Campeones de la Fuerza (24 page)

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Authors: Kevin J. Anderson

BOOK: Campeones de la Fuerza
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Las puertas blindadas habían empezado a curvarse hacia el interior. El metal estaba lleno de abolladuras y brillaba con un resplandor rojo cereza provocado por el fuego láser continuado que iba derritiendo poco a poco la protección exterior, abriéndose paso lentamente hacia el núcleo de metal superdenso. Las puertas siguieron curvándose mientras Winter las contemplaba, y una hendidura apareció en el centro del panel.

Garras articuladas se introdujeron por la abertura. Las andanadas láser continuaron sucediéndose hasta que los pernos de sujeción del panel izquierdo se doblaron bajo el diluvio de energía. El otro panel ya estaba colgando de sus guías.

Un vendaval sibilante entró en la gruta y ululó por ella mientras Winter se preparaba para enfrentarse al ataque.

Los caminantes-araña, aquellas máquinas temibles erizadas de armas y repletas de soldados de élite, entraron en la cámara con un zumbido de motores funcionando a plena potencia.

El destructor
Venganza
mantenía su posición en órbita. El coronel Ardax se llevó las yemas de los dedos al receptor vocal de su oreja y escuchó el informe del grupo de ataque enviado al planetoide que tenía debajo.

—Hemos conseguido abrir una brecha en las puertas blindadas, coronel —dijo el comandante de las tropas de asalto por la radio—. Hemos sufrido bastantes pérdidas, y las defensas rebeldes son muy superiores a lo que esperábamos encontrar. Estamos avanzando con gran cautela, pero esperamos haber capturado al niño Jedi dentro de poco.

—Manténgame informado —dijo Ardax—. Póngase en contacto conmigo cuando hayan completado la misión y haremos los preparativos para recogerles. —Ardax hizo una pausa—. ¿Y el embajador Furgan? ¿Está entre las bajas?

—No, señor —dijo el comandante de las tropas de asalto—. Iba en el último transporte de asalto de nuestro despliegue, y no se ha enfrentado a ningún peligro directo.

El coronel Ardax cortó la transmisión.

—Lástima... —murmuró.

Ardax estaba contemplando los tres planetoides que formaban Anoth cuando las sirenas de alarma empezaron a sonar de repente en toda la cubierta de control del
Venganza
.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó.

Un teniente alzó la vista de su puesto de sensores. Su rostro se había vuelto de un color gris ceniza.

—¡Un navío de combate rebelde acaba de salir del hiperespacio, señor! Su armamento es considerablemente superior al nuestro.

—Prepárense para emprender acción evasiva —ordenó el coronel Ardax—. Bien, parece ser que nos han traicionado...

Ardax tragó aire por entre sus dientes apretados. Furgan debía de haber comunicado sus planes de batalla a los espías rebeldes.

La gran pantalla de comunicaciones siseó con un ondular de estática grisácea que acabó disolviéndose para mostrar la cabeza de pez de un calamariano.

—Aquí Ackbar, al mando del crucero estelar
Viajero Galáctico
—dijo la imagen—. Ríndanse y prepárense para ser abordados. Cualquier rehén de la Nueva República que puedan tener a bordo debe ser devuelto sin que haya sufrido ningún daño.

—¿Contesto, coronel? —preguntó el oficial de comunicaciones.

—Nuestro silencio es una respuesta más que suficiente —dijo Ardax—. En estos momentos nuestro objetivo primario es seguir con vida. El equipo de superficie tendrá que arreglárselas como pueda. Trace un curso para avanzar por entre dos componentes de Anoth. Las descargas eléctricas nos ocultarán a sus sensores, y después podremos huir al hiperespacio. Escudos a máxima potencia.

—Sí, señor —dijo el oficial táctico, y el navegante empezó a trazar el curso solicitado.

—Adelante a toda máquina en cuanto estén preparados —dijo el coronel Ardax, paseando nerviosamente de un lado a otro de la cubierta de control.

El
Venganza
aceleró hacia el conglomerado planetario con una sacudida. El navío de combate rebelde empezó a disparar. El destructor se bamboleó y tembló cuando las explosiones se desparramaron sobre sus escudos.

—Su potencia de fuego es muy superior a la nuestra, señor, pero sus andanadas tienen como objetivo incapacitarnos, no destruirnos.

El coronel Ardax enarcó las cejas.

—Ah, naturalmente... ¡Creen que ya tenemos al niño en nuestro poder! Bien, no les demos ningún motivo para que piensen otra cosa.

El
Venganza
siguió acelerando hacia las amenazadoras fauces del mundo fragmentado.

Leia tensó los puños hasta que sus uñas se hundieron en el liso tapizado del sillón de mando de Ackbar a bordo del
Viajero Galáctico
. El viejo y maltrecho destructor viró en su órbita y empezó a seguir un nuevo curso.

—Parece que han decidido correr el riesgo de averiguar si hablaba en serio, almirante —dijo.

—No están respondiendo a mi mensaje, desde luego —murmuró Ackbar.

—Y no responderán —dijo Terpfen con expresión preocupada desde un puesto auxiliar—. Huirán. Si ya tienen al niño en su poder, no hay nada que pueda retenerles aquí. No correrán el riesgo de luchar contra un navío de combate más poderoso que el suyo.

Leia tragó saliva. Sabía que Terpfen tenía razón, y deseó que Han pudiera estar a su lado en aquellos momentos.

—Entonces no debemos permitir que huyan —dijo Ackbar.

Se había mantenido cerca de Terpfen durante todo el viaje. Ackbar había formado la fuerza de rescate seleccionando a sus miembros de entre los trabajadores más leales de su equipo de salvamento en Ciudad Arrecife del Hogar, y había recogido a otros especialistas de los astilleros de construcción de naves espaciales en órbita. En todo ese tiempo no se había referido a la traición de Terpfen ni una sola vez.

Ackbar y Terpfen estaban librando una especie de conflicto silencioso que hacía pensar en un extraño duelo de voluntades. Ackbar afirmaba entender cómo había sido manipulado su jefe de mecánicos, él mismo había estado prisionero del Imperio, pero en vez de ser programado como espía y saboteador, Ackbar había tenido que convertirse en ayudante de Moff Tarkin contra su voluntad. Habían sido tiempos terribles para él, pero Ackbar había conseguido aprovechar al máximo su relación con el cruel estratega, y acabó transformándola en un recurso más que le había sido de gran utilidad durante el ataque que la almirante Daala había lanzado contra Calamari. Ackbar afirmaba que por fin había llegado el momento de que también Terpfen utilizara sus sufrimientos en contra de los imperiales.

Leia contempló desde el puente de mando del
Viajero Galáctico
cómo la silueta de morro romo del destructor imperial quedaba envuelta en un débil resplandor azulado cuando conectó sus motores sublumínicos. Cerró los ojos, se aferró al respaldo del asiento de Ackbar y desplegó un zarcillo de pensamientos, impulsándolo con su mente en busca de la presencia del pequeño Anakin con la esperanza de poder consolarle o dar con él.

Leia percibió la esencia de su bebé a través de las vastas distancias del espacio, pero no consiguió averiguar su situación y tuvo que limitarse a captar su presencia en la Fuerza. No podía establecer contacto directo, y tampoco podía ver a su bebé. Anakin aún podía estar en Anoth, pero también era posible que se hallase prisionero a bordo del destructor.

—Disparen todas las armas delanteras lanzando andanadas para inutilizar sus sistemas —ordenó Ackbar con una voz increíblemente firme y tranquila—. Limítense a causar los daños suficientes para impedir que entren en el hiperespacio.

Haces de energía de alta potencia se esparcieron sobre los potentes escudos del
Venganza
. La radiación residual ardió alrededor de los puntos de impacto, revelando averías de poca importancia en el casco del navío imperial. Pero el destructor seguía acelerando.

—Va a pasar por entre dos de los planetoides —dijo Leia.

Terpfen se inclinó hacia adelante e hizo girar sus ojos redondos mientras se concentraba.

—Está intentando utilizar las descargas estáticas como medio de camuflaje —dijo—. Hay tanta ionización dispersa que nuestros sensores acabarán perdiendo su señal, y después podrá escapar por el vector que más le convenga antes de que hayamos podido volver a dar con él.

Leia respiró hondo, tratando de calmarse y disipar el nerviosismo que se estaba adueñando de ella. Estaban tan cerca... ¿Qué razón podía tener el destructor para huir salvo la de que Anakin ya se encontraba a bordo? Leia hizo un nuevo intento de percibir la situación del bebé.

Los dos fragmentos envueltos en delgadas capas atmosféricas del cuerpo primario de Anoth ya se alzaban delante del destructor, con un canal muy angosto entre ellos. Rayos que parecían uñas gigantescas rebotaban de una atmósfera a otra mientras los fragmentos en órbita iban acumulando una carga electrostática increíblemente potente.

—Aumenten la velocidad —ordenó Ackbar—. Deténganles antes de que se pierdan entre la estática.

El capitán del destructor seguía negándose a responder a su transmisión.

—Vuelvan a disparar e incrementen la potencia —ordenó Ackbar.

Los haces turboláser hicieron impacto en el
Venganza
por estribor, produciendo una oscilación lateral claramente visible con la inercia de las andanadas. Los escudos se doblaron, y algunos componentes de los motores sublumínicos del destructor dejaron de funcionar. Pero el capitán seguía huyendo. El destello blanco azulado que brotaba de los escapes se hizo un poco más intenso cuando los motores aceleraron todavía más, preparando la nave para el salto al hiperespacio.

—¡No! —gritó Leia—. ¡No dejen que se lleven a Anakin! Si...

Pero el destructor imperial se metió por el angosto pasaje entre el planeta fragmentado antes de que hubiera podido terminar de hablar.

Un deslumbrante trazado de estática recubrió los escudos exteriores del
Venganza
, envolviéndolos como un capullo de oruga a medio formar. El resplandor de un cono de ionización se fue desplegando por delante del casco a medida que la nave se abría paso por entre la cada vez más saturada atmósfera e iba formando espectaculares sistemas de tormentas.

Leia cerró los ojos e hizo un desesperado esfuerzo de concentración. Si pudiese llegar a establecer una conexión entre la mente de Anakin y la suya, entonces tendría una minúscula posibilidad de poder seguir la pista de su bebé después de que el destructor se hubiera desvanecido en el hiperespacio.

Captó las presencias de las personas que viajaban a bordo del navío de combate imperial, pero no percibió el más mínimo destello indicador de que su hijo o Winter, su guardiana y protectora, estuviesen allí. Leia desplegó aún más lejos su red de búsqueda mental mientras el
Venganza
continuaba atravesando aquel angosto callejón de atmósfera.

El gigantesco navío blindado era como una sonda metálica introducida entre un par de baterías cargadas al máximo, y el destructor se convirtió en un cortocircuito a través de las dos atmósferas supercargadas.

Un relámpago colosal se abrió paso a través de la atmósfera y se extendió a lo largo del navío de combate como una cadena de fuego. Un río de energía pura chocó con el
Venganza
desde ambos lados, haciéndolo desaparecer en un huracán de electricidad aniquiladora que sólo dejó la sombra fugaz de una imagen residual en la pantalla.

Ackbar dejó escapar un jadeo claramente audible e inclinó la cabeza. Terpfen se derrumbó en su asiento, pero Leia había estado observando la destrucción con sólo una parte de su mente. Volvió a desplegar sus pensamientos a través del espacio..., hasta que por fin logró encontrar el punto de brillantez que era Anakin, el más pequeño de sus tres hijos.

Terpfen se puso en pie moviéndose tan despacio como si ya estuviera rodeado de gruesas cadenas.

—Ministra Organa Solo, me entrego a... —empezó a decir. Leia le interrumpió meneando la cabeza.

—No habrá ningún castigo, Terpfen —dijo—. Anakin sigue con vida y está en el planeta, pero en estos momentos corre un terrible peligro. Tenemos que darnos prisa.

20

Winter estaba agazapada al lado de la escotilla metálica en el exterior de la gruta de descenso. Sostenía una pistola desintegradora en una mano, sabiendo que su cabellera blanca y sus prendas de color claro harían que resultara fácilmente visible incluso en la penumbra.

Cuatro enormes transportes de asalto mecanizados se abrieron paso cautelosamente a través de los restos del panel izquierdo de la puerta y se detuvieron con un siseo de motores en el centro de la gruta. Los paneles de transpariacero de las cabinas subieron con un zumbido estridente para permitir la salida a los soldados de las tropas de asalto imperiales.

Winter movió rápidamente los ojos de un lado a otro haciendo una veloz evaluación de la situación. Cada uno de los cuatro caminantes-araña llevaba dos soldados a bordo, lo cual daba un total de ocho objetivos. Winter alzó su pistola desintegradora y apuntó el cañón hacia el soldado de armadura blanca más cercano.

Winter disparó tres ráfagas en rápida sucesión. No pudo ver cuántas habían llegado a hacer impacto en el soldado, pero éste salió despedido hacia atrás con su armadura hecha pedazos. Más soldados empezaron a salir corriendo de los transportes, disparando en todas direcciones mientras lo hacían.

Winter volvió a agazaparse, pero no pudo volver a disparar. El último caminante-araña abrió su cabina para revelar a un soldado de las tropas de asalto y a un hombre bajito y achaparrado de cejas enormes y labios muy gruesos.

Los otros soldados ya habían localizado a Winter en su escondite al lado de los restos de la puerta, y empezaron a disparar contra ella lanzando una andanada detrás de otra. Winter fue retrocediendo hacia la escotilla abierta.

Tenía dos opciones: podía volver por donde había venido y permanecer al lado de Anakin para defender al bebé al precio de su vida..., o podía atraer a los siete invasores restantes, alejándolos del bebé y haciendo cuanto estuviese en sus manos para acabar con ellos.

Winter presionó el botón de disparo de su pistola desintegradora sin apuntar el arma, y haces de energía rebotaron por toda la gruta. El hombre achaparrado se agachó buscando refugio bajo la cabina de un caminante-araña.

—¡Id a por ella! —chilló.

Un soldado que seguía dentro de la cabina de pilotaje de su MT-AT apuntó sus cañones láser y disparó contra la pared por encima de la cabeza de Winter, dejando un cráter humeante en las rocas.

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