Campeones de la Fuerza (22 page)

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Authors: Kevin J. Anderson

BOOK: Campeones de la Fuerza
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Al principio los gobernantes exiliados se resignaron a morir, pero Tol Sivron había acabado convenciendo a los otros tres de que si trabajaban en colaboración podrían sobrevivir, y de que quizá incluso serían capaces de subsistir en alguna caverna deshabitada del comienzo de la cordillera de montañas.

Los otros querían aferrarse a cualquier esperanza y se mostraron de acuerdo..., y Tol Sivron los mató a todos esa noche mientras dormían, y se adueñó de sus escasas posesiones para aumentar sus posibilidades de supervivencia. Se cubrió con gruesas capas de prendas arrancadas de los cadáveres de sus compañeros, y empezó a avanzar por aquel paisaje abrasador sin saber qué andaba buscando.

Tol Sivron había creído que las naves resplandecientes eran simples espejismos... hasta que se tropezó con el campamento. Era una base de adiestramiento y estación de reaprovisionamiento para la armada imperial, frecuentada por los contrabandistas pero mantenida por el Imperio.

Tol Sivron había conocido en él a un hombre llamado Tarkin, un joven y ambicioso comandante que ya tenía varias naves a sus órdenes y que albergaba la intención de convertir aquel pequeño puesto avanzado de Ryloth en una estación de reaprovisionamiento estratégicamente importante del Perímetro Exterior.

Tol Sivron había trabajado para Tarkin, y con el transcurso de los años demostró ser un administrador incomparable y un hábil supervisor del complicado proceso de engrandecimiento en el que se había embarcado Tarkin, que después se convertiría en Moff Tarkin y que acabaría siendo el Gran Moff Tarkin.

La carrera de Sivron había culminado con su nombramiento como director de la Instalación de las Fauces, de la que acababa de verse obligado a huir debido a la invasión rebelde. Si Tarkin todavía estuviera vivo, sin duda aquella vergonzosa retirada habría aparecido como una molesta mancha negra en la siguiente evaluación de resultados obtenidos por Tol Sivron.

Tenía que hacer algo para compensar aquel error..., y tenía que hacerlo lo más deprisa posible.

—Creo que el sistema de comunicaciones vuelve a funcionar, director —dijo Yemm, interrumpiendo el curso de sus pensamientos—. Estará listo para ser utilizado tan pronto como haya introducido las modificaciones en el registro de mantenimiento.

Sivron se irguió en el asiento.

—Bien, al menos hay algo que funciona por aquí...

Yemm fue introduciendo cifras en una de las terminales de ordenador y acabó volviéndose hacia Tol Sivron.

—Listo, director —dijo con una inclinación de cabeza que hizo subir y bajar sus cuernos.

—Conéctelo —ordenó Sivron—, y déjeme hablar con la tripulación. —Sus últimas palabras surgieron de los altavoces con tal potencia que se sobresaltó un poco. Sivron carraspeó para aclararse la garganta y se inclinó sobre el receptor vocal del asiento de pilotaje—. ¡Atención todo el mundo! Dense prisa con esas reparaciones —dijo secamente por el intercomunicador. Su voz llegaba a todos los niveles, y hacía pensar en las órdenes de una deidad—. Quiero destruir algo lo más pronto posible.

El capitán de las tropas de asalto se volvió hacia él.

—Haremos cuanto podamos, señor —dijo—. Debería tener disponibles las estimaciones finales dentro de unas horas.

—Excelente, excelente.

Tol Sivron clavó la mirada en el vacío del espacio y contempló todos aquellos puntitos estelares que eran otros tantos posibles objetivos.

Tenía en sus manos una de las armas más devastadoras existentes en la galaxia, pero aún no había sido puesta a prueba..., de momento.

18

La segunda detonación cuidadosamente programada tuvo lugar en el mismo instante en que Wedge Antilles y su grupo de ataque entraban corriendo en el complejo del reactor de energía de la Instalación de las Fauces. Las cargas colocadas por un grupo de sabotaje estallaron en la base de las torres de refrigeración del reactor, inutilizando el enorme generador que proporcionaba energía a las instalaciones, los laboratorios, los ordenadores centrales y los sistemas de apoyo vital.

Wedge, que llevaba una armadura de camuflaje salpicada de manchitas marrones y verdes, había guiado a su grupo de ataque por las pasarelas del tubo de conexión hasta el asteroide en el que estaba instalada la central de energía. Pero los túneles fueron invadidos por chorros de humo grisáceo justo cuando el grupo de ataque entraba en la central, y un vendaval de aire caliente sopló por ellos trayendo consigo nubes de polvo y restos.

Wedge meneó la cabeza para conseguir que sus oídos dejaran de zumbar. Se puso de rodillas y acabó logrando incorporarse.

—¡Necesito una evaluación de los daños, y la necesito enseguida! —gritó.

Tres soldados cruzaron corriendo la sala para encontrarse con un grupo de personal de la Instalación de las Fauces que huía de la destrucción. Los saboteadores parecían estar al mando de un hombretón manco de expresión hosca y piel verde purpúrea.

Los hombres de Wedge alzaron las armas y dirigieron los cañones de sus rifles desintegradores hacia los saboteadores, que se detuvieron con un ruido muy parecido al de las piezas de una maquinaria que encajan de repente. El manco patinó casi medio metro sobre el liso suelo metálico hasta acabar deteniéndose, y miró frenéticamente a su alrededor. Los otros saboteadores no apartaban la mirada de los soldados de la Nueva República.

—¡Tirad las armas! —ordenó Wedge.

El hombretón alzó su única mano con la palma hacia Wedge para mostrar que no iba armado. Wedge se sorprendió al ver que los otros también estaban desarmados.

—Ya es demasiado tarde para impedir que todo sea destruido —dijo el manco—. Soy Wermyn, líder de la división de operaciones del complejo. Acepte mi rendición. Mi equipo y yo le agradeceríamos muchísimo que nos sacara de esta roca antes de que todo estalle.

Wedge movió una mano señalando a cuatro de sus soldados.

—Ocúpense de los prisioneros y pónganles grilletes restrictores para que no nos den más problemas —ordenó—. Tenemos que conseguir que ese reactor vuelva a funcionar, o nos veremos obligados a iniciar la evacuación.

Los saboteadores de las Fauces no ofrecieron ninguna resistencia mientras los soldados se los llevaban para someterlos a custodia, aunque los hombres de Wedge no parecían estar muy seguros de cómo se las arreglarían para ponerle los grilletes restrictores al único brazo de Wermyn.

Wedge y los técnicos entraron cautelosamente en el reactor. El calor cayó sobre ellos con un impacto tan potente como el de un remolino de arena durante la estación cálida de Tatooine. El aire estaba saturado por los olores acres de los lubricantes, el metal fundido y los restos calcinados de los explosivos de alta energía.

La sala estaba iluminada por las luces rojas de alerta, y sus reflejos en los siseantes chorros de vapor parecían gotitas de sangre que volaran por los aires. Las bombas y los motores vibraban con un ritmo palpitante que Wedge no tardó en acusar bajo la forma de un doloroso latir en el cráneo. Un componente del reactor de grandes dimensiones había quedado destruido, y los bordes irregulares que se curvaban hacia el exterior todavía rezumaban hilillos de metal a medio derretir.

Wedge entrecerró los ojos mientras los técnicos corrían hacia el reactor, agarrando los detectores manuales que habían llevado colgando de sus cinturones para estudiar las filtraciones de radiación. Uno de ellos no tardó en volver trotando hacia Wedge.

—Las bombas de refrigeración primaria y secundaria han sido destruidas —le explicó—. Nuestro amigo Wermyn tenía razón... Ha iniciado un proceso de fusión del núcleo, y no podemos hacer nada para detenerlo. No podemos reparar este equipo.

—¿Podemos desconectar el reactor? —preguntó Wedge.

—Los controles están destruidos y la reacción ya se ha iniciado —respondió el técnico—. Supongo que existe una posibilidad de que podamos hacer unos cableados de emergencia e instalar unos sistemas de control temporales en un par de horas, pero si desconectamos el reactor... Bueno, entonces también dejaremos sin energía y sin sistemas de apoyo vital a toda la Instalación de las Fauces.

Wedge contempló la destrucción que le rodeaba y sintió que se le formaba un vacío helado en el estómago. Pateó un trozo de blindaje de plastiacero con la puntera de la bota, y el fragmento metálico repiqueteó sobre el suelo con un sonido hueco que acabó siendo engullido por el palpitar de los motores.

—No acepté ponerme al frente de esta fuerza de ataque para permitir que todos los científicos y la
Estrella de la Muerte
huyeran mientras la Instalación es destruida bajo mis pies —dijo por fin.

Wedge respiró hondo y juntó las yemas de los dedos intentando concentrarse tal como solía hacer Qwi, aunque no estaba muy seguro de si le daría algún resultado.

Después cogió el comunicador que colgaba de su cinturón y sintonizó la frecuencia de comunicación con la fragata
Yavaris
, su navío insignia.

—Necesitamos unos cuantos expertos en ingeniería ahora mismo, capitán —dijo—. Tenemos que instalar unas cuantas bombas de refrigeración de emergencia para el reactor principal.

»Sí, ya se que no disponemos de mucho equipo, pero nuestros sistemas de refrigeración de los hiperimpulsores no deberían ser muy distintos a los que utiliza este reactor... Saque las bombas de los motores de una corbeta. Debemos instalar algún tipo de sistema de refrigeración de emergencia aquí abajo para mantener controlado el reactor hasta que hayamos podido sacar todo lo que tenga algún valor para nosotros de la Instalación de las Fauces.

Los dos técnicos alzaron la mirada hacia Wedge y sonrieron.

—Esa idea tal vez pueda dar resultado, señor.

Wedge les dijo que volvieran con los prisioneros, y se juró a sí mismo que no permitiría que los imperiales se salieran con la suya tan fácilmente.

Qwi Xux se sentía como una extraña en su propia casa. Entró con paso tímido y vacilante en la habitación que había identificado como su antiguo laboratorio, esperando que algo surgiera de la nada para saltar sobre ella y que los recuerdos volvieran en una oleada incontenible.

La iluminación se encendió, derramando una fría claridad blanca sobre los aparatos de diseño, sus terminales de ordenador y su mobiliario. Aquel lugar había sido su hogar, el centro de su vida durante más de una década; pero de repente le parecía tan ajeno como una tierra desconocida. Qwi lo contempló con asombro y suspiró.

Cetrespeó la había seguido, y entró en la habitación con un zumbido de servomotores.

—Sigo sin saber por qué estoy aquí, doctora Xux —dijo—. Puedo ayudarla en la tarea de asimilación de los datos que se encuentren, pero soy un androide de protocolo y no un modelo decodificador. Quizá debería haberse traído a Erredós... Este tipo de cosas se le dan mucho mejor que a mí. Es un modelo excelente, pero un poquito demasiado tozudo para un androide, no se si entiende a qué me refiero...

Qwi ignoró al androide y siguió adentrándose en la habitación. Caminaba de puntillas y sentía la piel fría y un poco pegajosa, como si estuviera sudando. El aire olía a rancio y a vacío. Qwi tembló mientras deslizaba los dedos sobre la fría piedra sintética de una de las gruesas columnas de soporte. Captó un destello de un recuerdo lejano: Han Solo atado a aquella columna, tan maltrecho y agotado que apenas era capaz de mantener erguida la cabeza después del «interrogatorio a fondo» al que le había sometido la almirante Daala.

Qwi avanzó hacia la mesa de laboratorio y fue cogiendo sus sensores de análisis espectral, analizadores de propiedades de materiales, simuladores de tensión y desgaste y un proyector de diseños holográficos en 3-D que relució con destellos oscuros bajo las brillantes luces de la habitación.

—Vaya, doctora Xux, esta área de trabajo tiene un aspecto realmente magnífico —dijo Cetrespeó—. Espaciosa y limpia... Estoy seguro de que ha alcanzado grandes logros aquí. Créame, he visto zonas de investigación mucho más desordenadas en los complejos de Coruscant.

—¿Por qué no haces un inventario del equipo, Cetrespeó? —le sugirió Qwi para conseguir que el androide se quedara callado y le permitiera pensar—. Quiero que prestes una atención especial a cualquier modelo para demostraciones que puedas encontrar, ya que podrían resultar muy significativos.

Qwi siguió con su inspección, y acabó descubriendo un pequeño teclado musical medio escondido entre un montón de listados y notas escritas a mano. Junto al teclado se veía el ojo lechoso de una terminal de ordenador apagada.

Conectó la terminal, pero la pantalla le pidió su contraseña antes de permitirle acceder a sus propios archivos. La idea no había sido mala, pero tendría que intentarlo de otra forma.

Qwi cogió el teclado musical y lo sostuvo sobre las palmas de sus manos. El instrumento le resultaba familiar y desconocido al mismo tiempo. Pulsó unas cuantas teclas y escuchó las notas agudas y suaves que brotaron de él. Qwi recordó haber estado inmóvil entre los restos de la Catedral de los Vientos destrozada y cómo había cogido un fragmento de uno de los conductos y había soplado por él, arrancándole una melodía lenta y melancólica. Un vor alado le había quitado la flauta improvisada de entre los dedos, y después había insistido en que no volvería a haber más música hasta que la catedral hubiera sido reconstruida...

Pero aquel teclado encerraba su propia música. Qwi recordaba vagamente haberlo utilizado, pero no conseguía acordarse de para qué lo usaba exactamente. Una imagen que aparecía y volvía a esfumarse surgió de repente en su mente, como un fruto mojado y resbaladizo que se le escurría de entre los dedos cada vez que intentaba cogerlo. Había dejado el teclado sobre la mesa con la sospecha de que quizá no volvería a verlo nunca... Qwi torció el gesto, respiró hondo y juntó los dedos en un desesperado esfuerzo de concentración.

¡Han Solo! Sí, todo tenía que estar tal como se encontraba cuando salió de allí para tratar de rescatar a Han y escapar con el
Triturador de Soles
.

Qwi permitió que sus largos y esbeltos dedos azulados bailaran sobre las teclas. Su mente no recordaba ninguna secuencia determinada, pero su cuerpo sí la conocía. Sus manos se movieron impulsadas por la fuerza de la costumbre y tejieron un veloz aro de melodías. Qwi sonrió al darse cuenta de lo familiares que le resultaban.

Cuando hubo terminado la secuencia de notas, la pantalla de su ordenador mostró un nuevo mensaje: CONTRASEÑA ACEPTADA. Qwi clavó sus ojos color índigo en ella y parpadeó, sintiéndose asombrada ante lo que acababa de hacer.

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