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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Casa capitular Dune (38 page)

BOOK: Casa capitular Dune
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Alguna de esas comunidades, como Pondrille, se concentraban en endurecer a quienes tenían a su cargo. Cada día enviaban a las mujeres durante largas horas a efectuar trabajos manuales. Manos que se ensuciaban con tierra y se manchaban con el zumo de los frutos y que raramente se ajarían en tareas tan sucias durante todo el resto de sus vidas.

Ahora que habían salido del polvo, Clairby abrió la ventanilla. ¡Entró calor! ¿Qué estaba haciendo el Control del Clima?

Dos edificios al extremo de Pondrille se habían unido al nivel del primer piso cruzando la calle por encima, formando un largo túnel. Todo lo que se necesitaba, pensó Odrade, era un rastrillo para duplicar una de esas puertas de entrada a las ciudades de la historia preespacial. Los caballeros con armadura no hallarían extraño el polvoriento calor de aquella entrada. Estaba definida con plaspiedra, un material visualmente idéntico a la piedra. Las aberturas de los com-ojos de encima eran seguramente los lugares donde los guardianes permanecían vigilando.

La larga y umbría entrada a la comunidad estaba limpia, observó. El olfato rara vez se veía asaltado por olor a podredumbre u otros olores ofensivos en las comunidades Bene Gesserit. No había barrios bajos. Pocos tullidos cojeando por las aceras. Mucha carne saludable. Una buena administración cuidaba de mantener una población sana y feliz.

T
enemos a nuestros impedidos, sin embargo. Y no todos ellos impedidos físicamente.

Clairby estacionó el vehículo justo al lado de la desembocadura de la umbría calle, y salieron. El vehículo de Tamalane se detuvo detrás de ellos.

Odrade había esperado que aquella entrada les proporcionara un poco de alivio al calor, pero la perversidad de la naturaleza había convertido el lugar en un horno, y la temperatura era en realidad más alta allí. Se alegró de cruzar a la clara luz de la plaza central, donde el sudor de su cuerpo secándose le proporcionó unos pocos segundos de frescor.

La ilusión de alivio pasó bruscamente cuando el sol abrasó su cabeza y hombros. Se vio obligada a apelar a su control metabólico para ajustar su calor corporal.

El agua chapoteaba en un espejeante círculo en la plaza central, una indiferente exhibición que pronto llegaría a su fin.

Dejémosla por ahora. ¡Hay que tener moral!

Oyó a sus compañeras siguiéndola, con los habituales gruñidos contra «permanecer demasiado tiempo sentada en una misma posición». Pudieron ver una delegación de bienvenida avanzando apresuradamente desde el extremo más alejado de la plaza. Odrade reconoció a Tsimpay, la responsable de Pondrille, al frente.

Las ayudantes de la Madre Superiora avanzaron hacia las baldosas azules de la fuente en la plaza… todas excepto Streggi, que permaneció al lado de Odrade. El grupo de Tamalane también se sentía atraído por la chapoteante agua.

Nuestra propia forma de Extravagancia,
pensó Odrade. Fuentes. Las encontrabas a menudo allá donde las avenidas de la Bene Gesserit se cruzaban. Nunca una estatua ni una reliquia del pasado.

No son para nosotras los recordatorios casuales de nuestras predecesoras famosas. Tan sólo el busto de Chenoeh en su nicho en mi pared.

La Hermandad efectuaba sus propias elecciones en estos asuntos, pensó, pero la excitación de la historia estaba allí. Las Reverendas Madres sentían su historia con una tal inmediatez que ésta creaba sus propios esquemas, sus propias leyendas y mitos. Una parte tan antigua del sueño humano no podía ser completamente desechada nunca.

Campos fértiles y agua discurriendo al aire libre… agua clara y potable en la que puedas hundir tu rostro para aliviar tu sed.

Por supuesto, eso era lo que algunos de los componentes de su grupo estaban haciendo precisamente en la fuente. Sus rostros brillaban con la humedad.

La delegación de Pondrille se detuvo cerca de Odrade, aún en las baldosas azules de la fuente en la plaza. Tsimpay llevaba consigo a otras tres Reverendas Madres y cinco acólitas de grado superior.

Todas cerca de la Agonía aquellas acólitas, pensó Odrade. Todas mostrando su concienciación de la inminente prueba en la franqueza de sus miradas.

Tsimpay era alguien a quien Odrade veía muy de tanto en tanto en Central, a donde acudía a veces como maestra. Su aspecto era el apropiado a su condición: pelo castaño tan oscuro que parecía negro rojizo a aquella luz. El estrecho rostro era casi yermo en su austeridad. Sus rasgos más sobresalientes se centraban en el azul total de sus ojos bajo unas densas cejas.

—Nos alegramos de veros, Madre Superiora. —Sonaba como si realmente lo sintiera.

Odrade inclinó la cabeza, un gesto mínimo.
Te he oído. ¿Por qué te sientes tan feliz de verme?

Tsimpay comprendió. Hizo un gesto a una alta Reverenda Madre de chupadas mejillas a su lado.

—¿Recordáis a Fali, nuestra Amante de los Huertos? Fali acaba de acudir a mí con una delegación de jardineros. Una seria queja.

El curtido rostro de Fali parecía un poco grisáceo.
¿Exceso de trabajo?
Poseía una boca delgada sobre una afilada barbilla. Suciedad bajo sus uñas. Odrade notó aquello con aprobación.
No teme los trabajos duros.

Una delegación de jardineros.
Así que había una escalada de quejas. Debía tratarse de algo serio. No era propio de Tsimpay molestar con cosas triviales a la Madre Superiora.

—Oigámosla —dijo Odrade.

Con una mirada a Tsimpay, Fali se lanzó a una detallada exposición, proporcionando incluso las cualificaciones de los líderes de la delegación. Todos ellos buena gente, por supuesto.

Odrade reconoció el esquema. Había habido conferencias relativas a esta inevitable consecuencia, y Tsimpay había asistido a algunas de ellas. ¿Cómo podías explicarle a tu gente que un distante gusano de arena (quizá aún ni siquiera existente) exigía este cambio? ¿Cómo podías explicarles a los granjeros que
no
era un asunto de «solamente un poco más de lluvia», sino que era algo que iba hasta el mismo corazón del clima total del planeta? Más lluvia aquí podía significar una desviación de los vientos a gran altitud. Esos a su vez podían cambiar las cosas en algún otro lugar; causar sirocos cargados de humedad que podían ser no sólo molestos sino también peligrosos. Era demasiado fácil desembocar en grandes tornados si insertabas las condiciones erróneas. El clima de un planeta no era algo sencillo que podía resolverse con unos cuantos ajustes.
Como yo he pedido algunas veces.
Cada vez era una ecuación total la que debía ser analizada.

—El planeta es quien emite el voto final —dijo Odrade. Era un antiguo recordatorio de la Hermandad sobre la falibilidad humana.

—¿Sigue teniendo Dune un voto? —preguntó Fali. Había más amargura en la pregunta de la que Odrade había anticipado.

—Siento el calor. Vimos las hojas de vuestras plantaciones mientras veníamos —dijo Odrade.
Sé que eso te preocupa, Hermana.

—Perderemos parte de la cosecha este año —dijo Fali. Había acusación en sus palabras:
¡Es culpa tuya!

—¿Qué le dijiste a tu delegación? —quiso saber Odrade.

—Que el desierto debe crecer, y que el Control del Clima ya no puede efectuar todos los ajustes que necesitamos.

Cierto. La respuesta convenida. Inadecuada, como lo era a menudo la verdad, pero era todo lo que tenían por el momento. Pronto tendría que hacerse algo. Pero mientras tanto, más delegaciones y pérdidas de cosechas.

—¿Tomaréis el té con nosotras, Madre Superiora? —intervino Tsimpay, la diplomática.
¿Ves cómo se van intensificando las cosas, Madre Superiora? Fali volverá ahora a cuidar de sus frutas y verduras. El lugar que le corresponde. El mensaje ya ha sido entregado.

Streggi carraspeó.

¡Ese maldito gesto debería ser suprimido!
Pero el significado era claro. Streggi había sido puesta al cuidado del horario de su programa.
Tenemos que irnos.

—Hemos salido tarde —dijo Odrade—. Nos hemos parado solamente para estirar un poco las piernas y ver si tienes algún problema que no puedas resolver por ti misma.

—Podemos arreglárnoslas con los jardineros, Madre Superiora.

El seco tono de Tsimpay decía mucho más, y Odrade casi sonrió.

Inspecciona si quieres, Madre Superiora. Mira por todas partes. Encontrarás Pondrille en buen orden Bene Gesserit.

Odrade echó un vistazo al vehículo de Tamalane. Parte de la gente estaba regresando ya al aire acondicionado de su interior. Tamalane permanecía de pie junto a la portezuela, atenta a todo lo que se decía junto a la fuente.

—He oído buenos informes de ti, Tsimpay —dijo Odrade—. Puedes arreglártelas sin nuestra interferencia. Naturalmente, no deseo molestarte con un séquito que es a todas luces demasiado grande. —Esto último lo suficientemente alto como para que todo el mundo pudiera oírlo.

—¿Dónde pasaréis la noche, Madre Superiora?

—En Eldio.

—Hace algún tiempo que no he estado allí, pero he oído decir que el mar es mucho más pequeño.

—Los informes aéreos confirman lo que has oído. No necesitan que se les advierta de lo que se les viene encima, Tsimpay. Ya lo saben. Tuvimos que prepararles para esta invasión.

La Amante de los Huertos Fali dio un pequeño paso adelante.

—Madre Superiora, si tan sólo pudiéramos conseguir…

—Dile a tus jardineros, Fali, que tienen una elección. Pueden gruñir y aguardar aquí hasta que las Honoradas Matres lleguen para esclavizarlos, o pueden elegir ir a la Dispersión.

Odrade regresó a su vehículo y se sentó, con los ojos cerrados, hasta que oyó sellarse las portezuelas y estuvieron de nuevo en camino. Finalmente, abrió los ojos. Ya habían salido de Pondrille, y cruzaban las diáfanas extensiones del anillo sur de huertos. Había un cargado silencio a sus espaldas. Las Hermanas están sumidas en profundas preguntas acerca del comportamiento de su Madre Superiora. Un encuentro insatisfactorio. Las acólitas, naturalmente, captaban aquel estado de ánimo. Streggi parecía sombría.

Aquel clima exigía una explicación. Las palabras ya no podían contentar las quejas. Los buenos días eran medidos por estándares cada vez más inferiores. Todo el mundo conocía la razón, pero los cambios seguían siendo un punto focal. Visible. No podías quejarte acerca de la Madre Superiora (¡no sin una buena causa!), pero podías gruñir acerca del tiempo.

¿Por qué tiene que hacer tanto frío hoy? ¿Por qué hoy, cuando yo he de estar fuera? Hacía calor hace un momento cuando salimos, pero mira ahora. ¡Y yo sin ropas adecuadas!

Streggi deseaba hablar.
Bien, para eso la traje.
Pero se había vuelto casi parlanchina a medida que la forzada intimidad había erosionado su reverente admiración hacia la Madre Superiora.

—Madre Superiora, he estado buscando en mis manuales una explicación a…

—¡Cuidado con los manuales! —¿Cuántas veces en su vida había oído o dicho aquellas palabras?—. Los manuales crean hábitos.

A Streggi le habían sermoneado mucho acerca de los hábitos. La Bene Gesserit los tenía, por supuesto… esas cosas que el folklore preservaba como «¡Típico de las Brujas!» Pero los esquemas que permitían a los demás predecir el comportamiento… eso era algo que tenía que ser ejercido muy cautelosamente.

—Entonces, ¿por qué tenemos manuales, Madre Superiora?

—Los tenemos principalmente para desaprobarlos. La Coda es para las novicias y otro adiestramiento primario.

—¿Y las historias?

—Nunca ignores la banalidad de las historias grabadas. Como Reverenda Madre, aprenderás de nuevo la historia en cada movimiento.

—La verdad es una copa vacía. —Muy orgullosa de su recordado aforismo.

Odrade casi sonrió.

Streggi es una joya.

Era un pensamiento cauteloso. Algunas piedras preciosas podían ser identificadas por sus impurezas. Los expertos cartografiaban las impurezas dentro de las piedras. Una huella dactilar secreta. La gente era también así. A menudo la conocías por sus defectos. La resplandeciente superficie te decía tan poco. Una buena identificación requería que miraras muy profundo en su interior y vieras las impurezas.
Allí
estaba la calidad de la gema en su entidad total. ¿Qué hubiera sido Van Gogh sin impurezas?

—Entonces, todas las historias que estudiamos…

—¡Cuidado, Streggi!

La acólita conocía aquel tono.

En sus momentos más intencionales, la voz de Odrade se volvía cremosa, apremiante, y con sonidos suavemente articulados que fluían de ella como de una gran jarra donde sólo se ha almacenado lo mejor.

—Este es un comentario de cinismo perceptivo, Streggi, cosas que se dicen
acerca
de la historia, que deberían ser guías para vosotras antes de la Agonía. Después, dispondréis de vuestro propio cinismo.

—Entonces, ¿no hay ningún valor en absoluto en las historias? —Streggi parecía ultrajada, como si pensara que había malgastado todas aquellas horas de estudio.

—Descubriréis vuestros propios valores más tarde. Por ahora, las historias revelan datos y te dicen que ocurrió algo. Las Reverendas Madres buscan los
algo
y aprenden los prejuicios de los historiadores.

—¿Eso es todo? —Profundamente ofendida.
¿Por qué malgastan mi tiempo de esa forma?

—Muchas historias carecen en su mayor parte de valor debido a los prejuicios, han sido escritas para complacer a un poderoso grupo o a otro. Aguarda a que tus ojos te sean abiertos, querida. Nosotras somos los mejores historiadores. Nosotras estuvimos ahí.

—¿Y mis puntos de vista cambiarán diariamente? —Muy introspectiva.

—Esa es una lección que el Bashar nos recordó que mantuviéramos siempre fresca en nuestras mentes. El pasado tiene que ser constantemente reinterpretado por el presente.

—No estoy segura de que vaya a gustarme eso, Madre Superiora. Tantas decisiones morales.

Ahhh, esta joya había visto hasta el fondo del corazón y decía lo que pensaba como una auténtica Bene Gesserit. Había brillantes facetas entre las impurezas de Streggi.

Odrade miró de reojo a la pensativa acólita. Hacía mucho tiempo, la Hermandad había decretado que cada Hermana debía tomar sus propias decisiones morales.
Nunca sigas a un líder sin hacerte tus propias preguntas.
Era por eso que el condicionamiento moral de las jóvenes tenía una tan alta prioridad.

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