Campeones de la Fuerza (11 page)

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Authors: Kevin J. Anderson

BOOK: Campeones de la Fuerza
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Streen dejó escapar un grito ahogado, abrió los ojos y parpadeó varias veces. Después contempló lo que le rodeaba como si no entendiera nada. El viento se esfumó al instante, y la atmósfera de la gran sala volvió a quedar sumida en la inmovilidad más absoluta.

Leia y Luke ya habían llegado al techo de la gran estancia cuando cayeron de repente hacia la dureza inflexible de las losas que se extendían debajo de ellos. Luke cayó como un muñeco, y Leia trató de recordar cómo se utilizaban las capacidades de levitación, pero el pánico le nubló la mente.

Tionne y Kam Solusar echaron a correr y estiraron los brazos mientras empleaban las enseñanzas que se les había impartido. Leia se encontró cayendo mucho más despacio cuando ya estaba a menos de un metro de las losas, y acabó quedando inmóvil y suspendida en el aire junto al cuerpo de Luke. Después fueron descendiendo lentamente hacia el suelo. Leia abrazó a Luke y lo sostuvo junto a su pecho, pero su hermano no mostró la más mínima reacción.

Streen se sentó en el suelo, y Kam Solusar corrió hacia Kirana Ti para ayudarla a mantenerle inmovilizado. El viejo ermitaño se echó a llorar. Kam Solusar apretó los dientes hasta hacerlos rechinar y su expresión pareció indicar que deseaba matar al anciano allí mismo y sin esperar ni un instante, pero Kirana Ti le detuvo.

—No le hagas daño —dijo—. No sabe qué ha estado haciendo.

—He tenido una pesadilla —murmuró Streen—. El Hombre Oscuro me estaba hablando... Me hablaba en susurros. Siempre está ahí, siempre acecha... Estaba luchando con él en mi sueño.

Streen miró a su alrededor, como si buscara simpatía o que le animaran a continuar hablando.

—Iba a matar al Hombre Oscuro y a salvaros a todos, pero me despertasteis —siguió diciendo.

Streen comprendió por fin dónde se encontraba, y recorrió la gran sala de audiencias con la mirada hasta que sus ojos se posaron en Leia, que seguía abrazando a Luke.

—Te engañó, Streen —dijo secamente Kirana Ti—. No estabas luchando con el Hombre Oscuro, sino que te estaba manipulando. Fuiste su herramienta... Si no te hubiéramos detenido, habrías destruido al Maestro Skywalker.

Streen empezó a sollozar.

Tionne ayudó a Leia a volver a colocar a Luke sobre la gran losa de piedra que había encima de la plataforma.

—No parece haber sufrido ningún daño —dijo Leia.

—Hemos tenido mucha suerte —dijo Tionne—. Me pregunto si los Caballeros Jedi de la antigüedad también tuvieron que enfrentarse a desafíos parecidos...

—Si lo hicieron, espero que consigas encontrar las viejas historias que lo cuentan —dijo Leia—. Tenemos que averiguar qué hicieron esos Jedi para derrotar a sus enemigos.

Streen se puso en pie y se sacudió liberándose de las manos de Kirana Ti y Kam Solusar, que seguían sujetándole. El rostro del anciano estaba lleno de ira e indignación.

—Debemos destruir al Hombre Oscuro antes de que nos mate a todos —dijo.

Leia sabía que Streen tenía razón, y sintió cómo un temor helado le apretaba el corazón llenándoselo de un frío insoportable.

8

Ser administrador jefe de la Instalación de las Fauces ya era una carga lo suficientemente grande en circunstancias normales, pero Tol Sivron nunca había imaginado que llegaría un día en el que debería desempeñar su cargo sin contar con la ayuda imperial. Sivron, un alienígena de la raza twi'lek, acarició sus extremadamente sensibles colas cefálicas y volvió la cabeza hacia el ventanal de la sala de conferencias desierta para contemplar el vacío espacial que envolvía al complejo secreto.

La almirante Daala nunca le había gustado, y tampoco le gustaba su altiva sequedad. Durante todos los años que habían pasado en la Instalación de las Fauces, Tol Sivron jamás tuvo la sensación de que Daala comprendiera su misión de crear nuevas armas de destrucción masiva para el Gran Moff Tarkin, a quien los dos debían enormes favores.

Los cuatro Destructores Estelares de Daala le habían sido confiados para que protegiera a Sivron y a sus valiosísimos científicos diseñadores de nuevos armamentos, pero Daala se había negado a aceptar la situación subordinada que ocupaba en el gran esquema general. Había permitido que unos cuantos rebeldes que habían sido hechos prisioneros robaran el
Triturador de Soles
y secuestraran a Qwi Xux, una de las mejores diseñadoras de armas del equipo de Sivron. Después Daala había abandonado su puesto para perseguir a los espías, ¡dejando sin protección a Sivron!

Sivron empezó a ir y venir por la sala de conferencias, hinchado de orgullosa vanidad y encorvado bajo el peso de la decepción. Meneó la cabeza, y los dos apéndices cefálicos que parecían enormes gusanos se deslizaron sobre su chaqueta en un movimiento acompañado por un cosquilleo de percepciones sensoriales. Sivron agarró una cola cefálica y se envolvió los hombros con ella.

El puñado de soldados de las tropas de asalto que Daala había dejado en la Instalación de las Fauces no servía de mucho. Tol Sivron ya había llevado a cabo un recuento de los soldados, y sabía que su número ascendía a 123. Había redactado informes oficiales, buscado sus historiales de servicio y compilado información que quizá fuera de utilidad algún día. No tenía muy claro de qué forma podía llegar a ser útil, pero Sivron siempre había basado su carrera en la redacción de informes y la continua acumulación de datos. Alguien acabaría encontrándoles un valor en algún lugar.

Los soldados obedecían sus órdenes —después de todo, eso era precisamente lo que hacían siempre, obedecer órdenes—, pero Sivron no era un comandante militar. No tenía ni idea de cómo debía desplegar a los soldados si la Instalación de las Fauces llegaba a ser atacada alguna vez por invasores rebeldes.

Durante el último mes había hecho que los científicos de las Fauces se esforzaran todavía más en su labor de crear prototipos mejores y defensas más funcionales, y les había obligado a preparar planes para posibles contingencias, procedimientos de emergencia, gamas de eventualidades y respuestas prescritas para cada situación imaginable. «Estar preparados es nuestra mejor arma», pensó. Tol Sivron nunca dejaría de estar preparado.

Había solicitado frecuentes informes de progreso de sus equipos de investigadores, insistiendo en que debían ser actualizados continuamente. El archivo contiguo a su despacho estaba lleno de documentos impresos y modelos demostrativos de varios conceptos. Sivron no había tenido tiempo para examinarlos todos, naturalmente, pero aun así le reconfortaba saber que estaban allí.

Oyó unos pasos que se aproximaban y vio a sus cuatro líderes de división principales, que llegaban a la reunión de la mañana escoltados por los guardaespaldas de las tropas de asalto que les habían sido asignados.

Tol Sivron no se dio la vuelta para saludarles, y siguió contemplando el enorme esqueleto esférico del prototipo de la
Estrella de la Muerte
que se alzaba por encima del macizo de rocas como el esquema de una luna. Sintió una punzada de orgullo, porque sabía que la
Estrella de la Muerte
era el éxito más grande de toda la historia de la Instalación de las Fauces. El Gran Moff Tarkin había echado un vistazo al prototipo y había condecorado inmediatamente a Sivron, después de lo cual había hecho lo mismo con Bevel Lemelisk, su jefe de diseñadores, y con Qwi Xux, su primera ayudante.

Los cuatro líderes de división ocuparon sus asientos alrededor de la mesa. Cada uno había traído consigo una bebida caliente, y cada uno masticaba un pastelillo reconstituido como desayuno. Todos habían venido provistos de una copia impresa del orden del día.

Sivron decidió que la reunión duraría poco y que no se desperdiciaría ni un instante en divagaciones. Sí, la reunión no duraría más de dos horas, o posiblemente tres como máximo. De todas maneras, no tenían muchos temas que discutir... La
Estrella de la Muerte
siguió avanzando en su lenta órbita hasta desaparecer por encima de su cabeza, y Sivron se volvió hacia sus cuatro administradores principales.

Doxin era más ancho que alto, y estaba completamente calvo con excepción de unas cejas muy angostas y oscuras que parecían dos alambres incrustados en su frente. Tenía los labios lo bastante gruesos como para mantener en equilibrio un punzón de datos sobre ellos cuando sonreía. Doxin tenía a su cargo todo lo referente a los conceptos y utilizaciones prácticas en el campo de las altas energías.

A su lado estaba sentado Golanda. Su elevada estatura y rostro anguloso, con un mentón puntiagudo y una nariz aquilina que daban a su cara una forma general bastante parecida a la de un Destructor Estelar, hacían que su atractivo físico estuviese más o menos al nivel del de un gundark. Golanda estaba al frente de la sección de innovaciones artilleras y despliegues tácticos. En diez años no había dejado de quejarse ni un solo instante de lo estúpido e inútil que resultaba llevar a cabo investigaciones artilleras en el centro de un cúmulo de agujeros negros, donde las continuas fluctuaciones gravitatorias hacían inservibles sus cálculos y convertían cada prueba en una pérdida de tiempo.

El tercer líder de división, Yemm, era un devaroniano de aspecto demoníaco que dominaba de una manera insuperable el arte de decir siempre lo más adecuado en el momento justo. Estaba al frente de la división de documentación y asesoramiento legal.

Wermyn, el último líder de división, estaba sentado a un extremo de la mesa y era un hombretón de aspecto bestial que sólo tenía un brazo. Su piel era de un color verde purpúreo que parecía indicar un origen no totalmente humano. Wermyn estaba a cargo del funcionamiento de las centrales de energía y factorías, y era el responsable de que la Instalación de las Fauces funcionara correctamente.

—Buenos días a todo el mundo —dijo Tol Sivron, y tomó asiento a la cabecera de la mesa mientras tabaleaba sobre la lisa superficie con sus garras puntiagudas como agujas—. Veo que todos han traído su orden del día consigo... Excelente, excelente. —Después volvió la cabeza hacia los cuatro soldados de las tropas de asalto que se habían quedado inmóviles delante de la puerta y los contempló con el ceño fruncido—. Tenga la bondad de salir y cerrar la puerta, capitán. Esta reunión es privada y de alto nivel.

El capitán hizo salir a sus subordinados sin decir palabra y selló la puerta con un siseo de gases comprimidos.

—Bien —dijo Tol Sivron removiendo los papeles que tenía delante—, ahora me gustaría que cada uno informara sobre las actividades recientes de su división. Después de que hayamos examinado las posibles implicaciones de cualquier novedad que haya podido surgir, podremos pasar a concebir y debatir estrategias. Supongo que nuestros Planes de Emergencia revisados ya habrán sido repartidos entre todo el personal de este complejo, ¿no?

Sivron alzó la mirada hacia Yemm, el encargado del papeleo.

El devaroniano sonrió afablemente y asintió. Los cuernos de su cabeza subieron y bajaron con el movimiento.

—Sí, director. Todo el mundo ha recibido un ejemplar del documento de trescientas sesenta y cinco páginas, así como instrucciones de leerlo y estudiarlo diligentemente.

—Excelente —dijo Sivron, y trazó una crucecita junto a la primera línea de su orden del día—. Dejaremos un poco de tiempo al final de la reunión para cualquier nuevo asunto, pero ahora me gustaría seguir con el orden del día. Todavía me quedan muchos informes que revisar... ¿Tendría la bondad de empezar, Wermyn?

La voz ronca y gutural del líder de la división de centrales de energía y factorías entonó un detallado informe sobre los suministros, los índices de consumo de energía y el tiempo que se había calculado durarían las células del reactor. La única preocupación de Wermyn era que empezaban a andar escasos de repuestos, y dudaba mucho de que recibieran otro envío del exterior.

Tol Sivron anotó meticulosamente ese hecho en su cuaderno de datos.

Después Doxin tomó un sorbo de su bebida caliente e informó sobre una nueva arma con la que sus científicos habían estado haciendo pruebas.

—Es un cambiador de fase metálico-cristalino —dijo Doxin—. Lo llamamos CFMC para abreviar.

—Hmmmmmm —murmuró Tol Sivron dándose golpecitos en el mentón con una larga garra—. Tendremos que pensar en un nombre que tenga un poco más de gancho antes de presentársela a los imperiales.

—No es más que un acrónimo de trabajo —dijo Doxin, obviamente avergonzado—. Hemos construido un modelo funcional, aunque nuestros resultados no han sido demasiado consistentes hasta el momento. Las pruebas nos han proporcionado razones para esperar que un modelo a mayor escala pueda funcionar con éxito.

—¿Y qué es lo que hace exactamente? —preguntó Tol Sivron.

Doxin le miró fijamente mientras torcía el gesto.

—Le he remitido varios informes durante las últimas siete semanas, director —dijo—. ¿Es que no los ha leído?

Sivron reaccionó con un encogimiento instintivo de sus colas cefálicas.

—Estoy muy ocupado, y no puedo acordarme de todo lo que leo —dijo—. Especialmente cuando se trata de un proyecto con un nombre tan poco inspirado... Tenga la bondad de refrescarme la memoria al respecto, Doxin.

—El campo del CFMC altera la estructura cristalina de los metales, como por ejemplo los de los cascos de las naves espaciales —empezó a decir Doxin, animándose poco a poco a medida que hablaba—. El CFMC puede atravesar los blindajes convencionales y convertir las planchas de un casco en polvo. Los procesos físicos involucrados son bastante más complejos, naturalmente, y esto no es más que un resumen ejecutivo.

—Sí, sí —dijo Tol Sivron—. Suena magnífico... ¿En qué consisten esos problemas que han estado teniendo?

—Bueno, el CFMC funciona de manera efectiva únicamente sobre un uno por ciento de la superficie de la plancha con la que hemos hecho la prueba.

—Y eso significa que su utilidad quizá no sea terriblemente grande, ¿verdad? —dijo Tol Sivron.

Doxin deslizó las puntas de los dedos sobre la reluciente superficie de la mesa produciendo un sonido chirriante.

—Bueno, director, eso no tiene por qué ser necesariamente cierto... La efectividad del uno por ciento quedó distribuida sobre un área bastante grande, y dejó pequeños orificios del tamaño de un alfilerazo esparcidos por toda la superficie. Una pérdida de integridad tal bastaría para destruir cualquier nave.

Sivron sonrió.

—¡Ah, eso es magnífico! Siga con sus estudios, y continúe enviándome esos excelentes informes.

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