Read Campeones de la Fuerza Online
Authors: Kevin J. Anderson
Luke le explicó lo ocurrido con el prototipo y que Han, Lando y Mara Jade habían sido vistos por última vez dentro de su superestructura.
Wedge meneó la cabeza.
—El
Triturador de Soles
y el
Gorgona
ya están aquí... ¿Y ahora me dices que la
Estrella de la Muerte
ha vuelto? —Parpadeó con incredulidad antes de empezar a dar órdenes al equipo táctico—. ¡Ya habéis oído lo que ha dicho Luke! Parece que no tardaremos en ver llegar otra gran sorpresa...
No parecía posible, pero todo el mundo se las arregló para empezar a moverse un poco más deprisa que antes. Luke alzó la mirada hacia los enormes tragaluces del centro de operaciones, y la percepción llegó antes que la visión.
La esfera armilar del prototipo de la
Estrella de la Muerte
emergió de la masa de colores de las Fauces y se unió al combate, abriéndose paso por entre el retumbar ahogado de las explosiones repetidas y los destellos cegadores de la batalla que se estaba librando encima de sus cabezas.
La garra de descenso del
Halcón Milenario
siguió aferrada a la superestructura de la
Estrella de la Muerte
cuando la esfera volvió a ponerse en movimiento, bamboleándose con una sacudida que hizo temblar todo el esqueleto de vigas y soportes, y empezó a avanzar a gran velocidad a través del cúmulo de agujeros negros.
Han, Lando y Mara permanecían inmóviles en sus asientos giratorios con los arneses de seguridad abrochados y apretaban los dientes para resistir la embestida de la gravedad. El
Halcón
estaba aguantando bastante bien, pero el prototipo acusaba los tirones de las colosales fuerzas de marea.
Han echó un vistazo a las pantallas de diagnóstico en cuanto la dura travesía hubo terminado.
—Tenemos que hacer algo con esos hiperimpulsores —dijo—. Si consiguiésemos ir lo bastante deprisa, podríamos cargarnos el núcleo del reactor y salir huyendo. Pero dado el estado actual del
Halcón
... Bueno, resulta obvio que no podremos alcanzar grandes velocidades, y nunca conseguiríamos alejarnos a tiempo.
Han hizo girar su asiento para mirar a Lando y Mara, y apartó un mechón de cabellos oscuros de sus ojos.
—Y aun suponiendo que lográramos correr lo suficiente para no ser alcanzados por la explosión, necesitamos el máximo de maniobrabilidad o nunca conseguiremos volver a atravesar el cúmulo de las Fauces.
—Por no mencionar el pequeño problema de que no conocemos el camino de salida —dijo Mara—. Mis instintos Jedi no están lo bastante desarrollados para un trabajo tan complicado.
—Eh... Sí, bueno, es otro punto a tomar en consideración —admitió Han.
—Pero tenemos que hacer algo, Han —dijo Lando—. Si la
Estrella de la Muerte
ha decidido volver a la Instalación de las Fauces... Bien, no creo que sea para hacer nada bueno.
—Sí, tienes razón —asintió Han con expresión sombría—. Chewie está ahí dentro con el resto de la fuerza de ocupación, y no voy a dejar tirado a ese wookie si está en apuros.
Mara se levantó de su asiento.
—La respuesta es obvia —dijo—. Tenemos que desactivar ese superláser. —Se encogió de hombros—. Ya que estamos aquí, más vale que hagamos algo.
—Pero los hiperimpulsores... —empezó a decir Han.
—Tienes trajes de vacío, ¿no? —le interrumpió ella—. Un carguero ligero como el
Halcón
debería tener como mínimo un par en el caso de que sea preciso hacer reparaciones de emergencia.
—Siiiiiií —dijo Han, prolongando la palabra y siguiendo sin ser capaz de adivinar lo que se proponía hacer Mara—. Tengo dos trajes, uno para mí y uno para Chewie.
—Estupendo —dijo Mara haciendo chasquear los nudillos—. Calrissian y yo saldremos del
Halcón
y colocaremos detonadores preprogramados en el núcleo del reactor, y mientras tanto tú te dedicarás a trabajar en los hiperimpulsores. Los detonadores preprogramados nos permitirán salir de la superestructura de la Esfera de la Muerte antes de que se produzca la explosión.
Lando se había quedado boquiabierto.
—¿Quieres que yo...?
Los ojos de Mara le desafiaron.
—¿Tienes alguna idea mejor?
Lando se encogió de hombros y sonrió.
—Oh, no —dijo—. Consideraré un gran honor poder acompañarte, Mara.
Lando estornudó mientras daba tirones al enorme traje acolchado que estaba intentando ponerse.
—Huele igual que el pelaje de un wookie —dijo—. ¿Qué pasa, es que Chewbacca se dedicaba a hacer gimnasia con el traje puesto y lo guardaba sin dar tiempo a que se secara el sudor?
Las mangas eran enormes, y sus pies flotaban dentro de las botas diseñadas para un wookie. Lando siguió tirando de los abultados pliegues del traje y los fue recogiendo en su cintura colocándolos uno encima de otro, y después utilizó las tiras de ajuste para ceñirlos a su alrededor. Cuando hubo realizado todas estas operaciones, se sentía como si estuviera caminando envuelto en un gigantesco colchón hinchable.
—Tenemos un trabajo que hacer, Calrissian —dijo Mara—. Deja de quejarte o lo haré yo sola, ¿entendido?
—Nada de eso —replicó Lando—. Quiero ayudarte, Mara, de veras...
—Toma. —Mara le alargó una caja de detonadores—. Te encargarás de llevarlos.
Lando bajó la mirada hacia la caja y tragó saliva.
—Muchas gracias.
Han dejó escapar un gemido ahogado de dolor al golpearse la cabeza con algo en el angosto pasadizo de mantenimiento, y Lando oyó cómo su amigo mascullaba que le habría encantado disponer de un androide para que hiciese el trabajo sucio.
—¡Un par de componentes han quedado totalmente fritos! —les explicó Han a gritos, y su voz resonó por el compartimento envuelta en ecos metálicos—. Pero tengo repuestos..., o por lo menos tengo un par de trastos que se parecen lo suficiente a los componentes originales para que pueda volver a dejar la nave en condiciones de funcionar. Hay tres circuitos fundidos. Podemos prescindir de uno, y haré unos cableados de emergencia derivando las funciones de los otros dos.
—Te damos media hora —dijo Mara, y se puso el casco y activó los sellos del cuello.
Han cambió lentamente de posición dentro del espacio de mantenimiento, que era más o menos del tamaño de un ataúd, y se removió hasta que consiguió sacar la cabeza por el hueco de las planchas. Tenía las mejillas manchadas por las fugas de líquido refrigerante y la grasa.
—Lo tendré todo listo para entonces —dijo.
—Más te vale, si es que vamos a conectar esos detonadores —replicó Lando.
Se colocó el casco y activó los sellos. El casco diseñado para un wookie hacía que tuviese la sensación de llevar una lanzadera encima de la cabeza.
—Vamos, Calrissian —dijo Mara—. Tenemos que hacer un pequeño trabajo de demolición.
Tol Sivron entrecerró los ojos para ver mejor el panorama del centro de las Fauces desde su cómodo sillón. Estaba evaluando la situación, pero no tomaba decisiones..., tal como tenía que hacer un buen administrador.
—Es el Destructor Estelar
Gorgona
, señor —dijo el capitán de las tropas de asalto—. ¿Me pongo en comunicación con él? Sivron frunció el ceño.
—Ya iba siendo hora de que la almirante Daala volviera para cumplir con su deber —dijo.
Sivron aún le reprochaba que hubiera abandonado su misión principal de proteger a los científicos de la Instalación de las Fauces. Los rebeldes ya se habían adueñado del complejo, por lo que era demasiado tarde para que Daala enmendase su error.
—¿Y por qué ha vuelto con sólo un Destructor Estelar? —refunfuñó—. Tenía cuatro Destructores Estelares. No, un momento... Uno de ellos fue destruido, ¿verdad? Bien, de todas maneras Daala tenía tres Destructores Estelares... ¿Quiere poder exhibir su armamento o qué? —Sivron dejó escapar un resoplido desdeñoso—. Bueno, esta vez contamos con nuestra propia
Estrella de la Muerte
, y la idea de utilizarla no nos asusta en lo más mínimo.
—Discúlpeme, director, pero el
Gorgona
parece haber sufrido daños bastante serios —dijo el capitán de las tropas de asalto—. Las fuerzas rebeldes lo están atacando, y creo que tenemos el deber de acudir en su ayuda.
Tol Sivron contempló al capitán con cara de incredulidad.
—¿Quiere que rescatemos a la almirante Daala después de que nos abandonara? Tiene un sentido muy extraño de lo que son las obligaciones, capitán.
—Sí, pero... Bueno, todos estamos librando la misma batalla, ¿no? —preguntó el capitán.
Sivron frunció el ceño.
—Sí, en cierto sentido... Sí, tal vez sí. Pero debemos tener prioridades distintas, como dejó muy claro Daala al marcharse sin nosotros.
Vio cómo las naves rebeldes abrían fuego contra el Destructor Estelar, y contempló cómo la ferocidad del ataque se iba incrementando a medida que los cazas rebeldes se enfrentaban a los cazas TIE en una frenética agitación de alfilerazos láser. La abigarrada batalla producía un efecto casi hipnótico, y Sivron pensó en las abrasadoras tormentas de calor que azotaban Ryloth, el mundo natal de los twi'lek.
Sintió cómo un trozo de hielo cometario se formaba en sus estómagos. Su carrera había sido muy larga y había estado llena de éxitos, pero se disponía a ponerle fin destruyendo el complejo que había administrado con tanta competencia durante muchos años.
—Muy bien —dijo Sivron con voz gélida desde el sillón de pilotaje del prototipo de la
Estrella de la Muerte
—. Demostremos a la almirante Daala que los científicos podemos defendernos sin la ayuda de nadie.
Una sirena de alarma empezó a sonar de repente. Sivron suspiró.
—¿Qué ocurre ahora?
Yemm y Doxin empezaron a pasar las páginas de sus manuales buscando una explicación.
—Hemos detectado la presencia de intrusos —dijo el capitán de las tropas de asalto—. Están en el núcleo de energía... Parece ser que una de esas naves contrabandistas se escondió en la superestructura cuando estábamos en Kessel.
—Bueno, ¿y qué creen que están haciendo? —preguntó Sivron.
—Según nuestras cámaras sensoras, dos personas han salido de la nave y... Bien, por lo que podemos ver... Eh... Parece que están intentando cometer alguna especie de acto de sabotaje.
Sivron se irguió en su asiento, muy alarmado.
—¡Bien, pues impídanselo! —Arrancó el manual de las manos de Doxin y fue pasando rápidamente las páginas—. Utilicen el procedimiento de emergencia número... —Sivron siguió pasando páginas con los ojos clavados en las listas y diagramas, y después pasó unas cuantas páginas más antes de acabar arrojando el manual a un lado con expresión disgustada—. Limítese a utilizar el procedimiento adecuado, capitán. ¡Pero haga algo!
—Sólo disponemos de unos cuantos hombres y no contamos con mucho tiempo —dijo el capitán—. Ordenaré que dos soldados se pongan trajes de vacío y se ocupen personalmente de los intrusos.
—Sí, sí —dijo Sivron moviendo de un lado a otro su mano y hendiendo el aire con las garras—. No me moleste con los detalles. Basta con que elimine el problema, ¿entendido?
Lando movió el escudo facial de su enorme casco intentando ver un poco mejor, pero el traje diseñado para la corpulencia de un wookie no paraba de doblarse a su alrededor adquiriendo formas tan extrañas como incómodas. Sólo el hacerse una idea de hacia dónde avanzaba ya le obligaba a esforzarse el doble de lo que habría tenido que hacerlo si llevara puesto un traje de su talla.
Sus botas magnéticas resonaban sobre las planchas metálicas del gigantesco cilindro que albergaba el núcleo de energía. Un extremo se iba adelgazando igual que una rueca hasta terminar en una punta tan dura como el diamante, y el núcleo ejercía presión sobre otro punto de contacto que brotaba del polo sur de la
Estrella de la Muerte
. El fuego estelar chisporroteaba entre esos dos puntos a medida que la carga se iba acumulando poco a poco.
El esqueleto de vigas, soportes y tubos de acceso, compartimentos delimitados con mamparos, alojamientos temporales y almacenes formaba una especie de jaula gigante a su alrededor. Pasarelas interconectadas cruzaban los espacios abiertos formando una complicada telaraña. El prototipo tenía el tamaño de una pequeña luna, pero su gravedad era muy reducida. Lando tenía que hacer grandes esfuerzos para conservar el equilibrio, y dejaba que sus botas magnéticas determinasen en qué dirección quedaba el «abajo».
—Tenemos que acercarnos un poco más a los módulos de energía —dijo la voz de Mara, convertida en un zumbido metálico por el diminuto auricular que Lando llevaba en la oreja.
Lando buscó una manera de responder y acabó descubriendo cómo podía activar el micrófono de su casco.
—Lo que tú digas. Cuanto más pronto me libre de estos detonadores, más feliz me sentiré... —Lando suspiró, en parte para sí mismo pero también en beneficio de Mara—. Francamente, creía que haber destruido una
Estrella de la Muerte
ya era suficiente para la vida de cualquier hombre.
—Prefiero a los hombres que nunca se conforman con un mero «suficiente» —respondió Mara.
Lando parpadeó, no muy seguro de cómo debía interpretar su comentario, y acabó permitiéndose una gran sonrisa.
Lando fue bajando por el inmenso cilindro del núcleo, extendiendo una mano enguantada para ayudar a Mara. Inclinó su visor para protegerse los ojos del resplandor que brotaba de la descarga producida en los puntos de contacto. El disco enmarcado por dos protuberancias que era el
Halcón
seguía agarrado a una gruesa viga por encima de sus cabezas.
—Bien, creo que no hace falta que vayamos más lejos —dijo Mara extendiendo una mano—. Dame el primer detonador.
Lando hurgó en el recipiente protegido y sacó uno de los gruesos discos que contenía. Mara lo sostuvo cautelosamente en la palma de su guante acolchado y se inclinó para adherirlo a una plancha metálica del casco.
—Iremos dando la vuelta y los colocaremos a intervalos por todo el perímetro —dijo.
Después presionó el botón de sincronización con el pulgar. El detonador quedó iluminado por el lento parpadeo de siete lucecitas que se encendían y se apagaban con la regularidad del latido de un corazón, y esperó el momento de la activación final.
—Cuando estén todos colocados nos daremos veinte minutos estándar de plazo —dijo Mara—. Eso debería ser más que suficiente para volver al
Halcón
y salir de aquí.