Campeones de la Fuerza (25 page)

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Authors: Kevin J. Anderson

BOOK: Campeones de la Fuerza
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El hombre achaparrado seguía gritando desde su escondite debajo del MT-AT.

—¡No la matéis! —ordenó—. Utilizad los rayos aturdidores hasta que tengamos al niño. Tú... —movió una mano señalando al soldado que había salido del caminante-araña con él—. Ven conmigo. Nos encargaremos de..., de reconocer el terreno. Los demás... ¡Capturad a esa mujer!

Era justo lo que Winter había esperado que ocurriría. Echó a correr por el pasillo, sabiendo que la mayoría de integrantes del grupo de asalto la seguiría. Winter avanzó a la carrera por los túneles que hacían pendiente, agachando la cabeza para pasar por debajo de los arcos tallados en la roca. Fue cerrando de un manotazo las gruesas compuertas herméticas detrás de ella a medida que iba adentrándose en los niveles del complejo, y continuó descendiendo hacia sus profundidades.

Los soldados la siguieron. Las gruesas compuertas apenas lograban detenerles unos momentos, pues utilizaban detonadores térmicos con un sistema de centrado cuyo estallido arrancaba las puertas metálicas de sus guías.

Winter siguió llevándoles por el laberinto de pasadizos, alejándoles cada vez más y más del pequeño Anakin. A esas alturas los soldados ya debían de estar totalmente desorientados.

Sus perseguidores disparaban cada vez que podían divisarla, pero Winter siempre se las arreglaba para evitar que los haces la hicieran pedazos. Acabó consiguiendo atraer a los soldados a la gran sala subterránea del generador y el núcleo del ordenador y dejó escapar un suspiro de alivio, la única descarga de tensión emocional que se había permitido hasta aquel momento.

La sala era una oscura confusión de equipo, conductos de refrigeración, cañerías metálicas y sistemas de apoyo vital que zumbaban y palpitaban incesantemente. El núcleo del ordenador brillaba con un sinfín de luces verdes oblongas que se encendían y apagaban formando una pauta de cascada. Los ordenadores propiamente dichos, que estaban incorporados a las estaciones de bombeo y la estructura del generador, formaban una masa surrealista de metales y plásticos retorcidos salpicada por un amasijo de pantallas diagnósticas de transpariacero, terminales de entrada y salida de datos y, en general, tal cantidad de sistemas y aparatos distintos que nadie habría sido capaz de adivinar para qué servían.

Winter sabía que todo aquel equipo sólo era un disfraz que ocultaba el verdadero propósito de la gran sala.

Los soldados titubearon durante unos momentos en el umbral, como si sospecharan que pudiese haber una trampa oculta entre las sombras. Winter alzó su pistola desintegradora y disparó siete ráfagas en rápida sucesión contra ellos. Los soldados de las tropas de asalto se apresuraron a buscar refugio, y entraron corriendo en la penumbra de la sala un instante después al ver que no seguía disparando.

Winter no trató de esconderse. Corrió hacia la columna tachonada de lucecitas que era el núcleo del ordenador y después se adentró en las sombras que se acumulaban al otro extremo de la sala, rodeadas por conductos, tubos y luces parpadeantes que no tenían ninguna función. Los soldados de las tropas de asalto fueron detrás de ella sin dejar de disparar ni un solo instante.

Winter lanzó varias ráfagas más contra ellos, con el único propósito de provocarles y asegurarse de que permanecían dentro de la sala. Uno de sus disparos rebotó en una superficie reluciente y se incrustó en el costado de un soldado, derritiendo la placa de armadura blanca de su brazo derecho.

Winter parecía estar acorralada en el fondo de la sala mientras los soldados avanzaban hacia ella. Tenía delante a cinco enemigos, uno de ellos un poco rezagado debido a su brazo herido.

Los soldados imperiales recorrieron la mitad de la distancia que les separaba de Winter antes de que las paredes empezaran a temblar y moverse.

Cañerías y conductos articulados, enormes tableros de control y paneles esféricos de lecturas se agitaron y cambiaron, encajándose unos en otros con una rápida sucesión de chasquidos y crujidos. Winter oyó el sonido del metal chocando con el metal, las conexiones que se establecían a toda velocidad y las piezas que entraban en huecos meticulosamente estudiados y diseñados.

Las paredes llenas de maquinaria se habían convertido en un pelotón de androides asesinos montados a partir de componentes camuflados. Los androides activaron sus armas, formando una galería de tiro cuyo único propósito era destruir soldados de las tropas de asalto.

Winter no necesitaba dar órdenes. Los androides asesinos sabían con toda exactitud qué se suponía que debían hacer. Habían sido programados para ignorar a Winter y a los niños Jedi, pero podían reconocer a sus blancos sin ninguna dificultad.

Los androides asesinos empezaron a disparar sobre los cinco perseguidores desde todas direcciones. El fuego cruzado de haces letales acabó con las siluetas cubiertas por armaduras blancas en menos de dos segundos, y sólo dejó montones de restos humeantes, blindaje derretido y armas inútiles empuñadas por manos muertas. Ningún soldado había tenido la oportunidad de disparar ni una sola ráfaga.

Un soldado dejó escapar un gemido y un siseo de dolor, y después se sumió en el silencio de la muerte. Las sombras proyectaron su manto sobre la carnicería.

Winter dejó escapar un suspiro de alivio, avanzó por entre los cadáveres, que aún crujían y chisporroteaban a causa de la masacre, y bajó la mirada hacia los inexpresivos visores negros de los enemigos imperiales.

—Nunca subestimes a tu oponente —dijo.

El embajador Furgan se mantenía cautelosamente agazapado mientras el soldado de las tropas de asalto corría precediéndole por los pasillos abiertos en la roca.

Furgan no había recibido ningún adiestramiento de combate y no tenía experiencia en la lucha, pero hacía cuanto podía para imitar los fluidos movimientos de su acompañante. Llevaba el rifle desintegrador apuntando hacia adelante, y bajaba a cada momento la mirada hacia el arma para asegurarse de que estaba conectada y lista para hacer fuego.

Los túneles se hallaban sumidos en la penumbra, y la única claridad existente en ellos era la que proporcionaban unos tubos luminosos blancos instalados a lo largo del techo. El soldado pegó la espalda de su armadura a la pared, alzó su arma haciéndola asomar por un recodo del túnel para ver si atraía disparos enemigos y fue trotando hasta el cruce siguiente al no ocurrir nada.

Dejaron atrás puerta tras puerta, y fueron inspeccionando cada habitación preparados para capturar al niño indefenso y volver corriendo a sus MT-AT. Furgan y el soldado descubrieron compartimentos de almacenamiento llenos de cajas de suministros y equipo, el comedor, dormitorios vacíos..., pero no lograron encontrar al niño que andaban buscando.

Furgan oyó el repiqueteo y los ecos lejanos de los impactos de haces desintegradores a una considerable distancia por debajo de ellos, y volvió la mirada hacia la dirección de la que llegaban los sonidos mientras fruncía el ceño.

—Les dije que no la mataran —murmuró—. ¿Por qué no han obedecido mis órdenes? Bien, tendremos que encontrar al niño sin su ayuda —añadió volviéndose hacia el soldado de las tropas de asalto.

—Sí, señor —dijo el soldado con voz átona e inexpresiva.

La puerta de metal que encontraron a continuación estaba cerrada y bloqueada. El soldado la golpeó con su guante blanco, pero nadie respondió a la llamada. El soldado cogió una pequeña mochila llena de herramientas que colgaba de su cinturón reglamentario, sacó de ella un cortador láser de alta potencia y lo utilizó para dejar al descubierto el panel de control de la puerta. Después sus dedos se movieron experta y ágilmente a pesar del grosor de los guantes que llevaba, y no tardaron en hacer un puente que le permitiría manipular los controles de activación.

La puerta se abrió revelando los suaves colores pastel de una habitación llena de juguetes, una cama que parecía muy cómoda..., y un androide niñera provisto de cuatro brazos, que retrocedió hacia una esquina de la habitación adoptando una postura protectora para dar cobijo a un niño muy pequeño.

—Ah, así que por fin hemos dado con él —dijo Furgan.

Entró en la habitación volviendo la mirada de un lado a otro en busca de trampas contra intrusos. El soldado también avanzó, flanqueando a Furgan y manteniendo su posición defensiva con el rifle desintegrador preparado para hacer fuego. Furgan no vio ninguna defensa aparte del androide niñera.

—Les ruego que se marchen —dijo el androide niñera con una voz de abuela suave y muy agradable—. Están poniendo un poco nervioso al bebé.

Furgan soltó una estrepitosa carcajada.

—¿La única defensa que han conseguido proporcionarle es... un androide niñera? —Volvió a reírse—. ¿Hemos enviado todo un equipo de ataque para arrebatarle un bebé a un androide niñera?

El androide seguía erguido delante del bebé, que permanecía muy quieto en el suelo, y utilizó su par de brazos inferior para desplegar un delantal metálico a prueba de haces desintegradores que extrajo de la base de su torso y que protegería al bebé de cualquier disparo perdido.

—No pueden llevarse a este niño —dijo el androide—. Debo advertirles que he sido programado para protegerle a cualquier precio.

—Qué conmovedor. Bueno, pues yo me voy a llevar a este niño..., cueste lo que cueste —replicó Furgan mientras hacía una seña con la cabeza al soldado de las tropas de asalto—. Coge al bebé —añadió mientras sus labios se curvaban en una sonrisa de triunfo.

El soldado dio un paso hacia adelante. El androide extendió sus cuatro manos imperiosamente indicándole que se detuviera.

—Lo lamento, pero no puedo permitirlo —dijo el androide niñera con voz impasible—. Cierra los ojos, pequeño Anakin.

—¿A qué estás esperando? —preguntó secamente Furgan—. No es más que un androide niñera.

Las cuatro manos del androide se desprendieron y cayeron al suelo con un zumbido y un chasquido, dejado al descubierto los cañones de los desintegradores escondidos en las muñecas.

—Soy un androide niñera mejorado —dijo con seco énfasis—, y no harán daño a este niño.

El androide disparó los cuatro cañones, enviando un diluvio de mortíferos haces de energía.

Las cuatro ráfagas hicieron impacto en el soldado antes de que pudiera alzar su rifle desintegrador. El soldado salió despedido hacia atrás hasta chocar con la pared, y fragmentos de su armadura blanca se desprendieron de las manchas negras y humeantes de sus heridas.

Furgan lanzó un chillido lleno de asombro y temor. Alzó su rifle desintegrador y presionó el botón de disparo mucho antes de tomarse la molestia de apuntar el arma. Un amasijo de haces incandescentes se esparció por la habitación, reflejándose en las paredes pintadas con tonos pastel y rebotando en las esquinas.

Furgan se agachó, pero siguió disparando. El androide niñera centró sus cuatro brazos armados con desintegradores en él, pero Furgan deslizó su torrente de rayos desintegradores sobre su cabeza redondeada y su blando torso recubierto de carne sintética, teniendo éxito más debido a la suerte que a la habilidad. Chorros de chispas saltaron por los aires, y el metal fundido salió disparado en todas direcciones.

El bebé empezó a gimotear debajo del delantal a prueba de rayos desintegradores.

Furgan pasó por encima de los restos humeantes del androide niñera y el cadáver del soldado con sus labios violáceos curvados en una sonrisa y fue a coger al niño. Se inclinó para agarrar al pequeño Anakin por un bracito, y acabó alzándole en vilo cogido por el pijama. Furgan no estaba muy seguro de cómo había que sostener a un bebé, especialmente cuando se trataba de uno que no paraba de removerse como estaba haciendo aquél.

—Ven conmigo, pequeño —dijo—. Estás a punto de iniciar una nueva vida tan importante que afectará a toda la galaxia.

21

Han Solo ardía en deseos de que se le permitiera acercarse a Kyp Durron en las cámaras del Consejo de Coruscant para poder consolar a su joven amigo, pero los centinelas armados de la Nueva República que rodeaban a Kyp hacían totalmente imposible que nadie se aproximara a él.

Kyp se movía muy despacio, como si estuviera caminando sobre un montón de cristales rotos con los pies descalzos. Sus ojos se habían vuelto opacos y velados y su rostro estaba surcado por un sinfín de nuevas arrugas, como si el espíritu oscuro de Exar Kun hubiese descargado sus cuatro mil años de existencia sobre los hombros de Kyp.

El
Triturador de Soles
volvía a estar en poder del departamento de seguridad de la Nueva República, y Mon Mothma había prohibido el acceso a la zona a cualquier persona que no contara con su autorización personal para entrar en ella. No habría más investigaciones que intentaran averiguar cómo funcionaba la superarma. La caótica venganza llevada a cabo por Kyp había demostrado lo horrible que realmente era el
Triturador de Soles
.

La atmósfera de las cámaras del Consejo estaba impregnada por los olores asfixiantes resultado de la tensión general y la falta de ventilación. La piedra añadía un olor a moho viejo a la estancia, y Han pensó que aquel lugar le ponía nervioso y le producía una aguda sensación de claustrofobia.

Los miembros del Consejo llevaban sus uniformes oficiales como si fuesen armaduras de combate, y fruncían el ceño como viejos centinelas que se dispusieran a dictar sentencia. Algunos no parecían haber descansado ni un instante. Han se sentía profundamente inquieto ante la perspectiva de tener que enfrentarse a ellos sin que Leia estuviera a su lado. Su esposa se había ido de Yavin 4 con Terpfen, supuestamente para ir a ver a Ackbar, pero Han no había podido averiguar qué había sido de ella. Leia sabía cómo cuidar de sí misma, desde luego, y Han no se había atrevido a dejar solo a Kyp con la temible jauría de depredadores del Consejo.

Mon Mothma, flanqueada por sus omnipresentes androides médicos, parecía ser sólo parcialmente consciente de lo que estaba ocurriendo a su alrededor. Ningún miembro del Consejo se atrevería a sugerir que abandonara su cargo mientras ella estuviera dispuesta a seguir asistiendo a las reuniones, aunque contribuía muy poco a ellas. Han quedó atónito al ver hasta qué punto había empeorado el estado de Mon Mothma durante los últimos días.

Uno de los funcionarios que permanecían inmóviles flanqueando la arcada llena de tallas que enmarcaba la gran puerta de entrada agitó una campanilla cilíndrica, e hizo vibrar la atmósfera con la pureza de una prolongada nota musical que indicó a todos los presentes el comienzo oficial de la reunión.

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