Read Campeones de la Fuerza Online
Authors: Kevin J. Anderson
Mara empezó a avanzar por la curva del núcleo del reactor sin esperar a que Lando se mostrara de acuerdo con su plan, se volvió para pedirle un segundo detonador y lo colocó sobre otra plancha del casco.
Lando podía percibir las débiles vibraciones del núcleo en forma de un palpitar bajo sus botas magnéticas. La energía almacenada parecía moverse en una nerviosa agitación, acumulándose rápidamente en una impaciente espera del momento en el que por fin sería dejada en libertad.
Atravesar la circunferencia del gigantesco núcleo de energía y colocar los siete detonadores pareció exigir toda una eternidad. Cuando volvieron al punto de partida, Mara se inclinó hacia Lando hasta que éste pudo ver su cara a través de la curva del visor facial.
—¿Preparado, Calrissian?
—Desde luego —respondió Lando.
Mara presionó el botón activador del primer artefacto. Los detonadores iniciaron la cuenta atrás, indicándolo con un parpadeo azul que fue claramente visible alrededor de todo el perímetro.
—Volvamos al
Halcón
, y aprisa —dijo Mara.
Lando empezó a seguirla.
Un instante después un movimiento apenas percibido por el rabillo del ojo a un lado de aquel casco tan grande como un cubo atrajo su atención, y Lando volvió la cabeza con el tiempo justo de ver el voluminoso traje blindado de un soldado imperial. El enemigo parecía un caminante AT-AT con forma de ser humano, y su traje tenía articulaciones reforzadas en los codos y las rodillas, enormes y pesadas botas..., y hojas vibratorias como garras incrustadas en los guantes. Un solo tajo de esas armas bastaría para que el soldado desgarrara el traje de Lando, matándole con la descompresión explosiva que se produciría como resultado de la abertura.
El soldado salió de una escotilla de acceso a la estructura situada por encima de ellos, y permitió que la baja gravedad amortiguara su caída mientras su considerable masa descendía sobre el núcleo de energía. Sus botas resonaron sobre el metal cuando aterrizó al lado de Lando y Mara.
—¿De dónde ha salido? —preguntó Lando, y se agachó mientras el soldado saltaba sobre él con las hojas vibratorias de sus guantes precediéndole.
Lando se dobló hacia atrás como un árbol mucoso azotado por una tempestad. Sus botas magnéticas mantuvieron inmóviles sus pies sobre las planchas, pero lanzó todo el cuerpo en la dirección opuesta. Las hojas vibratorias pasaron zumbando junto a su pecho.
Mara reaccionó con más rapidez que él e hizo girar el recipiente con acolchado protector vacío que había contenido los detonadores, impulsándolo con todo el peso de su cuerpo. Un afilado canto metálico chocó con el grueso casco del soldado.
El soldado extendió un brazo y atravesó el recipiente con sus garras vibratorias. Mara aprovechó su fugaz momento de pérdida del equilibrio para agarrar a Lando y añadir su masa a la suya mientras empujaba al soldado. Usó un pie para desprender una bota del soldado de las planchas metálicas mientras éste se debatía desesperadamente intentando recuperar el equilibrio, y después se lanzó sobre él. El impacto desprendió la bota magnética del suelo, y el soldado se encontró sin ningún punto de sujeción.
La inercia que le había proporcionado el ataque de Mara y el que hubiese dejado de estar adherido al núcleo hicieron que el soldado empezara a caer. Agitó frenéticamente los brazos intentando encontrar algún asidero en la lisa superficie del cilindro, pero siguió resbalando hacia los puntos de contacto envueltos en nubes de energía llameante. Las hojas vibratorias de sus guantes dejaron largas marcas plateadas en el metal, pero no consiguieron frenar su caída.
El soldado fue atraído inexorablemente hacia abajo hasta que acabó llegando a la zona de descarga entre los puntos de contacto, donde quedó convertido en vapor que se esfumó con un último chisporroteo de estática verde y azul.
Los detonadores continuaban su cuenta atrás.
—Vamos para allá, Han —transmitió Lando—. Asegúrate de que estás preparado para despegar en cuanto lleguemos, viejo amigo.
Un instante después sintió una vibración a través de las suelas de sus botas, y alzó la mirada para ver cómo otro soldado se dejaba caer desde las pasarelas. El recién llegado iba armado con un rifle desintegrador, pero Lando supuso que no se atrevería a usarlo estando tan cerca del núcleo de energía.
El segundo soldado alzó su rifle desintegrador y lo movió indicándoles que debían rendirse, pero ninguna voz surgió de las radios de sus cascos. Lando se preguntó si el soldado habría sintonizado una frecuencia distinta, o si se limitaba a esperar que los movimientos amenazadores del rifle fuesen considerados como un lenguaje universal.
—¿Puede oírnos? —preguntó Lando.
—¿Quién sabe? Distráele... Se nos está acabando el tiempo.
Lando empezó a agitar sus manos enguantadas y extendió un brazo hacia la llanura metálica, señalando los detonadores que continuaban parpadeando. Después movió las manos en un frenético aleteo, y terminó desplegando los brazos en un intento de sugerir una gigantesca explosión.
El soldado volvió la cabeza, y Mara saltó hacia adelante y agarró el cañón de su rifle desintegrador y lo utilizó como palanca. La inercia de su cuerpo y las condiciones de caída libre bastaron para que el soldado perdiese el equilibrio y saliera despedido hacia las pasarelas de arriba.
—¡Vamos! Olvídate de él... —dijo Mara volviendo a reunirse con Lando—. Tenemos que llegar al
Halcón
antes de que esos detonadores estallen.
Mara y Lando iniciaron el regreso a la nave, corriendo tan deprisa como podían y agarrándose a las vigas de soporte. El segundo soldado logró extender un brazo y aferrarse a un conducto refrigerante del amasijo de tubos y cañerías, deteniendo su incontrolable caída. Después reanudó su descenso hacia el núcleo de energía, ignorando a Lando y Mara e intentando llegar lo más deprisa posible a los detonadores.
Lando podía sentir cómo el enorme traje de Chewbacca se doblaba continuamente a su alrededor haciendo que le resultara muy difícil caminar. Miró hacia atrás y vio que el soldado estaba manipulando los detonadores, pero sabía que Mara los había conectado con un bloqueo cibernético. Ya sólo faltaban unos minutos para que se produjera la explosión, y el soldado no podría impedirla.
Lando y Mara entraron en el
Halcón
cuando faltaba menos de un minuto para el momento de la detonación, y sellaron la escotilla en el mismo instante en que Han desprendía la garra de sujeción.
—¡Vaya, me alegra mucho que hayáis podido acompañarme! —gritó Han, y conectó los aceleradores sin perder ni un segundo.
El
Halcón
salió disparado a lo largo del ecuador de la
Estrella de la Muerte
. Sus motores sublumínicos iban dejando una estela de fuego blanco detrás de él.
El soldado superviviente logró llegar hasta el anillo de detonadores. Trabajó meticulosa pero rápidamente y fue desconectándolos uno por uno, utilizando el soldador láser incorporado a su traje para extraer los explosivos. Cuando terminaba con un detonador, arrojaba al espacio el artefacto que seguía parpadeando.
Consiguió desactivar seis de los siete detonadores. El soldado estaba inclinado encima del último y ya había empezado a desprenderlo de la plancha cuando estalló debajo de él.
La almirante Daala estaba contemplando la batalla espacial que se libraba a su alrededor. Su rostro mostraba una invariable expresión desdeñosa mientras observaba los deslumbrantes resplandores del combate, y tenía las mandíbulas apretadas.
El ataque no iba demasiado bien. Sus fuerzas estaban siendo diezmadas poco a poco. Al principio del enfrentamiento ya no disponía de muchos cazas TIE, pues la mayor parte de sus efectivos habían quedado abandonados en la Nebulosa del Caldero cuando Daala hizo virar el
Gorgona
para escapar a las explosiones estelares. Sólo contaba con sus reservas, y los cazas estelares de los rebeldes ya habían eliminado a un gran número de sus aparatos.
Cuando el prototipo de la
Estrella de la Muerte
volvió a aparecer entre los torbellinos de gases que giraban sobre su cabeza, Daala había sentido un escalofrío de temor respetuoso. El enorme potencial destructivo surgido repentinamente ante ella y del que podría disponer para alcanzar sus objetivos la había llenado de júbilo. El curso de la batalla había cambiado, y por fin podrían acabar con la plaga rebelde.
Pero cuando supo que el prototipo estaba pilotado por Tol Sivron, aquel estúpido incompetente, sus esperanzas se fueron desvaneciendo rápidamente.
—¿Por qué no dispara? —preguntó—. Una sola ráfaga del superláser de la
Estrella de la Muerte
bastaría para destruir las tres corbetas y la fragata. ¿Por qué no dispara de una vez?
El comandante Kratas permanecía inmóvil junto a ella.
—No lo sé, almirante.
Daala le fulminó con la mirada para dejar claro que no había esperado ninguna respuesta.
—Tol Sivron no ha tenido ni una sola iniciativa en toda su vida —siguió diciendo—. Tendría que haber sabido que no podía esperar que cumpliese con su deber ahora... Redoblen nuestros ataques contra la Instalación de las Fauces, y demostremos a Tol Sivron lo que se debe hacer.
Daala entrecerró los ojos y sus luminosas pupilas verde esmeralda recorrieron el puente.
—Basta de prácticas —dijo—. Ha llegado el momento de destruir la Instalación de las Fauces de una vez y para siempre... ¡Abran fuego!
Una especialista táctica golpeó el panel de control con el puño en la sala de operaciones de la Instalación de las Fauces.
—¡Los escudos están empezando a fallar, general Antilles! —anunció.
Un ingeniero llegó corriendo por el pasillo y entró en la sala. Estaba jadeando, y tenía el rostro enrojecido. El sudor le había pegado los cabellos a la frente, y sus ojos azules estaban vidriados por el pánico.
—¡Los sistemas de refrigeración temporal que instalamos en el asteroide del reactor se han averiado debido a los repetidos impactos! No esperábamos que tuvieran que aguantar un castigo semejante... El reactor va a estallar de un momento a otro, y esta vez no hay ninguna posibilidad de improvisar algún tipo de control.
Wedge apretó los dientes, miró a Qwi y le estrechó la mano.
—Bien, creo que le vamos a ahorrar unas cuantas molestias a Daala —dijo—. Ha llegado el momento de evacuar el complejo. Luke había estado inmóvil a su lado, pero giró bruscamente sobre sí mismo en aquel instante.
—¡Eh! ¿Dónde está Kyp?
Pero el joven había desaparecido.
—No lo sé —respondió Wedge—, pero no tenemos tiempo de buscarle.
El corazón de Kyp Durron latía con un palpitar ensordecedor dentro de su pecho, pero usó una técnica de relajación Jedi y se obligó a calmarse. Necesitaba que todo su organismo funcionara de la manera más eficiente posible proporcionándole energías cuando las necesitara, y no podía permitir que el miedo o el agotamiento le impidiesen alcanzar su objetivo.
La algarabía de las alarmas y el estrépito del ataque exterior hacían vibrar toda la Instalación. Soldados de la Nueva República iban y venían a la carrera por los pasillos, recogiendo equipo y apresurándose para volver a sus transportes.
Nadie se detuvo a mirar a Kyp. Si alguien se hubiera tomado la molestia de preguntarle qué estaba haciendo allí, Kyp habría utilizado un sencillo truco Jedi para distraerles y nublar sus memorias, haciéndoles creer que nunca le habían visto.
El Maestro Skywalker no se había dado cuenta de su marcha, y eso le complacía. La repentina aparición de la
Estrella de la Muerte
y las repetidas andanadas que llovían desde el
Gorgona
habían hecho que Kyp comprendiera lo que debía hacer.
También sabía que el Maestro Skywalker intentaría detenerle, y Kyp no podía perder ni un segundo discutiendo con él.
Había utilizado sus poderes —y esperaba fervorosamente que fuesen poderes del lado de la luz— para distraer a todos los que le rodeaban mientras salía al corredor. Kyp había envuelto sus pensamientos y sus intensas emociones en un velo de neblina, y eso haría que Kyp pasara desapercibido entre el caos a menos que el Maestro Skywalker hiciera un esfuerzo claramente dirigido a dar con él.
El compás de la batalla que se estaba librando en el exterior se fue acelerando mientras corría por los pasillos, y Kyp comprendió que la Instalación de las Fauces no podría aguantar mucho más tiempo. Si el prototipo de la
Estrella de la Muerte
conseguía disparar su haz superláser aunque sólo fuera una vez, todos quedarían aniquilados en un instante. La
Estrella de la Muerte
se había convertido en la principal amenaza de la nueva situación.
Kyp siguió corriendo por los túneles abiertos en la roca que llevaban hasta el hangar de mantenimiento donde había posado el
Triturador de Soles
, y recordó cómo él y Han habían huido de las minas de especia de Kessel. Pensar en Han hizo que se sintiera desgarrado por una punzada de dolor y pena.
La
Estrella de la Muerte
había vuelto a aparecer en el centro de las Fauces, pero Kyp no había visto ni rastro del
Halcón Milenario
. ¿Significaría eso que Han había muerto, que había sido destruido durante su intento de sabotaje?
Kyp había sido maldecido con el defecto de ser tan impulsivo que tomaba las decisiones y las llevaba a la práctica sin detenerse a pensar en las consecuencias, pero en aquellos momentos el defecto se había convertido en una virtud. Tenía que combatir a los enemigos de la Nueva República, y no podía pararse a pensar y sopesar los resultados finales de sus acciones.
Kyp sabía que tenía muchas culpas que expiar. Había prestado oídos a las enseñanzas oscuras de Exar Kun, y había estado a punto de acabar con su instructor y Maestro Jedi. Había arrancado los recuerdos de la mente de Qwi Xux. Había robado el
Triturador de Soles
y había destruido sistemas estelares enteros..., y había causado la muerte de su hermano Zeth.
Estaba decidido a hacer cuanto pudiera para salvar a sus amigos, y no sólo para aliviar su conciencia culpable, sino también porque merecían vivir y poder continuar su lucha para que la libertad acabase reinando en toda la galaxia.
Kyp contempló la lustrosa textura metálica de los flancos facetados del
Triturador de Soles
. El blindaje cuántico reflejaba la luz despidiéndola en direcciones imprevisibles y distorsionándola, con el resultado de que creaba la impresión de que la superarma había sido construida con haces de una extraña luz lenta.