Campeones de la Fuerza (13 page)

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Authors: Kevin J. Anderson

BOOK: Campeones de la Fuerza
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Chewbacca apenas pudo reprimir un gruñido de furia al acordarse del sádico «capataz» de los wookies, un hombre de cuerpo tan obeso y cubierto de bultos que resultaba casi deforme y que supervisaba el trabajo de los esclavos allí donde éstos fueran asignados. Sus ojos llameantes, su voz cortante como un trozo de cristal y su letal látigo de energía mantenían controlados a los wookies mediante la intimidación.

Las alarmas empezaron a aullar en los intercomunicadores, y su estridente sonido reforzó la ira de Chewbacca e hizo que sus glándulas segregaran todavía más adrenalina. Volvió la cabeza hacia los grupos de ataque para apremiarles a avanzar con un gruñido. Pensó en Cetrespeó, que seguía a bordo del navío insignia
Yavaris
, y se alegró de que el androide de protocolo dorado no tuviera que exponerse al fuego cruzado. Chewbacca ya había tenido que recomponer a Cetrespeó en una ocasión, y no quería tener que volver a hacerlo.

Fue hacia una gran sala de trabajo de paredes rocosas en la que recordaba haber pasado horas interminables de pesada labor. Las puertas estaban selladas mediante gruesos escudos antidesintegradores sostenidos por remaches tan grandes como los nudillos de Chewbacca.

Golpeó el panel metálico con la palma de su mano. Los Comandos de Page estaban hurgando en sus mochilas detrás de él, y un instante después dos de ellos corrieron hacia Chewbacca con un detonador térmico en cada mano. Colocaron los detonadores en lugares estratégicos de la puerta blindada y activaron los cronómetros. Pequeñas cifras ambarinas empezaron a parpadear y se sucedieron a gran velocidad iniciando la cuenta atrás.

—¡Retroceded! —gritó un comando.

Chewbacca siguió al equipo con sus largas zancadas de wookie mientras doblaban la esquina justo a tiempo de oír una explosión ahogada. Un momento después hubo un sonido mucho más potente que creó ecos en toda la sala cuando la gruesa puerta blindada se desplomó sobre el suelo con un ensordecedor estrépito metálico.

—En marcha —dijo el líder del grupo de ataque.

Chewbacca se lanzó a la carga a través de la humareda y entró en el hangar que había estado protegido por las puertas blindadas. Oyó sonidos siseantes, como rayos mezclados con gritos de dolor y furia. Los wookies cautivos habían sido reducidos a un estado tan lamentable que incluso habían olvidado su lengua.

El humo se fue disipando poco a poco, y Chewbacca quedó bastante desilusionado al darse cuenta de que la batalla ya había terminado, pero le alegró ver que los wookies por fin habían decidido rebelarse al oír las alarmas y presentir que sus largos años de sufrimiento estaban a punto de terminar.

Nueve wookies habían convergido sobre el capataz, que había ido retrocediendo hasta pegar la espalda a una lanzadera imperial de la clase Lambda medio desmantelada. El capataz era un hombretón con el cuerpo en forma de barril, y su piel aceitosa brillaba todavía más de lo normal debido a la capa de sudor fruto del miedo que la cubría. Chewbacca vio cómo fruncía los labios en un gruñido desafiante mientras movía su látigo de energía como si fuera una serpiente lanzando golpes de un lado a otro. Los wookies gruñían e intentaban acercarse lo suficiente para poder hacerle pedazos con sus garras.

Chewbacca reaccionó lanzando su propio rugido de desafío. Unos cuantos wookies alzaron la mirada hacia la fuerza de rescate, pero otros gigantes peludos estaban tan absortos en su ocasión de cobrarse su deuda pendiente con el capataz que no prestaron ninguna atención a su llegada.

—Tira tu arma —le ordenó el líder del grupo de comandos al capataz.

Todos los rifles desintegradores estaban apuntándole, y Chewbacca casi sonrió al ver cómo aquel hombre tan cruel volvía la mirada hacia las fuerzas de la Nueva República con una expresión de alivio en el rostro.

Los wookies seguían gruñendo y resoplando. Parecían hallarse en un estado bastante peor que hacía unos meses. Una vez desaparecida la protección de la almirante Daala, el capataz debía de haber obligado a los esclavos a trabajar todavía más duro que antes para dotar de nuevas defensas a la Instalación de las Fauces.

—¡Te he dicho que tires el arma! —insistió el líder del equipo de comandos.

El capataz volvió a agitar su látigo de energía haciendo retroceder al grupo de wookies que le mantenía acorralado. Chewbacca ya había visto a los tres enormes machos que estaban más cerca del capataz, y se había dado cuenta de que su pelaje estaba sucio y lleno de calvas y quemaduras causadas por los golpes del látigo entre las que relucían los verdugones cerúleos de viejas cicatrices. El wookie más viejo, un gigante de pelaje gris que Chewbacca recordaba se llamaba Nawruun, se había agazapado al lado de la lanzadera y estaba escondido debajo de los paneles de cantos afilados en que se convertían las alas de la nave al ser subidas. Los huesos del viejo wookie parecían haber sido deformados y maltratados por años de duro trabajo, pero la ira que ardía en sus ojos brillaba con una luz más intensa que la de una estrella.

El capataz alzó su látigo de energía y sus ojos fueron de los wookies a los Comandos de Page. El líder del grupo de ataque disparó una ráfaga de advertencia que rebotó en una pared del hangar con un tañido metálico. El capataz alzó su mano libre en un gesto de rendición, y después dejó que su látigo de energía cayera al suelo. El mango tintineó al chocar con las planchas.

—Y ahora retroceded —dijo el líder del grupo de ataque.

Chewbacca empezó a hablar en wookie. Los asombrados prisioneros permanecieron inmóviles y en tensión durante unos momentos. El capataz parecía estar a punto de desmayarse de puro terror cuando de repente el viejo Nawruun se lanzó al suelo, movió una manaza peluda para agarrar el mango del látigo y empezó a manipular los botones de activación.

El capataz dejó escapar un chillido estridente y retrocedió hasta pegarse a la pared mientras buscaba desesperadamente un sitio donde esconderse. Chewbacca les gritó a los wookies que se estuvieran quietos, pero éstos no le oyeron. Todo el grupo de cautivos saltó hacia adelante con las garras extendidas, decididos a despedazar al capataz hasta que no fuese más que una masa de fragmentos ensangrentados.

Nawruun saltó sobre el cuerpo en forma de barril. El wookie era muy viejo y estaba deformado por la esclavitud, pero agarró el látigo de energía como si fuese una porra y derribó al capataz haciendo que cayera al suelo. El hombretón se derrumbó con un alarido mientras manoteaba frenéticamente.

Los otros wookies cayeron sobre él. Nawruun pegó el mango del látigo de energía al rostro del capataz..., y activó el arma poniéndola a plena potencia.

La lanza de energía taladró la cabeza del capataz y llenó su cavidad craneana de fuegos artificiales. Chorros de chispas brotaron de sus cuencas oculares, y siguieron brotando de ellas hasta que el cráneo del capataz quedó hecho añicos y cubrió a los histéricos prisioneros wookies con un diluvio de materia orgánica ensangrentada.

El silencio descendió de golpe sobre el hangar.

Chewbacca avanzó por entre los encogidos wookies supervivientes. Habían consumido toda su furia y sus reservas de energía, y todos fueron apartándose poco a poco del cadáver de su torturador. El viejo Nawruun se irguió, clavó la mirada en el látigo de energía que empuñaba y lo contempló durante unos momentos como si no supiese qué era hasta que acabó dejándolo caer al suelo.

El látigo hizo un sonido hueco al chocar con las planchas y Nawruun se fue doblando sobre sí mismo hasta caer junto a él. Un gran estremecimiento recorrió todo su cuerpo, y el viejo wookie empezó a sollozar.

Tol Sivron intentó encontrar un sitio cómodo para sentarse y relajarse en el compartimento de pilotaje de la
Estrella de la Muerte
, pero el prototipo no había sido diseñado pensando en los lujos.

Hileras de equipo rodeadas por cables y soldaduras hechas a toda prisa surgían del suelo. Las vigas y estructuras reforzadas le impedían ver la mayor parte de la Instalación convertida en campo de batalla, pero aun así Sivron podía darse cuenta de que las fuerzas rebeldes ya se habían adueñado de todo el complejo.

El amasijo de torres de refrigeración y difusores de radiación del reactor central que ocupaba el perímetro exterior del aglomerado de planetoides se iluminó de repente y empezó a derrumbarse.

La voz seca y gutural de Wermyn brotó un instante después de la rejilla de la radio.

—Nuestros explosivos han destruido los sistemas de refrigeración, director Sivron —dijo—. El reactor no tardará en pasar a la fase supercrítica. No creo que los atacantes puedan detener la reacción en cadena. La Instalación de las Fauces está condenada.

—Muy bien, Wermyn —dijo Sivron.

Se sentía consternado ante la pérdida de un equipo que tenía una importancia vital, pero pensándolo bien... Bueno, ¿qué otra cosa podía hacer después de todo? Sus guardianes imperiales le habían abandonado. Sivron y sus líderes de división habían ofrecido una digna resistencia. No tenían ninguna ayuda militar, por lo que no se podía esperar que lograran vencer a una fuerza de ataque bien armada, ¿verdad? Además, estaban siguiendo los procedimientos establecidos. Nadie podría hacerles ningún reproche.

Sivron miró al capitán de las tropas de asalto y a los otros tres líderes de división. El resto de científicos de las Fauces y los contingentes de soldados ya habían buscado refugio en las salas de control y aprovisionamiento del prototipo.

—No he tenido ocasión de examinar todos los esquemas técnicos de este prototipo de estación de combate —dijo, y miró a su alrededor—. ¿Hay alguien que sepa pilotar este navío?

Golanda miró a Doxin, que a su vez miró a Yemm.

—Tengo cierta experiencia como piloto de vehículos de ataque, señor —dijo el capitán de las tropas de asalto—. Quizá consiga entender los controles.

—Excelente, capitán —dijo Tol Sivron—. Hmmmm... ¿Necesita sentarse aquí? —preguntó, levantándose del sillón de mando.

—No es necesario, señor. Puedo manejar los controles desde el centro de mando.

El capitán fue hacia una hilera de controles.

—Deben de haber detectado las explosiones de Wermyn —dijo Doxin mientras contemplaba cómo las naves de ataque rebeldes se agrupaban alrededor del planetoide que albergaba el reactor.

Dos lanzaderas más bajaron del vacío para desplegar nuevos grupos de asalto en la central de energía. La potencia de fuego combinada de los rebeldes impediría cualquier intento de rescate.

—¿Y ahora cómo se supone que vamos a sacar a Wermyn de ahí? —preguntó Sivron.

Yemm volvió a hojear el manual de Procedimientos de Emergencia.

—Creo que tampoco pensamos en esa contingencia —dijo por fin.

Las colas cefálicas de Tol Sivron ondularon de un lado a otro en un movimiento que indicaba intensa irritación.

—Lo cual es un error lamentable, ¿no le parece?

Frunció el ceño e intentó encontrar alguna manera de adaptarse a la nueva situación. Los twi'leks eran unos grandes expertos en el arte de la adaptación. Sivron había conseguido adaptarse cuando se marchó de Ryloth, su planeta natal; y después también había sabido adaptarse cuando Moff Tarkin le nombró director del tanque de cerebros. Estaba claro que tendría que volver a cambiar sus planes para adaptarse a una nueva situación que estaba empeorando por minutos y sacar el máximo provecho posible de ella.

—Muy bien, así que no hay tiempo de rescatar a Wermyn... Cambio de planes. Debemos servir al Imperio, y ése es nuestro primer deber y tiene prioridad sobre todo lo demás. Debemos retirarnos rápidamente y salir de aquí con este prototipo de la
Estrella de la Muerte
intacto.

Wermyn ya había visto cómo los equipos de ataque rebeldes descendían para adueñarse del planetoide que albergaba el reactor, y volvió a ponerse en contacto con Tol Sivron.

—¿Qué puedo hacer para ayudarle, director? —preguntó, y su ronca voz de bajo sonaba claramente más preocupada y nerviosa que antes—. ¿Cómo planean rescatarnos?

Tol Sivron abrió el canal de comunicaciones.

—Wermyn, quiero que sepa lo mucho que le admiro y cómo respeto sus largos años de servicio —dijo en el tono más sincero y solemne de que era capaz—. Lamento mucho que no pueda disfrutar de un retiro tan largo y feliz como el que yo había esperado para usted. Una vez más, le ruego que acepte mi admiración y mi respeto... Muchas gracias, Wermyn.

Cortó la comunicación y se volvió hacia el capitán de las tropas de asalto.

—Bien, y ahora tenemos que salir de aquí inmediatamente.

Qwi Xux bajó a la Instalación de las Fauces con Wedge Antilles en cuanto hubo pasado el momento más encarnizado de la batalla. Qwi vio cómo los planetoides se iban haciendo más y más grandes a medida que se aproximaban a ellos. Había pasado la mayor parte de su vida allí abajo, pero recordaba muy poco de ella.

Dejando aparte la destrucción de la primera corbeta, las pérdidas sufridas por la flota de la Nueva República habían sido mínimas. Los científicos de las Fauces habían ofrecido una resistencia casi inapreciable y, de hecho, muy inferior a la que Wedge temía encontrar. Qwi ya ardía en deseos de recorrer sus antiguos laboratorios, y estaba impaciente por examinar sus archivos con la esperanza de hallar una contestación a algunas de sus preguntas..., aunque temía cuáles pudieran ser esas respuestas.

Wedge se inclinó sobre ella y le cogió la mano.

—Todo irá bien —dijo—. Nos serás de una gran ayuda. Espera y lo verás.

Qwi Xux volvió la cabeza hacia él y le contempló con sus grandes ojos llenos de melancólica ternura.

—Haré cuanto pueda, y... —empezó a decir. Pero algo atrajo su atención de repente, y extendió una mano señalando los planetoides—. ¡Mira, Wedge! Tenemos que detenerlo.

El prototipo de la
Estrella de la Muerte
se estaba alejando de la Instalación de las Fauces impulsado por sus potentes motores, una gigantesca esfera metálica que relucía bajo la luz reflejada de la nube de gases.

—Según mis archivos, la Instalación de las Fauces contaba con un prototipo en condiciones de funcionar —dijo Qwi—. Si llevan esa
Estrella de la Muerte
al espacio de la Nueva República...

La colosal esfera de la
Estrella de la Muerte
salió disparada a toda velocidad hacia los confines del cúmulo de agujeros negros antes de que Qwi pudiera terminar la frase, y se esfumó entre las nubes de gases superrecalentados.

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