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Authors: Kevin J. Anderson

Campeones de la Fuerza (8 page)

BOOK: Campeones de la Fuerza
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Terpfen tomó una decisión aprovechando que por el momento todavía era capaz de decidir por su cuenta, y recorrió su alojamiento con la mirada por última vez. Dio la espalda a las ventanas del acuario que le recordaban el mundo del que había salido hacía ya mucho tiempo, y lanzó un último vistazo al horizonte urbano lleno de facetas con sus rascacielos de un kilómetro de altura, parpadeantes luces de descenso y lanzaderas relucientes que se alzaban hacia la aurora que envolvía la noche con una delicada capa de luminosidad. Terpfen dudaba mucho de que volviese a ver Coruscant.

No disponía del tiempo necesario para utilizar la astucia.

Terpfen entró en el hangar de reparaciones y mantenimiento de los cazas espaciales utilizando sus códigos de acceso de seguridad y avanzó con paso rápido y seguro de sí mismo. Su olor corporal estaba impregnado por el aroma de la tensión, pero si se movía lo suficientemente deprisa nadie se daría cuenta de ello hasta que ya fuese demasiado tarde.

Las enormes puertas de lanzamiento ya habían sido selladas para la noche. Dos astromecánicos calamarianos estaban al lado de un caza B. Un grupo de ugnaughts parloteaba a toda velocidad mientras trabajaba en los motores hiperlumínicos de un par de cazas X que habían sido conectados para poder llevar a cabo un intercambio de información entre sus ordenadores de navegación.

Terpfen fue hacia el caza B y uno de los mecánicos calamarianos le saludó mientras se aproximaba. El otro, una hembra, salió del compartimento de pilotaje con una ágil contorsión y bajó al suelo una bolsa de rejilla llena de herramientas. Terpfen ya había comprobado el estado del caza desde su terminal de información, y sabía que estaba preparado para el lanzamiento. No necesitaba preguntarlo, pero el hacerlo serviría para distraer a la pareja de mecánicos.

—¿Se han completado las reparaciones tal como estaba planeado? —preguntó.

—Sí, señor —dijo el calamariano—. ¿Qué está haciendo aquí tan tarde?

—He de ocuparme de algunos asuntos personales —dijo.

Terpfen metió la mano en un bolsillo de su mono de vuelo y sacó de él una pistola desintegradora con el control de intensidad ajustado en la marca de aturdimiento. Disparó el arma moviéndola en un arco de barrido que envolvió a los dos mecánicos en una oleada de ondulaciones azuladas. El macho cayó al suelo sin emitir ningún sonido, y la hembra quedó inconsciente colgada de un peldaño de la escalerilla y acabó desplomándose sobre el flanco del caza B. Los músculos de su codo no tardaron en aflojarse, y la calamariana se desplomó sobre la dura superficie del hangar.

Los ugnaughts dejaron de parlotear junto a los cazas X y alzaron la cabeza hacia Terpfen contemplándole con expresiones de asombro. Un instante después empezaron a chillar. Tres de ellos echaron a correr hacia la alarma de comunicaciones instalada junto a los controles de las puertas del hangar.

Terpfen alzó su desintegrador, volvió a pulsar el botón de disparo y derribó a los ugnaughts que intentaban llegar hasta la alarma. Los otros alzaron sus rechonchas manos para indicar que se rendían, pero Terpfen no podía correr el riesgo de hacer prisioneros y también los derribó con una nueva ráfaga aturdidora.

Después cruzó con paso rápido y decidido las lisas planchas metálicas del suelo hasta llegar a los controles de las puertas de lanzamiento y sacó un chip decodificador camuflado en la insignia esmaltada que lucía sobre su pecho derecho. Los imperiales se lo habían proporcionado hacía unos meses por si necesitaba salir huyendo a toda prisa, pero Terpfen iba a utilizar la tecnología imperial en beneficio de la Nueva República.

Terpfen introdujo la pequeña loseta en la rendija del sistema y presionó tres botones en rápida sucesión. Los mecanismos electrónicos zumbaron mientras examinaban la información contenida en el chip. El chip decodificador convenció a los controles de que Terpfen disponía de los códigos de anulación adecuados y de que contaba con la autorización del almirante Ackbar y de Mon Mothma.

Los dos gruesos paneles de la puerta de lanzamiento se fueron separando con un gemido ahogado. Los vientos nocturnos entraron siseando en el hangar, y revolotearon por la gran sala trayendo consigo el frío y la humedad.

Terpfen fue hacia el caza B reparado, deslizó sus manos-aleta debajo de los brazos del mecánico calamariano caído y lo arrastró sobre las resbaladizas planchas metálicas del suelo hasta dejarlo al lado de los cuerpos inconscientes de los ugnaughts contra los que había disparado.

Después se ocupó de la hembra, y ésta dejó escapar un gemido cuando empezó a moverla. Su brazo colgaba en un ángulo extraño, obviamente fracturado a causa de la caída. Terpfen vaciló durante un momento de torturante culpabilidad, pero la herida había sido causada de manera accidental y no podía hacer nada para ayudar a la calamariana. Unas cuantas horas dentro de un tanque bacta la dejarían como nueva.

Y cuando saliera de él, Terpfen ya estaría de camino a Yavin 4.

Trepó hasta el asiento de pilotaje del caza B y conectó los sistemas de control. Todas las luces se pusieron de color verde. Terpfen selló la escotilla. Los potentes motores del caza B podían alcanzar grandes velocidades, y le permitirían llegar al sistema de Yavin en un tiempo récord. Terpfen no tenía más remedio que hacerlo.

Fue alzando la nave de aspecto torpe y poco maniobrable sobre sus haces repulsores y la dirigió hacia las puertas de lanzamiento abiertas.

Y de repente el estridente chirriar de las alarmas hizo vibrar todo el hangar de mantenimiento y se abrió paso hasta el interior de la carlinga. Terpfen volvió la cabeza para averiguar qué había ocurrido y vio a otro ugnaught, que al parecer había estado escondido dentro de la carlinga de un caza X. El ugnaught había salido de su escondite hacía unos momentos, comprensiblemente aterrorizado, y había corrido hasta el panel para dar la alarma.

Terpfen masculló una maldición y comprendió que debía darse prisa. Esperaba no tener que luchar para salir de allí.

Conectó los reactores de maniobra y salió disparado por la enorme boca del hangar. El caza B que acababa de robar se alejó de las inmensas torres de Coruscant y avanzó a toda velocidad, surcando el cielo nocturno en un vector directo que lo pondría en órbita.

Terpfen no podía desperdiciar ni un instante intentando engañar a los monitores de seguridad de la Nueva República. En aquellos momentos debía parecerles un saboteador imperial que estaba robando un caza espacial. Si era capturado, sería interrogado hasta que fuese demasiado tarde para ayudar al pequeño Anakin Solo. Terpfen había hecho muchas cosas terribles contra su voluntad, pero por fin se hallaba libre del control imperial y a partir de aquel momento sería responsable de cualquier fracaso. Ya no podía echarle la culpa a nadie más.

La rapidez con que las fuerzas de seguridad de Coruscant se lanzaron detrás de él le sorprendió y le consternó. Cuatro cazas X aparecieron a baja altitud y empezaron a acercarse al caza de Terpfen.

Su comunicador emitió un zumbido.

—Su partida del palacio no contaba con la autorización reglamentaria, caza B —dijo uno de los pilotos que le perseguían—. Vuelva inmediatamente o dispararemos contra usted.

Terpfen se limitó a incrementar el aflujo de energía a los escudos de su nave. El caza B era una de las más valiosas contribuciones que Ackbar había hecho a la Rebelión, y como navío de combate resultaba muy superior a los ya bastante anticuados cazas X. Terpfen podía dejarlos atrás sin ninguna dificultad, y sus escudos probablemente conseguirían sobrevivir a varios impactos directos; pero no sabía si podría enfrentarse a la potencia de fuego combinada de varios cazas X y sobrevivir.

—Es su última oportunidad, caza B —dijo el piloto del caza X.

Un instante después disparó un haz a baja intensidad que se desparramó sobre los escudos de Terpfen. El disparo de advertencia hizo que el caza B se bamboleara, pero no causó ningún daño.

Terpfen pulsó el botón motriz de la palanca de control, conectando los quemadores secundarios que impulsaron su nave a una velocidad todavía mayor para lanzarla hacia la aurora y una órbita planetaria baja que sus sistemas de navegación detectaron e indicaron con gruesas líneas rojas de peligro.

La batalla librada un año antes para reconquistar Coruscant y acabar con las facciones imperiales enfrentadas había sido ganada al precio de una increíble cantidad de destrucción. Muchos navíos espaciales semidestrozados seguían girando alrededor del planeta en órbitas bajas, formando un gigantesco basurero. Los equipos de recuperación llevaban meses desmantelándolos, reparando los que todavía podían ser útiles y sacando a los irrecuperables de su órbita para que se precipitaran a través de la atmósfera en un espectacular descenso llameante. Pero aquel tipo de trabajo había gozado de una prioridad bastante baja durante la fase de crisis de la formación de la Nueva República, y aún había una gran cantidad de chatarra moviéndose en órbita por senderos claramente marcados.

Terpfen ya había examinado las posiciones de los cascos quemados y retorcidos, y había elaborado su carta orbital particular. Había descubierto un peligroso camino a través del laberinto, una trayectoria tan angosta que tendría que recorrerla sin ningún margen para el error..., pero ir por ella parecía su mejor oportunidad. Estaba seguro de que la alarma se había extendido por todos los sistemas de seguridad de Coruscant, y antes de que transcurriera mucho tiempo largas hileras de escuadrones de cazas aparecerían aullando para converger sobre él.

Terpfen no quería combatir. No quería causar más muertes y daños. Lo único que deseaba era huir de allí lo más deprisa posible sin que nadie tuviera que sufrir por ello.

Dejó la envoltura atmosférica detrás de él, y los cazas X continuaron persiguiéndole y abrieron fuego a discreción. Terpfen se negó a devolver sus disparos a pesar de que le habría resultado más fácil escapar si hubiera conseguido averiar una nave o más, pero no quería tener que llevar el peso de la muerte de un piloto inocente sobre su conciencia. Ya había demasiadas muertes a las que tenía que enfrentarse.

Entró en la negrura del espacio y pasó a toda velocidad por entre relucientes fragmentos metálicos, módulos de reacción y planchas de cargueros que habían sido hechos añicos. Terpfen se deslizó por encima de una masa de vigas retorcidas y una estructura de paneles solares casi totalmente intacta que había formado parte de un caza TIE destruido.

El casco reventado de un navío de grandes dimensiones apareció delante de él —era un crucero de asalto Loronar—, reducido a poco más que un amasijo de vigas estructurales y planchas resquebrajadas después de que sus motores hiperlumínicos hubieran estallado debido a un impacto directo.

Terpfen se lanzó hacia los restos, sabiendo que la cavidad que la explosión había creado en su centro era lo bastante grande para que un caza X pudiera pasar por ella. Ya había estudiado la trayectoria, y esperaba que los riesgos que implicaba seguirla harían que sus perseguidores vacilaran durante el tiempo suficiente para que pudiese introducirse en el hiperespacio.

Terpfen se metió por la abertura del casco del crucero de asalto sin reducir la velocidad. Dos cazas X se desviaron, pero otro consiguió seguir a Terpfen. El cuarto caza se desvió un micrón de más hacia un lado, y un trozo de viga le arrancó las alas. El caza X giró locamente sobre sí mismo y chocó con los restos. El impacto hizo estallar sus cilindros de combustible.

Terpfen sintió cómo garras de dolor y abatimiento se hundían en su corazón. Nunca había querido causar la muerte de nadie.

El último caza X seguía persiguiéndole, disparando repetidas salvas láser en un intento de vengar la muerte de su compañero.

Terpfen inspeccionó sus escudos y vio que el repetido diluvio de andanadas estaba empezando a afectarlos. No culpaba al otro piloto por la ira que sentía, pero tampoco podía rendirse. Estudió sus paneles de control. El ordenador de navegación ya había trazado el curso más aconsejable para llegar al sistema de Yavin.

Terpfen alteró el vector para salir lo más deprisa posible del campo de escombros orbitales antes de que sus escudos fallaran del todo. El caza X volvió a lanzarse sobre él con todo su armamento escupiendo llamas de alta energía. Terpfen entró en el espacio abierto y conectó los hiperimpulsores.

Y el caza B salió disparado hacia adelante un instante después, quedando totalmente fuera del alcance del otro caza. Terpfen se desvaneció en el hiperespacio con un estallido silencioso, acompañado por los trazos blancos de las líneas estelares que parecían lanzas dispuestas a empalarle.

6

Han Solo y Leia permanecieron inmóviles y abrazados durante largo tiempo delante del
Halcón Milenario
. La opresiva humedad de la luna cubierta de junglas se pegaba a ellos como trapos mojados que rozaran su piel. Han volvió a abrazar a Leia y aspiró el perfume de su cuerpo. Las comisuras de sus labios subieron lentamente dibujando una sonrisa melancólica. Podía sentir cómo Leia temblaba junto a él... o quizá fueran las manos de Han las que temblaban.

—He de irme, Leia —dijo por fin—. Tengo que encontrar a Kyp. Puedo impedir que haga estallar más sistemas estelares y mate a más gente.

—Lo sé —dijo ella—. Es sólo que... ¡Oh, si al menos pudiéramos planear nuestras aventuras para estar más tiempo juntos!

Han intentó obsequiarla con su famosa sonrisa de despreocupación temeraria, pero no le salió demasiado bien.

—Veré qué puedo hacer al respecto —dijo, y después la besó con pasión y como si quisiera que el beso no terminara nunca—. Ya verás cómo la próxima vez lo conseguimos.

Se inclinó para tomar en sus brazos a los gemelos. Jacen y Jaina estaban visiblemente impacientes por volver al interior del templo y poder jugar en él.

Los niños habían descubierto un grupo de salamandras peludas que habían hecho su nido en un ala no utilizada del Gran Templo, y aunque Jacen ya había afirmado que podía conversar con ellas a pesar de que todavía no era capaz de hablar muy bien. Han se preguntó qué le estarían diciendo al niño aquellos animales arbóreos tan peludos y ruidosos.

Se volvió hacia la rampa.

—Sabes que necesito que te quedes aquí con los chicos para que estéis a salvo —dijo—. Y ahora también tienes que estar con Luke.

Leia asintió. Ya habían pasado por momentos parecidos con anterioridad.

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