Campeones de la Fuerza (23 page)

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Authors: Kevin J. Anderson

BOOK: Campeones de la Fuerza
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ERROR, siguió diciendo la pantalla del ordenador. BASE DE DATOS PRINCIPAL NO DISPONIBLE... BUSCANDO COPIAS DE SEGURIDAD. ARCHIVOS DAÑADOS.

Qwi sospechaba que Tol Sivron podía haber destruido el núcleo del ordenador antes de huir en el prototipo de la
Estrella de la Muerte
, pero aun así estaba segura de que ella tenía que haber dejado algunos datos almacenados en la memoria temporal de su terminal.

El mensaje de la pantalla volvió a cambiar y pasó a ser MOSTRANDO ARCHIVOS RECUPERADOS.

Qwi se encontró contemplando sus propios diarios y notas personales a través de la ventana que acababa de abrir la terminal. Sintió que el corazón le empezaba a latir más deprisa mientras leía las palabras que ella misma había tecleado..., pero quien las había tecleado no era ella, claro. Era otra Qwi Xux, una Qwi del pasado que había sido sometida a un lavado de cerebro por los imperiales, una Qwi que había sido manipulada y deformada durante su infancia, y a la que se había obligado a trabajar hasta el límite máximo de sus capacidades mentales.

Fue leyendo sus resúmenes diarios con la respiración entrecortada y una creciente inquietud: los experimentos que había realizado, las simulaciones que había desarrollado en el ordenador, las reuniones a las que había asistido, los interminables informes de progreso que había redactado para el director Sivron... No recordaba nada de todo aquello, pero la asombró y la consternó darse cuenta de que lo único que había hecho era trabajar. Su única alegría procedía de los experimentos completados, y los únicos momentos de emoción que había vivido eran aquellos en que las pruebas habían demostrado que sus diseños funcionarían y podrían ser utilizados en la práctica.

—¿Y toda mi vida no era más que esto? —preguntó Qwi en voz alta. Siguió pasando archivo tras archivo, y contempló un día idéntico detrás de otro—. ¡Qué... vacía! —murmuró por fin.

—¿Me estaba diciendo algo, doctora? —preguntó Cetrespeó—. ¿Me ha pedido que la ayude?

—Oh, Cetrespeó...

Qwi meneó la cabeza y descubrió que tenía los ojos llenos de lágrimas.

Oyó pasos en el corredor y se volvió en el mismo instante en que Wedge entraba en el laboratorio. Tenía el rostro manchado de grasa y suciedad, y su uniforme estaba muy arrugado. Parecía sudoroso y exhausto, pero Qwi corrió hacia él y le abrazó. Wedge le apretó suavemente los hombros, y después deslizó los dedos por entre los plumosos mechones de su cabellera perlina.

—No ha ido muy bien, ¿eh? —dijo—. Lo siento, Qwi. No he podido estar aquí cuando entraste en el laboratorio. He tenido que ocuparme de una emergencia.

Qwi meneó la cabeza.

—No importa —replicó—. Tenía que enfrentarme a todo esto yo sola.

—¿Has encontrado algo que pueda resultar útil? —Wedge dio un paso hacia atrás y volvió a convertirse en el general de una fuerza de ataque—. Necesitamos saber cuántos científicos había en la Instalación. La gran mayoría ha escapado a bordo de la
Estrella de la Muerte
, pero cualquier información que tengas...

Qwi se envaró y volvió la mirada hacia su terminal de ordenador.

—No estoy muy segura de poder ayudarte. —Su voz estaba impregnada por un matiz de desolación, como si se sintiera perdida y no supiese muy bien dónde estaba—. He estado examinando mi vida cotidiana, y al parecer no conocía a ningún científico. Yo no... No tenía amistades aquí.

Qwi le miró con sus ojos insondables muy abiertos.

—Más de diez años de mi vida, y no llegué a conocer a nadie —siguió diciendo—. Trabajaba, y eso era todo. Creía estar consagrada a una gran tarea... Superar desafíos universales significaba mucho para mí, pero ni siquiera sabía para qué servía mi trabajo. Lo único que me importaba era encontrar la solución al siguiente problema. ¿Cómo pude ser tan ingenua?

Wedge la abrazó intentando darle ánimos. El contacto de su cuerpo era cálido y reconfortante.

—Todo eso se acabó, Qwi —dijo—. Nunca volverá a ocurrirte. Por fin has podido salir de la jaula en la que te habían encerrado, y ahora yo estoy aquí para enseñarte el resto del universo..., si quieres venir conmigo.

—Claro que sí, Wedge. —Qwi alzó la mirada hacia él y trató de sonreír—. Iré contigo.

El comunicador de Wedge emitió un zumbido estridente desde su cinturón, y Wedge lo cogió con un suspiro.

—Sí, ¿qué ocurre? —preguntó.

—Hemos llevado algún equipo temporal al complejo del reactor, general Antilles. Hemos modificado los componentes básicos sacados de una de las corbetas, tal como usted sugirió. Hemos conseguido colocarlos, y los sistemas se pueden considerar más o menos en condiciones de funcionar. Los niveles de temperatura del núcleo del reactor han empezado a descender, y esperamos que bajen por debajo de las líneas rojas de peligro durante las próximas horas.

—Estupendo. Eso quiere decir que tenemos un límite de tiempo, ¿no? —preguntó Wedge.

—Bueno... —respondió la voz del técnico—. No es que podamos fiarnos mucho del reactor, pero de momento se encuentra en situación estable.

—Buen trabajo —dijo Wedge—. Transmita mi felicitación a su gente.

—Sí, señor.

Wedge apagó el comunicador y sonrió a Qwi.

—¿Ves? Las cosas están empezando a ir bien después de todo —dijo.

Qwi asintió, y alzó la vista hacia el angosto ventanal instalado en la parte superior de la pared. Nubes de gases recalentados flotaban a la deriva alrededor de los agujeros negros de las Fauces.

Era como si estuvieran repentinamente lejos de todos los conflictos de la galaxia, solos en un lugar seguro donde no corrían ningún peligro. Qwi ya había librado sus mayores batallas personales, y por fin podía permitirse el lujo de relajarse un poco y descansar.

Pero antes de que desviara la mirada Qwi vio aparecer una sombra en la masa multicolor de la nebulosa. Era una gigantesca silueta triangular, como una punta de lanza que se estuviera abriendo paso a través de los gases para llegar al refugio de la isla gravitatoria.

Qwi se envaró y tuvo que apretar los labios para reprimir el grito de pánico que pugnaba por salir de su garganta.

Wedge la soltó, giró sobre sí mismo y alzó la mirada hacia el ventanal.

—¡Oh, cielos! —exclamó Cetrespeó.

Un maltrecho Destructor Estelar imperial con el casco ennegrecido estaba avanzando por las Fauces, y ya había empezado a activar sus sistemas de armamento. El casco que en tiempos había sido de un blanco deslumbrante estaba lleno de quemaduras y abolladuras, y sus planchas habían quedado dañadas por la feroz embestida de todo un infierno de radiaciones.

El navío insignia de la almirante Daala, el
Gorgona
, acababa de regresar a la Instalación de las Fauces.

19

Los caminantes-araña imperiales ascendieron por el escarpado pináculo de piedra. Sus largas patas metálicas se doblaban formando ángulos extraños a medida que sus garras los iban izando hasta las gruesas puertas blindadas que protegían a Winter y al pequeño Anakin.

Winter permanecía inmóvil en la sala de operaciones con las mandíbulas tensas y los ojos entrecerrados, contemplando el avance de los transportes de asalto. Ya habían llegado a su primera línea defensiva.

Cuando crearon el escondite de Anoth, el almirante Ackbar y Luke Skywalker no quisieron confiar únicamente en el secreto e intentaron tomar precauciones contra todos los tipos de ataque posibles. Winter había esperado que nunca llegarían a tener necesidad de poner a prueba aquellos planes de emergencia, pero estaba claro que no le iba a quedar más remedio que luchar por la vida del niño..., y por la suya.

Bajó la mirada hacia sus paneles de información y vio que el Organismo Defensivo contra Intrusiones Exteriores estaba activado y preparado para la reacción automática. Winter suponía que ODIE
[1]
sería capaz de acabar con un mínimo de dos caminantes-araña, y siguió contemplando las pantallas mientras se agarraba al canto de una consola para no perder el equilibrio.

Los caminantes-araña siguieron trepando por la pared rocosa con sus patas de insecto y llegaron a una hilera de cavernas, pequeños orificios que daban acceso a un laberinto de callejones sin salida y grutas ocultas en la montaña.

Winter se tensó mientras los dos primeros MT-AT pasaban sobre las aberturas negras sin sospechar lo que se ocultaba dentro de ellas. El transporte de asalto que abría la marcha se detuvo y disparó una primera andanada contra las puertas blindadas con sus dos cañones láser delanteros. La vibración y el estruendo metálico se extendieron por todo el complejo protegido.

El segundo caminante-araña se estaba preparando para abrir fuego cuando masas de tentáculos que ondulaban como látigos surgieron de las cavernas escondidas. Los tentáculos hacían pensar en un amasijo de gruesos cables flexibles que terminaban en garras-pinza de bordes tan afilados como navajas de afeitar, y su repentina aparición cogió totalmente desprevenidos a los caminantes-araña.

Dos de los brazos en continuo movimiento de ODIE se curvaron alrededor del primer caminante y lo arrancaron del risco. Después ODIE lanzó al caminante-araña al vacío antes de que la máquina pudiera utilizar sus garras neumáticas para volver a aferrarse a la roca.

El MT-AT cayó en un largo despeñarse agitando frenéticamente sus patas, y chocó con otro transporte de asalto durante su descenso. Las dos máquinas cayeron juntas y acabaron estallando al estrellarse contra las escarpaduras del fondo.

El tercer caminante-araña disparó sus cañones láser, dirigiendo los haces hacia las cavernas llenas de sombras. Uno de los tentáculos de ODIE se retiró velozmente, y el negro látigo humeante se esfumó en las profundidades de los túneles; pero otros tentáculos emergieron de distintas aberturas para envolver al caminante en una apretada red. Los cañones turboláser volvieron a hacer fuego y arrancaron fragmentos de roca con su desesperada andanada. ODIE aumentó la presión que estaban ejerciendo sus tentáculos, y fue doblando las patas articuladas hasta que las articulaciones chirriaron y los gruesos remaches salieron despedidos de sus orificios.

Los sensores instalados en las puntas de los tentáculos ya habían comprendido para qué servían las cabinas de los MT-AT. Las enormes garras de plastiacero de ODIE se abrieron paso a través de la estructura blindada, rajaron el techo de punta a punta y sacaron a dos soldados de las tropas de asalto del compartimento para arrojarlos hacia el precipicio como huesos roídos echados a la basura después de un banquete. El transporte que se había quedado sin piloto cayó rodando por el risco mientras los cinco transportes de asalto restantes se apresuraban a apartarse de su trayectoria.

Winter apretó los puños y fue regularizando poco a poco su respiración entrecortada en un intento de calmarse. El androide defensivo semiorgánico había conseguido eliminar tres de las máquinas atacantes, pero Winter estaba casi totalmente segura de que sería destruido por las cinco restantes.

Ackbar había propuesto crear un androide guardián tomando como modelo al krakana, el temible monstruo marino de Calamari. Científicos calamarianos habían diseñado una máquina muy resistente y parcialmente consciente que imitaba muchos de los rasgos más letales del krakana. Sus tentáculos estaban reforzados con cables de duracero, y sus pinzas de bordes afilados como navajas habían sido recubiertas con aleaciones muy duras. La existencia de ODIE giraba por completo alrededor de la misión de proteger la base que se le había encomendado. Los tentáculos del androide brotaron de la caverna y empezaron a ondular de un lado a otro en busca de nuevas presas.

Tres de los transportes de asalto que seguían intactos treparon hasta ocupar nuevas posiciones flanqueando las aberturas de la catacumba y dispararon repetidamente contra las cuevas. Otro trío de tentáculos surgió repentinamente de un agujero que había parecido estar vacío hasta aquel momento y agarró a un caminante-araña, envolviéndolo y arrastrándolo hasta la aglomeración central de aberturas de la caverna.

Winter se maravilló ante aquella nueva táctica. ODIE no sólo estaba destruyendo otro caminante imperial, sino que también estaba utilizando el MT-AT como escudo. Pero los otros caminantes no dejaron de disparar. Los soldados de las tropas de asalto nunca vacilaban en sacrificar a sus compañeros si ello podía asegurar el éxito de una misión.

Los ocupantes del caminante-araña capturado siguieron disparando. ODIE tiró del MT-AT hasta tenerlo un poco más cerca, y después lo aplastó contra las rocas como si fuese un fruto-joya de corteza enormemente gruesa. El piloto conectó sus cañones desintegradores de alta potencia y lanzó una ráfaga combinada contra las cuevas. La gigantesca explosión arrancó un fragmento colosal de la estructura subterránea de las catacumbas. Llamas y polvo, trozos de rocas y gases volátiles salieron disparados en un inmenso chorro que se alzó hacia los cielos color violeta de Anoth. La onda expansiva vaporizó el núcleo corporal de ODIE e hizo estallar el caminante-araña capturado al mismo tiempo.

El panel de diagnóstico de ODIE se apagó en la sala de operaciones. Winter deslizó las puntas de los dedos sobre la lisa superficie de la pantalla. La primera línea de defensa había acabado con la mitad de los transportes de asalto.

—Buen trabajo, ODIE... —murmuró—. Gracias.

Los enormes transportes de asalto siguieron moviéndose sobre sus muchas patas y empezaron a atacar las puertas blindadas. Los golpes sordos de los impactos de los haces turboláser y los chirridos de la resistencia que oponían los gruesos paneles metálicos hicieron vibrar el aire.

Winter sabía qué debía hacer, y activó el resto de sistemas defensivos automáticos antes de salir corriendo de la sala de operaciones. Cruzó a toda prisa la caverna en la que el almirante Ackbar había posado su caza B personal hacía poco cuando vino a hacerle una visita, moviéndose con pasos rápidos y silenciosos. Winter deseó que el almirante calamariano pudiera estar a su lado en aquellos instantes. Sabía que siempre podía contar con él, pero por el momento tendría que cuidar de sí misma y del pequeño Anakin sin la ayuda de nadie.

Reprimió implacablemente sus temores personales y se obligó a hacer lo que debía hacerse. No había tiempo para el pánico. Winter corrió a lo largo de los túneles, dejando abiertas las escotillas metálicas para poder huir en cuanto fuera divisada por los soldados de las tropas de asalto. Cuando entró en la gruta que albergaba la pista principal, las repetidas y atronadoras explosiones que llegaban del exterior casi la ensordecieron.

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