Read Campeones de la Fuerza Online
Authors: Kevin J. Anderson
Jacen y Jaina se lanzaron corriendo a los enormes campos en cuanto se dieron cuenta de que su hermanito ya no estaba allí, afirmando que encontrarían al pequeño Anakin enseguida... y, naturalmente, el resultado había sido la desaparición de los tres niños. Chewbacca y Cetrespeó estaban intentando no armar demasiado jaleo mientras seguían con su búsqueda.
—¡Jacen, Jaina! —exclamó Cetrespeó—. Oh, cielos... ¿Qué vamos a hacer, Chewbacca? Esto es terriblemente embarazoso...
Avanzaron tambaleándose por entre frondosos matorrales de hierba que llegaban hasta el pecho de Chewbacca. Cetrespeó extendió sus brazos dorados intentando abrirse un camino.
—Estas hierbas me están dejando las planchas llenas de arañazos —dijo—. Nunca fui concebido para este tipo de trabajos.
Chewbacca inclinó la cabeza a un lado para escuchar sin prestar ninguna atención a las quejas de Cetrespeó. Podía oír las risitas de los niños envueltas en el continuo susurro de los tallos de hierba en algún lugar por delante de ellos. El wookie siguió abriéndose paso a través de la vegetación, moviendo sus manazas peludas de un lado a otro para apartar los tallos de su camino. Cuando llegó al sitio del que procedían los sonidos que había oído no encontró ningún niño, y sólo pudo ver un rastro de pisadas. Chewbacca se dijo que acabaría dando con ellos más pronto o más tarde.
Y un instante después oyó una voz estridente casi ahogada por la densa hierba.
—¡Oh, Chewbacca! —gritó Cetrespeó detrás de él—. ¿Dónde te has metido? ¡Me he perdido!
El almirante Ackbar permanecía rígidamente inmóvil en posición de firmes sobre el liso mosaico de la plataforma de cuadrados de mármol sintético. Winter se hallaba igualmente inmóvil junto a él, envuelta en su túnica blanca, y los dos escuchaban la música de la catedral. Estaban rodeados por dignatarios de otros mundos y representantes de varios planetas, todos esplendorosamente ataviados.
Al principio Ackbar no había querido venir a la ceremonia de inauguración, ya que había causado accidentalmente la destrucción de la antigua Catedral de los Vientos. Temía que los vors pudieran albergar algún resentimiento contra él, pero los vors eran una raza extrañamente desprovista de emociones a la que no parecían afectar en lo más mínimo los acontecimientos individuales. Se limitaban a seguir adelante, recuperándose rápidamente y esforzándose al máximo para completar sus planes. No habían censurado a la Nueva República y no habían exigido ninguna compensación por lo ocurrido, y se habían limitado a trabajar incansablemente en la reconstrucción de la Catedral de los Vientos.
El viento silbaba alrededor de Ackbar. La música era bellísima.
Cerca de ellos había una mujer muy hermosa cubierta de joyas y prendas de brillantes colores primarios que se agarraba al brazo de un joven de aspecto cansado y macilento medio derrumbado en su sillón. Ackbar volvió la mirada hacia ellos durante unos momentos y después se inclinó hacia Winter.
—¿Podrías decirme quiénes son esas dos personas? —preguntó en voz baja—. No las reconozco.
Winter estudió a la pareja y su rostro adquirió una expresión absorta y distante, como si estuviera repasando ficheros en su mente.
—Creo que son la duquesa Mistal de Dargul y su consorte —acabó diciendo.
—Me preguntaba por qué estará tan abatido —dijo Ackbar.
—Quizá no le gusta la música —sugirió Winter, y se sumió en un silencio bastante tenso—. Me alegra que decidiera volver al servicio de la Nueva República, Ackbar —dijo pasados unos momentos—. Tiene una gran aportación que hacer al futuro de nuestro gobierno.
Ackbar asintió solemnemente mientras contemplaba a la humana que había servido a Leia durante tantos años como acompañante y protectora.
—Y a mí me alegra verte libre del exilio en Anoth, Winter —dijo—. Empezaba a estar un poco preocupado por ti. Tus talentos personales y tu capacidad de percepción nos son muy necesarios en estos momentos, y siempre he valorado mucho tus aportaciones.
Ackbar se dio cuenta de que Winter ocultó meticulosamente su expresión, permitiendo que sólo el destello casi imperceptible de una sonrisa mostrara que ella estaba siendo tan cautelosa como él.
—Bien, entonces todo va bien —dijo Winter—. Supongo que en el futuro nos veremos con más frecuencia, ¿no?
Ackbar asintió.
—Creo que eso me gustará mucho.
Qwi Xux escuchaba con fascinación la música de los vientos. Las notas se hacían más agudas y luego iban descendiendo poco a poco por la escala armónica, entretejiéndose para formar una complicada melodía que nunca llegaría a repetirse, ya que los vors prohibían que se llevara a cabo ninguna grabación de sus conciertos de las tormentas, y no había dos que fueran totalmente iguales.
Las criaturas aladas revoloteaban subiendo y bajando por los conductos cristalinos, abriendo trampillas y tapando agujeros con sus manos o sus cuerpos para dar forma a la sinfonía, impulsándola y dirigiéndola mientras la tormenta se iba aproximando rápidamente.
La música parecía contar la historia de la vida de Qwi. Creaba vibraciones emocionales dentro de ella, y soplaba por los recovecos de su corazón de tal manera que Qwi por fin podía oír las sensaciones y emociones que había experimentado a lo largo de toda su existencia: la pérdida de su infancia, la tortura de su adiestramiento, el lavado de cerebro y los años que había pasado prisionera en la Instalación de las Fauces..., y la repentina excitación jubilosa de la libertad cuando conoció a miembros de la Nueva República que la ayudaron a escapar..., y después la aparición de Wedge Antilles, que le había abierto las puertas de más mundos nuevos y de un sinfín de amaneceres resplandecientes que Qwi nunca había sido capaz de imaginar hasta aquel momento.
Qwi se había recuperado de sus heridas emocionales y había vuelto a la Instalación de las Fauces. Había recorrido los pasillos y había puesto los pies en su antiguo laboratorio, y había acabado decidiendo que no seguiría llorando esos viejos recuerdos perdidos.
Kyp Durron había cometido un acto de horrible violencia cuando borró sus pensamientos, pero con el paso del tiempo Qwi había llegado a pensar que aquel joven atormentado y manipulado por el lado oscuro quizá le hubiese hecho un gran favor después de todo. Qwi no deseaba recordar cómo funcionaban sus armas devastadoras. Tenía la sensación de haber renacido, como si se le hubiera proporcionado una nueva oportunidad de iniciar una vida con Wedge, una nueva existencia en la que por fin quedaría liberada del terrible peso de los oscuros pensamientos asociados con las invenciones letales que había ayudado a crear.
La música continuaba sonando. Las notas eran huecas y melancólicas, y de repente se volvían tan jubilosas que llenaban de una inmensa alegría a quien las escuchara, creando un contrapunto inexplicable que no se parecía a nada de cuanto Qwi hubiese podido experimentar hasta aquel momento.
—¿Te gustaría volver a Ithor conmigo? —le susurró al oído Wedge, inclinándose sobre ella—. Esta vez sí que podríamos disfrutar de nuestras vacaciones.
Qwi le sonrió. La idea de visitar de nuevo las exuberantes junglas de aquel planeta le resultaba enormemente atractiva: las ciudades alienígenas autosuficientes que flotaban sobre las copas de los árboles, sus apacibles moradores... La experiencia aliviaría el dolor de los recuerdos que había perdido allí.
—¿Quieres decir que ya no es necesario que sigamos escondiéndonos de los espías imperiales y de la almirante Daala?
—Ya no tendremos que preocuparnos más por ellos —respondió Wedge—. Podremos concentrarnos por completo en la tarea de pasarlo bien.
Los vors abrieron todas las ventanas y trampillas de la Catedral de los Vientos. El centro de la tormenta lanzó sus vendavales más potentes contra la estructura, y la música se fue alzando en una espiral cada vez más amplia hasta llegar a un final triunfante que pareció desplegar sus ecos por toda la galaxia.
La claridad del amanecer se estaba extendiendo sobre la cuarta luna de Yavin.
Erredós subió por la rampa de losas emitiendo pitidos y silbidos electrónicos mientras los nuevos Caballeros Jedi le seguían. Se congregaron en silencio sobre la cima del Gran Templo para contemplar las copas de los árboles cubiertas de neblina. El gigante gaseoso anaranjado quedó iluminado desde atrás cuando el sol del sistema se fue aproximando a él, inundando todas las capas superiores de la atmósfera con su luz.
La luna de la jungla siguió avanzando en su órbita, y Luke Skywalker se puso al frente del desfile para saludar la llegada del amanecer. El joven Kyp Durron caminaba junto a él, todavía con una leve cojera secuela de sus heridas recién curadas, pero moviéndose con un paso firme y decidido que revelaba una enorme fortaleza interior. Kyp había cambiado mucho en muy poco tiempo.
El joven se había enfrentado a la prueba más terrible de todas las que habían padecido los nuevos Jedi, pero los otros estudiantes de Luke también habían demostrado ser más grandes de lo que él había imaginado en un principio y de cuanto se había atrevido a esperar.
Juntos habían vencido a Exar Kun, el Señor Oscuro del Sith. Cilghal había salvado la vida de Mon Mothma mediante nuevas técnicas curativas Jedi. Streen había recuperado la confianza en sí mismo, y había demostrado una sorprendente capacidad para percibir y manipular el clima.
Tionne continuaba con su empeño de resucitar la historia Jedi, un trabajo que se había vuelto todavía más difícil después de la destrucción del Holocrón Jedi; pero Luke sabía que había otros Holocrones por encontrar, aunque quizá pudieran llevar milenios perdidos. Muchos de los antiguos Maestros Jedi habían grabado su vida y su sabiduría en aquellos artefactos.
Otros, como Dorsk 81, Kam Solusar y Kirana Ti, todavía no habían revelado sus aptitudes particulares, pero sus poderes eran amplios y fuertes. Algunos de los nuevos Jedi se quedarían en Yavin 4 y seguirían adiestrándose y desarrollándose, y otros se desplegarían por la galaxia para emplear sus capacidades como Caballeros Jedi en defensa de la Nueva República.
Erredós silbó un anuncio, su predicción del momento en el que el primer rayo de sol caería sobre el ápice del templo. El pequeño androide parecía inmensamente satisfecho de poder estar al lado de Luke.
Luke reunió a sus Caballeros Jedi a su alrededor y percibió el entrelazamiento de su creciente poderío. Eran un equipo, no un mero conjunto de individualidades imprevisibles con poderes y capacidades que no comprendían.
Los Caballeros Jedi permanecían inmóviles sobre las losas desgastadas por la intemperie de la plataforma de observación con la mirada vuelta hacia el sol escondido. Luke intentó encontrar palabras con las que expresar su inmenso orgullo y lo mucho que esperaba de ellos.
—Sois los primeros de los nuevos Caballeros Jedi —dijo por fin, alzando las manos como en un gesto de bendición—. Sois el núcleo de lo que llegará a ser una gran orden que consagrará todos sus esfuerzos a proteger a la Nueva República. Sois campeones de la Fuerza.
Sus estudiantes no dijeron nada y no reaccionaron de ninguna manera visible a sus palabras, pero Luke percibió el repentino agitarse de sus emociones y el orgullo que sentían.
Habría otros estudiantes, nuevos candidatos que vendrían a su Academia Jedi. Luke tenía que enfrentarse al hecho de que algunos de ellos podían serle arrebatados por el lado oscuro, pero cuantos más defensores de la Fuerza pudiese adiestrar, más poderosas serían las legiones del lado de la luz.
Los Jedi reunidos en la cima del templo dejaron escapar un jadeo ahogado colectivo cuando el sol apareció por detrás de Yavin. Rayos de una deslumbrante claridad blanca que brillaban como gemas facetas-de-fuego se derramaron sobre las junglas de la luna, reflejándose y refractándose sin cesar al atravesar los torbellinos de la atmósfera.
Erredós emitió un silbido estridente, y los Jedi se limitaron a contemplar el amanecer en silencio.
La tempestad del arco iris proyectó su resplandor sobre todos ellos mientras el amanecer seguía haciéndose más y más luminoso.
[1]
Existe un chiste que se pierde con la traducción, ya que en inglés las siglas del androide defensivo son FIDO (Foreign Intruder Defense Organism), uno de los nombres para perros más comunes en el mundo anglosajón.