Read Campeones de la Fuerza Online
Authors: Kevin J. Anderson
Las criaturas, monstruos alquímicos creados hacía mucho tiempo cuando Yavin 4 era el dominio de Exar Kun, habían vivido durante generaciones en las negras grutas de lejanas montañas donde el agua goteaba incesantemente en un lento repiqueteo... y tres de ellas acababan de despertar, y habían sido sacadas de su letargo para encomendarles la misión de destruir el cuerpo de Luke Skywalker.
Las criaturas aladas llegaron a los tragaluces abiertos en la cima de la pirámide escalonada, y sus garras arañaron las piedras desgastadas por las inclemencias del tiempo que enmarcaban los angostos ventanales. Las dos cabezas de cada criatura subían y bajaban lentamente, siseando y haciendo chasquear sus fauces en una nerviosa e impaciente espera del momento de atacar.
Los monstruos pegaron sus alas de murciélago al cuerpo, se metieron por los tragaluces y entraron en la gran sala. Después descendieron hacia el cuerpo indefenso de Luke, moviéndose al unísono con sus largas garras extendidas...
La imagen de Luke estaba envuelta en una débil iridiscencia, pero no despedía ninguna luz en la penumbra de la habitación donde dormían los gemelos. La puerta estaba abierta. Cilghal seguía despierta y estaba estudiando en su habitación al otro lado del pasillo, pero todavía no podía oír la voz de Luke.
—Jacen... —dijo Luke con aquella voz ahogada que resonaba dentro de su cabeza. El niño se removió, y Jaina suspiró junto a él y se dio la vuelta sin despertarse—. ¡Jacen! —repitió Luke—. Jaina, necesito vuestra ayuda... Sólo vosotros podéis ayudarme.
El niño despertó por fin, abrió sus grandes ojos oscuros y parpadeó. Recorrió la habitación con la mirada, bostezó y acabó posando la vista en la imagen de Luke.
—¿Tío Luke? —preguntó—. ¿Ayudarte? Claro.
—Despierta a tu hermana y sígueme. Dile que de la alarma y que traiga a todos los estudiantes Jedi. ¡Pero ahora tienes que ayudarme! Quizá tú puedas mantenerlos a raya el tiempo suficiente...
Jacen no hizo preguntas. Cuando sacudió a su hermana. Jaina ya había empezado a despertarse. También vio a Luke, y el niño sólo necesitó unas cuantas palabras para explicarle la situación.
Jacen fue trotando por el pasillo tan deprisa como podían llevarle sus piernecitas. Luke flotaba delante de él, apremiándole a ir más rápido y llegar al turboascensor lo más pronto posible.
Jaina entró corriendo en la habitación de Cilghal y gritó «¡Socorro, socorro!» con toda la potencia de que eran capaces sus pulmones.
—El tío Luke necesita ayuda...
Los estudiantes Jedi salieron a la carrera de sus habitaciones.
Las sirenas de los sistemas de alarma empezaron a sonar de repente. Luke comprendió que Erredós, que seguía montando guardia en la gran sala de audiencias, debía de haberlos conectado: pero no sabía qué podría hacer el androide astromecánico contra las monstruosas criaturas aladas convocadas por Exar Kun.
Jacen vaciló unos momentos dentro del turboascensor mientras Luke le mostraba qué botón debía pulsar.
—¡Date prisa, Jacen! —dijo Luke.
El turboascensor por fin salió disparado hacia arriba. Las puertas se abrieron para revelar la enorme sala sumida en la penumbra.
Erredós iba y venía de un lado a otro a un extremo de la avenida, parloteando incesantemente en su lenguaje electrónico y emitiendo estridentes pitidos. Su brazo soldador estaba extendido y lanzaba chispas azuladas, pero las criaturas reptilianas aleteaban en el aire y trazaban círculos a su alrededor tan despreocupadamente como si considerasen que la lentitud de movimientos de Erredós hacía que el androide no supusiese ninguna amenaza para ellas.
Dos criaturas emprendieron el vuelo desde la plataforma al oír abrirse las puertas del turboascensor y empezaron a graznar y sisear, dirigiendo bufidos amenazadores al niño que salió de la cabina para desafiarlas.
Erredós dejó escapar un quejumbroso chillido electrónico, como si agradeciera cualquier clase de ayuda. Las alarmas seguían resonando por todo el templo.
La tercera criatura se había posado en un extremo de la larga losa de piedra sobre la que yacía el cuerpo de Luke. Sus dos cabezas se adelantaron para emitir un doble grito de irritación, y una de ellas bajó de repente para arrancar un puñado de tela de la túnica de Luke. La otra cabeza frunció sus labios escamosos y dejó al descubierto varias hileras de colmillos desiguales.
—Están enfadadas —dijo Jacen como si tuviera alguna especie de conexión empática con las criaturas—. No... deberían ser así.
—Aléjalas de mi cuerpo, Jacen —dijo Luke sin apartar la mirada ni un momento de los aguijones venenosos de sus colas, los dientes amenazadores y las afiladas garras—. Ve a ayudar a Erredós. Los otros estarán aquí dentro de unos segundos.
Jacen se puso a gritar como un guerrero enloquecido por el furor de la batalla y corrió hacia los monstruos sin el más mínimo temor, moviendo sus piernecitas regordetas tan deprisa como podía mientras agitaba los brazos sin dejar de gritar ni un instante.
Dos criaturas graznaron, viraron en el aire y movieron sus alas coriáceas para lanzarse sobre el niño. Erredós silbó una advertencia.
Jacen se agachó en el último momento. Las largas garras curvadas y de una dureza metálica que poseían las criaturas resbalaron sobre las losas del suelo y produjeron chorros de chispas. El niño siguió corriendo sin detenerse y fue en línea recta hacia la tercera criatura, que estaba contemplando con ávido anhelo los indefensos párpados cerrados de Luke como si fueran un bocado delicioso.
Jacen llegó a la plataforma. La tercera criatura remontó el vuelo y agitó su cola de escorpión mientras atacaba con sus dos cabezas repletas de colmillos chasqueantes.
Luke no podía luchar por sí mismo, y fue hacia el niño mientras Jacen trataba de llegar a lo alto de la plataforma. El niño acabó logrando subir, y empezó a montar guardia junto al cuerpo inmóvil de su tío con el rostro lleno de hosca decisión. Erredós se puso al lado de Jacen, con su brazo soldador aún envuelto en chispas láser.
Y un instante después Luke comprendió lo que podía hacer... suponiendo que fuera posible hacerlo y que consiguiera utilizar sus capacidades de aquella manera. Al lado de su cuerpo envuelto en la túnica había un cilindro negro del que sobresalían botones activadores.
—Coge mi espada de luz, Jacen —dijo.
Las tres criaturas aladas seguían moviéndose en círculos por la gran sala, intercambiando graznidos como si estuvieran recibiendo instrucciones de Exar Kun.
El niño agarró la empuñadura de la espada de luz sin vacilar. El arma era tan larga como su pequeño antebrazo.
—No se cómo usarla —dijo volviéndose hacia Luke.
—Yo te enseñaré —replicó Luke—. Deja que te guíe... Deja que luche a tu lado.
Las tres criaturas aladas se lanzaron sobre el niño con las garras extendidas y la sed de sangre ardiendo en sus ojos, atacando al unísono con un ensordecedor coro de graznidos y bufidos.
Jacen sostuvo la empuñadura de la espada de luz ante él y presionó el botón de activación. La hoja mortífera de la espada de luz ardió en la penumbra con un siseo chasqueante. El niño separó los pies, alzó la hoja centelleante y se preparó para defender a Luke Skywalker, el Maestro Jedi.
Cilghal cogió en brazos a Jaina y corrió por los pasillos. Dorsk 81 y Tionne se reunieron con ella en el turboascensor y todos subieron hasta el último nivel del templo, dispuestos a luchar para defender a su Maestro Jedi tal como habían hecho antes cuando se enfrentaron a la furia de la tormenta. Pero ni siquiera los temores más terribles de Cilghal la habían preparado para el asombroso espectáculo con el que se encontró cuando entró en la gran sala de audiencias.
El pequeño Jacen sostenía en su mano una espada de luz, y la blandía con una gracia y una seguridad en sí mismo dignas de un consumado maestro de la esgrima. El trío de criaturas aladas se lanzó sobre el agitando sus aguijones que goteaban veneno, haciendo chasquear sus hileras de largos colmillos y extendiendo sus temibles garras... pero Jacen movió el arma de energía en una pirueta increíble, utilizándola como si fuese una extensión de su brazo. La hoja hendió el aire con un zumbido chisporroteante.
Erredós se movía nerviosamente de un lado a otro, haciendo cuanto podía para impedir que las criaturas aladas se acercasen demasiado al cuerpo del Maestro Skywalker. Jacen seguía luchando.
Un lagarto alado se lanzó al ataque abriendo sus fauces repletas de colmillos, pero Jacen reaccionó con increíble destreza y cercenó una cabeza con un solo golpe. El mandoble de Jacen solamente dejó un humeante muñón de cuello unido al torso y la segunda cabeza del monstruo bicéfalo se retorció locamente, bufando y siseando. La criatura acabó cayendo al suelo, y sus alas coriáceas se agitaron espasmódicamente golpeando las losas.
Los dos monstruos que seguían con vida atacaron utilizando sus aguijones de escorpión. El niño hizo girar la espada de luz cortando limpiamente un aguijón puntiagudo, y después se apartó para esquivar las negras gotas de veneno que brotaron del extremo amputado. El horrible líquido quemó las viejas piedras del templo massassi como si fuese ácido, haciendo hervir su superficie entre nubes de un humo grasiento color gris púrpura.
La criatura herida enloqueció de dolor y aleteó de un lado a otro hasta que chocó con su compañera, y enseguida empezó a desgarrarla con sus zarpas al mismo tiempo que la atacaba ferozmente con sus dos cabezas llenas de temibles dientes. También intentó utilizar el muñón inútil en que se había convertido su aguijón, pero la otra criatura era más fuerte y empleó el suyo, dejando un agujero humeante en el torso de su atacante. El veneno fue abriéndose paso a través de la carne, y el agujero siguió siseando y desprendiendo humo.
El lagarto volador que estaba venciendo cerró sus fauces sobre el cuello escamoso de la otra criatura. El superviviente esperó hasta que su víctima hubiera dejado de debatirse, y entonces extrajo sus garras de las heridas que habían infligido y empezó a subir, dejando que el cadáver cayera al suelo con un golpe ahogado. Erredós corrió hacia el flácido cuerpo de la criatura para lanzarle una descarga y asegurarse de que estaba realmente muerta.
Cilghal, Tionne y Dorsk 81 se habían quedado inmóviles en el umbral del turboascensor, paralizados de estupor ante aquella increíble batalla.
—¡Tenemos que ayudarle! —gritó Dorsk 81.
—¿Cómo? —preguntó Tionne—. No disponemos de armas. Cilghal no apartaba los ojos del encarnizado combate.
—Tal vez Jacen no necesite nuestra ayuda...
Jaina se soltó de la mano de Cilghal y echó a correr por la avenida, aprovechando la fracción de segundo en que los estudiantes Jedi permanecieron paralizados por la vacilación. Cilghal fue la primera en recuperarse y correr detrás de ella.
El último reptil alado aulló con sus dos gargantas, enfurecido por el ataque de su compañero. Después se dejó caer en un picado incontenible. Jacen retrocedió para enfrentarse a él, sosteniendo la espada de luz preparada a la altura del hombro y esperando el momento adecuado.
Jacen hizo girar la espada de luz en un arco impecable, impulsándola con un movimiento lleno de gracia y habilidad y sin perder el control de sus reflejos ni un solo instante mientras la criatura alada caía sobre él, amenazándole con sus colmillos goteantes y sus garras extendidas. La hoja centelleante chocó con los dos cuellos y los cercenó en un solo destello cegador. El cuerpo de la criatura cayó sobre Jacen, derribándolo al suelo y agitando las alas en un reflejo convulsivo.
Erredós se apresuró a rodar hacia el niño sin dejar de silbar ni un instante.
—Está bien —dijo Jaina, que por fin había conseguido llegar a la plataforma—. ¡Jacen!
—¡Jaina! —gritó Cilghal, reuniéndose con ella.
La punta llameante de la espada de luz surgió del cuerpo del reptil envuelta en una humareda. Jacen había conseguido abrirse paso a través de las rígidas membranas de las alas, y Cilghal le ayudó a quedar libre del todo.
Jaina, sorprendida, alzó la mirada para ver cómo la primera criatura alada que había caído al suelo se incorporaba tambaleándose y se aferraba a la vida, alzando la cabeza que le quedaba y todavía dominada por el desesperado deseo de matar a Luke. El monstruo se agarró al borde de la mesa de piedra, el muñón del cuello cercenado aún rezumando sangre, y logró izarse a ella moviendo convulsivamente su cola de escorpión de un lado a otro mientras se preparaba para clavar el aguijón en que terminaba. Las alas se agitaron, ayudando a la criatura a mantener el equilibrio sobre la mesa donde podría hacer pedazos el cuerpo de Luke.
La criatura herida se lanzó sobre la garganta desprotegida de Luke en un último momento de desafío, impulsada por el espíritu maligno que la controlaba.
Pero Jaina llegó primero. La niña saltó hacia el monstruo, lo agarró por las alas y tiró hacia atrás con todo su peso. La criatura se retorció frenéticamente mientras abría y cerraba las fauces con ruidosos chasquidos, e intentó morder las manos que sujetaban sus alas coriáceas.
Cilghal había entrado en acción sólo un segundo después de que lo hiciera Jaina, y rodeó el largo cuello serpentino de la criatura con sus fuertes manos-aleta de calamariana mientras Jaina seguía tirando de las alas con todas sus fuerzas echándolas hacia atrás. Cilghal dejó escapar un gruñido de esfuerzo mientras retorcía el cuello de la criatura, aplastando una sucesión de vértebras como si no fuesen más que ramitas resecas.
El monstruo se derrumbó sobre la mesa de piedra, muerto al fin.
Jaina estaba jadeando, y se fue dejando resbalar poco a poco hasta quedar sentada. Jacen se puso en pie y miró a su alrededor como si se sintiera algo confuso. Después parpadeó igual que si acabara de despertarse y desactivó la espada de luz con un diestro movimiento de un dedito. El zumbido de la hoja se desvaneció en el repentino silencio que se adueñó de la gran sala de audiencias.
Las puertas del turboascensor se abrieron, y los otros estudiantes Jedi salieron corriendo de él para quedarse inmóviles en cuanto vieron la carnicería.
Tionne llegó a la plataforma. Su cabellera plateada fluía detrás de ella como la cola de un cometa. Se inclinó sobre el cuerpo de Luke, agarró con una mueca de asco los todavía rezumantes despojos de la última criatura que Jacen había matado y la arrojó a un lado, apartándola del Maestro Jedi.
Cilghal corrió hacia Jacen en el mismo instante en que el niño volvía a colocar la espada de luz junto al cuerpo inmóvil de Luke. Le abrazó con todas sus fuerzas, y después le contempló con asombro. ¡Hacía tan sólo unos momentos había visto cómo aquel niño, que todavía no tenía tres años, libraba un duelo digno de los más legendarios maestros de la espada de luz!