Read Campeones de la Fuerza Online
Authors: Kevin J. Anderson
Después Golanda, la mujer de rostro afilado y flaco que se hallaba a cargo del despliegue de artillería y de las innovaciones tácticas, les habló de los nuevos obuses de resonancia cumular parcialmente basados en los trabajos teóricos preliminares llevados a cabo para el
Triturador de Soles
.
Yemm interrumpió de repente el resumen de Golanda poniéndose en pie y lanzando un grito ahogado. Sivron le contempló con el ceño fruncido.
—Aún no ha llegado el momento de abordar nuevos temas, Yemm —dijo secamente.
—Sí, director, pero... —balbuceó Yemm señalando frenéticamente el ventanal.
Los otros líderes de división se pusieron en pie hablando y gritando todos a la vez.
Tol Sivron acabó dándose la vuelta para ver unas siluetas que se recortaban sobre el telón de fondo gaseoso de las Fauces. Las colas cefálicas del twi'lek se desenroscaron de golpe y quedaron rígidamente extendidas detrás de su cabeza.
Una flota de navíos de combate rebeldes acababa de aparecer dentro de las Fauces. La fuerza de invasión que Sivron llevaba tanto tiempo temiendo ver llegar por fin se había materializado.
El general Wedge Antilles hizo avanzar la fragata de escolta
Yavaris
hacia el amasijo de rocas que formaban la Instalación de las Fauces, con dos corbetas corellianas en la punta del despliegue y las otras dos flanqueándole.
Qwi Xux, tan hermosa como una escultura color azul claro, permanecía inmóvil junto a él en el puesto de observación, pareciendo algo tensa y, al mismo tiempo, sintiendo un obvio deseo de regresar al sitio en el que había vivido durante tanto tiempo. Qwi albergaba la esperanza de que podría arrancarle algunas pistas que quizá bastarían para devolverle sus recuerdos perdidos.
—Instalación de las Fauces, aquí el general Antilles, comandante de la flota de ocupación de la Nueva República —dijo Wedge por el canal de comunicaciones—. Respondan inmediatamente para poder discutir los términos de su rendición.
Se sintió un poco arrogante mientras pronunciaba aquellas palabras, pero sabía que no podían enfrentarse a su flota. Oculta en el centro del cúmulo de agujeros negros y sin los Destructores Estelares de la almirante Daala para defenderla, la Instalación de las Fauces dependía mucho más de la inaccesibilidad que de la potencia de fuego para su protección.
Sus naves siguieron aproximándose a la aglomeración de rocas sin que su mensaje recibiera ninguna respuesta, pero cuando la estructura metálica del prototipo de la
Estrella de la Muerte
surgió por encima de los planetoides moviéndose lentamente en su órbita. Wedge sintió una punzada de terror.
—¡Levanten los escudos! —ordenó instintivamente.
Pero la
Estrella de la Muerte
no abrió fuego, y siguió avanzando grácilmente en su órbita hasta volver a desaparecer.
Wedge continuó aproximando su flota a la Instalación, y de repente un encaje de haces láser salió disparado hacia ellos desde los pequeños edificios y módulos de alojamiento esparcidos sobre las masas deformes de los asteroides. Sólo unos cuantos haces lograron dar en su objetivo, e incluso éstos rebotaron en los escudos de las naves sin causar ningún daño.
—Muy bien —dijo Wedge—. Atacaremos con dos corbetas, y sólo lanzaremos andanadas quirúrgicas... Queremos eliminar esas defensas, pero no dañar la Instalación propiamente dicha. —Se volvió hacia Qwi—. Ese lugar contiene demasiados datos importantes como para correr el riesgo de perderlo.
Wedge se dedicó a contemplar las enormes hileras de motores traseros de las dos corbetas que precedían a la formación mientras las naves descargaban un diluvio de haces destructores sobre los asteroides. Lanzas rojizas surgieron de las baterías para pulverizar las rocas.
—Esto está resultando demasiado fácil —dijo Wedge.
Una señal desesperada llegó repentinamente del capitán de una corbeta. Su imagen parpadeó mientras enviaba un haz de transmisión por el canal de emergencia.
—¡Algo muy extraño le está ocurriendo a nuestro casco! Los escudos no sirven de nada... Es alguna nueva clase de arma. Los mamparos del casco se están debilitando. No consigo localizar con exactitud...
La transmisión quedó interrumpida de repente al convertirse la corbeta en una bola de fuego y fragmentos metálicos.
—¡Atrás! —gritó Wedge por el canal de comunicaciones.
Pero la segunda corbeta siguió avanzando, y decidió utilizar todos sus cañones turboláser duales así como un par de torpedos de protones que habían sido instalados específicamente para la misión de ocupación.
—¡Retroceda, capitán Ortola! —ordenó Wedge.
El capitán de la segunda corbeta atacó el planetoide más cercano. Los torpedos de protones salieron despedidos con un chisporroteo de energía incontenible. Los haces turboláser provocaron la ignición de los gases volátiles e inflamables, reduciendo el pequeño planetoide a polvo incandescente.
—Esa nueva arma ya no nos causará más problemas, señor —dijo el capitán Ortola—. Puede desplegar las fuerzas de ataque como desee.
Los gritos de advertencia surgían del intercomunicador de la Instalación de las Fauces en una monótona cacofonía de ruidos tan estridentes que Tol Sivron estaba teniendo considerables dificultades para pensar en lo que iba a decir.
—Presten atención, por favor —dijo finalmente por el intercomunicador—. Recuerden que deben seguir los procedimientos de emergencia.
Las tropas de asalto corrían por los pasillos de baldosas blancas. El capitán de las tropas de asalto gritaba instrucciones e iba enviando a sus soldados a establecer posiciones defensivas en los cruces vitales. Nadie se tomó la molestia de recurrir a los escenarios para contingencias meticulosamente redactados y probados que Tol Sivron y sus administradores habían invertido tanto tiempo en desarrollar.
Sivron apretó sus dientes puntiagudos en una mueca de disgusto y volvió a hablar por el intercomunicador.
—Si necesitan otro ejemplar de sus procedimientos de emergencia o si tienen dificultades para encontrar uno, pónganse en contacto inmediatamente con sus respectivos líderes de división —dijo alzando la voz—. Nos ocuparemos de que lo reciban con la mayor brevedad posible.
Las naves rebeldes que flotaban sobre la Instalación de las Fauces parecían estructuras surgidas de una pesadilla, y estaban abriéndose paso por entre los haces láser defensivos de la Instalación prestándoles tan poca atención como si fueran simples picaduras de insectos.
Doxin estaba sentado delante de un puesto de comunicación interlaboratorios, y lanzó un grito de alegría al ver cómo una de las corbetas rebeldes se encogía sobre sí misma y se desintegraba un instante después, convirtiéndose en una nube de placas metálicas pulverizadas que quedó envuelta por los chorros del combustible y los gases refrigerantes que escapaban de sus depósitos.
—¡Ha funcionado! —exclamó—. ¡El CFMC ha funcionado!
Dio unos golpecitos en la conexión receptora de su oreja, escuchó y torció sus enormes labios con visible preocupación. Cuando Doxin frunció el ceño, las ondulaciones recorrieron su calva cabeza y subieron hasta su coronilla, esparciéndose por ella como surcos abiertos sobre un terreno escarpado.
—Desgraciadamente no tendremos ocasión de utilizarlo una segunda vez, director, ya que el CFMC no parece haber funcionado exactamente tal como se esperaba —siguió diciendo—. Pero creo que el éxito obtenido contra un objetivo real ha demostrado que el sistema merece que se siga trabajando en él.
—Desde luego —asintió Sivron, contemplando con admiración la nube de restos de la corbeta que todavía estaba expandiéndose lentamente por el espacio—. Debemos celebrar una reunión de verificación para continuar examinando el tema.
—El sistema no responde —dijo Doxin.
La segunda corbeta rebelde avanzó a toda velocidad escupiendo fuego por todos sus sistemas de armamento, y el asteroide que albergaba los laboratorios y despachos de la división de conceptos de alta energía quedó incinerado bajo el diluvio destructor.
—Bien, al parecer está claro que el CFMC ha quedado totalmente inservible —dijo Sivron.
Doxin estaba profundamente decepcionado.
—Ahora nunca podremos llevar a cabo un análisis posdisparo —dijo con un suspiro—. No se cómo nos las arreglaremos para redactar un informe sin disponer de los datos necesarios...
Una sorda vibración recorrió todo el complejo. Tol Sivron volvió la mirada hacia el pasillo mientras sus líderes de división se apelotonaban detrás de él para ver qué había ocurrido. Hilachas de humo gris blanquecino habían empezado a deslizarse por los corredores, y estaban sobrecargando los sistemas de ventilación.
Las pantallas de los monitores de ordenador instaladas en la sala de conferencias se apagaron de repente. Sivron se estaba poniendo en pie para exigir una explicación cuando las luces de todos los despachos parpadearon y se apagaron, siendo sustituidas un instante después por la débil claridad verdosa de los sistemas de emergencia.
El capitán de las tropas de asalto entró corriendo en la sala de conferencias con un repiquetear de botas sobre las baldosas del suelo.
—¿Qué está ocurriendo, capitán? —preguntó Tol Sivron—. Infórmeme de la situación.
—Acabamos de completar con éxito la destrucción del núcleo principal del ordenador, señor —respondió el capitán.
—¿Que han hecho qué? —gritó Sivron.
El capitán siguió hablando con su voz seca y metálica.
—Necesitamos disponer de sus códigos personales para acceder a las copias de seguridad, director. Vamos a irradiarlas para borrar toda la información clasificada.
—¿Figura eso en los procedimientos de emergencia? —Tol Sivron volvió la cabeza de derecha a izquierda buscando una respuesta de sus líderes de división, y acabó cogiendo el ejemplar del manual de Procedimientos de Emergencia que tenía delante—. ¿En qué página lo ha encontrado, capitán?
—No podemos permitir que nuestros datos más vitales caigan en manos de los rebeldes, señor. Las copias de seguridad de los bancos de datos del ordenador deben ser destruidas antes de que los invasores tomen el control de este complejo.
—No estoy muy segura de que tratáramos esa contingencia cuando redactamos el manual —dijo Golanda, encogiéndose de hombros mientras pasaba las páginas de su ejemplar.
—Quizá tendríamos que incluirla en forma de apéndice... —sugirió Yemm.
Wermyn se había puesto en pie y estaba hurgando entre sus papeles con su única y robusta manaza.
—¡Lo he encontrado, director! —exclamó de repente—. Está en la Sección 5.4... «En el Caso de Invasión Rebelde», párrafo (C). Si parece probable que una invasión de esas características consiga adueñarse de la Instalación, debo llevar a mi equipo hasta el asteroide en el que se encuentra el reactor central y destruir las torres de refrigeración para que todo el sistema entre en fase supercrítica, con lo que destruirá la base y también a los invasores.
—¡Excelente, excelente! —dijo Tol Sivron, que acababa de encontrar la página buscada y estaba leyendo el párrafo—. Bien, pues entonces ocúpese de ello.
Wermyn se inclinó sobre la mesa y su piel de un púrpura verdoso se volvió un poco más oscura.
—Todos esos procedimientos han sido aprobados, director, pero no acabo de entender qué debemos hacer a continuación. ¿Cómo se las arreglará mi equipo para salir de allí? De hecho, ¿cómo vamos a ponernos a salvo después de que yo haya provocado la reacción en cadena?
La voz de un soldado se abrió paso a través del parloteo de alarmas que brotaba del intercomunicador.
—¡Tropas rebeldes han entrado en la base! Tropas rebeldes han entrado en la base...
La transmisión se interrumpió de repente y terminó con un graznido de estática.
—Den la orden de evacuación —dijo Sivron, cada vez más perplejo.
Volvió hacia el ventanal sus ojillos de twi'lek, mucho más juntos de lo normal en un ser humano. Los navíos de combate rebeldes continuaban atacando la Instalación..., y de repente una reluciente estructura metálica surgió por encima del horizonte, una esfera armilar del tamaño de una pequeña luna.
—Vaya a ocuparse de los reactores tal como se le ha dicho, Wermyn —ordenó Tol Sivron—. Evacuaremos a todo el personal al prototipo de la
Estrella de la Muerte
. Podemos pasar a recogerles, y después escaparemos en el prototipo. Abandonaremos a los rebeldes a su muerte, y volveremos al Imperio llevando nuestros inapreciables conocimientos con nosotros.
Tres transportes con grupos de ataque de la Nueva República se posaron en el asteroide central de la Instalación de las Fauces, abriéndose paso a través de las puertas del hangar con ráfagas de sus cañones láser de proa. Después las compuertas de los tres transportes se abrieron velozmente, subiendo como otras tantas alas metálicas, y los grupos de ataque salieron corriendo de los compartimentos de pasajeros y se desplegaron formando falanges defensivas. Los soldados se agazaparon con las cabezas encogidas detrás de sus armaduras antidescargas desintegradoras, sosteniendo rifles de alta energía en sus manos.
Chewbacca dejó escapar un potente alarido wookie mientras bajaba corriendo por la rampa con su arco de energía preparado para hacer fuego. Una manaza velluda apretaba la culata, y el arma en forma de ballesta apuntaba hacia delante. Chewbacca tenía el pelaje erizado. Podía oler la mezcla de humo, aceite y vapores de líquido refrigerante. Chewbacca hendió el aire con su manaza peluda, indicando al grupo de élite de los Comandos de Page que avanzara detrás de él.
Haces desintegradores surcaron el aire un instante después, surgiendo repentinamente desde el rincón en el que se habían emboscado cuatro soldados de las tropas de asalto. Un miembro de otro grupo de ataque se desplomó, y un instante después cuarenta haces desintegradores convergieron sobre los soldados imperiales.
Chewbacca no había olvidado sus días de prisionero en la Instalación de las Fauces, cuando había sido obligado a realizar trabajos de mantenimiento en las naves de la almirante Daala. Había sentido la tentación de sabotear una de sus lanzaderas de asalto de la clase Gamma, pero sabía que de hacerlo sólo conseguiría ser ejecutado al instante sin haber podido causar ningún daño irreparable a las fuerzas imperiales.
Pero en aquellos momentos Chewbacca sólo podía pensar en los otros esclavos wookies. Se acordaba de sus cabezas encorvadas, sus cuerpos enflaquecidos y las calvas de su pelaje. El fuego de sus ojos se había extinguido después de años de trabajos agotadores que habían ido robándoles la esperanza.