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Authors: Kevin J. Anderson

Campeones de la Fuerza (4 page)

BOOK: Campeones de la Fuerza
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Kyp se levantó tambaleándose y se dejó caer en el asiento de pilotaje. Estaba tan aturdido que apenas sabía lo que se hacía, pero utilizó sus instintos Jedi para conectar los motores sublumínicos. La primera oleada de la supernova estaba formada por radiaciones iniciales y partículas de alta energía que habían sido emitidas hacia el exterior al producirse la explosión estelar. Las radiaciones más potentes llegarían aproximadamente un minuto después.

Las oleadas ondulantes del segundo huracán de energía chocaron con Carida y resquebrajaron el planeta de un polo a otro una fracción de segundo después de que el
Triturador de Soles
hubiera acelerado a lo largo de la ruta de huida preprogramada, alejándose con todos los indicadores de seguridad de sus paneles de control rebasando la línea roja.

Kyp sintió cómo la gravedad tiraba de su rostro estirándolo en una mueca horrible. Cerró los párpados y lágrimas de angustia empezaron a fluir por sus sienes, moviéndose hacia atrás debido al tirón de la aceleración.

El
Triturador de Soles
salió a toda velocidad de la atmósfera y entró en el hiperespacio. Las líneas estelares se formaron a su alrededor y la supernova hizo un último y fallido intento de agarrarlo con sus manos de fuego, y Kyp dejó escapar un interminable alarido de desesperación al comprender lo que había hecho.

Su grito se desvaneció en el hiperespacio junto con él.

2

Leia Organa Solo salió corriendo del
Halcón Milenario
apenas se hubo posado sobre Yavin 4 y agachó la cabeza mientras bajaba por la rampa de descenso. Después alzó la mirada hacia la imponente masa del Gran Templo massassi.

El frescor de la mañana impregnaba la luna de las junglas, y la neblina brotaba del suelo y se aferraba a las copas de los árboles y rozaba los flancos de la pirámide escalonada de piedra, envolviéndola como un tenue sudario blanco. «Es como si estuviera tejiendo una mortaja fúnebre para Luke...», pensó Leia.

Había transcurrido una semana desde que los estudiantes de la Academia Jedi habían encontrado el cuerpo inmóvil de Luke Skywalker en la cima del templo. Le habían llevado dentro y habían intentado cuidarle lo mejor posible, pero no sabían qué hacer. Los mejores médicos de la Nueva República no habían descubierto ningún daño físico. Todos estaban de acuerdo en que Luke seguía con vida, pero parecía hallarse sumido en un peculiar estado de éxtasis. No había respondido a ninguna prueba o sondeo.

Los gemelos bajaron por la rampa del
Halcón
, dejando caer los pies sobre el metal con todas sus fuerzas en un intento de averiguar cuál de los dos podía provocar un estrépito mayor con sus pequeñas botas. Han caminaba entre Jacen y Jaina cogiéndolos de la mano.

—No hagáis tanto ruido, pareja —les dijo.

—¿Vamos a ver al tío Luke? —preguntó Jaina.

—Sí, pero está enfermo —respondió Han—. No podrá hablar con vosotros.

—¿Está muerto? —preguntó Jacen.

—¡No! —exclamó secamente Leia—. Venid, entremos en el templo.

Los gemelos bajaron corriendo por la rampa.

Los penetrantes aromas de la jungla trajeron cálidos recuerdos a la memoria de Leia mientras cruzaba el claro. Los olores de los árboles caídos, de las hojas que se iban pudriendo poco a poco y de las flores se confundían unos con otros para acabar creando una potente sinfonía olfativa. Leia había propuesto aquellas ruinas vacías como sede para la academia de Luke, pero nunca había podido visitarlas..., y cuando por fin venía a ellas, era para ver el cuerpo inmóvil de su hermano.

—Esto no me apetece en lo más mínimo —murmuró Han.

Leia extendió el brazo para apretarle suavemente la mano. Han le devolvió el apretón durante más tiempo y con más fuerza de lo que ella había esperado.

Siluetas envueltas en túnicas surgieron del templo y parecieron avanzar flotando hacia ellos por entre las sombras de primera hora de la mañana. Leia contó rápidamente una docena, y reconoció el rostro naranja oscuro de Cilghal, la embajadora calamariana, en la primera de ellas. Leia había sabido percibir el gran potencial Jedi de la alienígena anfibia, y había insistido en que debía ir a la academia de Luke. Una vez allí, Cilghal había logrado utilizar las habilidades diplomáticas de que había dado muestras una y otra vez a lo largo de su carrera como embajadora para mantener unidos a los doce estudiantes durante los días terribles que siguieron a la caída de su Maestro Jedi.

Leia reconoció a algunos de los aspirantes a convertirse en Jedi que avanzaban sobre el suelo humedecido por el rocío del amanecer. Streen, un anciano de cabellera despeinada medio recogida bajo el capuchón de una túnica Jedi, había sido buscador de gases en Bespin, donde había llevado una existencia de ermitaño escondiéndose de las voces que oía resonar dentro de su cabeza. También vio a Kirana Ti, una de las brujas del planeta Dathomir a las que Leia y Han habían conocido durante los días llenos de emociones y peligros en que Han cortejó a Leia. Kirana Ti fue hacia ellos y saludó a los gemelos con una gran sonrisa. La bruja de Dathomir tenía una hija un año mayor que los gemelos, y la había dejado al cuidado de sus compañeras de clan en su mundo natal.

Leia también pudo identificar a Tionne, la joven de larga cabellera plateada que caía en cascada por la espalda de su túnica. Tionne era una estudiante de la historia de la antigua Orden Jedi que ardía en deseos de llegar a ser una Jedi.

Junto a ella estaban el siempre callado y hosco Kam Solusar, un Jedi que había caído en la corrupción y al que Luke había conseguido llevar de vuelta al lado de la luz, y Dorsk 81, un alienígena de piel lustrosa y carente de vello que había sido clonado generación tras generación porque su sociedad creía que ya había conseguido crear la civilización perfecta y no deseaba que se produjera ningún cambio en ella.

Leia no reconoció al otro puñado de estudiantes Jedi, pero sabía que Luke había llevado a cabo su búsqueda de candidatos con una gran diligencia. La llamada seguía resonando de un confín a otro de la galaxia, invitando a todos aquellos que poseyeran el potencial necesario para llegar a convertirse en nuevos Caballeros Jedi.

A pesar de que su instructor yacía sumido en un profundo coma...

Cilghal alzó una mano-aleta.

—Nos alegra mucho que hayas podido venir, Leia —dijo.

—Embajadora Cilghal... —murmuró Leia—. Mi hermano... ¿Ha habido algún cambio?

Fueron lentamente hacia la gigantesca y opresiva masa del templo massassi. Leia ya creía saber cuál iba a ser la respuesta a su pregunta.

—No. —Cilghal meneó su gran cabeza cuadrada—. Pero quizá tu presencia pueda surtir algún efecto que la nuestra es incapaz de producir.

Los gemelos ya habían captado la solemnidad de aquellos momentos, y no sólo no estaban correteando de un lado a otro entre risitas como solían hacer, sino que tampoco intentaron explorar las salas de paredes de piedra que olían a moho. El grupo entró en la penumbra del hangar que ocupaba una gran parte del nivel inferior del templo massassi, y Cilghal llevó a Leia, Han y los gemelos hasta un turboascensor.

—Vamos, chicos —dijo Han, y volvió a coger a Jacen y Jaina de las manos—. Quizá podáis ayudar a recuperarse al tío Luke.

—¿Qué podemos hacer? —preguntó Jaina, abriendo mucho sus grandes ojos de un marrón líquido que se habían llenado de una repentina esperanza.

—Todavía no lo sé, cariño —replicó Han—. Si se te ocurre alguna idea, házmelo saber enseguida.

Las puertas del turboascensor se cerraron y la plataforma fue subiendo hacia los niveles superiores del templo. Los gemelos se abrazaron con repentina inquietud. Aún no habían superado el temor a los turboascensores que habían desarrollado desde que uno de ellos les transportó hasta los oscuros niveles inferiores abandonados de la Ciudad Imperial, pero el trayecto terminó en un momento y salieron del turboascensor para encontrarse en la gigantesca sala de audiencias del Gran Templo. Los tragaluces derramaban rayos de sol sobre una espaciosa avenida de piedras pulimentadas que llevaba hasta un estrado.

Leia recordó cómo había subido a ese estrado hacía ya bastantes años después de que la
Estrella de la Muerte
hubiera sido destruida para entregar medallas a Han, Chewbacca, Luke y los otros héroes de la batalla de Yavin; pero volver a verlo en aquellas circunstancias hizo que sintiera una dolorosa opresión en el pecho. Han dejó escapar un gemido ahogado junto a ella, un sonido ronco y lleno de dolor que Leia nunca había oído surgir de sus labios con anterioridad.

Luke yacía sobre la plataforma ceremonial que se alzaba al otro extremo de la sala..., como un cadáver expuesto para un funeral en una gran sala vacía y repleta de ecos.

Leia sintió un miedo repentino que le aceleró el pulso. Quería darse la vuelta para no tener que verle, pero sus pies la obligaron a avanzar. Fue hacia el estrado, moviéndose con rápidas zancadas que se convirtieron en una veloz carrera antes de que hubiese llegado al final de la avenida. Han la siguió llevando un gemelo en cada brazo. Tenía los ojos enrojecidos mientras intentaba contener el llanto. Leia ya sentía las mejillas húmedas.

Luke estaba envuelto en los pliegues de su túnica Jedi. Le habían peinado, y tenía las manos cruzadas sobre el pecho. Su piel estaba grisácea, y parecía más plástico que piel humana.

—Oh, Luke —murmuró Leia.

—Si se le pudiera descongelar como hiciste conmigo cuando me rescataste del palacio de Jabba... —dijo Han.

Leia extendió una mano para tocar a Luke. Utilizó sus capacidades con la Fuerza e intentó profundizar al máximo y establecer contacto con su espíritu, pero sólo encontró un agujero helado y un vacío tan enorme como si algo se hubiera llevado a Luke. No estaba muerto. Leia siempre había estado convencida de que si su hermano moría, ella lo sabría enseguida de alguna forma misteriosa.

—¿Está durmiendo? —preguntó Jacen.

—Sí..., en cierta manera —respondió Leia, no ocurriéndosele nada más que decir.

—¿Y cuándo despertará? —preguntó Jaina.

—No lo sabemos —dijo Leia—. No sabemos cómo despertarle.

—Quizá despierte si le doy un beso.

Jaina trepó al estrado y se estiró hasta que pudo besar los labios inmóviles de su tío. Leia contuvo el aliento durante un momento y se sintió invadida por la absurda esperanza de que la magia de la niña pudiera dar resultado. Pero Luke permaneció inmóvil.

—Está frío... —murmuró Jaina.

Ver que su tío no había despertado hizo que la pequeña inclinara la cabeza, visiblemente desilusionada.

Han apretó la mano de Leia con tanta fuerza que le dolió, pero no quería dejar de sentir el contacto de los dedos de su esposo.

—Lleva así desde hace días —dijo Cilghal detrás de ellos—. Trajimos su espada de luz con él. La encontramos al lado de su cuerpo en la cima del templo.

Cilghal pareció vacilar durante unos momentos, y después dio un paso hacia adelante y miró a Luke.

—El Maestro Skywalker me dijo que poseo un talento innato para curar mediante la Fuerza. Había empezado a enseñarme cómo desarrollar mis habilidades..., pero he intentado utilizar cuanto sé sin obtener ningún resultado. No está enfermo. No se trata de nada físico... Parece como si hubiera quedado atrapado en un momento del tiempo, como si su alma hubiera salido de su cuerpo dejándolo aquí para que espere su regreso.

—O como si estuviera esperando que encontremos una forma de ayudarla a regresar —dijo Leia.

—No se cómo conseguirlo —murmuró Cilghal con voz enronquecida—. Ninguno de nosotros lo sabe..., todavía. Pero quizá trabajando juntos podamos descubrirlo.

—¿Tenéis alguna idea de lo que ocurrió en realidad? —preguntó Leia—. ¿Habéis encontrado algún indicio?

Pudo sentir la repentina agudización del torbellino de emociones que se agitaban dentro de Han. Cilghal desvió la mirada de sus enormes ojos de calamariana, pero Han respondió con hosca convicción.

—Ha sido Kyp —dijo—. Fue Kyp quien lo hizo.

—¿Qué? —exclamó Leia, girando sobre sí misma para mirarle.

Han respondió con un torrente de palabras balbuceadas.

—La última vez que hablé con Luke, me dijo que estaba muy preocupado por Kyp. —Han tragó saliva con un visible esfuerzo—. Me contó que Kyp había empezado a investigar el lado oscuro. El chico había robado la nave de Mara Jade y se había esfumado, y Luke no tenía ni idea de adónde podía haber ido. Bien, pues creo que Kyp volvió y desafió a Luke.

—Pero ¿por qué? —preguntó Leia—. ¿Para qué iba a hacer algo semejante?

Cilghal asintió con un movimiento tan lento y cansado como si su cabeza pesara demasiado para que sus hombros pudieran sostenerla por más tiempo.

—Encontramos la nave robada delante del templo —dijo—. Sigue ahí, así que no sabemos cómo se marchó..., a menos que huyera a las junglas.

—¿Qué probabilidades hay de que lo hiciera? —preguntó Leia. Cilghal meneó la cabeza.

—Los estudiantes Jedi hemos unido nuestros talentos y las hemos sondeado. No detectamos su presencia en Yavin 4. La única explicación es que debió de marcharse en otra nave.

—Sí, pero... ¿De dónde pudo sacarla? —preguntó Leia.

Y de repente recordó el asombro de los astrónomos de la Nueva República cuando dieron la noticia imposible de que todo un grupo de estrellas de la Nebulosa del Caldero se había convertido en supernovas en el mismo instante.

—Me pregunto si Kyp puede haber sacado el
Triturador de Soles
del núcleo de Yavin... —murmuró.

Han parpadeó.

—¿Cómo puede habérselas arreglado para hacerlo?

Cilghal inclinó la cabeza en un gesto lleno de abatimiento.

—Si Kyp Durron ha conseguido hacer eso, entonces su poder es mucho más grande de lo que nos temíamos. No me extraña que pudiera derrotar al Maestro Skywalker.

Han se estremeció, como si temiera aceptar lo que sabía era la verdad. Leia percibió el remolino de emociones que oscilaba locamente en su interior.

—Si Kyp ha perdido el control de sí mismo y tiene el
Triturador de Soles
... Entonces tendré que ir a detenerle.

Leia se volvió rápidamente hacia el y le fulminó con la mirada, acordándose de que Han siempre se había lanzado de cabeza a todos los desafíos que se le ponían por delante.

—¿Es que vuelves a tener delirios de grandeza? ¿Por qué tienes que ser tú?

—Porque soy la única persona a la que quizá escuchará —replicó Han.

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