Campeones de la Fuerza (46 page)

Read Campeones de la Fuerza Online

Authors: Kevin J. Anderson

BOOK: Campeones de la Fuerza
7.87Mb size Format: txt, pdf, ePub

Daala hizo otra breve inspiración de aire helado y volvió la mirada hacia el visor del puente para contemplar el panorama estelar que se extendía ante ellos, un gigantesco campo de estrellas atravesado por una franja de un blanco lechoso. Después volvió la vista hacia el denso núcleo, y vio cómo las estrellas parecían formar un río colosal que se extendía a través del disco de la galaxia. El
Gorgona
se estaba dirigiendo hacia el abultamiento luminoso del centro galáctico.

—¿Cuál es su opinión sobre la moral a bordo, comandante? —preguntó bajando la voz.

Kratas dio un paso más hacia ella para poder responder en un tono lo más bajo posible.

—Ya sabe que contamos con una dotación excelente, almirante —dijo—. Están bien entrenados y han sido adiestrados concienzudamente, pero... Bueno, han sufrido graves derrotas repetidamente y...

—¿Han perdido la fe en mí? —preguntó Daala.

Su rostro parecía haber sido tallado en piedra. Daala hizo acopio de valor e intentó ocultar que una respuesta afirmativa de Kratas podía resultarle devastadora. Desvió sus ojos verde esmeralda, temiendo que Kratas pudiera ver en ellos algo que la delatara.

—¡Por supuesto que no, almirante! —exclamó Kratas con una sombra de sorpresa en la voz—. Todos tienen la máxima confianza en usted.

Daala asintió para ocultar el prolongado suspiro de alivio que escapó de sus labios, y después se volvió hacia el teniente de comunicaciones.

—Quiero un canal abierto por el intercomunicador general —dijo alzando la voz—. Voy a dirigirme a todo el personal.

Daala intentó poner algo de orden en sus pensamientos mientras el teniente se apresuraba a obedecer con un asentimiento de cabeza.

—Atención todo el personal del
Gorgona
—dijo con voz alta y firme que creó ecos por todos los maltrechos niveles de la nave—. Deseo felicitarles por su excelente comportamiento contra un enemigo que nos vence una y otra vez ayudado por la traición y una increíble buena suerte..., pero ahora debemos prepararnos para la próxima fase de la batalla. Nos dirigimos hacia los Sistemas del Núcleo, las últimas fortalezas que siguen jurando lealtad al Imperio.

Originalmente no tenía intención de unirme a uno de los señores de la guerra imperiales que intentan hacerse con el control de esa zona del espacio, pero los últimos acontecimientos han dejado muy claro que debemos concentrarnos en el combate más importante. Debemos convencerles de que los rebeldes son su verdadero enemigo, y demostrar a quienes siguen siendo leales al Emperador que tenemos que estar unidos para ser fuertes.

Daala hizo una breve pausa antes de seguir hablando.

—Sí, el
Gorgona
ha sufrido graves daños —dijo alzando la voz—. Sí, hemos padecido severas pérdidas. Hemos sido heridos..., ¡pero nunca seremos derrotados!

Pruebas como las que acabamos de vivir sólo sirven para hacernos más fuertes. Sigan esforzándose para conseguir que el
Gorgona
recobre su antiguo poderío. Gracias a todos.

Indicó al teniente de comunicaciones que cortara la transmisión con un gesto de la mano, y se volvió de nuevo hacia el torrente de estrellas en continuo movimiento.

Los bancos de datos del
Gorgona
contenían toda la información que Daala había extraído de los ordenadores de acceso reservado de la Instalación de las Fauces. Los diseños de armas y nuevos conceptos ayudarían enormemente al Imperio en la próxima fase de la guerra.

Daala permaneció inmóvil en el puente helado con sus manos enguantadas a la espalda, y contempló cómo el universo se desplegaba delante de ella.

El Destructor Estelar
Gorgona
siguió avanzando hacia los Sistemas del Núcleo. Daala sabía que la victoria sería suya si continuaba luchando y no se dejaba abatir. Sí, algún día triunfaría...

43

El
Dama Afortunada
estaba sobrevolando la inhóspita superficie de Kessel a poca altura. Los rayos del sol del sistema proyectaban su débil claridad blanquecina sobre las llanuras alcalinas. El cielo centelleaba con chispazos intermitentes, rastros llameantes dejados por los meteoritos de los fragmentos de la luna destrozada de Kessel que seguían precipitándose a través de la tenue atmósfera y que continuarían haciéndolo durante mucho tiempo.

—Vaya, la verdad es que todo esto tiene una especie de belleza particular —dijo Lando.

Mara Jade frunció el ceño con escepticismo en el asiento de pasaje acolchado de la cabina del yate espacial que estaba compartiendo con Lando, y le miró como si pensara que estaba loco..., un pensamiento que ya había cruzado por su cabeza en bastantes ocasiones.

—Si tú lo dices... —murmuró.

—Habrá que trabajar muchísimo, desde luego —admitió Lando.

Levantó una mano de los controles para colocarla sobre el brazo del asiento de su compañera de viaje. Mara se encogió levemente ante el movimiento..., pero no demasiado.

—Lo primero que hay que hacer es conseguir que las fábricas de atmósfera vuelvan a funcionar a plena capacidad —siguió diciendo Lando—. Tendré que traer androides de modelos especiales modificados. Ya he hablado con Nien Nunb, mi amigo sullustano, y me ha dicho que le encantaría vivir en esos túneles. Creo que será un capataz excelente.

Lando enarcó las cejas y obsequió a Mara con su sonrisa más radiante.

—La desaparición de la base lunar dificulta bastante la defensa de las minas de especia —siguió diciendo—, pero estoy seguro de que podremos crear un gran sistema defensivo con la ayuda de la Alianza de Contrabandistas. Tú y yo vamos a ser un equipo magnífico, Mara... Creo que voy a pasarlo en grande trabajando contigo. Mara dejó escapar un suspiro, pero en el sonido había más tolerancia resignada que verdadera irritación.

—Nunca te rindes, ¿verdad, Calrissian?

Lando meneó la cabeza sin dejar de sonreír.

—No —replicó—. El rendirse es algo que nunca ha encajado con mi estilo.

Mara se reclinó en su asiento y clavó la mirada en el visor delantero del
Dama Afortunada
.

—Ya... Me lo temía.

Y el diluvio de estrellas fugaces siguió iluminando los cielos blanquecinos de Kessel por encima de sus cabezas.

Dos androides médicos fueron hacia Mon Mothma para ayudarla cuando emergió goteando del tanque bacta. Mon Mothma se tambaleaba un poco y se apoyó en los lisos hombros de los androides, pero acabó logrando recuperar el equilibrio, respiró hondo, alzó la cabeza y sonrió.

Leia la había estado contemplando, muy impresionada ante la rapidez de su recuperación.

—Nunca pensé que volvería a verte en pie, Mon Mothma —dijo.

—Ni yo —admitió la antigua Jefe de Estado con un encogimiento de hombros—, pero mi cuerpo se está curando a toda velocidad. Los tanques bacta están haciendo horas extra, y el tratamiento ha vuelto a ser efectivo después de que Cilghal extrajera los nanodestructores de mi organismo. Tengo muchas ganas de salir de aquí para poder ver con mis propios ojos todas las novedades que se han producido mientras estaba enferma... He de ponerme al día, Leia, pero los androides médicos dicen que todavía debo seguir aquí durante una temporada y descansar.

Leia se rió.

—No te preocupes por eso, Mon Mothma —dijo—. Dispones de mucho tiempo. ¿Tienes...? —Vaciló, no queriendo presionar a Mon Mothma, pero ardiendo en deseos de conocer la respuesta a la pregunta que no paraba de hacerse—. ¿Tienes alguna idea de cuándo estarás preparada para volver a desempeñar tus deberes como Jefe de Estado?

Mon Mothma fue hacia uno de los sillones que había al lado de los tanques bacta, nuevamente ayudada por los androides médicos, y se instaló lentamente sobre los almohadones. La ropa todavía mojada se pegaba a su cuerpo enflaquecido. Mon Mothma tardó bastante en responder. Cuando por fin alzó la mirada hacia Leia, la expresión que había en su rostro hizo que el corazón le diera un vuelco.

—He dejado de ser la Jefe de Estado, Leia, y ahora el cargo es tuyo —dijo—. He servido fielmente a la Nueva República durante años, pero esta enfermedad me ha dejado muy debilitada..., y no sólo físicamente, sino también a los ojos de la Nueva República. Estamos viviendo tiempos muy difíciles, y la Nueva República debe ser fuerte y parecerlo. Debemos contar con un liderazgo enérgico y lleno de dinamismo. Necesitamos a alguien como tú, Leia... Necesitamos a la hija del legendario senador Bail Organa.

»Mi decisión es firme, y no voy a alterarla. No intentaré recobrar mi antiguo cargo. Ha llegado el momento de que descanse y me recupere, y de que dedique mucho tiempo a pensar en cómo puedo servir mejor a la Nueva República. Nuestro futuro estará en tus manos hasta que las circunstancias aconsejen un nuevo cambio.

Leia tragó saliva y consiguió que sus rasgos adoptaran una expresión de estoicismo tan pétrea e impasible que resultaba claramente cómica.

—Me estaba temiendo que ibas a decir eso —murmuró por fin—. Bien, he conseguido derrotar a unos cuantos renegados imperiales, así que supongo que seré capaz de mantener razonablemente controlados a los miembros del Consejo... Después de todo, ellos están de nuestra parte, ¿no?

—Quizá descubras que los imperiales se rinden con más facilidad que los miembros del Consejo, Leia.

Leia dejó escapar un gemido.

—Sí, probablemente tengas razón...

Los vientos cantaban en el planeta Vórtice. Leia alzó la mirada hacia la Catedral de los Vientos recién reconstruida, que se erguía con un gesto de desafío dirigido hacia las terribles tempestades del planeta. Han, que estaba inmóvil junto a ella, parpadeaba incesantemente con los ojos irritados por los aguijonazos de las brisas, pero también parecía muy impresionado ante la colosal estructura cristalina.

La nueva Catedral era distinta a la que había sido destruida por la colisión con la nave de Ackbar, y sus líneas generales eran más esbeltas y elegantes. Los vors alados no habían mostrado el más mínimo interés por reconstruir el diseño original, y habían seguido un plan que parecía brotar del pensamiento colectivo de sus mentes alienígenas.

Los cilindros de cristal brillaban bajo los rayos de sol en un enorme conjunto de tubos grandes y pequeños que hacían pensar en un órgano colosal. Los vors habían tallado ventanas y muescas sobre las superficies curvas, y los alienígenas de alas coriáceas estaban revoloteando de un lado a otro, abriendo y cerrando los orificios para crear pautas musicales siempre distintas mientras los vientos silbaban por ellos. Todos los asistentes a la ceremonia intentaban mantenerse lo más pegados al suelo posible, pero la Catedral de los Vientos se alzaba tan orgullosamente como el espíritu indomable de la Nueva República.

La tormenta inminente hacía ondular la gruesa alfombra de tallos de hierba púrpuras, marrones y rojos que cubría las llanuras. Los pequeños promontorios que indicaban la situación de las moradas subterráneas donde se refugiaban los vors cuando llegaba el temible apogeo de la estación de las tempestades formaban anillos concéntricos alrededor de los pináculos de la nueva catedral.

Leia y Han estaban encima de un retazo de hierba recubierto con cuadrados de mármol sintético meticulosamente pulimentado que habían sido colocados para formar un pequeño estrado, con una escolta ceremonial de la Nueva República a su alrededor. Los vors giraban por los aires, batiendo sus alas y describiendo círculos encima de los asistentes.

Los alienígenas alados no habían permitido que ningún habitante de otro mundo escuchara el concierto desde que el Emperador Palpatine había establecido su Nuevo Orden. Pero los vors habían decidido volver a tolerar la presencia de espectadores después del éxito de la rebelión, y el permiso se había extendido no sólo a representantes de la Nueva República, sino también a dignatarios procedentes de un gran número de planetas habitados. El primer intento de ir allí con Ackbar hecho por Leia había terminado en un desastre, pero estaba segura de que esta vez todo iría bien.

Han permanecía inmóvil junto a ella vestido con el atuendo de gala diplomático que estaba claro le resultaba altamente incómodo, pero que Leia opinaba le sentaba maravillosamente. Aquello no parecía consolar demasiado a su esposo mientras se removía nerviosamente bajo los tiesos pliegues de la gruesa tela ceremonial.

Han debió de darse cuenta de que Leia le estaba mirando, pues bajó la vista hacia ella para obsequiarla con una de sus típicas sonrisas burlonas. Después se le acercó un poco más, deslizó un brazo alrededor de su cintura y la atrajo hacia él. El viento silbaba alrededor de ellos.

—Ah, qué maravilloso es poder relajarse un poco —dijo—. Y estar con usted, Su Alteza.

—Ahora soy la Jefe de Estado, general Solo —replicó Leia con un brillo malicioso en los ojos—. Quizá debería ordenarle que pasara más tiempo en casa.

Han se rió.

—¿Y crees que eso supondría alguna diferencia? Ya sabes lo mal que se me da obedecer las reglas.

Leia sonrió mientras el viento le agitaba los cabellos.

—Bueno, supongo que tendremos que llegar a alguna clase de compromiso —dijo—. ¿Por qué parece como si toda la galaxia conspirase continuamente para mantenernos separados? ¡Hubo un tiempo en el que solíamos vivir aventuras juntos!

—Quizá sea el precio que hay que pagar por toda la suerte que he tenido en el pasado —dijo Han.

—Pues espero que vuelvas a tener una racha de suerte pronto —replicó Leia, y se pegó a él.

—No se te ocurra hablarme de probabilidades, ¿entendido? —Han deslizó los dedos por la espalda de Leia, haciendo que sintiera un cosquilleo que le recorrió la piel—. En estos momentos me siento francamente afortunado.

El viento empezó a soplar con más fuerza, y la música que brotaba de los conductos de cristal se hizo más potente y armoniosa.

El pelaje de Chewbacca se erizaba en todas direcciones, con lo que parecía como si el wookie hubiese olvidado peinarse después de haberse frotado enérgicamente con una toalla una vez salida de un baño de vapor. Chewbacca rugió para hacerse oír por encima de los vientos y la música de la catedral.

—¡Anakin, Jacen y Jaina! —gritó Cetrespeó con su estridente voz metálica—. ¿Dónde estáis, niños? Oh, haced el favor de volver ahora mismo... Nos estamos empezando a sentir muy preocupados.

Chewbacca y Cetrespeó se abrieron paso por entre los herbazales en busca de los gemelos y su hermano pequeño. Anakin se había alejado a gatas durante la ceremonia de inauguración de la catedral, y estaba escondido. Las armonías etéreas tenían tan fascinados a los espectadores que ninguno de ellos. Chewbacca y Cetrespeó incluidos, se había dado cuenta de que el bebé desaparecía entre los tallos.

Other books

Max and the Prince by R. J. Scott
Married Love by Tessa Hadley
Liberty Street by Dianne Warren
Sara's Child by Susan Elle