo alto de una colina, al este de la aldea, con el fin de vigilar el camino que conduce a Jericó y por el que debería llegar el rabí de Galilea. A las pocas horas, la joven irrumpió en la casa de Lázaro advirtiendo en secreto a Marta de la inminente llegada de Jesús y sus discípulos.

Poco después del mediodía, la «señora» se reunió con el Nazareno en lo alto de la colina.

Marta, al ver a Jesús, se arrojó a sus pies, dando rienda suelta a sus lágrimas, al tiempo que exclamaba entre grandes gritos: «¡Maestro, de haber estado aquí, mi hermano no hubiera muerto!»

Jesús, entonces, se inclinó y tras levantarla le dijo: «Ten fe y tu hermano resucitará.»

Y Marta, que no se había atrevido a criticar la aparentemente incomprensible actuación del Maestro, contestó: «Sé que resucitará en la resurrección del último día y desde ahora creo que nuestro Padre te dará todo aquello que le pidas.»

El rabí colocó sus manos sobre los hombros de la mujer y mirándola fijamente a los ojos le dijo: «¡Yo soy la resurrección y la vida!»

Las lágrimas seguían corriendo por las mejillas de la hermana de Lázaro y Jesús prosiguió:

«Aquel que crea en mí vivirá a pesar de que muera. En verdad te digo que quien viva creyendo en mí, nunca morirá realmente. Marta, ¿crees esto?

La mujer asintió con la cabeza y tras secarse los ojos añadió:

«Sí, desde hace mucho tiempo creo que eres el Libertador, el Rijo de Dios vivo..., el que tiene que venir a este mundo.»

Los compañeros de Lázaro prosiguieron su relato, exponiendo la extrañeza del Maestro al no ver a María junto a su hermana. La «señora», que había recuperado ya su temple habitual, explicó a Jesús el profundo y doloroso trance por el que atravesaba María. Y el Nazareno le rogó que fuera a avisaría.

1
La Misná, en su capítulo tercero de fiestas menores (moed qatan), establece que los muertos debían ser llorados durante los tres primeros días. Durante los siete primeros días, el ritual establecía las lamentaciones y a lo largo del primer mes los familiares debían llevar las señales propias del luto. (N. del m.) 72

Caballo de Troya

J. J. Benítez

Marta entró de nuevo en la casa y, tomando aparte a su hermana, le dio la noticia de la llegada del Maestro.

Mis interlocutores debieron notar mi extrañeza ante este gesto de la hermana mayor de Lázaro y, adentrándose a mis pensamientos, aclararon:

-Entre las numerosas personas que habían acudido hasta esta casa se contaban algunos enemigos de Jesús; Marta, procurando evitar cualquier incidente, estimó oportuno no hablar en público de la reciente llegada a Betania del rabí. Es más: su intención fue permanecer en la casa, con los amigos y familiares, mientras María acudía en busca de Jesús. Pero la súbita e impetuosa salida de la hermana menor alarmó a los presentes, que la siguieron, creyendo que María se dirigía a la tumba de su hermano.

»Cuando Maria llegó hasta el Maestro, se arrojó igualmente a sus pies, exclamando: "¡De haber estado tú aquí, mi hermano no hubiera muerto!" El grupo, al ver a Jesús con las dos hermanas, permaneció a una prudencial distancia En aquellos momentos, mientras el rabí las consolaba, muchos de los amigos y parientes reanudaron sus lamentaciones y gemidos.

»El sol había empezado ya a desplazarse hacia el oeste cuando Jesús preguntó a Marta y a María : «¿Dónde está?» La «señora» le respondió: «Ven y verás.» Y las hermanas le condujeron hasta la hacienda, atravesando el huerto. Cuando estuvieron frente a la gran peña, Marta le señaló la losa que cerraba el panteón familiar mientras María -presa de un nuevo ataque- se arrodillaba a los pies del Galileo, sollozando y hundiendo el rostro en la tierra. Se hizo un gran silencio y los que estábamos cerca del rabí vimos cómo sus ojos se humedecían y varias lágrimas corrieron por sus mejillas. Uno de los amigos de Jesús, al verle llorar, exclamó:

«Ved cómo le quería. Aquel que ha abierto los ojos a los ciegos, ¿no podría impedir que este hombre muera?»

»Pero otros de los allí congregados, implacables detractores del Maestro, aprovecharon aquella oportunidad para ridiculizar a Jesús, diciendo: «Si tenía en tan alta estima a este hombre, ¿por que no ha salvado a su amigo? ¿De qué sirve curar en Galilea a extraños si no puede salvar a los que ama?... »

»Jesús, sin embargo, permaneció en silencio. Entonces, levantando a María, la estrechó entre sus brazos, aliviando su aflicción.

-¿Qué hora era?

-Faltaba muy poco para la nona. En ese momento, el rabí, dirigiéndose a algunos de sus discípulos, les ordenó: «¡Levantad la piedra!» Pero Marta, adelantándose hacia el Maestro, le preguntó:

«¿Debemos mover la piedra de costado?»

Interrogué a los amigos de Lázaro sobre el significado de aquella pregunta de la «señora».

Sinceramente, no terminaba de comprender. ¿Qué había querido decir?

-Marta, al igual que el resto de los allí presentes -me explicaron- entendimos que Jesús deseaba ver a Lázaro por última vez. Aunque todos creíamos en la resurrección de los muertos, ninguno (ni siquiera Marta) imaginamos cuáles eran en realidad las verdaderas intenciones del rabí. Por eso la «señora» creyó que sería suficiente con retirar parcialmente la losa. De esta forma, el Maestro hubiera podido asomarse a la sepultura y contemplar el cadáver de su amigo.

»La hermana mayor de Lázaro, sin embargo, intentó persuadir a Jesús, diciéndole: «Mi hermano ha muerto hace ya cuatro días... La descomposición del cuerpo se ha iniciado...»

»Los cinco hombres que se disponían a desplazar la piedra miraron a Marta sin saber qué hacer. Pero Jesús, que se había situado frente a ellos, y en un tono que no dejaba lugar a dudas, reprochó la lógica insinuación de la «señora»:

»-¿No os he manifestado desde el principio que esta enfermedad no era mortal? ¿No he venido a cumplir mi promesa? Y después de haberos visto, ¿no he dicho que si creéis veréis la gloria de Dios? ¿Por qué dudáis? ¿Cuánto tiempo necesitáis para creer y obedecer?

Other books

For Goodness Sex by Alfred Vernacchio
Dead Time by Tony Parsons
To Wed a Wicked Prince by Jane Feather
The Black Stone by Nick Brown
The Writer by D.W. Ulsterman
Strapless by Davis, Deborah
The Night Sister by Jennifer McMahon
The Mistletoe Mystery by Caroline Dunford