Read Campeones de la Fuerza Online
Authors: Kevin J. Anderson
Dorsk 81 y los otros estudiantes Jedi fueron hacia la plataforma.
—¡Peleó tan bien como un Maestro Jedi! —exclamó Dorsk 81—. Me recordó el duelo entre Gantoris y el Maestro Skywalker.
—El tío Luke estaba conmigo —dijo Jacen—. Me enseñó a hacerlo. Está aquí.
Cilghal abrió y cerró varias veces sus enormes ojos redondos. —¿Qué quieres decir? —preguntó Tionne. —¿Puedes verle ahora? —preguntó Dorsk 81. —Sí. Está ahí mismo. —Jaina señaló el vacío—. Dice que se siente muy orgulloso de nosotros —añadió, y soltó una risita.
Jacen también se rió, pero parecía agotado. Tenía todo el cuerpo cubierto por un viscoso líquido oscuro, y un instante después medio se sentó y medio se derrumbó en el regazo de Cilghal.
Los estudiantes Jedi se miraron los unos a los otros y después alzaron la mirada para contemplar el vacío por encima del cuerpo de Luke. Erredós dejó escapar un silbido lleno de confusión.
—¿Y qué más dice? —preguntó Cilghal.
Jacen y Jaina permanecieron inmóviles durante un momento, como si estuvieran escuchando una voz que nadie más podía oír.
—Exar Kun es el que está causando todos estos problemas —dijo Jacen.
—Detened a Exar Kun, y entonces el tío Luke podrá volver —concluyó Jaina.
Leia permaneció sentada en un silencio cargado de tensión al lado de Terpfen durante todo el viaje desde Yavin 4 hasta el mundo oceánico de Calamari. Terpfen apenas dijo una palabra, y se mantuvo encorvado encima de los controles como si no pudiera soportar el peso invisible de la culpabilidad que le oprimía.
La pequeña nave descendió a través de los remolinos de nubes que se agitaban en la atmósfera del mundo color azul zafiro, y puso rumbo hacia una de las ciudades flotantes semidestruidas en las que Ackbar había estado supervisando las heroicas operaciones de salvamento. La nave avanzó a toda velocidad hacia las aguas iluminadas por el sol, y Leia pudo ver franjas doradas que parecían caminos reflejándose sobre las olas.
Experimentó una extraña sensación de déjá vu, y pensó en el día en que ella y Cilghal habían llegado a aquel planeta buscando a Ackbar después de que se hubiera exilado. Tenía la sensación de estar completando el círculo y se dijo que había viajado hasta allí con aquel calamariano convertido en traidor a su pesar para redimir a Ackbar y, lo que era todavía más importante que eso, para solicitar la ayuda del almirante en la operación de rescate de su hijo.
—Equipo de salvamento de Arrecife del Hogar, aquí... —Terpfen vaciló—. Aquí la nave de la Ministra de Estado Leia Organa Solo. Debemos hablar con Ackbar. ¿Tienen algún sitio donde podamos descender?
La voz del mismo Ackbar respondió pasado sólo un instante.
—¿Leia viene a verme? —preguntó—. Ella siempre es bienvenida aquí... ¿Eres tú, Terpfen? —añadió un momento después.
—Sí, almirante.
—Me pareció haber reconocido tu voz. Me encantaría veros a los dos.
—Yo no estoy tan seguro, señor —murmuró Terpfen.
—¿Qué quieres decir? —replicó Ackbar—. ¿Algo va mal?
El calamariano agachó su cabeza llena de cicatrices y trató de responder. Leia se inclinó sobre el micrófono antes de que pudiera hacerlo.
—Será mejor que se lo expliquemos cara a cara, Ackbar —dijo con voz suave pero firme.
No dirigirse a él utilizando su rango aún hacía que se sintiera un poco incómoda.
Terpfen agradeció su intervención a Leia con una inclinación de cabeza que le costó un visible esfuerzo. Después hizo descender la nave en un rápido picado hacia la superficie del océano, sacándola de él cuando aún les faltaba un poco para llegar hasta las olas y deslizándose por encima de ellas hasta que estuvieron cerca de una aglomeración de navíos que flotaban alrededor de un remolino en las aguas color gris pizarra.
Había varias barcazas de apariencia orgánica provistas de una especie de grúas articuladas que introducían en el agua. Navíos de cascos hinchados que parecían fuelles gigantescos lanzaban chorros de llamas y humo por sus conductos de escape mientras sus potentes motores accionaban ventiladores para bombear aire en la estructura sumergida de Arrecife del Hogar, una de las majestuosas ciudades flotantes calamarianas, que había sido hundida durante el reciente ataque de la almirante Daala.
Leia se encontraba en Calamari para tratar de convencer a Ackbar de que recuperase su rango cuando el planeta fue atacado por los Destructores Estelares de Daala. Los escuadrones de cazas TIE imperiales habían logrado hundir Arrecife del Hogar y causar serios daños en unas cuantas ciudades más, pero Ackbar por fin había salido de su exilio autoimpuesto, y había dirigido a las fuerzas calamarianas consiguiendo llevarlas a la victoria.
Leia contempló el hervor de espuma blanca que cubrió las aguas cuando la estructura de la ciudad volvió a la superficie. Las burbujas se agitaban alrededor de la enorme cúpula de Arrecife del Hogar. Grupos de siluetas empezaron a moverse sobre el metal, asegurando los cables de sujeción de las grúas instaladas en las barcazas que flotaban alrededor de la descomunal estructura. Las bombas de los navíos-fuelle siguieron insuflando aire en los compartimentos sellados de Arrecife del Hogar, expulsando el agua que había ido inundando una cubierta detrás de otra.
En el agua había más grupos de siluetas oscuras —quarrens de rostros tentaculados— que trabajaban afanosamente en el perímetro de la ciudad dañada abriendo las compuertas de oleaje y taponando con parches improvisados las brechas abiertas en el casco, o que examinaban el fondo del océano en busca de objetos personales perdidos.
Terpfen hizo descender la nave hasta posarla sobre la cubierta mojada de la barcaza que coordinaba las operaciones del grupo de grúas, y la cúpula de la ciudad acabó de asomar por encima de la agitada superficie del océano.
Leia salió de la pequeña nave y se quedó inmóvil durante unos momentos para recuperar el equilibrio sobre la cubierta que oscilaba lentamente de un lado a otro. Un fino rociado de agua salada cayó sobre ella, y la mordedura cortante del viento y el acre olor a yodo de las algas que flotaban sobre las olas le hicieron dar un respingo. Una de las siluetas que trabajaba en el agua empezó a alejarse de la ciudad reflotada mediante una mochila impulsora, y no tardó en trepar por la larga escalerilla colocada en un flanco de la barcaza.
Leia reconoció a Ackbar apenas le vio subir con nervioso entusiasmo a la cubierta de la barcaza. Un instante después su silueta goteante ya estaba delante de ellos, y Ackbar se arrancó una delgada membrana traslúcida de la cara y aspiró una profunda bocanada de aire fresco.
—Saludos, Leia —dijo alzando una mano-aleta—. Estamos haciendo grandes progresos en los trabajos de reconstrucción de Ciudad Arrecife del Hogar. Nuestros equipos de salvamento sólo necesitarán unos cuantos meses más para reparar todos los daños, dejándola lista para ser habitada de nuevo. ¡Ah, y Terpfen también está aquí! —añadió Ackbar en un tono conmovedoramente alegre.
Fue hacia su antiguo jefe de mecánicos espaciales para darle un abrazo, y Terpfen permaneció rígidamente inmóvil sin poder decir ni una palabra.
Leia decidió intervenir, sabiendo que los problemas que la habían traído hasta allí eran tan acuciantes que no podía perder el tiempo intercambiando cortesías.
—Los imperiales han averiguado la situación de Anoth, Ackbar —dijo—. Winter y el pequeño Anakin corren un grave peligro en estos mismos instantes. Debes llevarnos allí ahora mismo. Eres el único que conoce las coordenadas del planeta.
La sorpresa dejó paralizado a Ackbar, y Terpfen se apartó de él rompiendo el abrazo.
—Os he traicionado, almirante —dijo—. Os he traicionado a todos...
El embajador Furgan se encontraba en la cubierta de control del destructor
Venganza
, y hacía todo lo posible para parecer importante y útil. La nave salió del hiperespacio y empezó a aproximarse al planeta Anoth, y Furgan dio un paso hacia adelante.
—Levanten los escudos —dijo.
—Ya están levantados, señor —respondió el coronel Ardax desde el puesto de mando.
Ardax llevaba un impecable uniforme gris verdoso de la Armada Imperial con la gorra firmemente plantada sobre su corta cabellera, y respiró hondo para ensanchar un poco más sus hombros después de hablar.
El coronel había conseguido irritar a Furgan durante todo el trayecto hasta Anoth tomando decisiones por sí mismo sin solicitar ninguna aportación de los demás, y Furgan ya estaba empezando a encontrarle demasiado independiente para su gusto. Cierto, Furgan no era más que el director administrativo de la academia militar de Carida —una academia militar que además ya no existía, pues el terrorista rebelde Kyp Durron la había destruido—, pero seguía siendo la persona más importante de todas las que viajaban a bordo de la nave, y su opinión debería ser apreciada y valorada.
Aún pensaba en la rugiente explosión de la estrella de Carida, los ecos de los gritos de todos los individuos de rango inferior y todo el equipo de gran valor que habían tenido que abandonar. Los gloriosos sueños de resucitar el Imperio que Furgan albergaba desde hacía mucho tiempo se habían empequeñecido... pero sólo en la magnitud de un micropunto láser. Si podía poner las manos sobre el bebé Jedi, volvería a haber esperanzas para la galaxia.
El
Venganza
atravesó los restos de un cinturón de asteroides esparcidos a lo largo de la órbita de Anoth, un planeta que se había disgregado en tres partes. Había dos fragmentos de gran tamaño que se hallaban en contacto, rozándose y creando descargas estáticas con el resultado de que había un continuo ir y venir de rayos de dimensiones titánicas entre ellos y, más alejada, una roca de menores dimensiones y contornos irregulares en cuyas planicies se acumulaba una tenue atmósfera respirable. Dentro de uno o dos siglos los tres fragmentos se pulverizarían el uno al otro convirtiéndose en polvo espacial, pero hasta que eso ocurriese Anoth era un refugio oculto y muy bien protegido, o lo había sido hasta aquel momento...
—Parece un lugar bastante..., bastante salvaje e inhóspito para criar a un niño —dijo el coronel Ardax.
—Ese entorno le endurecerá —replicó Furgan—. Es un comienzo muy adecuado para el riguroso adiestramiento por el que deberá pasar si ha de llegar a convertirse en nuestro nuevo Emperador.
—¿Tiene alguna idea de dónde debemos buscar exactamente esa supuesta fortaleza, embajador Furgan? —preguntó Ardax enarcando las cejas.
Furgan frunció la piel púrpura de su labio inferior haciéndolo sobresalir. Terpfen, su espía involuntario, sólo le había proporcionado las coordenadas del planeta.
—No puede esperar que me encargue de hacer todo su trabajo por usted, coronel —dijo secamente—. Utilice los sistemas sensores del destructor.
—Sí, señor.
El coronel movió una mano indicando a los técnicos de los paneles sensores y de análisis que debían empezar a trabajar.
—La encontraremos, señor —dijo un cabo, abriendo mucho los ojos y clavando la mirada en una pantalla que mostraba un diagrama de ordenador simplificado de los tres componentes del sistema de Anoth—. No hay gran cosa ahí abajo, así que no debería resultar muy difícil dar con ellos.
Furgan fue hacia el turboascensor instalado en la parte de atrás de la cubierta de control.
—Voy a bajar a inspeccionar los vehículos MT-AT, coronel —dijo—. Confío en que podrá ocuparse de todo sin necesidad de que yo esté presente.
—Sí, señor —dijo Ardax en un tono un poquito demasiado enfático. Mientras era engullido por el turboascensor, Furgan creyó oír un comentario murmurado por el capitán del destructor, pero las palabras quedaron ahogadas por las puertas metálicas que se cerraron detrás de él.
Furgan descendió hasta el hangar y la zona de despliegue del
Venganza
, salió del turboascensor y se encontró rodeado por el hervidero de frenética actividad de las tropas de asalto. Soldados con armaduras blancas trotaban sobre las planchas metálicas del suelo, yendo de un lado a otro en formaciones impecables mientras guardaban el equipo de asedio y las unidades de energía dentro de las bodegas de carga de los MT-AT.
En Carida, Furgan había seguido todo el proceso de diseño y desarrollo de los nuevos Transportes de Asalto para Terrenos Montañosos, y había tenido la oportunidad de ver cómo eran utilizados en pruebas de combate real. Furgan iría en la retaguardia del ataque, y dejaría que soldados perfectamente adiestrados se enfrentaran a los peligros iniciales, aunque en realidad había muy poco de que preocuparse. ¿Una mujer y un niño escondidos en un pedazo de roca? ¿Cuánta resistencia podían llegar a ofrecer?
Furgan deslizó sus dedos regordetes sobre la reluciente articulación de la rodilla de un walker imperial MT-AT. Las articulaciones segmentadas y las sofisticadas garras-almohadillas de los MT-AT habían sido diseñadas de tal manera que los vehículos eran capaces de escalar incluso superficies verticales de roca. En cada articulación había instalados cañones láser de supercarga capaces de atravesar una puerta blindada de medio metro de grosor. Dos cañones desintegradores de pequeño calibre colgaban a cada lado de la estructura colocada a un nivel un poco más bajo que acogía el compartimiento de pilotaje, y servirían para derribar a los cazas que pudieran intentar detener a los vehículos desde el cielo.
Furgan contempló el hermoso diseño, las líneas impecables y la reluciente superficie del blindaje, y se maravilló ante las increíbles capacidades de los MT-AT.
—Una máquina espléndida —dijo.
Los soldados de las tropas de asalto no le prestaron ninguna atención y siguieron terminando sus preparativos.
La voz del coronel Ardax surgió de repente del intercomunicador.
—¡Atención, por favor! Hemos localizado la base secreta después de haber superado algunas dificultades debidas a las descargas eléctricas y las interferencias de ionización existentes en el sistema. Prepárense para el despliegue inmediato de la fuerza de ataque. Esta operación debe ser llevada a cabo sin errores y con rapidez. Eso es todo...
Ardax cortó la comunicación.
—Bueno, ya han oído al coronel —dijo Furgan mientras los grupos de soldados de las tropas de asalto empezaban a subir a sus vehículos MT-AT.
Los contingentes de tropas de asalto serían lanzados desde la órbita en un atronador descenso a través de la atmósfera, y viajarían dentro de un capullo termorresistente que se desprendería en cuanto hubiese entrado en contacto con la superficie.