Read Campeones de la Fuerza Online
Authors: Kevin J. Anderson
Luke Skywalker se volvió hacia sus estudiantes y les sonrió. Su rostro estaba iluminado por el orgullo que le inspiraba el grupo de Caballeros Jedi que había adiestrado.
—Sí, no cabe duda de que juntos formáis un equipo realmente formidable... —dijo—. Quizá ya no tengamos que seguir temiendo a la oscuridad.
Kyp Durron estaba sentado en el asiento de pilotaje del
Triturador de Soles
con el cuerpo encorvado sobre los controles. Sus ojos permanecían clavados en el
Halcón Milenario
como si la nave fuese un demonio que se preparaba para saltar sobre él. Sus uñas bajaron lentamente por la superficie metálica del panel de navegación, arañándola como garras que intentaran hundirse en la carne de un enemigo.
Su mente se había visto repentinamente invadida por los recuerdos agridulces de los momentos felices que había vivido al lado de Han, de cómo los dos se habían deslizado a toda velocidad sobre las pistas de hielo en una frenética carrera de turboesquís, cómo se habían hecho amigos en la negrura de las minas de especia y cómo Han había fingido no estar tan afectado por la aflicción que apenas sabía qué decir cuando Kyp partió hacia la Academia Jedi. Una parte de Kyp se sentía estupefacta y horrorizada ante la mera idea de estar amenazando la vida de Han Solo y de que quisiera destruir el
Halcón Milenario
.
La amenaza había parecido la solución obvia y el llevarla a cabo tampoco parecía encerrar ninguna dificultad, pero en realidad había surgido de una sombra oscura agazapada en las profundidades de su mente. La voz susurrante roía lentamente sus pensamientos, y no le dejaba en paz ni un solo instante. Era la voz que Kyp había oído durante su adiestramiento en Yavin 4 en los momentos más tenebrosos de la noche y en la pirámide de obsidiana llena de ecos oculta en el corazón de la jungla, y después había vuelto a oírla en la cima de la gran pirámide escalonada cuando había subido a ella para hacer volver el
Triturador de Soles
del núcleo de Yavin.
Kyp, impulsado y torturado por esa voz, había robado una nave y había huido a Endor, la luna de los bosques, para meditar junto a las cenizas de la pira funeraria de Darth Vader. Había creído ir lo bastante lejos como para escapar a la influencia de Kun, pero Kyp ya no creía que fuese posible huir de ella.
Después había continuado su viaje hasta llegar a los Sistemas del Núcleo, pero seguía sintiendo la presencia invisible de las cadenas que le mantenían atado al Señor Oscuro, y era consciente de las obligaciones malévolas exigidas por las enseñanzas Sith. Si intentaba resistirse y pensar por sí mismo, todo aquel peso volvía a caer sobre él con un impacto todavía más aplastante que antes, y entonces Kyp se sentía torturado por las palabras secas y feroces, las coacciones, las amenazas veladas y las burlas impregnadas de ira y sarcasmo.
Pero las palabras de Han Solo también tiraban de él, y eran armas de una especie muy distinta que llenaban su corazón de un nuevo calor e iban derritiendo poco a poco el hielo de la ira. En aquellos momentos la voz de Exar Kun parecía venir de muy lejos y sonar vagamente distraída, como si estuviera muy ocupado con otro desafío.
Y mientras Kyp escuchaba las palabras de Han comprendió que su amigo había logrado indicarle dónde se encontraba la verdad a pesar de saber muy poco sobre las enseñanzas Jedi. Estaba siguiendo el camino del lado oscuro. Las débiles justificaciones de Kyp se desmoronaron a su alrededor en una tempestad de excusas edificadas sobre unos frágiles cimientos de venganza.
—Han... Yo...
Pero los controles del
Triturador de Soles
se apagaron en el preciso instante en que Kyp se disponía a hablarle con sinceridad y cariño, a bajar sus defensas ante Han sincerándose con él y a pedir a su amigo que viniera a conversar con él. Una señal de anulación procedente del ordenador del
Halcón
había desconectado los sistemas de armamento del
Triturador de Soles
, sus controles de navegación y el equipo de apoyo vital.
La negra red de la ira cayó de nuevo sobre Kyp y aplastó todas sus buenas intenciones. La indignación y la furia que se adueñaron de él, hicieron que encontrara el poder necesario para enviar una ráfaga de pensamientos de control a través de los circuitos integrados del ordenador del
Triturador de Soles
. Kyp barrió la programación intrusa, limpió los senderos electrónicos y los reconstruyó en un instante. Después volvió a trazar las funciones con un repentino aguijonazo mental que hizo que el
Triturador de Soles
volviera a funcionar. Los sistemas zumbaron al volver a la vida y recargarse de energía.
Exar Kun también había sido traicionado por quien se suponía era su aliado, el señor de la guerra Ulic Qel-Droma, y Han acababa de traicionar a Kyp. El Maestro Skywalker también le había traicionado al no ser capaz de impartirle las lecciones adecuadas para proporcionarle defensas contra Exar Kun. La voz del Señor Sith aulló dentro de la cabeza de Kyp ordenándole que matara a Han Solo, que destruyera al enemigo y permitiese que su ira fluyera en libertad y fuera haciéndose cada vez más potente e irresistible.
Kyp no pudo resistirse por más tiempo. Cerró sus oscuros ojos, sintiéndose incapaz de ver cómo sus manos aferraban las palancas de control para lanzar el torpedo. Armó el sistema. Las pantallas se iluminaron con el parpadeo de las señales de advertencia, pero Kyp no les prestó ninguna atención.
Tenía que destruir algo. Necesitaba matar a quienes le habían traicionado. Sus manos se curvaron sobre las empuñaduras de disparo. Sus pulgares se posaron sobre los botones de lanzamiento, preparándose para pulsarlos...
Preparándose...
Y un instante después la voz fantasmal de Exar Kun se convirtió en un gemido quejumbroso que resonó dentro de la mente de Kyp, y el gemido se transformó en un grito impregnado por la desesperación más absoluta, como si el Señor Oscuro estuviera siendo arrancado de aquel universo para ser exilado a un lugar totalmente distinto donde ya no podría seguir atormentando a Kyp Durron.
Kyp se echó hacia atrás en su asiento de control, retrocediendo tan bruscamente como si un cable invisible que había estado tirando de él hasta aquel momento acabara de ser cortado. Sus brazos y su cabeza quedaron tan flácidos como los de un títere cuyos hilos acaban de ser cortados por una tijera, y el fresco viento de la libertad sopló a través de su mente y su cuerpo. Kyp parpadeó y se estremeció, sintiéndose lleno de repugnancia ante lo que había estado a punto de hacer.
El
Halcón Milenario
seguía manteniendo atrapado al
Triturador de Soles
en su rayo tractor. Kyp alzó la mirada hacia aquella nave vieja y maltrecha, la posesión más preciada de Han Solo, y se sintió repentinamente invadido por una incontenible oleada de desesperación.
Alargó la mano hacia los controles del torpedo de energía y canceló la secuencia de disparo con un gesto lleno de vehemencia. El generador de plasma emitió un último parpadeo y se fue oscureciendo a medida que la energía se disipaba poco a poco.
Sin la presencia de Exar Kun dentro de él. Kyp se sintió aislado y experimentó una repentina sensación de estar precipitándose en el vacío..., pero volvía a ser libre y podía actuar de manera independiente.
Abrió el canal de comunicaciones, pero tuvo que esperar unos momentos antes de hablar porque se sentía incapaz de articular una sola palabra. Tenía la garganta tan reseca como si llevara cuatro mil años sin comer ni beber.
—Han... —logró graznar por fin—. ¡Han, soy Kyp! —dijo después alzando la voz—. Yo... —Kyp calló, no sabiendo qué debía o qué podía decir a continuación—. Me rindo —concluyó pasados unos instantes mientras inclinaba la cabeza.
Tol Sivron, el administrador twi'lek, aún estaba bastante afectado por su horrenda travesía de las Fauces, la huida de las fuerzas de invasión rebeldes y el agitado trayecto gravitatorio entre los agujeros negros.
Sus largas colas cefálicas vibraban con un cosquilleante torrente de sensaciones, y Tol Sivron estaba encantado al ver que la información que había robado hacía tanto tiempo de los ficheros secretos de Daala —la lista de las complejas y tortuosas rutas que permitían atravesar el cúmulo de agujeros negros sin correr peligro— había resultado ser exacta. Si el mapa de trayectorias hubiera contenido aunque sólo fuese la más mínima imprecisión, él y su tripulación de fugitivos no estarían con vida en aquel momento.
El prototipo de la
Estrella de la Muerte
se bamboleó al emerger intacto del cúmulo impulsado por sus motores hasta el máximo de velocidad que podían obtener, pero los sistemas de propulsión dejaron de funcionar con un chisporroteo justo cuando la gigantesca esfera empezaba a alejarse de los sinuosos torbellinos de gases resplandecientes.
Chorros de chispas brotaron de los paneles mientras el capitán de las tropas de asalto se apresuraba a desconectar los motores y sistemas afectados. Yemm intentó utilizar un extintor manual para apagar las llamas que lamían una consola cercana, pero sólo consiguió provocar un cortocircuito en los sistemas del intercomunicador.
Golanda y Doxin estaban pasando a toda velocidad las páginas de los manuales de reparaciones y las especificaciones de diseño.
—Hemos conseguido salir de las Fauces, director —dijo el capitán de las tropas de asalto—, pero la travesía ha causado bastantes averías.
Doxin alzó la mirada con el ceño fruncido.
—Le recuerdo que estamos hablando de un prototipo no endurecido, y que nunca se tuvo la intención de llegar a utilizarlo en el espacio.
—Sí, señor —dijo el capitán de las tropas de asalto con su voz seca y carente de inflexiones—. Como me disponía a decir, creo que los daños podrán ser reparados en unos cuantos días... Es una simple cuestión de reinicializar los sistemas de ordenadores y cambiar los trazados de los circuitos. Creo que el prototipo resultará mucho más efectivo en el combate después de haber pasado por esta prueba.
Tol Sivron se frotó las manos y sonrió.
—Excelente, excelente... —dijo mientras se reclinaba en el asiento de pilotaje—. Eso nos proporcionará el tiempo necesario para seleccionar un objetivo adecuado sobre el que lanzar nuestro primer ataque.
Golanda solicitó una carta de navegación del banco de datos y la desplegó en la pantalla visora.
—Ya sabe que el sistema de Kessel se encuentra muy cerca, director —dijo—. Quizá deberíamos...
—Reparemos las unidades de propulsión y hagamos que vuelvan a funcionar antes de empezar a hacer planes para el futuro —la interrumpió Doxin—. La estrategia que acabemos decidiendo adoptar puede depender de lo que seamos capaces de hacer.
Yemm sacó la cubierta del panel de comunicaciones, se inclinó sobre el amasijo de cables ennegrecidos y olisqueó los aislamientos quemados con los ojos entrecerrados.
Golanda seguía estudiando su puesto de control, y estaba solicitando lecturas de los sensores exteriores del prototipo.
—He descubierto algo muy extraño, director —dijo por fin—. Si se examina la turbulencia de gases que rodea el cúmulo de agujeros negros, los datos obtenidos parecen indicar que una nave de grandes dimensiones entró hace poco en las Fauces..., hace tan sólo unos momentos, de hecho. La nave parece haber seguido otra de las rutas disponibles que la almirante Daala había clasificado como trayectorias seguras para llegar a la Instalación. —Golanda le miró, y Tol Sivron desvió la mirada para no tener que ver aquel rostro tan poco atractivo—. No nos hemos encontrado con ellos por meros segundos de diferencia.
Sivron no tenía ni idea de qué le estaba hablando, y tampoco entendía por qué razón debía preocuparle aquello. Todos esos problemas tan acuciantes eran como insectos que zumbaban alrededor de su cabeza amenazándole con sus aguijones, y Sivron reaccionó tratando de alejarlos.
—Bueno, ahora no podemos hacer nada al respecto —dijo—. Probablemente será otra nave rebelde que ha venido a prestar su apoyo a la invasión de nuestro complejo... —añadió con un suspiro—. Nos vengaremos de ellos en cuanto hayamos reparado la
Estrella de la Muerte
y todos sus sistemas vuelvan a funcionar.
Se reclinó en su asiento de pilotaje y cerró sus relucientes ojillos, anhelando aunque sólo fuera un momento de tranquilidad. Estaba deseando no haber abandonado nunca Ryloth, su mundo natal, donde la raza twi'lek vivía en las profundidades de catacumbas excavadas en las montañas de la banda crepuscular habitable que separaba el calor calcinante del día del frío gélido de la noche interminable.
Tol Sivron pensó en días más apacibles mientras respiraba el aire reciclado que olía a rancio por entre los huecos de sus dientes puntiagudos. Las tormentas de calor de Ryloth calentaban la zona crepuscular lo suficiente para que el planeta pudiera considerarse habitable, aunque eso no impedía que siguiera siendo un mundo lleno de desolación.
Los twi'leks habían construido su sociedad alrededor del gobierno de un «clan-cabeza» de cinco miembros que dirigían a la comunidad en todos los asuntos hasta que uno de ellos moría. Cuando eso ocurría, los twi'leks expulsaban a los miembros restantes del clan-cabeza a los eriales —y presumiblemente a sus muertes—, después de lo cual escogían un nuevo grupo de gobernantes.
Tol Sivron había sido miembro del clan-cabeza, y había sido cuidado y mimado por los beneficios del poder hasta que se volvió incapaz de llevar otro tipo de existencia. Todo el clan era joven y vigoroso, y Sivron había esperado cosechar los beneficios de su posición durante muchos años en los que disfrutaría de unos aposentos espaciosos, de las danzarinas twi'lek que eran famosas en toda la galaxia, y de los delicados bocados de carne cruda que podría desgarrar con sus dientes puntiagudos para paladear los picantes sabores líquidos de los que estaban impregnados.
Pero la buena vida apenas había durado un año estándar. Un compañero suyo había cometido la estupidez de perder el equilibrio en un andamio mientras estaba inspeccionando un proyecto de construcción en una profunda caverna, y se había precipitado al vacío para acabar empalándose en una estalagmita de diez mil años de antigüedad.
La raza twi'lek había obedecido su costumbre ancestral, y había exilado a Tol Sivron y los otros tres miembros del clan-cabeza a los desiertos calcinados del lado diurno para que se enfrentaran a las tormentas de calor y el azote del viento.