Campeones de la Fuerza (19 page)

Read Campeones de la Fuerza Online

Authors: Kevin J. Anderson

BOOK: Campeones de la Fuerza
2.93Mb size Format: txt, pdf, ePub

Kun tenía un poder enorme, pero al parecer la clave... —Tionne golpeó suavemente su instrumento con una uña reluciente—. Bien, parece ser que la clave de la victoria estribó en que los otros Jedi combinaran sus poderes. Lucharon juntos como si formasen una sola unidad en la que todas las piezas encajaban a la perfección, como si fuesen componentes de una máquina mucho más grande impulsada por la Fuerza.

»No he encontrado mucha información al respecto, pero parece ser que durante la batalla final los Jedi unificados destruyeron la mayor parte de las junglas de Yavin 4 y que lo arrasaron prácticamente todo en sus esfuerzos por acabar con Exar Kun. Kun absorbió toda la energía vital de sus esclavos alienígenas en un último y desesperado gambito. Los antiguos Jedi consiguieron destruir una gran parte de lo que Kun había construido y aniquilaron el cuerpo de Kun, pero éste se las arregló de alguna manera desconocida para preservar su espíritu dentro de los templos... y así lo ha mantenido durante todos estos años.

—Entonces debemos terminar el trabajo —dijo Kirana Ti poniéndose en pie.

La bruja de Dathomir ya nunca se quitaba su armadura hecha con pieles de reptiles, y no se molestaba en ponerse la túnica Jedi porque no sabía en qué momento podía tener que luchar.

—Estoy de acuerdo —dijo Kam Solusar.

Su rostro delgado y anguloso mostraba la expresión de un hombre que había olvidado cómo sonreír hacía ya mucho tiempo.

—Sí, pero... ¿Cómo vamos a hacerlo? —preguntó Streen—. Millares de Caballeros Jedi no fueron capaces de aniquilar del todo al Hombre Oscuro, y nosotros sólo somos doce.

—Cierto —replicó Kirana Ti—, pero esta vez Exar Kun no dispone de una raza de alienígenas esclavizados de la que ir extrayendo energía. Sólo cuenta con sus propios recursos. Kun ya ha sido derrotado en una ocasión..., y él lo sabe.

—Y además todos nosotros nos hemos adiestrado juntos desde el principio —intervino Cilghal, extendiendo sus manos-aleta en un gesto que abarcó toda la mesa—. El Maestro Skywalker nos convirtió en un equipo. Leia nos llamó campeones de la Fuerza..., y eso es lo que debemos ser.

La silueta iridiscente en qué se había convertido Luke Skywalker permanecía inmóvil en el pináculo del Gran Templo. No podía sentir la fresca brisa crepuscular que estaba empezando a soplar a medida que la enorme masa anaranjada del gigante gaseoso se movía lentamente e iba proyectando una claridad cada vez más débil sobre las junglas. Luke contempló cómo una bandada de criaturas muy parecidas a murciélagos remontaba el vuelo y se desplegaba sobré las copas de los árboles para iniciar la búsqueda de insectos nocturnos.

Recordó la pesadilla en la que Exar Kun, disfrazado como Anakin Skywalker, le había apremiado a que investigara el lado oscuro. Luke había contemplado los esfuerzos de la raza massassi esclavizada cuando erigía aquéllos templos ciclópeos y trabajaba sin cesar hasta quedar aplastada por el agotamiento, y había visto todas aquellas imágenes recortadas sobre el telón de fondo de la historia. Después había logrado escapar de aquélla pesadilla, pero no consiguió interpretar su advertencia a tiempo de salvarse.

Luke giró sobre sí mismo para ver la silueta encapuchada de Exar Kun alzándose como una masa de negrura contra el paisaje de la jungla, pero su terrible apariencia ya había perdido el poder de asustarle.

—Sigues mostrándote ante mí y eso quizá empiece a ser un poco arriesgado, Exar Kun... especialmente después de que tus intentos de destruir mi cuerpo hayan fracasando uno detrás de otro.

Después del desenlace que había tenido el ataque de las criaturas aladas, Luke había observado cómo Cilghal se ocupaba de las pequeñas heridas sufridas por su cuerpo, limpiándolas y vendándolas con meticuloso cuidado y una empatía que Luke ya había percibido en ella desde sus primeros días en la Academia Jedi. Cilghal era una sanadora Jedi nata.

La embajadora calamariana había hablado en voz alta con el espíritu de Luke a pesar de que no podía verlo.

—Haremos cuanto podamos, Maestro Skywalker —le había dicho—. Te ruego que no pierdas la fe en nosotros.

Luke no la había perdido, desde luego, y pudo sentir cómo palpitaba en su interior mientras se enfrentaba con Exar Kun en la cima del templo, allí donde el Señor Sith y Kyp Durron le habían derrotado anteriormente.

—He estado jugando contigo —dijo Kun, moviendo una mano hecha de sombras—. Nada afectará el curso de mis planes. Algunos de tus estudiantes ya me pertenecen, y los demás no tardarán mucho en seguirles.

—No lo creo —dijo Luke con una nueva convicción—. Los he adiestrado bien. Podrías mostrarles caminos fáciles a la gloria, pero tus trucos llevan implícito un precio muy elevado. Yo les he enseñado la virtud de la diligencia y a tener confianza en su propia valía y capacidades. Lo que tú les ofreces, Exar Kun, no es más que magia de salón... Yo les he dado el verdadero poder y significado de la Fuerza.

—¿Acaso crees que desconozco los risibles planes que están tramando contra mí? —replicó Kun.

El espíritu del Señor Oscuro parecía tener una tendencia cada vez mayor a emitir amenazas y alardear. Quizá estuviera empezando a sentirse un poco menos seguro de su victoria.

—No importa —dijo Luke—. Te derrotarán de todas maneras. El poder que imaginas poseer es tu gran debilidad, Exar Kun.

—¡Y la fe que tienes en tus amigos es la tuya! —replicó secamente Exar Kun.

Luke se echó a reír, y se sintió más lleno de fortaleza y decisión que nunca.

—Ya he oído palabras semejantes con anterioridad. En aquél entonces se acabó demostrando qué no había nada de verdad en ellas, y ahora el paso del tiempo volverá a demostrarlo.

La silueta negra de Exar Kun onduló bajo una brisa invisible.

—¡Ya lo veremos! —fueron las últimas palabras de Kun antes de que la sombra se esfumara.

14

La situación era desesperada.

Han Solo sintió cómo gotitas de sudor helado cubrían su frente mientras clavaba la mirada en el visor de la cabina del
Halcón Milenario
. El
Triturador de Soles
estaba acumulando energía delante de él, y se disponía a utilizar su lanzador de torpedos supernova.

Han golpeó la consola con los puños.

—¡Espera un momento, chico! —gritó—. No lo hagas... Creía que eras mi amigo.

—Si tú fueses mi amigo, entonces no intentarías detenerme —graznó la voz de Kyp por el canal de comunicaciones—. Ya sabes todo lo que el Imperio le hizo a mi vida y a mi familia... No hace mucho que el Imperio me engañó con su última mentira, y ahora incluso mi hermano ha muerto.

Lando estaba manipulando frenéticamente los controles de su puesto de copiloto. Sus grandes ojos oscuros se movían de un lado a otro, y un instante después se volvió hacia Han y agitó desesperadamente una mano pidiéndole que desconectara el receptor vocal.

—Han, ¿te acuerdas de cuando tú y Kyp os llevasteis el
Triturador de Soles
de la Instalación de las Fauces? —susurró—. ¿Te acuerdas que Luke y yo estábamos esperando allí para interceptaros?

Han asintió, no muy seguro de adónde quería ir a parar Lando.

—Claro.

—Bien, entonces establecimos una conexión entre las naves porque el ordenador de navegación del
Halcón
no funcionaba. —Lando enarcó las cejas, y cuando volvió a hablar lo hizo muy despacio y articulando con gran claridad cada palabra—. Escucha, Han: todavía tenemos los códigos de control del
Triturador de Soles
dentro de nuestros bancos de datos.

Han lo entendió todo de repente.

—¿Y pueden servirte de algo? —preguntó—. Ni siquiera estás familiarizado con los sistemas del
Triturador de Soles
.

—No tenemos muchas opciones más, ¿verdad, amigo?

—Cierto —dijo Han, usando un tono de voz innecesariamente bajo teniendo en cuenta que había desconectado el receptor vocal—. Haré que Kyp siga hablando, y mientras tanto tú haz todo lo que puedas para desactivar el
Triturador de Soles
.

Lando se enfrascó de nuevo en sus trabajos de programación con un fruncimiento de ceño escéptico pero decidido.

Han volvió a conectar el sistema de comunicaciones.

—¿Ya no te acuerdas de cuando fuimos a practicar el turbo esquí en los polos de Coruscant, Kyp? —preguntó—. Me llevaste por una de las pistas más peligrosas, pero yo te seguí porque pensé que te ibas a caer de narices. ¿Es que no te acuerdas de eso?

Kyp no respondió, pero Han comprendió que sus palabras habían logrado afectarle.

—¿Quién te sacó de las minas de especia de Kessel, chico? —preguntó—. ¿Quién te sacó de la celda del
Gorgona
? ¿Quién estuvo a tu lado durante la huida de las Fauces? ¿Quién prometió hacer todo lo que pudiese para que tu vida volviera a ser digna de vivirse después de todos esos años de horrores?

—No funcionó —respondió Kyp con voz temblorosa y entrecortada.

—¿Y por qué no funcionó, chico? ¿Qué es lo que salió mal? ¿Qué ocurrió en Yavin 4? Ya se que tú y Luke no os entendíais demasiado bien, pero...

—No tuvo nada que ver con Luke Skywalker —replicó Kyp, en un tono tan a la defensiva que Han comprendió que estaba mintiendo—. Cuando estaba en los templos aprendí cosas que el Maestro Skywalker nunca llegaría a ser capaz de enseñarme. Aprendí a ser fuerte, aprendí a combatir al Imperio y a convertir mi ira en un arma...

—Oye, chico, no puedo afirmar que entienda la Fuerza —dijo Han—. De hecho, en una ocasión llegué a decir que no era más que una pseudo religión llena de paparruchadas; pero sí se que todo lo que me estás diciendo ahora me parece estar peligrosamente cerca del lado oscuro.

Kyp guardó silencio durante unos momentos que se hicieron muy largos.

—Han... Yo... —balbuceó por fin.

—¡Lo tengo! —susurró Lando.

Han asintió, y Lando tecleó la secuencia de control.

Una sucesión de luces parpadeó rápidamente en el tablero de control cuando la orden de anulación fue transmitida a través del angosto puente del espacio. El
Triturador de Soles
se oscureció repentinamente en el golfo negro iluminado únicamente por los débiles reflejos que brotaban de los restos de la enana roja. Las luces de su cabina, las balizas de puntería de los cañones láser y el llamear del plasma que se había estado acumulando al extremo de su generador de torpedos toroidal se apagaron de golpe.

—¡Sí! —gritó Lando.

Han lanzó un alarido de triunfo, y los dos se inclinaron el uno hacia el otro para hacer chocar sus manos.

—Deja que hable con él —dijo Han—. ¿Sigue disponiendo de energía para su sistema de comunicaciones?

—Canal abierto —dijo Lando—. Pero no creo que esté de muy buen humor...

—¡Me engañaste! —aulló la voz de Kyp surgiendo de la rejilla del comunicador—. Decías que eras mi amigo..., y ahora me has traicionado. Es tal como dijo Exar Kun... Los amigos te traicionan. Un Jedi no tiene tiempo para la amistad. Todos deberíais morir.

Y entonces ocurrió algo asombroso: el
Triturador de Soles
volvió a cobrar vida a pesar de los códigos de revocación transmitidos por Lando, y todas sus luces se encendieron con un destello cegador.

—¡No es culpa mía! —chilló Lando mientras intentaba volver a enviar la orden de anulación—. ¡No imaginaba que pudiera eliminarla tan deprisa de sus sistemas de control!

—Kyp puede hacer cosas con la Fuerza que ni tú ni yo entendemos —dijo Han.

El lanzador de torpedos de energía quedó envuelto en una nube de plasma intensamente luminosa y mucho más brillante que la claridad anterior, indicando que estaba preparado para lanzar su proyectil contra el
Halcón
.

Y esta vez Kyp no vaciló.

15

Streen estaba sentado sobre el frío suelo de piedra con las piernas cruzadas y dormitaba delante del Maestro Skywalker. El anciano ermitaño puso los brazos sobre las rodillas, sintiéndose caliente y cómodo dentro del mono de vuelo de muchos bolsillos que había traído consigo de sus días solitarios como buscador de gases en Bespin. Ya no podía oler el amargo aroma sulfuroso de las ricas vetas de gases ocultas en los estratos atmosféricos.

Streen tenía una misión nueva y mucho más grande, debía proteger al Maestro Skywalker.

Los rayos de luz procedentes del exterior entraban siguiendo trayectorias ya muy oblicuas y alargaban las sombras en la gran sala de audiencias. Doce velas —cada estudiante Jedi había colocado una— parpadeaban desprendiendo una claridad débil pero protectora que impregnaba la atmósfera inmóvil. Los puntitos brillantes relucían mientras la oscuridad se iba intensificando a su alrededor.

Streen empezó a hablar en voz baja consigo mismo. No, no escucharía las palabras del Hombre Oscuro. No, no serviría a los propósitos de Exar Kun. No, no haría nada que pudiese dañar al Maestro Skywalker. ¡No!

Streen tenía la empuñadura de la espada de luz de Luke encima del regazo, y podía sentir la fría dureza de su contacto en sus manos encallecidas.

Esta vez podría enfrentarse al Hombre Oscuro e impediría que se saliera con la suya. Algunos estudiantes Jedi habían expresado su preocupación ante la idea de permitir que Streen estuviera cerca del Maestro Skywalker, especialmente si iba armado con una espada de luz. Pero Streen había suplicado que se le concediera aquella oportunidad de redimirse, y Kirana Ti había intercedido por él.

Los otros vigilarían a Streen. El Maestro Skywalker correría peligro, pero tenían que afrontar ese riesgo.

Streen permitió que la caricia algodonosa del sueño fuera abriéndose paso por su mente. Su canosa cabeza se fue inclinando sobre su pecho. Había voces susurrantes como brisas que soplaban por entre sus pensamientos, formando palabras amables y frases tranquilizadoras..., promesas heladas...

Las palabras le exigían que despertara, pero Streen se resistió a ellas porque no sabía si eran sugerencias malignas o meramente una súplica insistente de sus compañeros de adiestramiento. Cuando por fin tuvo la sensación de que ya había esperado lo suficiente, Streen se permitió despertar de golpe.

Las voces se callaron en cuanto abrió los ojos y otra voz, esta vez externa, sustituyó al silencio.

—Despierta, discípulo... Los vientos están soplando.

Streen clavó la mirada en la forma negra que era Exar Kun, inmóvil en el centro de la gran sala de audiencias. La luz temblorosa de las velas y la tenue claridad del día que agonizaba le permitieron ver rasgos que parecían tallados a cincel en la silueta de ónice, mucho más detallados de lo que jamás los había visto con anterioridad en la sombra del Hombre Oscuro.

Other books

Empress of Eternity by L. E. Modesitt
Valkyrie Rising by Ingrid Paulson
Raw Exposure by Aliyah Burke
Outlaw Road (A MC Romance) by Flite, Nora, Rymer, Adair
Nicola Cornick by The Larkswood Legacy
A Persistant Attraction by Silvia Violet
Smash Cut by Sandra Brown
David by Ray Robertson
Notches by Peter Bowen
An Island Called Moreau by Brian W. Aldiss