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Authors: John Locke

Tags: #Tolerancia, #Liberalismo, #Empirismo, #Epistemología

Carta sobre la tolerancia y otros escritos (11 page)

BOOK: Carta sobre la tolerancia y otros escritos
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17.- De ahí que quien intenta colocar a otro objeto su poder absoluto se pone a sí mismo en estado de guerra, entendiéndose con esto una declaración de designio contra la vida. Tengo razones para concluir que quien desea tenerme en su poder sin mi consentimiento me acusaría a su antojo cuando me tuviera y me destruiría cuando quisiera, pues nadie desearía tenerme en su poder sino para obligarme por la fuerza lo que es contrario a mi derecho de libertad, o sea, hacerme esclavo. Ser libre de tal fuerza es la única seguridad de mi preservación y la razón me dicta mirar como enemigo a quien quiera quitarme esa libertad, de modo que quien hace tentativa de esclavizarme se pone en estado de guerra conmigo. Quien, en el estado de naturaleza quisiere quitar la libertad que pertenece a cualquiera, tendrá, según ha de suponerse, el designio de quitar todo lo demás, pues la libertad es el fundamento de todo el resto. Asimismo, quien en estado de sociedad quisiere quitar la libertad que pertenece a los miembros de esa sociedad o Estado, tendrá el designio, necesariamente, de quitarles todo lo demás, y así habrá que mirar esto como un estado de guerra.

Capítulo V

De la propiedad.

25.- Considerando o bien la razón natural que nos dicta que los hombres tienen derecho a su preservación y por lo mismo a comer, beber y hacer las demás cosas que su naturaleza requiere para subsistir, o bien la Revelación, que nos da cuenta de las concesiones de Dios a Adán y a Noé y a sus hijos, es claro que Dios, como dice David en el salmo CXV, 16 "ha dado la tierra a los hijos de los hombres", o sea, la ha dado al género humano en común. Supuesto esto, me parece que existe tina gran dificultad para saber cómo podría alguien tener la propiedad de una cosa. No me contentaré con responder que si fuese difícil crear la propiedad bajo el supuesto de que Dios dio todo el mundo a Adán y a su descendencia, es imposible que ningún hombre, a menos que fuera monarca universal, tenga propiedad ninguna bajo la suposición de que Dios donó el mundo a los herederos de Adán excluyendo a todo el resto de los hombres. Más bien trataré de mostrar cómo podría el hombre llegar a tener propiedad sobre varias partes de cuanto Dios donó al género humano en común, sin ninguna agrupación expresa de todos los miembros.

26.- Dios, que ha dado a los hombres el mundo, también les ha dado la razón para hacer uso de ella y tener mejor beneficio de la vida y el bienestar. La tierra y cuánto ésta contiene se le da a los hombres para sostén y comodidad de su vida. Y aunque todos los frutos y las bestias pertenecen al género humano en común, pues son producidos por la espontánea mano de la naturaleza y nadie tiene de origen un dominio privado que excluya a todo el resto de la humanidad. Mas ha de haber algún modo de asignarlos a los hombres a fin de que den un beneficio y puedan servir para algún hombre particular. El fruto o venado que alimenta a un indio salvaje que no conoce cercas y es todavía un propietario común, tendrá que ser suyo en tal forma que nadie pueda tener derecho sobre el mismo, de otro modo no le serviría para el sostén de su vida.

27.- Aunque la tierra y las criaturas inferiores sean comunes a todos los hombres, cada uno tiene propiedad sobre su propia persona: este es un derecho que nadie tiene, sino un hombre en particular. El esfuerzo de su cuerpo y el trabajo de sus manos, podemos decirlo, son su propiedad y cualquier cosa que él saque del estado en que la dejó la naturaleza, ya mezclada con su esfuerzo, tiene algo de él y por ello se convierte en su propiedad como él la ha sacado del estado común según se halla en la naturaleza, le ha agregado con su esfuerzo algo que excluye el derecho común de los demás hombres. Porque como ese trabajo es propiedad indiscutible de quien trabaja, nadie puede tener derecho a lo que está unido a su trabajo, cuando queda para los otros suficiente cantidad e igualmente buena...

45.- El trabajo, en un principio, dio derecho de propiedad cada vez que alguien quiso emplearlo sobre lo que era propiedad común, que largo tiempo fue —y lo sigue siendo— mucho más de lo que aprovecha el género humano. Al principio, los hombres se contentaban con lo que ofrecía a su necesidad la simple naturaleza. Después, en alguna parte del mundo —el aumento de personas y ganado, el uso del dinero, hicieron escasear la tierra y le dieron valor— las diversas comunidades fijaron los limites de sus territorios y mediante leyes dictadas entre ellos regularon las propiedades particulares de su sociedad y así determinaron la propiedad por el esfuerzo y la industria. Las ligas formadas entre diversos Estados y reinos, al renunciar expresa o tácitamente a toda reclamación y derecho sobre la tierra que está en posesión de otros, por consentimiento común han abandonado su pretensión al derecho común natural que tenían sobre las tierras y de este modo, por convenio positivo, han establecido una propiedad. Aun así, hay grandes extensiones de tierra por descubrir que —como sus habitantes no se han unido con el resto de la humanidad para tener una moneda común— permanecen inútiles y son mayores de lo que pueden utilizar las personas que viven en ellas y, por lo tanto, siguen siendo propiedad común, aunque esto difícilmente ocurre en la parte de la humanidad que ha convenido en usar una moneda.

46.- La mayor parte de las cosas verdaderamente útiles a la vida del hombre y que fueron buscadas por los primeros copropietarios del mundo, como hacen ahora los americanos, son por regla general cosas de poca duración, cosas que si el uso no las consume se acaban y perecen solas. En cambio el oro, la plata y los diamantes son cosas a que la fantasía ha dado valor o bien el convenio mas que la utilidad real o el sostén de la vida. Ahora bien, de las cosas buenas que ha provisto la naturaleza cada cual tenía derecho, como se ha apuntado, a tomar tanto como podía usar y tenía propiedad sobre todo cuanto pudiera realizar con su trabajo y cuanto pudiera alcanzar su industria para alterarlo. Quien recogía cien sacos de bellotas o de manzanas adquiría propiedad sobre ellas: eran bienes suyos apenas recogidos. Sólo había que cuidar de usarlos antes de que se echaran a perder, pues de otro modo había tomado más para su parte y había despojado a los demás. Y a decir verdad, era absurdo además de deshonesto almacenar más de lo que podía usar. Si abandonaba una parte a algún otro de modo de que no pereciera en su poder, el otro también la empleaba. Y si de esta manera cambiaba ciruelas, que se podrirían en una semana, por nueces, que duran en buenas condiciones todo el año, no hacía perjuicio, no gastaba el bien común, no destruía una parte de la porción del bien común que pertenecía a todos. Igualmente, si abandonaba sus nueces por un trozo de metal complacido por su color o cambiaba sus ovejas por conchas y guardaba estos objetos toda la vida, no invadía ningún derecho ajeno y podía guardar estas cosas duraderas cuanto quisiere, porque la violación de los límites de su propiedad no consistía en la vastedad de su posesión, sino en que algo pereciese inútilmente en ella.

47.- Así vino a usarse el dinero, cosa que los hombres pudieran guardar sin que se echara a perder y que, por mutuo consentimiento, habrían de tomar a cambio de las cosas perecederas y útiles que sostienen la vida...

Capítulo VII

De la sociedad política o civil.

77.- Ya que Dios hizo al hombre una criatura tal que, a su propio juicio, no le convenía estar sola, le puso bajo fuertes presiones de necesidad, conveniencia e inclinación para llevarle a lo social, y le dotó de entendimiento y habla para sostener y disfrutar de la sociedad. La primer sociedad fue la que hubo entre un hombre y su esposa, que dio principio a la de los padres e hijos, a la cual añadió la de amos y sirvientes. Y aunque todas ellas podían reunirse y esto hacían comúnmente para constituir una familia, cuyo amo o ama tenían cierto mando propio de una familia, cada una de ellas o todas juntas no llegaban a ser una sociedad política, como veremos al considerar los diferentes fines, límites y lazos de cada una...

87.- Habiendo nacido el hombre, como se ha dicho, con perfecto título a la libertad y goce ilimitados de todos sus derechos y privilegios de la ley de la naturaleza, en igualdad con otros hombres tiene por naturaleza no sólo poder para preservar su propiedad (o sea, su vida, libertad y estado) contra las injurias y atentados de otros hombres, sino para castigar las violaciones a esta ley en otros, según crea que lo merece el delito... Pero como ninguna sociedad política puede existir y subsistir si no tiene el derecho de preservar la propiedad y para ello castigar los delitos de todos los miembros de esa sociedad, solamente allí hay sociedad política: donde cada uno de los miembros ha abandonado su poder natural confiriéndolo a las manos de la comunidad para todos los casos en que apela a la protección de la ley establecida por ella. Así, todo juicio privado de cualquier miembro particular queda excluido, y la comunidad viene a ser árbitro por reglas fijas permanentes, imparcial para todas las partes. Y por intermedio de hombres que han recibido de la comunidad la autoridad para la ejecución de las leyes se deciden las diferencias que pueden sobrevenir entre miembros de esa sociedad respecto a cualquier cuestión de derecho. Estos hombres castigan los delitos que cualquier miembro haya cometido mediante las penas establecidas por la ley y gracias a las cuales es fácil distinguir quiénes están o no están juntos en la sociedad política. Quienes se han unido en un cuerpo y tienen ley y magistratura común a que apelar, con autoridad para decidir controversias entre ellos y castigar infractores, están en sociedad civil unos con otros. Quienes no tienen esa apelación común están en estado de naturaleza, siendo cada uno juez y ejecutor por sí, lo cual, como antes he mostrado, constituye el perfecto estado de naturaleza.

90.- De ahí que sea evidente que la monarquía absoluta, que algunos consideran como el único posible gobierno del mundo, es incompatible con la sociedad civil, pues el fin de la sociedad civil es evitar y remediar los inconvenientes del estado de naturaleza o sea el que cada hombre es juez de su causa, estableciendo una autoridad reconocida a cada sujeto de esa sociedad que quiera satisfacer una injuria o en una controversia que sugiere, debiendo obedecer cada miembro de la sociedad. Cada vez que hay personas que no poseen autoridad para apelar a fin de que se decidan las diferencias entre ellas, esas personas están todavía en estado de naturaleza y así lo está todo príncipe absoluto respecto a quienes yacen bajo su dominio.

Capítulo VIII

Del comienzo de las sociedades políticas.

95.- Como todos los hombres, como se ha apuntado, son libres por naturaleza, e iguales e independientes, nadie puede ser extraído de este estado y sometido al poder político más que bajo su consentimiento. La única manera de que alguien se despoja de su natural libertad y se coloca en la sociedad civil es por convenio con otros hombres con objeto de juntarse en una comunidad y vivir en seguridad y paz unos con otros, disfrutando de sus bienes y con mayores seguridades que quien no pertenece a esa agrupación. Esto puede hacerlo cualquier número de personas porque no lesiona la libertad de los otros, que quedan, como están, en estado de naturaleza. Cuando un cierto número de hombres ha convenido así en formar una comunidad o gobierno, quedan incorporados y constituyen un grupo político en el cual la mayoría tiene derecho a obrar y a obligar al resto a obrar.

96.- Cuando cualquier número de hombres, por el consentimiento de cada individuo, ha hecho una comunidad, con ello convierte a esa agrupación en un solo cuerpo, con facultades para obrar como tal o sea por la determinación voluntaria de la mayoría. Pues como lo que constituye a una comunidad es el consenso de los individuos, como es necesario que un sólo cuerpo se mueva en una sola dirección, la que impulsa una fuerza mayor o sea el consenso de la mayoría. De otro modo, le sería imposible obrar como un solo cuerpo, una comunidad, tal como convino en que fuese el consenso de los individuos. Vemos, en consecuencia, que en las asambleas, autorizadas para hablar por leyes positivas, cuando la ley que las autoriza no fija un número determinado, el pronunciamiento de la mayoría pasa por el del todo y decide ya que tiene, según ley de la naturaleza y la razón, el poder total.

97.- De este modo cada individuo, al convenir en formar un grupo político bajo un gobierno, se coloca a sí mismo bajo un compromiso para con los otros miembros de la sociedad de someterse al designio de la mayoría y ser obligado por ella. De lo contrario, esa agrupación por la cual él y otros se incorporó a una sociedad no sería tal, ya que le dejaría libre y sujeto a no mayores lazos que los que tenía en estado de naturaleza. ¿Qué semejanza tendría con agrupación alguna? ¿Qué nuevo compromiso, si el hombre no estaría más atado por algún decreto de dicha sociedad de lo que a él le pareciera conveniente y digno de ser aprobado? Resultaría una libertad tan grande como la que tenía antes de incorporarse o como la que tiene cualquiera en estado de naturaleza, o sea el cometer cualquier acto si lo considera conveniente.

98.- Si no se aceptara razonablemente el consenso de la mayoría como acto de todos y esto no obligara a todos, sólo el consentimiento de cada individuo lograría hacer que algo se convirtiese en acto de todos, pero semejante consentimiento es casi imposible de obtener, si consideramos las enfermedades y negocios que mantendrán a muchos —aunque no tan númerosos, en todo caso— alejados de la asamblea pública. Si a esto añadimos la diversidad de las opiniones y los opuestos intereses que surgen inevitablemente en las sociedades del hombre, el acuerdo en estas condiciones sería como la entrada de Catón al teatro: sólo para salir de nuevo. Una Constitución tal daría al poderoso Leviatán menor duración que a la más débil de sus criaturas y no viviría ni el día en que nació...

99.- Así, quienes se unen a una comunidad saliendo del estado de naturaleza, abandonan, según ha de entenderse, todo el poder necesario a los fines para los cuales se reúnen, lo abandonan a la mayoría de la comunidad. Esto se hace conviniendo en unirse a una sociedad política, que es la única asociación que existe o necesita existir entre los individuos que forman o ingresan a una república...

Capítulo IX

De los fines del gobierno y de la sociedad política.

123.- Si, como se ha dicho antes, el hombre en estado de naturaleza es tan libre como se ha dicho, si es señor absoluto de su persona y bienes, igual como el mayor y súbdito de nadie, ¿Por qué ha de separarse de su libertad? ¿Por qué ha de abandonar su imperio y ha de sujetarse al dominio y control de otro poder? Hay obvia respuesta para esto: aunque el estado de naturaleza tiene semejante derecho, su goce es muy incierto y está constantemente expuesto a la invasión de los otros, pues como todos son tan reyes como él y cada hombre es su igual y en la mayor parte de las veces no muy respetuosos de la justicia, el goce de la propiedad propia de su estado es muy inseguro y sujeto a peligros. Esto le hace deseoso de abandonar tal situación, aunque libre, llena de riesgo, de temor. Y no sin razón busca y está dispuesto a unirse en sociedad con otros ya unidos o dispuestos a unirse para la mutua preservación de la vida, libertad y dominio, lo cual llamo con el nombre general de propiedad.

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